LGTB // LUCHAS QUE INTENTAN SUBVERTIR EL ORDEN HETEROPATRIARCAL
Construyendo lo ‘queer’

Queer es un término inglés que significa raro, invertido, maricón, bujarra, extraño, tarado, desviado. Si una lesbiana es ostensiblemente visible,
también puede predicarse de ella: bollera, tortillera, rarita, marimacho. Del mismo modo puede aplicarse a transexuales, travestid@s o bisexuales,
e incluso a heterosexuales con “conductas extrañas” fuera de la norma ‘hetero’. Una palabra usada, en principio, como insulto, epíteto marcador
contra aquellas personas en las que la concordancia entre sexo, género, deseo y rol no es la “esperada”, la “normal” o la “debida”.

Texto de Carlos Bargueiras, miembro del Grupo de Trabajo Queer y coautor de El eje del mal es heterosexual y Juan Lorente, filósofo

05/04/06 · 22:58

La adopción de ciertos colectivos
de lesbianas, gays,
transexuales y bisexuales
(LGTB) de ámbito anglosajón
de la palabra queer no es más que
un proceso de resignificación, de
subversión del poder y de estrategia
política, que indica una clara voluntad
de recuperar la iniciativa, la potencia
y la acción. Es un mecanismo
lógico y político equiparable a aquel
por el que las ‘putas’ se autodesignan
putas, o los ‘rojos’, rojos; o las ‘negras’,
negras. O este otro por el que,
en estas geografías, términos como
‘bollera’ o ‘maricón’ pasaron de ser
un insulto sancionado por un sistema
libidinal falocéntrico y una ética
católica a convertirse en arma positiva
y arrojadiza. Una toma de conciencia
con la que much@s no sólo
se posicionaban contra el orden heteropatriarcal
dominante, sino que
también trataban de subvertirlo.
El problema surge cuando por
necesidades de táctica y estrategia
política, por razones existenciales,
vitales, corporales y psíquicas, el híbrido
‘maribollo’ castellano o el
‘gay-lesbian’ anglosajón se revelan
tan dicotómicos, dialécticos, excluyentes
e invisibilizadores como
aquellos usados por la normatividad
que pretendían subvertir: las
políticas gays son hegemónicas e
inevitablemente silencian las agendas
lésbicas, la existencia de transexuales,
las prácticas bisexuales, etc.
En este contexto comienza a hablarse
de comunidad LGTB. Pero
muy prontamente las políticas
LGTB se revelan no solamente hegemónicas,
sino etnocéntricas, clasistas
y coloniales, se convierten en
un lugar que no puede ser habitado
por las migrantes, las fronterizas,
las mestizas, las pobres, las negras,
las sidosas, las explotadas.
Digamos de paso que queer es
aplicable a todo un universo conceptual
y material que abarca el sexo, el
género, la sexualidad, el deseo, el
cuerpo, etc. Este término significa
muchas cosas, no todas coherentes,
es demasiado plástico como para
poder cumplir esa función. Queer es
político y personal. Es una palabra
que escupe con rabia al sexismo, a
la homofobia y al racismo.
La política queer nace con la pretensión
de expulsar toda posibilidad
de una noción fuerte de identidad a
favor de una performance contestataria
y cambiante, es un espacio que
incluye a inter, trans, bollos, maricas,
etc. Un topos donde la identidad
no es más que una posición estratégica,
una morada en la que la creciente
politización de los ‘sectores
subalternos’ dentro de la antigua comunidad
gay-lésbica; transexuales,
inmigrantes, seropositiv@s, feministas
butch-camioneras, ‘osos’, etc.
van a liberar toda su potencia.
Estas instancias pluralizadas tratarán
de impedir todo intento de
construcción identitaria única. Su
política es la de la visibilidad, representación,
interpretación y comunicación:
desde el ‘sacar del armario’
como herramienta privilegiada y las
primeras marchas del orgullo hasta
los grupos sadomasoquistas . Y estas
políticas, en muchas ocasiones, van
a pasar por la adopción de estrategias
como la acción directa, la
desobediencia civil y la autogestión.

Teresa de Lauretis es la primera filósofa
feminista que en 1992 incorpora
el término queer en un discurso
académico. La elección del término
nace de una exigencia por desvincularse
del uso de adjetivos como lésbico-
gay, con el fin de destruir la identificación
entre homosexualidad
masculina y homosexualidad femenina,
y con el propósito de desmantelar
la caracterización política de
ambas en base a su antagonismo
contra la heterosexualidad. Cuando
hoy hablamos de ‘teoría queer’ nos
referimos a cierta ‘herejía epistemológica’
que nace de la hibridación de
los estudios gays y lesbianos, con la
crítica postcolonial y con algunos feminismos
postmodernos, muy interesados
en la deconstrucción de conceptos
como ‘sexualidad natural’, o
en la negación de las sobredeterminaciones
dialécticas homo/hetero,
hombre/mujer, cultura/naturaleza...
Tras este ‘acto de investidura’, la
‘teoría queer’ partirá de la interpretación
y relectura de autor@s como
Austin, Foucault, Irigaray, Kristeva,
Wittig, Rubin y otras tantas, y
que culmina con obras como El género
en disputa y Cuerpos que importan,
de J. Butler; o Epistemología
del armario, de E. W. Sedwick.
Un movimiento académico y
político que va a eclosionar y mostrar
toda su fuerza en los ‘90.

Mencionemos como apunte que esta
línea de pensamiento parte de un
sistema de género/sexo/deseo que
pone de manifiesto no sólo la construcción
cultural del género sino la
del propio concepto de sexo.
Por otro lado, las performances
(que tratan de evidenciar al género
como mascarada, simulacro y representación)
serán los instrumentos
adoptados para revelar la
incoherencia de los términos presuntamente
universales, cerrados
y categóricos como ‘sexo’, ‘género’
o ‘deseo’, entre otros; términos
sobre los cuales se funda la normalización
del régimen heterosexual.
Por último, debemos mencionar
que las teorías y las prácticas queer
no están exentas de las resistencias,
críticas, ataques y falsaciones realizadas,
en muchas ocasiones, por
esas mismas teorías y esas subjetividades
políticas de las que se nutre.

+A Agrandar texto
+A Disminuir texto
Licencia

comentarios

0

separador

Tienda El Salto