Texto de Carolina Puga (Barcelona).
“La idea es aumentar el número de
donantes con rasgos caucásicos
porque el flujo de clientes británicos
está aumentando”. Así, con una
liviandad que a muchos se nos hace
monstruosa, habla Raúl Olivares,
médico del Instituto Marqués
de Barcelona acerca de la búsqueda
incesante de jóvenes fértiles que
donen sus óvulos.
El Estado español se ha convertido
desde hace unos años en capital
europea del denominado ‘turismo
reproductivo’. Entre las razones
se encuentran los bajos costes
de los tratamientos en comparación
con otros países y la buena fama
de los profesionales. Pero el
cambio definitivo de domicilio de
la cigüeña de París a su nueva y
confortable casa en la Gran Vía se
debe, principalmente, a unas laxas
leyes que permiten, entre otras
bastantes cosas, el anonimato y no
la remuneración, pero sí la paga
por “la molestia”, que sería lo mismo,
de los donantes de gametos sexuales.
Sin embargo, en Reino
Unido se aprobó el pasado abril
una ley que anula el anonimato y
en Francia se prohíbe la compensación
económica. Las sumas de
dinero que movilizan estos procedimientos
no son nada desdeñables.
Los tratamientos son largos y
costosos: pueden llegar a los 9.000
euros, necesitándose en general
más de uno.
Donación de semen, donación de
óvulos, inseminación artificial, fertilización
in vitro y un largo etcétera.
Es imposible negar que a cada uno
de estos conceptos corresponde un
valor en metálico, independientemente
de la justificación de ese valor
(por el tratamiento, “por la molestia”,
etc.). Valdría asumir entonces que
asistimos a una ‘mercantilización de
la reproducción humana’, y reconocer
un papel importante al intercambio
en lo que en definitiva es la concepción
de un nuevo ser.
Es el lenguaje, eterno delator, el
que revela que el semen se guarda
en ‘bancos’, los embriones son
‘productos’ y la implantación en
útero constituye una ‘transferencia’.
Los óvulos, entonces, junto
con los espermatozoides, vendrían
a ocupar el lugar de la ‘materia prima’
indispensable que ha utilizado
el 40% de las parejas que pidieron
el año pasado un tratamiento de
fertilización asistida.
Pero el deseo de reproducirse tiene
sus condiciones: se buscan óvulos
blancos, óvulos rubios. Las páginas
web de las clínicas y sus responsables
no se cansan de repetir:
las donantes son estudiantes universitarias.
Difícilmente sea por un
título o un nivel cultural susceptible
de ser heredado genéticamente.
Quizás porque la estudiante universitaria,
mayormente, responde al
modelo físico imperante y deseado.
Se ha dicho que la donante ‘universitaria’
asegura el altruismo, no
estando en gran medida necesitada
económicamente (recordemos
que las donaciones de sangre u órganos
no son remuneradas). Este
argumento, ya débil de por sí, termina
de estrellarse contra el suelo
cuando, eureka, aparece la posibilidad
de hacer donantes a las mujeres
inmigrantes provenientes del
Este de Europa.
De más está decirlo: la situación
de la mujer inmigrante es precaria.
Ocupan lugares escasa o nulamente
regulados en la economía. El trabajo
doméstico, el cuidado de personas
enfermas y la prostitución
son los tres sectores con mayor presencia
femenina. En ellos, la explotación
es consustancial a la misma
actividad. A esto se suma a veces la
falta de conocimientos lingüísticos,
el bajo nivel educativo, un estatus
muchas veces irregular y la discriminación
por el simple hecho de
ser inmigrante, que produce un
efecto acumulativo con el ‘ser mujer’
que sufren también las autóctonas.
La mujer inmigrante se erige
así como especialmente vulnerable.
Pero las inmigrantes del Este tienen
la piel blanca. Y el fruto de su
óvulo, seguro, la tendrá. Estas mujeres
siguen la tendencia creciente
de la inmigración en general: son
más que los hombres, observándose
una feminización aún mayor que
en otros flujos migratorios.
El reclutamiento se está llevando a
cabo de forma voraz. La donación de
óvulos se ha duplicado en los últimos
cinco años. Las campañas del tipo
“Eres joven y los tienes a miles” son,
como cualquier otra publicidad, directas,
impactantes, con alto contenido
de imagen y poca información
acerca del procedimiento de extracción
de óvulos, que puede ser arriesgado
y doloroso. La hiperestimulación
ovárica que se le practica a la
donante puede causar infecciones y
hemorragias. A algunas mujeres se
las invita a someterse a tres y hasta
cuatro hiperestimulaciones al año, y
está creándose un registro de donantes
que permita saber cuántas mujeres
estarían dispuestas a hacerlo con
regularidad. Las claras estrategias
de mercado han determinado que la
medicina privada esté mucho mejor
provista de óvulos que la pública.
Sin duda, a estas situaciones de
presión y abuso, así como también
la negación de sus derechos identitarios
genéticos mediante el anonimato
(¿qué pasa si un día la donante
quiere saber qué fue de su óvulo?),
no sólo están sometidas las inmigrantes.
Pero son ellas quienes
aparecen como especialmente expuestas.
Por un lado, una remuneración
atractiva a quien está en situación
precaria. Por otro, el acceso
a la información. Y aquí la sorpresa.
Ya son varias clínicas las que
lanzan sus anuncios en las lenguas
maternas de las inmigrantes. Son
ellas (y no las locales) quienes quedan
expuestas a un solo tipo de información
y discurso que apaga las
voces de quienes intentan denunciar
una práctica que se está llevando
a cabo de modo denigrante.
Del otro lado, por omisión, por
invisible, por no buscado, el óvulo
africano, el óvulo latinoamericano.
Mujeres que podrían ser tan ‘altruistas’
como las otras. Deseos de
procrear, pero con tal o cual aspecto.
El óvulo no querido muestra el
componente definitivamente racista
de la búsqueda de óvulos. Una
búsqueda que pone en juego la dignidad
no sólo de quienes donan, sino
también de los padres y de la
medicina en general. De los niños
por nacer. Una búsqueda en la cual
la ética, perseguida por el mercado,
debe hacerse paso a codazos
para instalar en la sociedad un debate
informado.
Acceso
desigual
Los carteles para la demanda
de donación de óvulos,
en rumano, en ruso, en polaco.
La información para
clientes, en castellano,
inglés, francés, alemán. Sólo
este detalle nos dice quién
es quién en los procesos de
reproducción asistida. Ésa es
la otra cara: el acceso absolutamente
desigual a estas
técnicas. Una persona con
empleo precario nunca estaría
en condiciones de costear
una reproducción asistida,
pública o privada, ni por el
dinero que cuesta, ni por el
tiempo requerido sin trabajar
para dedicarse al tratamiento.
Paradójicamente, la mujer
a la que se le pide altruismo
es la mujer que menos goza
del altruismo del resto.
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