El autor analiza los riesgos para la salud y el medioambiente de las bombillas de bajo consumo.
Texto de Eduard Rodríguez Farré, médico toxicólogo farmacólogo. Director del Departamento de farmacología y toxicología del CSIC en Barcelona.
De entrada parece positivo disminuir el consumo de energía sustituyendo las viejas bombillas, ya que las nuevas, las llamadas bombillas de bajo consumo, aunque son mucho más caras también son mucho más duraderas que las incandescentes. Pero, sorprendentemente, de lo que no se ha informado es de otras variables, nada marginales, sobre las que incluso la dirección de Medio Ambiente de la UE ha advertido.
La primera es que estas lámparas contienen en su interior mercurio: cinco miligramos de vapor de mercurio. Sólo esto ya representa una paradoja. Porque en el momento actual el mercurio se ha eliminado o se está eliminando de todos los dispositivos que usamos. El mercurio es un elemento altamente tóxico, sobre todo cuando se vierte al medio y se transforma en mercurio orgánico, especialmente en metilmercurio.
Éste es uno de los graves problemas ambientales que tenemos en la actualidad: el mercurio que históricamente se ha utilizado en minería, en la cuenca del Amazonas por ejemplo; el utilizado en las papeleras, en el mar Báltico, en muchas industrias del Mediterráneo...
Durante todos estos años se ha ido restringiendo el uso de mercurio en muchos procesos industriales. Recientemente la Unión Europea prohibió el uso de mercurio en los termómetros clínicos: aquel termómetro, con el que jugábamos con las bolitas cuando éramos chicos, se prohibió. Se ha eliminado el uso del mercurio en las pilas, en las baterías, en muchos procedimientos industriales. La última recomendación es retirarlo de los esfigmomanómetros, los aparatos de medir la presión arterial...Por eso resulta paradójico que nos obliguen al uso de bombillas de bajo consumo que contienen 5 miligramos de mercurio, de vapor de mercurio, cada una.
¿Qué riesgos entraña una bombilla?
Toda bombilla, en algún momento, se le puede romper a la persona usuaria. ¿A quién no se le ha roto alguna vez una bombilla? Si se te rompe la bombilla vas a inhalar el mercurio. Éste es mercurio elemental, inorgánico. Si se rompe una bombilla, es evidente que no va a matar a nadie porque lleva muy poca cantidad de mercurio, pero no deja de ser una exposición a un producto tóxico que puede producir determinados efectos.
Sin embargo, el mayor problema desde el punto de vista de salud pública es qué se va a hacer con los millones y millones de bombillas cuando dejen de funcionar. Nadie ha previsto esto. La dirección de Medio Ambiente de la UE ha advertido sobre ello. Pero es necesario decir una cosa políticamente incorrecta: las direcciones de Medio Ambiente en Europa y en otros lugares son meros floreros. La gran potencia que decide en la Unión Europea es la dirección de Industria.
Si hablamos de España, por ejemplo, donde vivimos 44 o 45 millones de personas, ¿cuántas bombillas van a ser usadas? Si miramos la cantidad de bombillas por persona en la casa, en el trabajo, en el comercio, en los almacenes,... Hablamos de 200 o 300 millones de bombillas, probablemente más. El problema es qué se va a hacer con todo este inmenso volumen de residuos cuando dejen de funcionar.
El problema accidental de que se te rompa una bombilla es un algo puntual; el problema general, gordo, es la gestión de los residuos en pocos años pues tras cinco años se fundirán muchas de ellas... Pero, aunque esto sea un problema, a la vez, aquí hay grupos, no lo olvidemos, que obtienen beneficios. Es evidente. Estas bombillas son más caras y están abriendo un nuevo desarrollo industrial.
Pero hay un segundo problema para la salud: estas bombillas nuevas, además de llevar mercurio, emiten radiación ultravioleta hasta una distancia de 30 centímetros a una longitud de onda que es cancerígena. Esto afecta al uso, y se ha sabido muy recientemente. Estas ondas pueden producir alteraciones en la piel y puede inducir la producción de melanoma. Nadie está permanentemente a una distancia de más 30 centímetros de la bombilla. Cuando estás leyendo un libro, por ejemplo, estás más cerca. Están intentando resolverlo poniendo filtros. Pero ponerlos implica que se encarece más la bombilla y que tiene menos luminosidad.
