Movimientos
Interrogando la "crisis" desde miradas feministas
12
Dic
2013
22:01
¿Cómo hacer de la vulnerabilidad un arma para la política?
Por Vidas precarias

Pensar la vulnerabilidad[1] surge como una necesidad frente al omnipotente relato de autosuficiencia en el capitalismo contemporáneo. Aquel que afirma que la vida es un camino individual, no compartido. Pero también frente a la mercantilización de nuestra fragilidad. La búsqueda legítima del bienestar deviene suculento negocio acorde con la idea de que empeñándonos podemos lograr la plenitud. Miles de productos se agolpan ante nuestros ojos, prometiendo respuestas definitivas: salud, estética, alimentación, entrenamiento corporal… Solo es cuestión de intentarlo con ahínco. Un esfuerzo más. Un paso más. Una deuda más.   
 
Frente a la autosuficiencia impuesta y a la fragilidad corporal hecha mercancía, se imponen dos preguntas: ¿En qué sentido puede ser la vulnerabilidad un punto de partida importante para leer la realidad? Y, ¿puede ser, con sus dificultades y límites, un arma para la política? Dicho de otro modo, ¿cabe pensarla como una palanca para el cambio? Para tratar de responderlas, vamos a avanzar dos ideas: la vulnerabilidad no es solo una imposición del neoliberalismo, sino la condición ontológica de toda existencia. Precisamente por ello, es necesario extraer las consecuencias de dicha condición: señala un estado de inacabamiento que nos obliga a salir fuera de nosotras mismas, dibujando una subjetividad de lo abierto. En este punto, nos vemos convocadas a repensar el vínculo con los otros. Pero este pasaje desde la vulnerabilidad no se produce de manera automática: exige abordar el sentido que le damos a la vida en común. Vayamos por partes.
 
Pensar la vulnerabilidad es importante por tres motivos. El primero tiene que ver con las aportaciones desde los feminismos que recuerdan que el cuidado, en un sentido profundo, es hacerse cargo de la condición finita del sujeto. Entre otras cosas, obliga a reconocer la presencia de otros cuerpos: nos exponemos al Otro. Este exponerse, como dice Judith Butler, es ambivalente: al mismo tiempo que me posibilita ser, implica un riesgo, puedo ser dañada. El desafío entonces es doble: cómo no resolver el cuidado de manera injusta, responsabilizando del mismo a un colectivo social, y cómo evitar que el contacto con el afuera se traduzca en desigualdad y violencia.   
 
El segundo motivo tiene que ver con la extensión de discursos voluntaristas que tratan afectos negativos –tristeza, impotencia, frustración– como estadios a superar por la fuerza del deseo. La consigna idealista, mantra del capital, es: “si quieres, se puede”. Como si el deseo, alejado de toda condición material, estuviese hecho de empeño vacío, palabras o razones. Sin embargo, ¿qué ocurre cuando no podemos siquiera desear? ¿Cuándo el cuerpo apresurado se tensa mientras dicta “no-puedo-levantarme-más”? Esta pregunta es clave en un momento como el actual en el que aquellos afectos están más presentes, debido a situaciones en muchos casos dramáticas. En este sentido, ignorarlos sería dar la espalda a lo social. Pero, a través de experiencias como la PAH, podemos ver que para que una asamblea que encoge el corazón acabe siendo un espacio de fortaleza, de lucha y alegría, es necesario darles un lugar; hacer algo desde y no contra ellos.
 
Por último, las situaciones de vulnerabilidad nos permiten ver la contradicción que surge en ocasiones entre algunos aspectos de la vida y la política. Las crisis –sobrecarga de trabajo, cuidado de otras personas, enfermedad– lejos de constituir un lastre, pueden ayudar a desarrollar otra sensibilidad, otra manera de ver el mundo desde la que repensar tres dimensiones: la temporalidad de la política (en términos de proceso y tránsito, no solo de presencia); la participación (considerando formas diversas de estar o hacer); y el compromiso (ya no como deber moral transcendente, sino como elaboración de problemas concretos). Estas situaciones permiten observar desde otra perspectiva la realidad. Son como una ventana por la que miramos y descubrimos un paisaje nuevo que antes no podíamos ver. En este sentido, no paralizan, al contrario, enriquecen los modos colectivos de hacer. 
 
