Hablar de la vida, de la vida que merece la pena ser vivida, de sostenibilidad de la vida, de vidas precarias, exige, sí o sí, hablar también de la muerte. Supongo que sonará obvio, pero no sé al resto, a mí me cuesta (mucho) asumirlo y darle forma. Por eso lo que siguen son palabras muy en bruto, muy en primera persona y poco reflexionadas.
Hace ya muchos años una profesora de primaria me comentaba la enorme carencia que suponía el no hablar nunca a lxs niñxs de la muerte, no enseñarles a abordarla y entenderla como parte de la vida. Y ahí seguimos, a trancas y a barrancas desde la infancia hasta el final. Huimos del dolor, de la enfermedad. Delirios de inmortalidad que no son en absoluto nuevos, y mecanismos para escapar que tampoco son precisamente recientes: las religiones y sus diversas promesas de vida eterna, el amor romántico como sublimación de la existencia, la fe en los avances científicos para alcanzar la eterna juventud. Y, sin embargo, la muerte llega. Más vale reconocerlo e integrarlo, también en nuestras luchas políticas. ¿Cómo variarían nuestras reivindicaciones si no negásemos esta dimensión oscura que nos aterroriza? La persecución del buen vivir es también lucha por el derecho a una muerte digna, con todas sus implicaciones tan bien planteadas por la AFDMD (Asociación por el derecho a morir dignamente).
En ese marco se sitúa la opción de elaborar un testamento vital. Anticipar cómo queremos ser tratadxs si llega un momento en el que no podemos expresarnos no solo es un ejercicio de libertad, sino también de responsabilidad con quienes nos rodean; la durísima decisión de qué tratamiento darnos, hasta dónde arriesgar una operación, hasta cuándo mantenernos enchufadxs (para entendernos), nunca debería ser suya; sino propia de cada unx.
Gracias a luchas previas es ya una posibilidad realizar el testamento vital, llegando hasta donde la legislación actual permite e incluyendo como porsiacasos lo que aún no está reconocido (lo que debemos luchar porque se reconozca). La AFDMD nos aconseja incluir la limitación del esfuerzo terapéutico, los cuidados paliativos (especialmente la sedación terminal) y la eutanasia activa. Sea como sea, cada quien que lo piense bien, solx y en compañía, en casa y escuchando a quienes ya tienen muy trabajados estos asuntos. Eso sí, lejos del confesionario.
Una amiga firmó su “documento de instrucciones previas” en Madrid hace unos meses. Si lo hacéis, veréis que llega un punto donde se te pregunta qué quieres que se haga con tu cuerpo cuando fallezcas: donación o no, de órganos o del cuerpo, para la investigación o la enseñanza universitaria. El salto se da si optas por donar el cuerpo a la enseñanza, porque, en ese caso, no se devuelve a la familia. Consultando al funcionariado encargado del trámite en madrid (vaya un ole por ellxs), fue ahí donde apareció la duda: es duro pensar que tu cuerpo, o el de alguien que te importa, quede abierto en canal, expuesto en manos anónimas. Pero, si no hay cuerpos muertos para la enseñanza, ¿cómo aprender a sanar cuerpos vivos?
En un alarde de buenismo poco reflexionado, a punto estaba esta colega de marcar con una x la dichosa casillita cuando preguntó: “Y, claro, habrá poca gente que done su cuerpo a la enseñanza, ¿no?” Alucinó cuando la respuesta fue un no rotundo. De hecho, hacía meses que las universidades en madrid ya no recibían más cuerpos, el cupo del año se había alcanzado hacía tiempo.
- ¿Y eso?
- Por la crisis.
- ¡¿Por la crisis?!
Sí, por la crisis. Porque donar el cuerpo de esa forma implica no tener que pagar el entierro. Más aún, a veces permite gastar en necesidades más acuciantes el dinero que el seguro da para el entierro. Sí, es la crisis. Resulta que la muerte también está mercantilizada (¡el más allá está mercantilizado!) y que el derecho a la libre decisión sobre qué hacer con tus huesos tampoco es igual para todxs. O sea, morir no es un derecho, es otro privilegio.
amaia
fragmentos de este libro pueden leerse aquí
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Hoy, en medio de una de las tantas tormentas de la lluvia ácida del capital, mezclamos voces, deseos y miradas feministas para interrogar la realidad desde otros lugares que no sean el sujeto obrero-blanco-heterosexual-urbano que hace tiempo dejó de representarnos. Aquí nos encontramos amaia orozco, Haizea M. Alvarez, Martu Langstrumpf, Sara LF y Silvia L. Gil, partiendo de nuestros cotidianos para conversar entre nosotras y con otras en las fugas y resistencias que visibilizan conflictos y generan otras formas de vida.
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