SALUD // EL ANDROCENTRISMO DE LA PRÁCTICA MÉDICA EN LA SALUD MENTAL
Mujeres y psiquiatría, de la histeria a la depresión

Un breve recorrido sobre cómo se ha argumentado la insania mental de las mujeres desde el siglo XIX hasta el abuso de los psicofármacos en la actualidad.

18/10/10 · 7:00

Ser mujer ha sido históricamente poco
menos que patológico. La inconstancia,
la ausencia de pensamiento y
lógica, y la incapacidad de razonar
eran las características de la psique
femenina, según el psicólogo social
francés Gustav Le Bon, refrendado
por muchos de sus colegas a finales
del siglo XIX. La independencia, la
autonomía y la objetividad, parámetros
de una personalidad sana, no
eran valorados por igual en hombres
y mujeres. La dependencia, la sumisión
y el sentimentalismo constituirían
atributos de una mente menos
sana, pero era lo que se esperaba de
las mujeres dentro de un carácter
tierno, sensible y cálido. Aquellas
que no cumplían con los requisitos
de esa personalidad-edredón podían
ser tachadas de locas, las que lo cumplían,
de tontas.

“El concepto de locura está muy ligado
a los comportamientos femeninos.
Las mujeres se conceptuaban
como locas casi por naturaleza. Su
sistema nervioso se calificaba de
muy inestable, la mínima variación
en sus vidas las desequilibraba mentalmente.
En este sentido hablamos
de feminización de la locura”, explica
Isabel Jiménez Lucena, profesora
de Historia de la Ciencia de la
Universidad de Málaga. En el siglo
XIX, de hecho, se consideraba que
la insania de las mujeres comenzaba
en los órganos sexuales femeninos;
en el útero se localiza la locura. De
ahí que la eterna enfermedad de las
mujeres haya sido hasta el siglo XX,
cuando se evidenció que era una enfermedad
inexistente, la histeria
(hystera, palabra griega para útero):
el saco roto en el que desde Hipócrates
caía casi cualquier problema
de salud femenina que no se lograba
identificar. Se diagnosticaba a partir
de decenas de síntomas: hinchazón,
cansancio, irritabilidad, tendencia al
‘egocentrismo’ o ‘a causar problemas’...

En la época victoriana se convirtió
en un diagnóstico común.
Prescribían a las solteras que se casaran
y se realizaron ablaciones absolutamente
innecesarias del útero y
los ovarios. Uno de los tratamientos
habituales consistía en ‘masajes pélvicos’,
lo que ahora entenderíamos
como una sesión de masturbación,
para llevar a la mujer a lo que llamaban
‘paroxismo histérico’: el orgasmo.

Los vibradores como instrumentos
terapéuticos (nunca juguetes sexuales)
fueron usados en balnearios
de lujo y anunciados en revistas femeninas
como aparatos ‘antiestrés’
desde finales del siglo XIX hasta mediados
del siglo XX.

El final de la II Guerra Mundial supondría
un giro radical en el tratamiento
de los denominados trastornos
mentales y, por extensión, de la
‘locura femenina’. En la década de
los ‘50 y los ‘60 se desarrollarían lo
que la psicoanalista Mabel Burín denomina
‘drogas legales’: los psicofármacos.
De este modo, los denominados
trastornos mentales pasaron a
ser abordados, según Burín, a través
de “nuevas tecnologías que pretenden
incidir sobre la salud de las mujeres”.

El 24% de las mujeres en
el Estado español
consume antidepresivos y
más del 30% toma
ansiolíticos.

Son los ansiolíticos y los antidepresivos.
Según analiza esta especialista
argentina, “la transformación
de los medicamentos en bienes de
consumo promovida por las empresas
productoras ha terminado por
engendrar una sociedad medicalizada”.
Una sociedad en la que las mujeres
copan la demanda, impulsadas
en muchos casos por un sistema sanitario
que patologiza sus problemas
vitales.

Así lo corrobora la docente
Isabel Jiménez: “Existen excesos de
diagnóstico de depresión
en mujeres
ya que muchas veces este diagnóstico
está condicionado por el malestar.
No es tanto una patología que necesite
un medicamento, sino una patología
que necesita un cambio vital”.

Un malestar que proviene en muchos
casos de la sobrecarga que impone
la doble jornada laboral (dentro
y fuera del hogar) y las condiciones
socioeconómicas. De hecho, según
una investigación publicada en
marzo de 2009 en la revista Atención
primaria, el 24% de las mujeres del
Estado español consume antidepresivos

y más del 30% benzodiazepinas,
un tipo de ansiolítico. Al consumo
habitual hay que añadir el incremento
provocado con la crisis, con el
que las grandes farmacéuticas hacen
su agosto.

El pasado mes de abril
Pfizer publicaba un estudio en el que
aseguraba que el consumo de antidepresivos
en el Estado ha aumentado
un 10% en los últimos dos años:
de 30 a 33 millones de unidades vendidas
por año. Ante este panorama,
el enfoque feminista se impone en la
práctica psiquiátrica. “Ya se han empezado
a realizar análisis de género,
lo que es un primer paso para poder abordar el tema, pero como en todas
las disciplinas científicas hay cierta
resistencia a que haya una influencia
de género importante en la actuación
psiquiátrica”, comenta Jiménez.
En
el Estado español numerosas especialistas
comenzaron a cuestionarse
esta feminización de la locura en los
años ‘70 y ‘80, lo que coincide, según
Jiménez, “con la entrada de numerosas
feministas en la disciplina”.

EL MALESTAR QUE
NO TIENE NOMBRE

Durante la II Guerra Mundial,
muchas mujeres en EE UU de
clase media blanca coparon el
espacio público trabajando y
estudiando. Tras el conflicto, con
la vuelta de miles de soldados
desempleados, fueron expulsadas
de sus trabajos.

La imagen
de la perfecta ama de casa se
impuso en anuncios, películas y
en la mente de millones de mujeres.
«Las mujeres aprendieron
que las verdaderamente femeninas
no aspiran a seguir una carrera,
a recibir una educación superior,
a obtener los derechos
políticos», cuenta Betty Friedan
en La mística de la feminidad.

Frente a esa aparente felicidad,
Friedan destapó el llamado «problema
que no tiene nombre».
Estas mujeres manifestaban síntomas
de angustia y malestar
cuyas causas desconocían.

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