Una puerta es un elemento que se abre y se cierra, deja pasar e impide el acceso. Las palabras ‘puerta’ y ‘puerto’ tienen una raíz común, prtu-, que en protoindoeuropeo significa ‘pasaje’. A partir del siglo XV la palabra ‘puerto’ adquiere la acepción de ‘sitio de refugio’.
Una puerta puede cerrarse para defender la intimidad de un espacio, para proteger la posesión de bienes materiales o para impedir el acceso a una ciudad. Una serie de puertas cerradas puede prohibir la entrada a un continente entero.
Lampedusa, Sicilia, 28 de junio de 2008: viene inaugurada la Porta di Lampedusa - Porta d’Europa, obra del artista italiano Mimmo Paladino, dedicada a las personas muertas en el mar buscando sus derechos. Una puerta de cinco metros, en cerámica y hierro, dirigida hacia el punto de inicio del viaje. Una puerta que no se abrirá, que nunca será puerto, cerrada por el cristal invisible de la ley.
En la web de los impulsores de la realización de la obra se lee su intención de entregar a la memoria la búsqueda desesperada por partes de los migrantes de un destino mejor.
‘Desesperado’, ‘migrante’ y ‘destino’ son tres palabras que apartan el problema confinándolo en un espacio otro, que nada comparte con nuestra cotidianidad y nuestras vidas modernas, nuestras smart cities, nuestras pólizas de seguro, nuestras esperanzas vacías. Palabras que alejan la responsabilidad, palabras que vacían de significado eventos densos. Refugio, puerto, defensa, derechos, igualdad les devolverían densidad.
Un espacio –el Mediterráneo– aparentemente lejano, invisible, separado del espacio metropolitano, representa en realidad su espacio complementario
Un espacio –el Mediterráneo– aparentemente lejano, invisible, separado del espacio metropolitano, representa en realidad su espacio complementario, su negativo, en que se esconde la verdad de nuestras metrópolis, que los ciudadanos bien (des)educados no quieren ver. La verdad se acerca cada día más, llega en barcazas, trenes, camiones, salta vallas, anda días, llegando a su origen, nuestra modernidad, nuestra economía, nuestro espacio metropolitano.
Barcelona, Eixample, 2015, en un hotel de cuatro estrellas. La puerta principal –dos hojas de cristal tan limpio que resulta invisible– se abre y se cierra al ritmo de los clientes, siguiendo silente las órdenes de la cámara. Los clientes andan en dirección perpendicular al umbral, con la seguridad que les otorga una tarjeta de crédito, procedentes de taxis que atraviesan la ciudad sin penetrarla.
La puerta se abre, automática y acrítica, sin pensar, como un autómata programado para no ver, un vigilante de una fábrica moderna que controla la producción, un empleado de un banco que ofrece preferentes, un arquitecto de renombre que diseña un espacio de excepción.
Paralelamente al umbral pasan carros del súper cargados de hierro y otros metales –barcas que vagan en el mar metropolitano– empujados por personas invisibles que conocen las aguas del Mediterráneo, personas que el ciudadano modélico no nota, quizás por distracción. Los carros recorren las manzanas del Eixample, recogiendo restos de aparatos electrónicos realizados por otras personas invisibles en países lejanos, otros espacios complementarios –y necesarios– al espacio metropolitano. Al pasar de las barcas metropolitanas las puertas del hotel no se abren, las cámaras no las ven, quizás por distracción.
Embarcaciones vagan en el mar, cargadas de personas que buscan sus derechos, encontrando puertas cerradas por el cristal de la ley. Carros vagan por el espacio metropolitano moderno, invisibles, buscando sus derechos –perdidos en nuestra economía– encontrando puertas cerradas por cámaras de seguridad, cristales asépticos, ciudadanos-clientes que han perdido la vista, quizás por distracción. Lo que ocurre en el mar tiene su homólogo en la ciudad, lo lejano está cerca.
Nuestras ciudades están hechas de puertas abiertas que esconden un cristal tan limpio y aséptico que resulta invisible. Un cristal hecho de palabras vacías cristalizadas –las palabras de leyes cínicas y de un sistema (des)educativo acrítico, que no cuestiona el status quo– que erigen vallas y muros envolviendo las ideas y las mentes.
Puertas simulacro que hay que aprender a abrir con palabras encontradas en sitios oscuros, anómalos, diálogos inter pares en lugares marginales.
Hay que encontrar la mirada para abrirlas, una mirada ex-ducativa, libertaria. Hay que forzar las puertas con palabras densas.
Fuente fotográfica
https://grazianograziani.files.wordpress.com/2011/11/lampedusa-5-e28093-porta-deuropa.jpg
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Viaje en el espacio físico de la ciudad, las ideas que lo crean, la materialidad que lo compone, las excepciones y desviaciones que proponen posibilidades nuevas.
Wayward Wandering es teórico de la arquitectura. Colabora con varios medios en el ámbito del pensamiento crítico y es consultor de la Universidad de Edimburgo en el área de las artes y la arquitectura.
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