Nota: Este post está pensado para debatir entre feministas. Lo escribe una comunicadora, no una académica.
Taller de autodefensa feminista en San José de Costa Rica. Una de las facilitadoras, Alejandra, abre el espacio de reflexión inicial preguntando a las participantes qué es para nosotras ser mujer. Todas estamos de acuerdo en hablar más de construcciones sociales que de esencialismos, pero salen cuestiones como las siguientes (estas son las que recuerdo, y no las cito literalmente porque no tomé notas):
- Tenemos una intuición especial, una sabiduría, un poder como mujeres.
- Tenemos más desarrolladas las actitudes relacionadas con los cuidados.
- Somos diversas, no hay una forma única de ser mujer.
- “Menstruar y sentir que tengo una potente energía sexual femenina (fuerza creadora, transformadora) me conecta y me reconcilia con mi cuerpo y mi identidad de género”.
- Tenemos en común que enfrentamos situaciones de opresión, que resistimos a los mandatos sexistas y a la violencia patriarcal.
Si bien disfruté escuchando los sentires de las compañeras y me parecieron muy empoderantes, cuando llegó mi turno confesé que esa pregunta me había sumido en una crisis. Que no encontraba un mínimo común denominador que me incluyera, aparte del punto de enfrentar la dominación patriarcal. Que no creo que me caracterice por mi intuición, que no sé cuál es esa sabiduría o poder que emana de la feminidad, que no soy la persona más cuidadora del mundo, que creo que hay muchas mujeres que no menstrúan y no mujeres que menstrúan, que siento en mí una potente energía sexual femenina pero (cada vez más) también una potente energía sexual que definiría como masculina. Que creo que lo que me da fuerza para rebelarme contra el patriarcado es ser feminista, no ser mujer. Que llevo años en el proceso de desprenderme de los elementos de la feminidad que siento como impuestos y que en ese proceso no veo la forma de sentirme más mujer. Que creo que la categoría “mujer” se ha construido como alteridad de la categoría “hombre”, que se piensa como la universal (Adán y su costilla). Que si decimos que “las mujeres tenemos una intuición especial”, creo que estamos cayendo en ese pensamiento androcéntrico. Que no tengo ni puta idea de qué es ser mujer más allá del modelo hegemónico de ser mujer que se nos ha impuesto a los cuerpos diagnosticados como tales. Que creo que el ser mujer viene tan determinado por la mirada patriarcal (como dice Pierre Bordieu en 'La dominación masculina', confinadas al estatus de objetos simbólicos que siempre serán mirados y percibidos por el otro), que ahora que me siento razonablemente liberada del poder de esa mirada masculina, mi identidad de género se siente más difusa.
Ha sido mi segunda crisis de identidad de género. Siempre me he sentido primero “muy niña” y luego “muy mujer”. Eso fue cambiando sin darme cuenta una vez que dejé de relacionarme sexoafectivamente con hombres. La primera crisis fue hace unos meses, cuando leí 'Cómo ser mujer', el bestseller de Catlin Moran, y me di cuenta de que no me sentía identificada. No ya con su discurso o con su relato, sino con la categoría “mujer”. Ahí sentí qué significa “Las lesbianas no son mujeres”, la contundente cita de Monique Wittig. En realidad, yo no había leído su obra 'El pensamiento heterosexual', pero sí que conocía su tesis, entre otras cosas por una charla de Elvira Burgos sobre Wittig y Judith Butler a la que había asistido un año antes. En esa charla, comprendí el discurso pero no me sentía identificada. En pleno proceso de “salirme de la heteronorma”, aún no me sentía fuera de la categoría 'mujer' ni del todo asentada en la identidad 'lesbiana'.
