Es una de las partes de la
memoria histórica más
olvidada: el control de la
sexualidad de las mujeres
durante el Franquismo y las
grietas por las que el deseo
sexual autónomo logró
escapar para expresarse.
La cruzada nacional sobre
el cuerpo de las mujeres
Carlota O’Neill, testimonio
de la represión franquista
Bajo la atenta mirada de Dios, el
Estado y el marido, las mujeres que
vivieron el nacionalcatolicismo franquista
cumplían para el régimen dos
papeles bien definidos: o eran puntales
del hogar, perfectas madres y
esposas asexuadas al servicio del varón,
o satisfacían, también al servicio
del varón, los deseos no cumplidos
por la ‘pin up’ ibérica de laca y
delantal. Eran madres o prostitutas,
cara y reverso de un modelo que negaba
la sexualidad autónoma de las
mujeres, condición imprescindible
para que el sistema político y económico
de la dictadura, el orden y la
tradición se impusieran durante casi
40 años y cuyo rastro se puede seguir
hasta la actualidad. Las mujeres
libres que intentaron vivir su sexualidad
fuera del matrimonio con fines
reproductivos eran consideradas
‘mujeres de dudosa moral’, más bien
putas o desviadas, castigadas y amenazadas
con el peso del pecado, el
delito o la enfermedad mental.
Un seminario organizado en
Madrid, entre el 5 y el 9 de abril, por
la Universidad Nacional de Educación
a Distancia (UNED) y el Museo
Nacional Centro de Arte Reina Sofía
ha intentado recuperar la memoria
de la sexualidad de las mujeres durante
la dictadura.
‘LIBRERAS’ Y ‘MACHORRAS’
Constituían la “transgresión de la
transgresión”, en palabras de Dolores
Juliano, antropóloga de la Universidad
de Barcelona. Las lesbianas no
servían al varón (ni al varón-estado
ni al varón-hogar) ni cumplían el papel
reproductivo deseado. “El Franquismo
ni siquiera les da carta de
naturaleza, no las reconoce como
sujetos”, explica a DIAGONAL la
directora de las jornadas, la socióloga
de la UNED Raquel Osborne.
El camuflaje social, la invisibilidad
y el silencio se van a convertir, sin
embargo, en estrategias de resistencia
para algunas mujeres. Es el caso
de las ‘libreras’ catalanas, que se reconocían
como lesbianas con este
nombre cifrado en la Barcelona de
los años ‘40 y ‘50. Mujeres, en su mayor
parte trabajadoras, que organizaron
redes de solidaridad cómplice
entretejidas con los ambientes bohemios
de la farándula del Paralelo para
poder generar espacios de libertad
en acampadas, cafés, playas...
Aunque la persecución sobre los
hombres homosexuales se realizó
de forma mucho más explícita con
normas como la Ley de vagos y maleantes
de 1933/34 (frente a la represión
más difusa de las familias o la
religión, que operaba de forma eficaz
con las lesbianas), hacia finales
del régimen, como señala la psicóloga
e investigadora en la Universidad
Complutense de Madrid Raquel
Platero, “existía una alarma concreta
hacia la disidencia sexual que suponen
las mujeres que aman a otras
mujeres y las mujeres masculinas o
‘machorras’, lo que es identificado
como un problema en aumento”.
LAS ‘CAÍDAS’
La situación de miseria y la falta de
hombres como sostenedores que deja
la ocupación de los nacionales empuja
a muchas mujeres de clase trabajadora
a convertirse en mujeres
‘públicas’ en un país que repartió cartillas
de racionamiento hasta 1952.
El régimen deroga el decreto que había
abolido la prostitución durante la
II República en 1935 y reglamenta el
sector con un registro específico y
cartillas sanitarias para estas mujeres,
con lo que se establece un férreo
control social, policial y médico.
La doble moral franquista permitirá
la prostitución en los burdeles y
mancebías, mientras que en la calle
perseguirá a las mujeres ‘caídas’
hasta 1956, cuando el régimen manda
cerrar las ‘casas de tolerancia’.
Después, como explica Jean-Loius
Guereña, de la Universidad François
Rebelais, de Tours (Francia), “la
prostitución no desaparece sino que
encuentra nuevas formas y, con precios
más altos, reaparece en meublés,
pensiones, con empleadas de
tiendas de moda, camareras...”.
PSIQUIATRÍA Y ALCOBA
La psiquiatría militarizada del régimen,
con Juan José López Ibor y
Antonio Vallejo Nájera como máximos
representantes, se encargó de
apuntalar con coartadas pseudocientíficas
la inferioridad mental de los
disidentes políticos y las mujeres.
Vallejo Nájera sostiene que el psiquismo
femenino tiene muchos puntos
de contacto con el infantil y el
animal y cuando desaparecen los
frenos que contienen socialmente a
la mujer, “despiértase en el sexo femenino
el instinto de crueldad y rebasa
todas las posibilidades imaginadas,
precisamente por faltarle las
inhibiciones inteligentes y lógicas”.
Por fortuna, trabajos como el de
uno de los primeros sexólogos españoles,
Ramón Serrano Vicéns (1908-
1978), arrojan algo de luz sobre el
comportamiento de las mujeres en
la alcoba. Este médico de familia, cuya
figura ha rescatado el sociólogo
Jordi Monferrer, realizó 1.417 entrevistas
a mujeres sobre su vida sexual
desde los años ‘30 a los ‘60. Algunas
de sus conclusiones resultan sorprendentes:
más de un tercio de las
casadas habían sido infieles, el
57,7% había tenido deseos extracoyungales
reprimidos y casi un 36%
de las mujeres había mantenido alguna
relación lesbiana. Un 84% de
las entrevistadas menores de 40 años
se masturbaba, algo que para Serrano
Vicéns equilibraba el espíritu y
les daba claridad intelectual.
LA SECCIÓN
FEMENINA
“A ti ya no te corresponde la
acción, ayuda a cumplirla”, reza
una de las proclamas de la Sección
Femenina, rama de la Falange
creada en 1934. Dirigida por
Pilar Primo de Rivera, tenía una
misión política: consolidar a la
mujer fuerte y sana que mejoraría
la raza en su lugar natural
(perteneciente al marido y en el
hogar) como piedra angular del
régimen. Las élites falangistas,
no obstante, no respondían a
este modelo: eran por lo general
solteras y con responsabilidades
en el espacio público. De estética
militarizada, respondían más
a la imagen masculinizada de las
figuras que las inspiraban, como
Isabel la Católica y Santa Teresa
de Jesús, su patrona.
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