Texto de Carlos Ealo
Anda el personal algo revuelto
últimamente después
de escuchar al presidente
Revilla negando
la existencia del cántabru o montañés
y refiriéndose a él como “castellano
mal hablado”. Que un político
sepa poco o nada de lingüística
es disculpable. Lo grave han sido
los comentarios respaldando tal
declaración que han aparecido
después en prensa y radio, casi
siempre firmados por personas
que ejercen en Santander de próceres
de la cultura, aunque sus títulos
sean de licenciado en Derecho
o en Historia, y no en Filología,
que es la especialidad que
suele ocuparse de estos asuntos de
las lenguas.
Pues bien: como filólogo en ejercicio,
uno no puede evitar hacer varias
precisiones sobre este tema.
La primera es que dudo mucho que
nuestro presidente o cualquiera de
estos intelectuales de provincias
hayan consultado alguna vez cualquier
manual relacionado con la
formación de áreas lingüísticas peninsulares,
por no hablar de los artículos
académicos firmados por
estudiosos como Menéndez Pidal,
Rodríguez Castellano o el británico
Ralph Penny, dedicados a las
peculiaridades lingüísticas de
nuestra tierra. Quizá si lo hubieran
hecho, descubrirían para su sorpresa
que todos ellos sitúan las hablas
populares que perviven en
muchos de nuestros valles dentro
del antiguo dominio astur-leonés.
Y por tanto, en un ámbito geográfico
diferente del castellano... ya
desde la Edad Media.
Entre toda esta caterva de plumillas
capitalinos, viene siendo
por norma el oponer el uso del
castellano como norma única en
Cantabria y superior a esos “chapurreos
de pueblerinos que hablan
con la ‘u’, con la ‘jota’ y con
la ‘i’. El comentario podría ser incluso
acertado si uno se circunscribe
a la ciudad de Santander,
donde casi la totalidad de la población
se expresa diariamente en
castellano (eso sí, con sus leísmos,
laísmos y su uso atroz del condicional
simple y perfecto). Pero yerra
de pleno si uno quiere referirse
a Cantabria en su globalidad.
Basta con salir a andar un rato y
compartir charla con las gentes
de lugares como por ejemplo
Carmona, Toranzo o Vega de Pas
para darse cuenta de que el discurso
hablado que emplean entre
ellos difiere en muchas ocasiones
del castellano normativo.
No deja tampoco de sorprenderme
la torpeza política de las
declaraciones de Revilla, cuyo
partido tiene un buen vivero de
votos en las zonas de habla montañesa
antes citadas, por no mencionar
su Polaciones natal, Liébana,
Cabuérniga, etc.
¿Qué pensará toda la gente
que vive en esos valles y que siguen
empleando orgullosa el habla
que se ha usado en su zona
durante siglos?
En una cosa sí que tiene razón
Revilla, y es en que los nuevos doctores
del ‘idioma cántabru’, con su
batiburrillo de hablas mezcladas y
un uso ridículo y antinatural del
vocabulario autóctono, no animan
precisamente al estudio de una
materia apenas conocida y, lamentablemente,
poco valorada entre
los mismos cántabros.
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