La Inclusa de la Paz en Madrid entregó a cientos de bebés durante casi 40 años cuya identidad real se desconoce. Los nombres reales de las niñas y niños supuestamente abandonados allí no eran recogidos en los documentos. Al entrar a esta institución, se asignaban otros nombres ficticios a los niños que luego eran modificados al entregarlos a los padres adoptivos. Hoy muchos reclaman conocer su identidad y creen que fueron bebés robados.

- La Inclusa de Madrid. Foto: David Fernandez
El Instituto Provincial de Puericultura,
la Inclusa y el Colegio de la
Paz, situado en la calle O’Donnell
50, de Madrid, que funcionó como
tal desde 1945 hasta 1982, fue un
centro por el que pasaron y se entregaron
cientos de niños, de los cuales
muchos, según se sospecha hoy, pudieron
ser bebés robados.
Esta institución fue dirigida durante
años por Fernando Mellado Romero,
primo del general Manuel
Gutiérrez Mellado, nombrado en
enero de 1955 director y administrador
del centro hasta los años ‘70.
La inclusa, y el resto de dependencias,
estuvo regida por monjas de las
Hermanas de la Caridad. Según los
documentos, los bebés eran depositados
en el torno, donde una monja
los recogía. Pronto la inclusa se convirtió
en un ‘mercado’ de niños que
eran destinados a familias pudientes
y otras menos acomodadas pero, que
al igual que todas, pagaban importantes
sumas de dinero por el bebé.
El nombre de Fernando Mellado
Romero sale ahora a relucir en numerosos
documentos y testimonios.
La historia del robo de bebés ha trascendido
fronteras donde además
existen muchos niños, hoy adultos,
que fueron dados a familias de países
amigos del régimen, Chile,
Venezuela, Argentina, Puerto Rico,
Alemania...
Documentos incompletos
Los documentos de la Inclusa
de Madrid hablan de que unos
600.000 niños pasaron por la
institución durante los más de
40 años de su existencia.
Entonces, la inclusa contaba
con el tradicional torno donde
los bebés eran depositados en
canastillas, en las que la familia
introducía ropita para el
recién nacido e incluso alguna
nota comunicando si estaba
bautizado o se anotaba el
nombre que la madre o la
familia deseaban ponerle.
Borrar la identidad
Estos detalles eran registrados
por la monja de la inclusa sor
Irene, que documentaba en
distintos tomos, hoy en el
Archivo Regional de la Comunidad
de Madrid, una parte del
recorrido del bebé. De un tomo
a otro se perdía la identidad
real del pequeño, listo para ser
“prohijado” por otra familia
merecedora de descendencia
pero a la que “Dios había
negado los hijos”, se perdía.
Muchos bebés eran inscritos a
su llegada como hijos “ilegítimos”,
nacidos fuera del matrimonio,
e incluso se anotaba:
“hijo de madre adúltera”. Ser
madre soltera era pecado.
A pesar de toda
la documentación existente de la
época y del meticuloso registro de
los bebés, no hay partes de renuncia
de las madres a sus hijos. El registro
de los mismos suponía omitir nombre
y apellidos de la familia biológica,
fuera o no comunicada a la institución.
Las madres no podían arrepentirse,
los bebés eran entregados
a otras familias. Curiosamente, un
gran número de denuncias por el robo
de niños hoy se sitúa en la maternidad
de Santa Cristina, en
O’ Donnell, justo al lado de la Inclusa
de la Paz. En la maternidad supuestamente morían
los bebés, a la inclusa
llegaban.
Según los testimonios, muchos
bebés no eran abandonados,
eran entregados bajo la promesa
de las monjas para
recogerlos después, un tiempo
que permitía a la madre
recomponer su vida. Pero
tenían que pagar fregando el
suelo de la inclusa o amantando
a otros bebés. En otros
casos, cuando la madre volvía,
era tarde: el niño no estaba
o ya tenía otra madre.
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