DICTADURA // LOS INSTRUMENTOS DE REPRESIÓN ESPECÍFICOS DE GÉNERO
La cruzada nacional sobre el cuerpo de las mujeres

La represión franquista tuvo un componente específico de género: encontró en las vejaciones a las mujeres una vía perfecta de castigar a los vencidos.

- De madres, monjas, putas y ‘machorras’

- Carlota O’Neill, testimonio de la represión franquista

19/04/10 · 17:20

En la represión franquista confluyeron
la tradición ancestral de infligir
la derrota al enemigo a través de
“sus” mujeres y la doctrina acuñada
en el XIX que concebía el cuerpo
femenino como una anomalía que
negar y medicalizar. La historiadora
granadina Pura Sánchez, autora
del libro Individuas de dudosa moral.

La represión en Andalucía 
(1936-58), explica que “tropas y tribunales
franquistas (ilegales e ilegítimos),
jueces militares y de primera
instancia, comandantes de la
Guardia Civil, falangistas, alcaldes
y testigos eran un entramado represor
bien engrasado”. Tras la victoria,
“rapaban a las mujeres el pelo y
las fotografiaban para humillarlas.

Violaciones, vejaciones, hambre,
cárcel, trabajo esclavo, pérdida de
la libertad y la identidad, enfermedades
y encierros de por vida” buscaban
“la docilidad de los espíritus”.

A otras, según el psiquiatra Enrique
González-Duro, las “detenían, torturaban
y retenían sin juez militar
para encontrar a padres o esposos
huidos”. No eran sindicalistas destacadas,
sino “viudas, casadas, analfabetas,
amas de casa que sostenían la
economía familiar, o militantes de
base de Mujeres Libres o Mujeres
Antifascistas”. Encancelarlas condenaba
a sus familias a la exclusión,
castigo final del régimen a los vencidos.

Su condena no era por motivos
políticos, sino morales: eran
mujeres “malas, de dudosa moral,
saqueadoras, guarras, desafectas”.

El control sobre sus cuerpos era tal
que sólo dejaban a las madres presas
ver a sus bebés para amamantarlos,
a fin de evitar el contagio del
“virus marxista”. A las lesbianas, innombrables
en un régimen que negaba el deseo femenino, se las tildaba
de “viciosas” y se las encarcelaba
por la supuesta pulsión delincuencial
que se les atribuía en calidad de
‘no-mujeres’.

El Patronato de Protección a la
Mujer, creado en 1952, tenía un discurso
“aún más perverso”, según
Sánchez: “reformaba” a prostitutas
o mujeres a las que llamaban “imbéciles”
pese a no tener problemas
mentales. Y la amenaza se extendía
a todas: el Código Penal de 1944
acuñó delitos específicamente femeninos
que sancionaban el uso autónomo
de sus cuerpos: adulterio, infanticidio
(aborto) y prostitución al
margen del control estatal, vigentes
hasta los años ‘80.

Las historias y demandas de las
represaliadas emergen sin grandes
reconocimientos públicos. Según
Sánchez, ellas mismas “silenciaron
la represión por miedo al estigma
hacia su familia y el varón”. Algunas
incluso se casaron con falangistas
para lograr respeto. En marzo, la
Consejería de Justicia de Andalucía
emitió un decreto de reparación para
las cien mujeres que sufrieron tales
vejaciones en la zona. Sánchez
cree que ni a la clase política ni a los
jueces (algunos de los cuales siguen
en activo) les interesa hablar de la
memoria: “Y no se ha entendido que
la represión franquista tuvo un
componente específico de género”.

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