Hablamos con Miquel Missé y Gerard Coll-Planas, editores del primer libro en castellano sobre despatologización trans, sociólogos y activistas trans que analizan el discurso biomédico y las prácticas sanitarias.
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- Foto: Michele Lapini.
DIAGONAL: Exponéis la idea de
salud integral de la OMS como argumento
para que el proceso de
cambio de sexo no considere
la transexualidad como una enfermedad.
¿Cómo se articularía esto
en las políticas sanitarias?
MIQUEL MISSÉ: Es fundamental aclarar de qué modo las personas trans van a acceder al sistema sanitario y a los tratamientos médicos sin pasar por la imposición del diagnóstico. Diversos argumentos defienden que el acompañamiento médico a las personas trans debe garantizarse y debe hacerse más allá del diagnóstico. O en última instancia elaborar mecanismos diagnósticos que aseguren el autodiagnóstico sin una injerencia médica. En este sentido, hay un consenso en que las demandas médicas de las personas trans tienen que fundamentarse en un discurso sobre los derechos humanos, y no en la victimización.
D.: ¿El sistema nacional de salud español
está teniendo en cuenta la voz
de las personas trans?
M.M: Como en cualquier movimiento social, en el movimiento trans existe también un sector muy vinculado al Gobierno, en nuestro caso un activismo trans que sigue de cerca el discurso del PSOE. Más allá de estas voces, no se está teniendo en cuenta en ningún caso al activismo despatologizador.
GERARD COLL: Yo añadiría que en la actualidad no se dan las condiciones para que la voz de las personas trans sea escuchada en las consultas de las Unidades de Trastornos de Género. La obligatoriedad del diagnóstico para poder cambiarse el sexo en el registro, hormonarse y operarse lleva a la mayoría de personas trans a esconder información a los médicos, a decir lo que quieren oír. Así consiguen más rápido el diagnóstico. Esto supone una barrera en la comunicación entre trans y profesionales de la salud mental, impidiendo compartir dudas, contradicciones y sensaciones.
D.: En vuestras investigaciones desmontáis
el paradigma dominante
del origen físico-psíquico de la transexualidad,
y la apariencia en los
países de occidente de una transexualidad medicalizada...
G.C.: El discurso de los especialistas en transexualidad está plagado de contradicciones que, desde mi punto de vista, son fruto de la tensión entre la función que están ejerciendo (imponer el género violentamente a los cuerpos y subjetividades de las personas trans) en una sociedad que se presenta a sí misma como no violenta y no sexista.
D.: ¿Qué pensáis de los discursos
científicos que se producen sobre la
transexualidad?
G.C.: Desde las ciencias sociales, en las universidades del Estado español el género es un tema menor y cuando se trata, se suele enfocar de una forma restringida a las diferencias entre mujeres y hombres. Se desconecta así el género de otros aspectos como la homofobia o la transfobia. Esto no es exclusivo del ámbito académico, sino de la forma en que se ha institucionalizado el tema del género. En segundo lugar, el diálogo entre ciencias sociales y biomédicas/biológicas es complicado porque se parte de una desigualdad de prestigio enorme. Ahora bien, creo que se está produciendo una creciente deslegitimación de la patologización de la transexualidad y encontramos cada vez más profesionales de la salud con planteamientos críticos o, al menos, dispuestos a escuchar. De hecho, estoy convencido de que la crítica a la patologización irá en aumento y que dentro de unos años nos parecerá tan indignante como lo es ahora pensar que hasta 1990 la homosexualidad era considerada una enfermedad mental por la OMS.
D.: Los procesos de patologización
son causantes, en gran medida, de
la transfobia social. A muchas personas
les cuesta visualizarlo...
G.C.: La definición de la transexualidad como enfermedad mental tiene un claro impacto tanto en el imaginario social como a nivel práctico. Refuerza la reproducción de la asociación entre sexo y género, y define como enfermiza cualquier variación. También designa a las personas trans como ciudadanas de segunda fila, agredibles y discriminables, desembocando en una falta de respeto hacia ellas y las decisiones que decidan tomar en relación con sus trayectorias vitales.
M.M.: La idea del trastorno de identidad de género es en sí misma sexista y fomenta el odio hacia todas las expresiones de género no normativas, las estigmatiza. Parte de una presuposición biologicista de que las personas asignadas al sexo hombre deben tener comportamientos masculinos y que las personas asignadas al sexo mujer comportamientos femeninos, y todas las demás identidades de género son patologías.
¿Géneros desordenados?
Acaban de presentar el primer libro en español que cuestiona la transexualidad y el transgenerismo como enfermedad. El género desordenado. Críticas en torno a la patologización de la transexualidad (Ed. Egales, 2010) es un manual apto para todo el mundo que recoge ensayos y testimonios de casi una veintena de activistas trans y profesionales de la salud.
Los autores comparten una interesante autocrítica a su propia praxis y una necesidad de replanteamiento a partir de los principios de respeto a la autonomía, de reconocimiento de la diversidad y de fomento de la responsabilidad individual y respecto de la propia transición de género. Unos principios que en la actualidad no se respetan en las llamadas Unidades de Trastornos de Identidad de Género (UTIG) de los hospitales públicos en el Estado Español.
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