En definitiva, la vulnerabilidad nos acerca a comprender que toda posición es situada, inconsistente, finita. Lo que constituye una virtud al señalar que cada realidad es una singularidad, diferencia radical. Pero, en un mundo en el que la diferencia ya no es ruptura, sino condición de expansión del poder de los mercados, en el que las diferencias se convierten en indiferencia dentro de las dinámicas de consumo, ¿cómo recuperar la potencia de la diversidad como interrupción y no confirmación del mundo que tenemos –y no queremos–? Para que las diferencias no redunden en indiferencia es preciso recuperar el espacio común no mercantilizado que ha sido robado a la vida. No obstante, antes de dar por hecho alguna idea preconcebida sobre la vida en común, es preciso dirimir su sentido.
 
Por una parte, la vida en común es la realidad de interdependencia de la que está hecha nuestro mundo. Aquello que, activando una política de la escucha, la atención y el aprendizaje podemos descubrir en la misma experiencia social: no solo hay individualismo, también huellas de lo colectivo. La vida en común es lo que permite que, pese a todo, el mundo siga su curso. Sin embargo, no hay que pensar que constituye una realidad buena per se, algo necesariamente liberador. Por lo que, no se trata, por otra parte, solo de descubrir lo que de común ya hay en la realidad: es preciso pensar en qué queremos que consista. Aquí se perfila una política más imaginativa o inventiva en la que nos enfrentamos al debate en relación al contenido y a la organización de la propia vida en común.
 
En este debate se abren tres desafíos: cómo defender los bienes comunes materiales del proceso de privatización y expropiación capitalista (agua, tierra, bosques, energías); cómo proteger y hacer circular libremente los bienes inmateriales (conocimiento, cultura, ocio, Internet); y, por último, cómo organizar la vida en común (decidir los trabajos socialmente necesarios para el bienestar de la sociedad; generar una responsabilidad social en el cuidado; delimitar esferas cubiertas por el Estado, papel de las empresas y apertura de espacios comunes no estatales para la experimentación de la vida en común). Sin embargo, este debate no tiene como resultado una definición última de la vida en común; al contrario, muestra un proceso que debe mantenerse abierto, en el que la sociedad, no exenta de conflictos y contradicciones ni de tensiones entre lo singular y lo colectivo, debe encontrar mecanismos con los que procurar una vida vivible.
 
Para mantener la doble dimensión de la vida común como algo a descubrir y a construir, como ontología y organización social, como acontecimiento y creación, como política de la escucha y de la invención, es necesario dejar que la política se vea atravesada por la vulnerabilidad.  Esto nos permite entender el mundo de otro modo: no lo sabemos ni lo podemos todo. Pero también es necesario que la vulnerabilidad se vea atravesada por la política. Percibir la finitud del ser es la condición para no clausurar el sentido de la realidad; es lo que nos permite producir desplazamientos inesperados. Y es de esta forma en la que la vulnerabilidad se torna potencia, no como aquello que lo puede todo, sino como aquello que, sabiendo que no lo puede todo, es capaz de inventar nuevos sentidos de vida.

silvia l. gil

           
[1] Este pequeño texto surge de las conversaciones mantenidas con algunos amigos y amigas en las jornadas sobre Precariedad, vida dañada y vulnerabilidad celebradas hace unos días en Barcelona. Y continúa con las importantes preguntas planteadas por Haizea en este mismo blog en su post “La vulnerabilidad está en lxs otrxs”.          

                                                                   

(Imagen extraída de El Diario.es: http://elasombrario.com/la-extrema-belleza-del-cuerpo-humano-segunda-parte/)

                                                                                                                            

 

 

comentarios

3

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    BBB
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    Mié, 01/01/2014 - 17:33
    A mí me ha pasado igual que a AAA.
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    BBB
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    Mié, 01/01/2014 - 17:32
    A mí me ha pasado igual que a AAA.
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    AAA
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    Sáb, 12/14/2013 - 20:05
    Condición ontológica de toda existencia, condición finita del sujeto, toda posición es situada, inconsistente, finita... Una recomendación es que cuando se quiera enviar un mensaje se describa con palabras sencillas para que pueda llegar a la mayor gente posible. El título me ha llamado la atención pero no me he enterado de nada.
  • Vidas precarias

    Hoy, en medio de una de las tantas tormentas de la lluvia ácida del capital, mezclamos voces, deseos y miradas feministas para interrogar la realidad desde otros lugares que no sean el sujeto obrero-blanco-heterosexual-urbano que hace tiempo dejó de representarnos. Aquí nos encontramos amaia orozco, Haizea M. Alvarez, Martu Langstrumpf, Sara LF y Silvia L. Gil, partiendo de nuestros cotidianos para conversar entre nosotras y con otras en las fugas y resistencias que visibilizan conflictos y generan otras formas de vida.

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