Casualmente (o no), en mi último día en San José, me pasaron 'El pensamiento heterosexual' en pdf y me lo leí del tirón durante mi regreso a Managua. Fue sorprendente encontrar respuestas tan directas a mi crisis existencial de género vivida en el taller de autodefensa. Por ejemplo:
“Es la opresión la que crea el sexo, y no al revés. Lo contrario vendría a decir que es el sexo lo que crea la opresión, o decir que la causa (el origen) de la opresión debe encontrarse en el sexo mismo, en una división natural de los sexos que preexistiría a (o que existiría fuera de) la sociedad”.
Sabemos que las categorías “homosexual” y “heterosexual” no se inventaron hasta el siglo XIX, con la intención de patologizar la primera. Por tanto, la opresión creo la clasificación de las orientaciones sexuales, y no al revés. También sabemos que las razas no existen y que su clasificación fue una forma de justificar la dominación racista y, en concreto, la esclavitud. Es decir, que la opresión creo el concepto de “raza”, y no al revés. Por tanto, si tenemos claro que las categorías de orientación sexual y raza fueron inventadas para legitimar la opresión, no parece descabellado pensar que las categorías “hombre” y “mujer” son producto (y no origen) de la dominación patriarcal.
Por cierto, precisamente la semana pasada, también en San José, asistí a una charla sobre feminismo comunitario de la guatemalteca Lorena Cabnal, en la que afirmó que fue el desarrollo de un patriarcado originario el que llevó a implementar la complementariedad y la dualidad heterosexual como valor esencial de la cosmogonía indígena. Es decir, según Cabnal, el binarismo de género fue consecuencia del desarrollo de la dominación patriarcal en los pueblos originarios de América Latina y se traduce en una imposición de la norma heterosexual.
Sigo con Wittig:
“[Ser lesbiana en tiempos anteriores al movimiento de liberación de las mujeres] Era una constricción política y aquellas que resistían eran acusadas de no ser “verdaderas” mujeres. Pero (…) en la acusación había (…) el reconocimiento del opresor de que mujer no es un concepto tan simple, porque para ser una, era necesario ser una “verdadera”.”
A continuación, critica la tentación de un sector del feminismo (y del lesbofeminismo) de abrazar el discurso “ser mujer es maravilloso”. Y recurre a Simone de Beauvoir:
“Subrayó precisamente la falsa conciencia que consiste en seleccionar de entre las características del mito (que las mujeres son diferentes de los hombres) aquellas que parecen agradables, y utilizarlas para definir a las mujeres”. “Supone no cuestionar radicalmente las categorías “hombre” y “mujer”, que son categorías políticas (y no datos naturales). Esto nos emplaza a luchar dentro de la clase “mujeres”, no como hacen las otras clases [a lo largo del libro expone el paralelismo con el discurso marxista], por la desaparición de nuestra clase, sino por la defensa de la “mujer” y su fortalecimiento”.
“Nuestra primera tarea, me parece, es siempre tratar de distinguir cuidadosamente entre las 'mujeres' (la clase dentro de la cual luchamos) y 'la-mujer', el mito. Porque 'la mujer' no existe para nosotras: es solo una formación imaginaria, mientras que las 'mujeres' son el producto de una relación social. (…) La 'mujer' no es cada una de nosotras, sino una construcción política e ideológica que niega a 'las mujeres' (el producto de una relación de explotación). 'La-mujer' existe para confundirnos, para ocultar la realidad de 'las mujeres'. Para llegar a tener conciencia de clase, tenemos primero que matar el mito de “la-mujer”, incluyendo sus rasgos más seductores”.
"Pero constituirse en clase no significa que debamos suprimirnos como individuos. Y ya que ningún individuo puede ser reducido a su opresión, nos vemos también confrontadas con la necesidad histórica de constituirnos como sujetos individuales de nuestra historia. Creo que ésta es la razón por la que están proliferando ahora todas estas tentativas de dar “nuevas” definiciones a la mujer. (…) No hay lucha posible para alguien privado de identidad; carece de una motivación interna para luchar, porque, aunque yo sólo puedo luchar con otros, primero lucho para mí misma” (y a continuación argumenta que uno de los fallos del marxismo fue desentenderse del sujeto).
