Las mujeres campesinas, pese a la enorme precariedad en la que se desenvuelven, se organizan para luchar por la soberanía alimentaria y el planeta.
Hoy más que nunca la soberanía
alimentaria, la
única alternativa de continuidad
de la vida, ha de
tener nombre de mujer, ya que son
éstas las más afectadas por las políticas
neoliberales y sexistas que dominan
la producción agrícola, pesquera
y comercial, y son muchas las
mujeres que luchan y seguirán luchando
contra esta situación.
El trabajo asalariado femenino en
la agricultura y la agroindustria es
fundamentalmente eventual y enfocado
principalmente a la agricultura
intensiva (horticultura y floricultura)
y en los almacenes de manipulados,
donde las condiciones laborales
son más ‘flexibles’.
En países de la UE el modo de producción
que se viene fomentando
desde la Política Agraria Común
(PAC), junto a la falta de derechos de
las mujeres en el marco de la explotación
agraria familiar, ya ha expulsado
a muchas mujeres del trabajo
agrícola. En el Estado español, a los
diversos factores que influyen, hay
que sumar el modelo de desarrollo
basado en el ladrillo, es decir en la
construcción de viviendas para turismo
y segundas residencias, que ha
ido sembrando de cemento durante
décadas territorios que antes se dedicaban
al pastoreo, a la agricultura, al
cuidado de los bosques. Ello ha obligado
a una larga y continua emigración
hacia las ciudades, despoblándose
y envejeciéndose la población
campesina, a la vez que se han ido
perdiendo servicios (escolares, de salud)
en los pueblos y comarcas.
En regiones donde siempre el latifundio
ha sido la norma, como en
Andalucía y Extremadura, también
las jornaleras, con más dificultades
de empleo que los hombres en el
campo, emprendieron el camino de
las ciudades. Muchas mujeres salieron
para “servir” como criadas con
salarios miserables y sufriendo tratos
denigrantes, a trabajar en las
industrias, a fregar por horas en domicilios
dentro de la economía sumergida,
o a casarse y depender del
marido, ya que no encontraron empleo
para ellas.
Hoy día, ese proceso avanza con más lentitud, pero continúa teniendo impactos negativos sobre las mujeres, y las que se han quedado en el campo se dedican en gran parte a tareas que no tienen que ver con la agricultura. Y como eslabones de la cadena patriarcal, nuevas mujeres, esta vez migrantes del campo de otros países han llegado a Europa, al Estado español a cubrir esos trabajos de limpieza, de cuidado de las personas, que años atrás realizaron las migrantes
campesinas en sus propios estados. Y unas y otras también han encontrado, en la medida que la mano de obra masculina lo ha ido dejando, un espacio en las agroexplotaciones, como asalariadas. Trabajos con unas condiciones infrahumanas, donde los horarios no tiene limiten, la dureza es extrema, los productos contaminantes envenenan sus cuerpos, y su salario apenas llega para nada. Por ello “cuando tengamos una bella flor en la mano, pensemos en las espinas que se han clavado en el cuerpo de las mujeres que las cultivaron”.
Pero a la vez, tantos años de luchas,
experiencias, organización y
reflexión están dando sus frutos. A lo largo y ancho del mundo las mujeres
campesinas, en toda su diversidad
de identidades, de etnias, de países,
de formas de pensar y entender, están
transformando la vida. Mujeres,
que en alianzas con otros movimientos,
denuncian las desigualdades en
el campo y en sus territorios; mujeres,
que en complicidad con organizaciones
feministas, han analizado,
visto y sentido las violencias también
en el ámbito de las relaciones interpersonales
y la segregación e infravaloración
de sus trabajos, tanto el
del campo como el doméstico y el del
cuidado de las personas; mujeres,
que se han calzado con la palabra y
se han puesto a reivindicar su espacio,
tantas veces negado, en los lugares
de decisión; mujeres que tienen
propuestas para acabar con un
mundo que niega a las personas pobres,
a las que pertenecen a pueblos
originarios, a las mujeres del campo
de todos los países. Mujeres que
han abierto la caja de Pandora de
donde afloran los problemas pero
también las soluciones, y han hecho
ver que existen, trabajan, proponen
y luchan, detrás de la línea de invisibilidad
donde las han colocado
las sociedades capitalistas y patriarcales.
Mujeres que dicen basta,
estamos, somos, tenemos nombres,
capacidades e inteligencias y queremos
que sean vistas y valoradas.
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Las fotos del reportaje sobre la Mujer Trabajadora que aparecen en el número 121 de Diagonal forman parte del proyecto "Mujeres Campesinas del Sur", promovido por Entrepueblos y el Grupo de Soberanía Alimentaria y Género. Un proyecto generador de espacios de reflexión y acción en favor de las luchas de las mujeres campesinas por la Soberanía Alimentaria. Entre los materiales que ha alumbrado está una exposición fotográfica y un documental, ambos alrededor de la Soberanía Alimentaria y la equidad de género.
El Grupo de Soberanía Alimentaria y Género se constituyó en Sevilla a raíz de unas jornadas internacionales organizadas por Entrepueblos en colaboración con otras entidades. Promueve iniciativas de formación, sensibilización e investigación en torno al derecho de los pueblos a construir modos equitativos y sostenibles de producción, distribución y consumo de alimentos, atendiendo al protagonismo de las mujeres e Sur y del Norte en estas luchas. Abierto a la participación de personas y entidades interesadas está constituido por Ecologistas en Acción, CIC-Batá, Veterinarios sin Fronteras, La Ortiga, Red Andaluza de Semillas, Universidad Rural Paulo Freire Sierra de Cádiz y Universidad Rural Paulo Freire Sierra de Huelva.
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