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Pensando desde el sur, construyendo nuestra Andalucía
03
Jun
2015
20:28
Lucha social y construcción nacional: a propósito de la identidad política de Andalucía
Por Pensar la tierra

 

Curro Cuberos Gallardo es de Alcalá de Guadáira, antropólogo e investigador del Centro CIE-IUL (Portugal). Es también miembro del SAT y  del Colectivo Asamblea de Andalucía. 

 

Casi cien años después de la histórica Asamblea de Ronda, que fuera convocada en 1918 por los Centros Andaluces, esta misma ciudad acogió los pasados días 30 y 31 de mayo la I Asamblea Andalucista de Ronda Siglo XXI. Se trataba en esta ocasión de reunir en un mismo espacio de reflexión a las personas y grupos que trabajamos desde la convicción de que Andalucía posee una identidad histórica y cultural diferenciada, y de que las/os andaluzas/ces tienen por tanto el derecho y la necesidad de ejercer como pueblo. Se trataba de generar un punto de encuentro desde el que desarrollar análisis conjuntos y líneas de trabajo específicas de cara al futuro. Y entre las diversas áreas de trabajo y talleres desarrollados, una abordó de manera directa el debate sobre la identidad política de nuestro pueblo. Dentro de este espacio fue esbozado un primer análisis compartido sobre la situación actual del nacionalismo andaluz y de sus perspectivas de cara al futuro.

 

Desafíos de la identidad política de Andalucía

Cualquier reflexión sobre este tema debe partir del reconocimiento de la existencia en la actualidad de dos grandes amenazas importantes a nuestra identidad como pueblo. La primera de ellas no es nueva, y está encarnada por el nacionalismo de Estado español: un discurso que, por filtrarse cotidianamente a través de diversos dispositivos institucionales –desde escuelas, medios de comunicación e instituciones de gobierno hasta fiestas, calendarios y eventos deportivos- actúa de manera permanente y eficaz contra la identidad política de las/os andaluzas/ces. La afirmación de que España es el único sujeto político legítimo, y de que no existe más ámbito de decisión posible que el que coincide con sus fronteras, supone en la práctica un ataque permanente y normalizado contra nuestro derecho a organizarnos por nosotros mismos, con nuestras propias herramientas, con nuestras propias prioridades, con nuestros propios criterios. 

 

 

Más allá del nacionalismo español, y de manera adicional, un segundo peligro amenaza con socavar las bases de nuestra identidad política. Se trata de la globalización neoliberal, entendida como un fenómeno totalizador –y por tanto, de vocación totalitaria- que aspira a subsumir todos los ámbitos de la vida social en la lógica del mercado y, por tanto, a reducir nuestra existencia a la condición de meros consumidores. El proceso de globalización presiona para construir un mundo des-identificado, donde los pueblos deben ser sustituidos por agregados de consumidores individuales que compiten entre sí y que, por tanto, deben renegar de los vínculos que los unen.

 

 

Para luchar hoy por una Andalucía diferente resulta crucial comprender el papel estratégico de las identidades en la construcción de proyectos de sociedad. Es fundamental entender que frente a las privatizaciones, a la financiarización y a la estafa bancaria no hay mayor obstáculo que un pueblo con identidad. Porque el proyecto neoliberal necesita sujetos sin identidad, y porque la identidad andaluza es un arma de potencia incomparable a la hora de luchar contra la pobreza, contra la marginación, contra las desigualdades.

 

 

Lucha social y construcción nacional como proceso de creación de nuestra identidad nacional

 

La imbricación necesaria entre la lucha social y la construcción nacional ha sido siempre difícil de entender para una parte de la izquierda, que continúa imaginando una estratificación inexistente que supuestamente le daría prioridad a la lucha de clase frente a la lucha nacional. Sin embargo, la unión indisoluble de ambas luchas fue bien comprendida por el conjunto de los andaluces durante la “transición política” del franquismo a la restauración borbónica. En aquellos años la  mayoría de las familias andaluzas, como las actuales, se preocupaban sobre todo por aquellos problemas que afectaban de manera directa a sus condiciones de vida. Preocupaba la emigración, que había vaciado el interior de nuestra tierra para cargar trenes de trabajadores precarios hacia Francia, Alemania, Cataluña y otros destinos. Preocupaba la tierra, que presentaba ya un nivel de concentración que lamentablemente –y significativamente- no ha sido corregido. Preocupaba la pobreza, que castigaba a la mayoría social como hoy sigue castigándola. Y el éxito del pueblo andaluz consistió en comprender que esos problemas no eran accidentes puntuales ni tragedias desconectadas, sino que todos entroncaban con una misma situación política de subalternidad. Las/os andaluzas/ces supieron entender que no había solución posible a sus problemas si no actuaban como un pueblo, y si no reivindicaban de manera explícita y organizada su derecho a decidir políticamente en pie de igualdad con el resto de pueblos del Estado. La consecuencia de este proceso acelerado de toma de conciencia fueron las movilizaciones masivas del 4 de diciembre, y la posterior obtención de unos niveles de
autonomía política que, si bien insuficientes y a la postre mal gestionados, fueron vividos probablemente como la última gran victoria política del pueblo andaluz hasta la fecha.

 

 

Hoy Andalucía continúa padeciendo muchos de los mismos problemas que ya entonces le aquejaban, y otros que con frecuencia derivan de las mismas causas estructurales. El paro se ha disparado, hundiéndonos en todos los ránkings y condenándonos –una vez más- a los mayores niveles de pobreza y precariedad de toda Europa. Con el paro llegan los desahucios, como una nueva y aterradora amenaza que se cuela hasta lo profundo de nuestras casas. Y con ellos vuelve la emigración, las separaciones familiares, la indefensión frente a la explotación y el miedo al futuro. Por eso hoy sigue siendo importante –y tal vez más nunca- afirmar que los andaluces no sólo somos sujetos explotados, sujetos excluidos, sujetos desahuciados: somos un pueblo. Y los pueblos tienen derechos. Y no hay solución posible para la explotación, para la exclusión y para los desahucios que no pase por la construcción de instrumentos que nos permitan decidir sobre esos asuntos. Hoy, como ayer, la urgencia de nuestros problemas sociales nos remite a la necesidad de la construcción nacional. Es nuestra responsabilidad conectar ambas dimensiones, y avanzar hacia un modelo de sociedad más justa para un pueblo más libre. 

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