De acuerdo, entonces me sumo a huir del mito “la mujer” a la vez que pensamos en “las mujeres” como clase históricamente oprimida, pero que al mismo tiempo es comprensible que los sujetos de la lucha contra esa opresión necesitemos definir nuestra identidad. Si no nos sentimos mujeres, ¿cómo vamos a luchar contra la opresión que enfrentamos? Bueno, sería algo así como que yo puedo sentirme más o menos “mujer” (a ratos, la verdad) pero sí sé que pertenezco a la clase “mujeres” como categoría política. Wittig termina el capítulo, tras exponer que el contrato heterosexual es el base y principal fundamento de la sociedad patriarcal, afirmando que las lesbianas no tienen el problema de entrar en pánico intentando definir qué es la mujer, “porque 'la-mujer' no tiene sentido más que en los sistemas heterosexuales de pensamiento y en los sistemas económicos heterosexuales. Las lesbianas no son mujeres”.
¿Qué somos entonces? “Desertoras, esclavas fugitivas” del contrato heterosexual. No somos las únicas desertoras, cita también a las “esposas desertoras”. Y, pese a que admita que puede sonar a utopía, emplaza a las desertoras del sistema patriarcal a crear un nuevo orden social.
Pues sí, a mí me convence. Y creo que, en efecto, lo que me da fuerza, lo que me activa como personita libre y rebelde frente a la dominación masculina, no es “ser mujer”, sino tener “conciencia de clase”, y celebrar que, en tanto que feminista y lesbiana, soy una feliz desertora del sistema heterosexual patriarcal. Creo que esto explica también la euforia que compartimos muchas "lesbianas conversas", frente a las que sienten que su lesbianismo no fue elegido y recelan ante el concepto de lesbianismo político (recomiendo este post de Andrea Momoitio). No es que yo diga un buen día "voy a ser lesbiana política", sino que el deseo lésbico me sirve como motor para desertar conscientemente del sistema heterosexual, entendido este no como las prácticas sexuales entre personas identificadas con géneros diferentes, sino como sistema de dominación patriarcal. Y da gustito. Por eso, por más que sepa que muchas lesbianas reproducen dinámicas patriarcales en sus relaciones, yo siento el lesbofeminismo como una fuente de emancipación y empoderamiento. No digo que no haya otras fuentes, no digo que no sea posible desertar del sistema de dominación patriarcal/heterosexual relacionándose sexoafectivamente con hombres. Pero ese ha sido mi proceso, ese es el que conozco, el que me ha funcionado y, por tanto, del que puedo hablar.
*
Me quedo con ganas de citar otras dos ideas que me ha aportado leer 'El pensamiento heterosexual':
1. En otro capítulo, dedicado a la literatura, señala que hablar de “literatura femenina” supone perpetuar la concepción androcéntrica en la que lo masculino es lo universal y lo femenino la alteridad. Esa idea la repite constantemente en sus alusiones al feminismo de la diferencia.
2. En algún momento, cita a Marx cuando afirma que los individuos de la clase dominante también están alienados, "aun siendo ellos mismos los productores directos de las ideas que alienan a las clases oprimidas por ellos. Pero, como sacan obvias ventajas de su propia alienación, pueden soportarla sin mucho sufrimiento”. Me parece interesante como alternativa al consabido “el machismo también oprime a los hombres” que nos pone de los nervios a muchas feministas. Me parece un punto de consenso decir que los hombres, pese a pertenecer a una clase dominante (aunque no de forma homogénea, ya que también cabe hablar de desertores conscientes e inconscientes de la masculinidad hegemónica), se encuentran también alienados por el sistema patriarcal. Hablar de alienación me chirría menos que hablar de opresión.
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Periodista. Transfeminista. Si no puedo perrear, no es mi revolución.
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