La Internacional Society of
A esthetic Plastic Surgery
(ISAPS), la organización de
cirujanos plásticos y estéticos
más importante del mundo ha
publicado en su página web una guí a
de ayuda para poder practicar de forma
segura y globalizada el turismo
de cirugía plástica. En el mundo se
ofrece ya de forma organizada en
bienes y servicios, la posibilidad de
cambiar el cuerpo con fines estéticos.
La Internacional Society of
A esthetic Plastic Surgery
(ISAPS), la organización de
cirujanos plásticos y estéticos
más importante del mundo ha
publicado en su página web una guí a
de ayuda para poder practicar de forma
segura y globalizada el turismo
de cirugía plástica. En el mundo se
ofrece ya de forma organizada en
bienes y servicios, la posibilidad de
cambiar el cuerpo con fines estéticos.
Ante esto, la pregunta es siempre
la misma: ¿dónde están los límites
del “sentirse bien” ante uno mismo?
Es aquí donde la estética se encuentra
con la ética. Los límites para
los casos extremos están claros; de
hecho, la cirugía estética no está reconocida
académicamente, sino como
sólo una práctica de la especialidad
de cirugía plástica y reparadora.
Mientras que la cirugía plástica del
griego plastikos, (modelar, dar forma)
surgió con un afán milenario de
corregir defectos funcionales, la estética
se sitúa en el espacio ambiguo
de los deseos de belleza difusos en la
sociedad mediática, que divulga
unos patrones físicos que tienen que
ver poco con la naturaleza de los
cuerpos. Y ahí surge la paradoja: de
ser una práctica médica dedicada a intentar corregir los desastres sobre
los cuerpos humanos de las guerras
o los accidentes, ha encontrado su
mayor éxito en la práctica estética.
Éxito si tenemos en consideración
cómo se mide éste en las sociedades
capitalistas: conseguir que algo
sea un producto de consumo masiv o
que genera ingresos millonarios
a las empresas y colectivos que controlan
una determinada tecnología.
Y como en toda producción capitalista
y globalizada que se precie, es
imposible saber cuánto dinero se
maneja en este negocio, ya que todo
está en manos de la medicina
privada, en la que es fácil maquillar
resultados, gastos e ingresos.
El deseo de intervenir sobre el
cuerpo pasando por un quirófano está
marcado por la localización geográfica
y espacial. Se puede hacer un
mapa de los deseos individuales ‘localizados’:
las mujeres españolas so n
las que más se operan de Europa, y
lo hacen sobre todo para aumentar
el volumen del pecho (50.000 mamoplastias
de aumento en el año 2008).
En Estados Unidos causa furor el Botox,
en Argentina las operaciones
más demandadas son los liftings y
en Japón la intervención de los párpados,
que ahora muchas personas
consideran un signo de orientalización
inaceptable. Sin embargo, en
otros países, las intervenciones son
más bien ‘reductoras’: en Brasil o República
Dominicana las liposucciones
y las reducciones del pecho son
las operaciones más practicadas.
Tal vez deberíamos preguntarnos
qué liberación es ésta que permite
exhibir el cuerpo de forma mucho
más libre que en épocas pasadas,
siempre y cuando ese cuerpo se parezca
a los estándares mediáticos.
En este universo, los cuerpos reales
son intolerables. Ahora no basta vestirlos,
adornarlos... hay que cortarlo s
y ajustarlos como si de trajes a medida
se tratara, empujados por una industria
que promete no sólo la belleza
sino la felicidad. Mientras tanto,
personas dismorfóbicas van llenando
los foros preguntándose qué pueden
hacer con una imagen intolerable
de sí mismos.
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