La autoestima se puso de
moda hace unas décadas y
ha acabado por convertirse
en un tópico, en un cajón
de sastre que usamos a diestro
y siniestro. El término lo acuñó
William James hace un siglo, pero
las y los psicólogos de hoy en día
no se ponen muy de acuerdo en su
definición. Parece que usamos la
palabrita incorrectamente. Alguien
aprueba un examen, consigue empleo,
le toca la lotería, se hace la cirugía
estética para mejorar su imagen
y decimos que le ha subido la
La autoestima se puso de
moda hace unas décadas y
ha acabado por convertirse
en un tópico, en un cajón
de sastre que usamos a diestro
y siniestro. El término lo acuñó
William James hace un siglo, pero
las y los psicólogos de hoy en día
no se ponen muy de acuerdo en su
definición. Parece que usamos la
palabrita incorrectamente. Alguien
aprueba un examen, consigue empleo,
le toca la lotería, se hace la cirugía
estética para mejorar su imagen
y decimos que le ha subido la
autoestima. La autoestima es una
condición psicológica que no cambia
de la noche a la mañana ni de
un mes para otro. Es más estable
que todo eso; y eso juega a nuestro
favor, porque significa que, en general,
no perdemos nuestras facultades
de golpe, que no nos derrumbamos
a la primera de cambio.
La Administración pública californiana
elaboró un ambicioso programa
e invirtió mucho dinero para
fomentar la autoestima en los niños,
en la creencia de que así se mejorarían
los resultados académicos
de los jóvenes y disminuirían las
drogodependencias y la delincuencia.
Vaya chasco se llevaron: al cabo
de los años se comprobó que la
autoestima no estaba relacionada
con ninguna de estas variables. Lo
único que se vio es que las personas
con más alta autoestima eran
más capaces de hacer amigos y decían
sentirse más felices que las
personas con autoestima más baja.
El psicólogo estadounidense Seligman
criticó que en su país (y posiblemente
en otros países desarrollados)
los educadores han malentendido
lo que es la autoestima
adoptando actitudes de sobreprotección
y crianza entre algodones.
Y relaciona esto con la epidemia
de depresión de las sociedades
opulentas. También se ha visto
que en las familias en las que apenas
hay normas ni límites para los
retoños, éstos presentan una autoestima
más baja. Muchos padres
y madres creen que hay que evitarle
todo tipo de contrariedades y
malestares a la criatura, “para que
no se traumatice”.
Hay dos ingredientes fundamentales
de la autoestima: el desarrollo
de capacidades y el sentirse bien o
digno de merecer una buena vida.
Seligman apunta que lo segundo es
consecuencia de lo primero. Si no
sabemos hacer ciertas cosas, nos
sentiremos incapaces; y si nos sentimos
capaces, el bienestar nos llegará
por añadidura. De lo que se
deduce que la mejora de la autoestima
es una tarea. Implica que nos
dejen libres para equivocarnos y
que nos corrijan (eso sí, con críticas
constructivas), y su mejoramiento
requiere de tiempo y esfuerzo.
Pero claro, el esfuerzo es un valor
a la baja que ya no está de moda
en las sociedades posmodernas.
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