Más sobre el mercurio
Lo que se utiliza generalmente es el mercurio inorgánico, el mercurio como elemento. Pero, cuando el mercurio inorgánico llega al medio acuático y se introduce en la cadena alimenticia -a través de un proceso muy complejo que empieza en los sistemas tróficos más elementales, fundamentalmente bacterias reductoras y otros microorganismos-, se transforma en mercurio orgánico, metilmercurio. Se concentra en cantidades toxicológicamente significativas en los peces que están en la parte superior de la cadena, como el atún, el tiburón, el pez espada, etc., que son carnívoros.
Actualmente, en el Mediterráneo, el atún, el pez espada, por ejemplo, presentan cantidades muy importantes de metilmercurio por los vertidos, ya históricos, a través de los ríos Ródano y Ebro. Una de las mejores ilustraciones de todo esto puede observarse con la entrada de los atunes para la migración anual. Entran por Gibraltar, van a Sicilia, suben por la costa italiana, bajan por la costa española y salen otra vez hacia el Atlántico. Al entrar en el mediterráneo llevan una determinada cantidad de metilmercurio, pero al salir, llevan, sin exagerar, cuatro veces más. Puede afirmarse que no hay actualmente zona del planeta en la que no haya metilmercurio. El mar Báltico, por ejemplo, está ultracontaminado.
El mercurio inorgánico, el clásico, puede tener efectos negativos, sin duda, pero sólo a través de la inhalación del vapor de mercurio porque, prácticamente, el mercurio no se absorbe por vía digestiva. Los efectos producidos por la exposición a metilmercurio son mucho más importantes. Los estudió por primera vez la doctora Dorothy Russell, neuropatóloga que observó una serie de trastornos en un grupo de trabajadores de una fábrica de Inglaterra que manufacturaba metilmercurio como fungicida. Observó trastornos neurológicos en un grupo de ocho o nueve que, padecieron toda una serie de trastornos de severidad gradual según la dosis. A pequeñas cantidades se manifestaban una serie de trastornos sensitivos en los dedos, a mayores cantidades, trastornos motores, a mayores cantidades aún, alteraciones del pensamiento y de la cognición y, a cantidades mayores, incluso la muerte. Al morir, se hizo la anatomía patológica del cerebro y se vio, por ejemplo, afectación, no en el ojo, sino en las neuronas de la visión periférica, lo cual no está explicado aún. Afectaba también enormemente al cerebelo, a las áreas de audición y sensitivas y finalmente a las motoras.
Actualmente, por diversos estudios -sobre todo por las investigaciones llevadas a cabo en Irak, hace unos años, tras una intoxicación masiva debida a una partida de pan contaminada con metilmercurio- sabemos por ejemplo que, aunque una mujer, una persona adulta, no experimentara ninguna alteración, si ha estado expuesta durante el embarazo sus hijos pueden tener alteraciones, sobre todo de evolución cognitiva. Es decir que la exposición de la madre afecta al desarrollo del sistema nervioso central en el feto.
El metilmercurio tiene una característica importante y es que se acumula en el organismo durante años. No lo excretamos prácticamente. El que se elimina por la bilis al intestino, se reabsorbe de nuevo en gran parte y se elimina muy poco por las heces y la orina. Al no eliminarse va acumulándose en el organismo, con especial afinidad por el cerebro. Prácticamente entre un 10 y un 20% del metilmercurio que podamos ingerir se acumula en el cerebro, que representa el 1,5%-2% de nuestro peso aunque consume el 20% de toda nuestra energía.
El epidemiólogo danés Philippe Grandjean estableció un análisis de lo que se llama la cohorte de las Feroe. Pensó: si en Irak pasó esto en mujeres que no tenían ninguna afectación, también puede ocurrir que el consumo de metilmercurio a través del pescado, que no nos afecta a las personas adultas, puede estar afectando a los fetos, lo que implica que no hay una clínica neurológica observada pero sí déficits de inteligencia, déficits cognitivos y sensoriales.
Éste es el problema realmente importante en el momento actual, porque nos afecta a todos, porque no hay persona que no tenga metilmercurio en su cuerpo. En un estudio muy reciente que se está haciendo en Valencia, el 70% de las placentas de los nacimientos superan las cantidades máximas admisibles de metilmercurio. No olvidemos que España es un gran consumidor de pescado. Si hablamos del 70% de las placentas, esto implicará con toda probabilidad que estos niños y niñas van a tener algún déficit neurológico aunque no sea grave.
El artículo completo ha sido publicado dentro de la revista Mujeres y Salud MyS, editada por la Red de Mujeres Profesionales de la Salud CAPS (Centro de Análisis y Programas Sanitarios).
comentarios
3