Culturas
Comentarios de un estilita
17
May
2013
18:37
Pedagogía, didascalia y barbarie
Por Gonzalo Abril

En la Grecia clásica el pedagogo (paidagogós, “quien guía al niño”) no era propiamente el maestro, sino por lo general un esclavo que acompañaba a la criatura a los distintos lugares donde enseñaban los maestros particulares (didáskaloi) de lectoescritura, música y gimnasia. El adulto protegía al menor de los peligros de la calle pero, sobre todo, por su proximidad con el niño, se convertía en un guía moral, ya que se encargaba de enseñarle buenos modos y vigilaba el curso de su educación. El pedagogo adquirió así mayor responsabilidad que los propios maestros en el desa­rrollo espiritual y moral de los jóvenes (según cuentan L. Castello y C. Mársico).

Veinticuatro siglos después pudimos conocer a una pedagoga notable, que se hacía llamar Fifí y que llevaba en su microbus a los niños que iban y venían a la guardería. Fifí tocaba la armónica, cantaba y bromeaba, movía el volante con las rodillas en algunos tramos propicios del viaje, y aquell*s niñs*s aún la recuerdan, treinta años después, con una sonrisa de gratitud.

Otro pedagogo, Jesús, conserje en una escuela pública de Madrid, entrenaba gratis et amore a equipos de fútbol sala compuestos por niñ*s de Primaria. También se le recuerda como un gran educador en lo referente a cooperación, buenos modales, respeto y, por supuesto, fútbol.

Hay bastantes Fifís y Jesuses. Incluso much*s, en Madrid y en todas partes, son a la vez y generosamente paidagogoi y didáskaloi.

No espere mi suave lector/a que ministros como José Ignacio Wert (cuyo apellido en alemán significa “valor”, de cambio, por supuesto) o consejeras como Lucía Figar (promotora de la misma clase de valor, aunque santificado por el integrismo católico) se interesen por una práctica tan poco rentable como la pedagogía. Para ellos, la función pedagógica ya viene suplida por el catecismo y por el mercado: ¿no son las celebraciones de princesas cantantes Barbies de las grandes superficies suficiente entorno pedagógico? Y respecto a la didascalia: ¿se atreverían Figar o Wert a enfrentar las pruebas de conocimiento que sirvieron a la primera para mofarse de l*s enseñantes de este desdichado país?

comentarios

0

Gonzalo Abril

Gonzalo Abril es el seudónimo literario de Paulino el Estilita, un anacoreta que se mandó mudar a lo alto de una columna después de ver cierta película de Buñuel, de estudiar el Libro de Job y de caer en la cuenta de que llevaba ya mucho tiempo habitando en medio de un desierto, el desierto de lo real. No vive aislado ni atrapado en red social alguna. Se mantiene en contacto con otros hermanos estilitas, como Wenceslas el Severo, su único lector conocido, que frecuentemente discrepa de sus opiniones. Se mantiene también, en el sentido alimenticio, de pura lechuga. Sobra decir que aborrece el mundo del que, por ello mismo, se considera contemporáneo.

Tienda El Salto