La expulsión de una mujer que acompañaba a su hija en una playa de Niza por estar tapada, ha abierto el debate sobre los usos del espacio público y la libertad de las mujeres musulmanas.

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Cuando la australiana de origen libanés Aheda Zanetti inventó el burkini, no habían tenido lugar los disturbios de Cronulla, en Sidney. No se trataba de una provocación ni de una reivindicación frente a las corrientes de odio que crecerían en torno a los disturbios que comenzaron a tener lugar en esa playa de ese suburbio de Sidney en el verano de 2005. No, cuando inventó este tipo de bañador deportivo, Zannetti quería, simplemente, una prenda que pudiera servir para que su sobrina jugara al netball, una disciplina deportiva popular en Oceanía.
Hoy, doce años después de que el burkini tomase forma en la imaginación de Zanetti, su creadora ha publicado el relato de su prenda en el diario inglés The Guardian. El artículo surge tras la polémica decisión de 15 municipios franceses de prohibir el uso de este modelo de bañador que tapa todo el cuerpo de las personas que lo llevan a excepción de la cara, las manos y los pies.
Las fotos de la multa de unos policías a una mujer que ni siquiera llevaba puesta esta prenda –ya que no tenía intención de bañarse– en la playa de los ingleses de Niza han reabierto la encendida guerra de civilizaciones que el Gobierno socialista francés ha asumido en el marco preelectoral de este año 2016. Niza ha sido la última ciudad en prohibirlo y el centro de la polémica, tras la expulsión ayer 23 de agosto de la playa de esa mujer, cuyo nombre de pila es Siam. Una expulsión que fue acompañada por los aplausos e insultos de algunos bañistas.
El primer ministro, Manuel Valls, proclamó que el burkini es una muestra de "la esclavitud de las mujeres", como recoge la web Político. La prohibición de los municipios franceses se dirige a prendas que "manifiesten abiertamente la adhesión a una religión en un tiempo en el que Francia y lugares de culto [en referencia a iglesias y sinagogas] son el objetivo de ataques terroristas".
Como recogía Amanda Figueras, en El Español, el director general de servicios del Ayuntamiento de Cannes fue más allá aún al indicar que el bañador integral es una "señal de adhesión al yihadismo”. Junto a Niza, Cannes y Villenueve-Loubet son algunas de las localidades costeras que han tomado esta decisión discriminatoria.
La voz de la inventora del burkini, ha defendido que los valores franceses son contrarios a una prohibición que limita el acceso de mujeres musulmanas a la playa: "Habéis cogido una prenda que simboliza felicidad, disfrute y ejercicio físico y la habéis convertido en un producto de odio (...) Nos estáis diciendo qué vestir, decirnos lo que no tenemos que hacer va a llevar a las mujeres a sus casas".
La escritora y activista Briggite Vasallo resumía en su cuenta de Facebook el verdadero alcance de la decisión de estos ayuntamientos franceses: "El debate no es sobre el velo, no es sobre el bañador: es sobre la exclusión del espacio público de algunas mujeres que por la razón que sea se visten así. Mujeres que, además, pertenecen a un grupo minorizado que atraviesa en Europa una situación de violencia racista especialmente difícil y a las que deberíamos estar procurando un poco de espacio para respirar. Volved a la realidad: esto no son ensayos académicos, es la posibilidad de real de que algunas de nosotras no podamos ir a la playa. Esa es la realidad".
Como explica Zoya Sheftalovich en Político, en el polvorín en el que se había convertido Sidney en el año 2005, el burkini –y otras prendas para la práctica deportiva como el hijood para la práctica de otros deportes– no fue parte del problema sino que constituyó un alivio para miles de niñas y jóvenes que hasta ese momento estaban relegadas de deportes como el atletismo, la natación o simplemente de los juegos playeros.
La prenda, cuenta su creadora en ese artículo, ha sido requerida por muchas mujeres no musulmanas. Personas de otras confesiones, judías o budistas, o enfermas de cáncer de piel, se han beneficiado del burkini. Un trozo de tela que la policía francesa considera que no respeta "los valores y el secularismo" y que por tanto, puede significar que quien lo lleve tenga que ser apartado de la diversión destinada a quienes llevan un trozo de tela asociado a los valores correctos.
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