Culturas
Comentarios de un estilita
18
Oct
2013
22:24
Meada de perro
Por Gonzalo Abril

El filósofo Carlo Sini narra el siguiente episodio: un perrito encuentra en la calle un sumidero, se acerca, se agacha y orina. Luego se da la vuelta para comprobar y olfatear el resultado. Pero, con evidente asombro, no encuentra su meada, que ha desaparecido por las ranuras del sumidero. ¿Adónde ha ido a parar su meada? ¿Por qué no está allí? Durante un rato le da vueltas al problema, mira, husmea, araña e inspecciona el lugar con aire enfadado. Al final se marcha “con una expresión abatida en la mirada”. La anécdota le sirve a Sini para ilustrar la idea de que los animales tienen capacidad de “asombro”, pero que éste sólo se produce cuando se quiebra el orden de lo habitual, de lo normal y esperable. El sol, la luna, el frío o el calor, la luz o la oscuridad no le sorprenden, y por tanto ni su curiosidad ni su estado de ánimo se ven afectados por su presencia. Entre los humanos, por el contrario, el asombro puede producirse justamente ante lo familiar y más ordinario, y de esa capacidad, según argumenta Aristóteles en el Libro I de la Metafísica, nacieron la filosofía y el pensar especulativo: “Pues los hombres comienzan y comenzaros siempre a filosofar movidos por la admiración; al principio, admirados ante los fenómenos sorprendentes más comunes”.
Que la sorpresa humana se alimente de la experiencia común y esperable, antes que de lo extraordinario, puede causar a su vez sorpresa. Pero en efecto es habitual que nos sorprendan los fenómenos más comunes. En nuestros días, por ejemplo, parece sorprendernos que con las riendas del poder financiero y político en sus manos, los ricos sean cada vez más ricos y los pobres cada vez más numerosos y más menesterosos. Que instituciones políticas anquilosadas desde hace más de treinta años practiquen la corrupción sistemática. Que los bancos buenos y malos utilicen el dinero público para acrecentar sus beneficios y continúen desahuciando a miles de personas de forma criminal. Que los varios millones de desempleados no estorben la celebración de una recuperación económica casi milagrosa. Que la derecha gobernante exhiba sus querencias franquistas. Que los crímenes machistas no cesen. Que desde el gobierno se haga mofa del derecho al aborto...
Pero claro, toda esta colección de asombros ante lo que no dejan de ser aspectos de una realidad sociopolítica normalizada (y normalizada en gran parte por los mismos discursos públicos que regularmente muestran su asombro), contribuye a suspender el pensamiento en la impotencia y en la resignación, y no, como de forma optimista pensaba Aristóteles, a incitarlo al conocimiento, a la búsqueda de explicaciones. Porque pensar tales fenómenos en cuanto “normalizados”, esperables, inherentes a los hábitos sistémicos del capitalismo y del orden patriarcal, habría de llevar más allá del asombro a un cuestionamiento moral y práctico de toda esa normalidad “sorprendente”. Y a la búsqueda de un orden social en que, en efecto, tales fenómenos representaran, en su caso, la excepción y no la regla.
No es infrecuente que las víctimas más lastimadas de esta normalidad abyecta invoquen la “falacia de la excepcionalidad” ante las cámaras televisivas: “¿Cómo podía esperar yo, una persona de la clase media, que tenía mi trabajo y estaba pagando mi hipoteca, que me vería acudiendo a un comedor social con mi familia?”. Los medios masivos están especialmente entrenados en amplificar esa seudoexcepcionalidad, en convertirla en la materia misma del “suceso” noticioso. La estrategia contraria, la que muy pocos medios informativos practican, consiste en interrogar por lo que de estructural, de previsible y por tanto de susceptible de abolición, tienen estas situaciones intolerables. Para la industria del infoentretenimiento es mucho más rentable el discurso melodramático de la víctima que se autodefine como un miembro de la clase media atropellada, que el discurso politizado de quien se declarara desde el principio parte de esa clase trabajadora que ha sido derrotada una vez más en fase actual de la lucha de clases. (En este punto coincide conmigo mi hermano Karl Otto de Tréveris, discípulo de Vulsilaïk, prominente, por lo elevado de su columna y de su salvaje vuelo poético, estilita norteño. Y tocayo, por cierto, de otro treveritano ilustre, Karl Marx, a quien aquí quiero rendir homenaje).
Si alguien dice pertenecer a la clase obrera derrotada será visto como un excéntrico y un anacrónico, un caso tan sorprendente como para el perrito de Sini lo era la desaparición de su meada en el sumidero.

comentarios

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    Horacio Parenti
    |
    Jue, 10/31/2013 - 19:29
    <br type="_moz" />Es sorpredente que seamos &quot;normalizados&quot;
  • Gonzalo Abril

    Gonzalo Abril es el seudónimo literario de Paulino el Estilita, un anacoreta que se mandó mudar a lo alto de una columna después de ver cierta película de Buñuel, de estudiar el Libro de Job y de caer en la cuenta de que llevaba ya mucho tiempo habitando en medio de un desierto, el desierto de lo real. No vive aislado ni atrapado en red social alguna. Se mantiene en contacto con otros hermanos estilitas, como Wenceslas el Severo, su único lector conocido, que frecuentemente discrepa de sus opiniones. Se mantiene también, en el sentido alimenticio, de pura lechuga. Sobra decir que aborrece el mundo del que, por ello mismo, se considera contemporáneo.

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