EVALUACIÓN CIENTÍFICA // EL CONTROL DE LA EFICACIA Y LA PRODUCTIVIDAD DE LAS EMPRESAS LLEGA A PRÁCTICAS COMO E
¡Póngase a producir, señor Freud!

La evaluación científica se está empezando a exigir
en prácticas, como el psicoanálisis, que hasta
hace poco se regían por sus propias normas. En
juego hay más factores que la ciencia y la salud
pública. La evaluación, el control de la eficacia y
el incremento de la productividad sólo se explican
en el sistema de producción capitalista. Funcionan
como un intercambio de mercancías. Pero, ¿se
puede aplicar la evaluación a la cura de los síntomas?
Frente a las terapias rápidas, el psicoanálisis
rechaza que la cura pueda evaluarse. El tratamiento
del síntoma es un asunto político.

12/10/06 · 19:59
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QUIÉN FIJA LAS REGLAS. El debate sobre la productividad en los tratamientos no da
cuenta de la conexión entre los criterios de evaluación y el propio sistema capitalista .

Un peligro se cierne sobre
el síntoma. Necesita estrategias,
objetivos, paneles
de expertos, resultados
y maximización de efectivos.
Quien trabaja para una empresa lo
entiende. Es la evaluación: el control
de la eficacia y la productividad.
Desde hace unos años se extiende
hacia territorios hasta hace poco
vírgenes, por lo menos en España:
la investigación, la educación y las
terapias. Primero afectó a la ciencia:
sin someterse a ella no llegan
los fondos de Investigación, Desarrollo
e innovación (I+D+i). Con la
evaluación, prácticas distintas (como
un máster, el descubrimiento
del ADN del sapo, una idea, o un
síntoma) se equiparan entre sí en
términos de algo homogéneo: su valor.
Lo que garantiza, en apariencia,
la democracia del procedimiento:
en los títulos, currículos y las técnicas.
Pero los psicoanalistas le han
plantado cara a la nueva situación
para ellos. En juego está la definición
misma del síntoma.

Su método, declaran, es incompatible
con la evaluación. Según los
combatientes, lo que está en juego
es bien la ciencia y la salud pública,
a juicio del Gobierno y la psiquiatría,
o el reconocimiento de la utilidad social
de su práctica, de acuerdo con el
psicoanálisis. Pero los términos del
debate no dan cuenta de la conexión
entre la evaluación y el sistema de
producción capitalista.

La historia es así: en Francia la
Ley Accoyer y aquí la Ley de Ordenaciones
Sanitarias se promulgan
para regularizar la psicoterapia. Su
objetivo es establecer criterios científicos/
evaluadores que garanticen
su ejercicio y la salud del paciente.
Consiste en que los profesionales
posean titulación universitaria en
la rama sanitaria (psiquiatría o psicología
clínica), única garante de
su cientificidad. Como el psicoanálisis
es ajeno a estos títulos, pasa
de ocupar un limbo legal a poder
convertirse en ilegal. Desde entonces
lucha, junto a la psicología no
clínica, para ser reconocido como
profesión sanitaria. Queda por ver
cuál será el final del conflicto.

Pero la historia continúa. Los seguidores
de Freud reciben una segunda
embestida. Proviene de las
Terapias Cognitivo-Conductistas
(TCC), aliadas en la batalla legal,
enemigas inmisericordes en este
episodio. Las TCC publican un
Libro Negro (al que replicará el
psicoanálisis con uno Blanco) en el
que arremeten contra Freud por
razones científicas. Su técnica no
es eficaz. ¿Y cómo miden las TCC
la eficacia? Por el número de síntomas
erradicados, el poco tiempo
de la cura (la productividad) y porque,
a diferencia del psicoanálisis,
que se aprende psicoanalizándose
y reconociéndose uno en sus propios
síntomas, las técnicas TCC se
crean experimentando con los pacientes
y se transmiten con la obtención
de un título. Su argumento
es invencible: derecha e izquierda
valoran la democracia de la ciencia
y la productividad.

Otros argumentos dirían que el
problema radica en el consumismo
de terapias, al que habría que buscar
una alternativa natural. Y otros criticarían
el individualismo de la terapia,
y especialmente de la psiquiatría,
apuntando al carácter social del
síntoma y demandando políticas
frente a la medicación. Por su parte,
el psicoanálisis (en este caso lacaniano)
insiste en su utilidad social: su
escucha, dice, es una almohada en la
que el sujeto halla cobijo en el anonimato
de la sociedad del riesgo.

Para entender lo que se cuece en
el síntoma, hay que descartar algunas
de estas ideas. Una, el reencuentro
natural con él, su autogestión, es
como añorar el tiempo en que había
alfareros -un anhelo de escape generado
por el capitalismo mismo.
Dos, el capitalismo no es sólo una
sociedad de consumo, por mucho
que ambas expresiones se empleen
siempre como sinónimos. Tres,
proclamar la utilidad social de la
terapia, por lo menos como almohada
compasiva, es una forma recatada
de decir que sacas beneficio
económico del síntoma.

El síntoma es un malestar cualquiera.
Es social e histórico, no se
entiende sin atender al entorno familiar
y la sociedad en el que surge,
pero también es singular, la manera
peculiar en que uno se sitúa en
ese campo. Todos tenemos algún
síntoma. Éste fue el descubrimiento
de Freud, el que hoy defienden
sus seguidores, aunque sin cuestionar
demasiado el problema de fondo.
Un científico aprende ciertas
técnicas con la titulación correspondiente.
Luego las aplica como
estímulos para que su paciente los
procese cognitivamente y funcione
sin su dolencia. Pero ni científico ni
paciente sabrán nada del síntoma.
El síntoma no es evaluable porque
no es una mercancía.

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