Glorificada sin reservas por los partidos oligárquicos, por la élite empresarial y financiera y por el rey que no juró la constitución del 78 pero sí las leyes fundamentales de Franco, la Transición no es un segmento de la historia española. Por eso afectan tan poco a su invocación pública las imprecisiones temporales y los conflictos ideológicos que todas las periodizaciones históricas suelen suponer. La Transición es sólo un mito, el mito fundacional de la democracia española.
Hay una clase de “autoridad” que se sustenta, como sugiere la etimología, en el augere, incremento simbólico de la fundación misma, según entiende Hanna Arendt que ocurría en el modelo de autoridad propio del pensamiento político de Roma. El modo “romano” de fundamentar mítica e ideológicamente la democracia española resurge cada vez que la crisis política arrecia. En 1995, en plena agonía del felipismo, la serie televisiva de Victoria Prego sobre la Transición consagró una versión popular del mito, rehaciendo sus acontecimientos relevantes, sus dramatis personae, sus héroes y villanos. La “tradición” mediática, aliada con su poder sacralizador del augere fundacional, acabó por reducir la plantilla de villanos a su expresión más friki: Tejero. Y amoldó el embarazoso personaje del rey al arquetipo épico del paladín. De la democracia, por supuesto.
Durante el año mariano, año de atropellos sin cuento y de divergència i desunió con la marca España, el mito de la Transición ha vuelto a invocarse fanáticamente. Incluso por el rey que no abjuró.
Los mitos hablan, decía Lévi-Strauss, y la gente los escucha con fe o con prudente escepticismo. Pero tarde o temprano la humanidad opta por hacerse la tonta para “sacudir la opresión depositada sobre su pecho por el mito”, como escribió Benjamin, y acaba prefiriendo los simples cuentos. Entonces aparecen los apuntaladores, expertos en marketing mitológico que suelen precipitar la muerte del mito que pretenden sostener. Y a los apuntaladores suceden los ventrilocuos. Y así, verdadero muerto viviente, el mito vuelve a hablar, pero con voz abatida y siniestra. Como habló el rey la noche de navidad.
comentarios
0

Gonzalo Abril es el seudónimo literario de Paulino el Estilita, un anacoreta que se mandó mudar a lo alto de una columna después de ver cierta película de Buñuel, de estudiar el Libro de Job y de caer en la cuenta de que llevaba ya mucho tiempo habitando en medio de un desierto, el desierto de lo real. No vive aislado ni atrapado en red social alguna. Se mantiene en contacto con otros hermanos estilitas, como Wenceslas el Severo, su único lector conocido, que frecuentemente discrepa de sus opiniones. Se mantiene también, en el sentido alimenticio, de pura lechuga. Sobra decir que aborrece el mundo del que, por ello mismo, se considera contemporáneo.
Otros blogs
Archivos
- Diciembre 2013 (4)
- Noviembre 2013 (4)
- Octubre 2013 (4)
- Julio 2013 (3)
- Junio 2013 (3)
- Mayo 2013 (3)
- Abril 2013 (2)
- Marzo 2013 (4)
- Febrero 2013 (3)
- Enero 2013 (3)
- Noviembre 2012 (2)
- Septiembre 2012 (1)
- Agosto 2012 (1)
- Julio 2012 (1)
- Junio 2012 (1)