LSD-25. Albert Hofmann, científico y humanista nacido en Suiza en 1906, sintetizó por accidente en 1938 la dietilamida
del ácido d-lisérgico (LSD-25)./ Javier Esteban

Cuando con motivo de su centésimo
cumpleaños Albert Hofmann tomó
la palabra por última vez en el escenario
del Palacio de Congresos de
Basilea, los cerca de 3.000 asistentes
de todo el mundo y los 100 ponentes
del congreso guardaron un silencio
sepulcral. El creador de la LSD, que
se sostenía sobre unas muletas con
dignidad, tenía los ojos brillantes de
gratitud y emoción. Reflexionó y habló
con aplomo y genio: “La LSD,
mi criatura problemática, forma
parte de las drogas sagradas, como
lo han sido, en otras culturas, el peyote,
la ayahuasca o los hongos alucinógenos.
Lo que pido es que se la
deje ocupar su lugar en la sociedad,
pues es la herramienta más fuerte
para la expansión de conciencia jamás
descubierta por el hombre. La
verdad -concluyó- es que yo no descubrí
nada. Fue la sustancia la que
me descubrió a mí”.

Una enorme ovación dio paso a
otras intervenciones. Flanqueando
al ‘creador’ se encontraban hombres
de la cultura lisérgica, como
Storaloff, maestro de gran parte
de los genios de Silicon Valley,
Alexander Shulgin, moderno alquimista
del MDMA y creador de
más de 20.000 drogas de diseño,
Alex Grey, artista del ácido, Jonathan
Ott, etnobotánico internacional,
Carl P. Ruck, estudioso de los
misterios de Eleusis, y un largo etcétera
de celebridades de la familia
internacional lisérgica entre las
que se encuentran centenares de
profesores, artistas y científicos de
todo el mundo. Curiosamente, la
clausura de la reunión tuvo el aspecto
del congreso fundacional de
la ‘New Age’.