Culturas
Comentarios de un estilita
12
Feb
2013
18:04
Escenas de carnaval bajo la marca Madrid
Por Gonzalo Abril

Escena 1: el domingo de Carnaval, en foto de portada de El País, el vicejefe de la marca Madrid, Salvador Victoria, y David Pérez, alcalde de Alcorcón, aparecen sosteniendo el mapa que el máximo representante de dicha marca y delegado de Eurovegas en España, Ignacio González, escruta y señala con honda concentración.

Parece tratarse del plano de los terrenos donde se construirá el Vaticano de la ludopatía. Y probablemente el jefe está posando su índice sobre ese punto mágico, por único, del mapa que se corresponde exactamente con el lugar del territorio que pisan sus pies. Se trata de un extenso pedregal, los tres varones se muestran circunspectos, un viento glacial parece sacudir sus cabellos, mis oídos quieren imaginar un motivo de Ennio Morricone, pues se me impone una lejana evocación épica del spaghetti western; o acaso de una escena documental de exploración de entornos salvajes, de tipo “Al filo de la imposible”. Pero mi caprichosa memoria visual quiere recrear sobre todo las nunca vistas imágenes de Winston Churchill exponiendo ante el estado mayor sus previsiones estratégicas en alguna de las War rooms, en un búnker debajo de Westminster.
Cuando una fotografía, periodísica o publicitaria, tiene tal capacidad de evocar escenas estereotipadas, no hay duda de que se trata de un posado. Y por otra parte, ¿hacía alguna falta salir de los coches oficiales, tan climatizados, para desplegar el mapa y componer el tableau vivant en condiciones esteparias? Parece que, al menos desde la histórica disculpa del rey, tan candorosamente sorprendido a la salida de la habitación hospitalaria por una cámara que andaba por allí, se ha puesto de moda la retórica de la “foto robada”, la más zafia simulación de la espontaneidad. ¿Nos toman por tontos? Sí, todos los días del año. Pero sobre todo por analfabetos audiovisuales, lo cual delata por cierto su profundo analfabetismo sociológico. 
En este desdichado país contamos con grandes posados históricos: es inolvidable el de Fraga Iribarne con su meyba bizarro en las playas de Palomares, en enero de 1966, tras el broken arrow de bombas de plutonio que contaminó la comarca para decenas de miles de años. ¿Quién podía imaginar que, aun sin alcanzar tanto tiempo de persistencia, aquel casposo modelo propagandístico nos seguiría alcanzando en el tercer milenio? Pues ahí lo tiene la suave lectora/lector: de aquellas caspas vinieron estos lodos.
 
Escena 2: Como estilita que soy, puedo hablar del espectáculo con fundamento. Según el Diccionario de Teología de Bergier, de 1854, el gran mérito de mi precursor, el primer Simeón, pese a su vida singular y hasta extravagante, fue valerse del espectáculo para convertir a los paganos: libaniotas, árabes, armenios, iberos... Atrayendo a las gentes por el agrado y la admiración, más que por los argumentos, aquel precursor de la performance que predicaba a 15 metros por encima del suelo, lo fue también de la cultura de masas y de la sociedad del espectáculo. Aun perorando yo desde menor altura, columnaria y espiritual, sé de qué hablo. Y con esa autoridad que me atribuyo puedo afirmar categóricamente que el desfile de carnaval del sábado 9 fue una sobresaliente expresión de catetez, un cortejo pobretón, lúgubre, carente de músicos, que invocaba los nombre de Verdi y Wagner como una coartada kitsch. Un homenaje al Cabratón de El Koala, o al agropop en general, hubiera tenido mucha más gracia y justificación. Hasta se echaban en falta los tractores con globos de colores atados a las pacas de forraje. Gracias a sus gobernantes y a un importante sector de votantes (los asiduos de la Almudena, los siempre dispuestos a seguir rastros de caspa y cera aunque no sea día de procesión) Madrid vuelve a ser el “poblachón manchego” que decía Azorín.
Pese a la alcaldesa que distingue mejor peras y manzanas que carnaval y cuaresma, y aún más terrible, que locales de ocio seguros y mortíferos, quedó demostrado que el verdadero carnaval de Madrid es el del día del Orgullo. Para bien y para mal, puesto que gran parte del movimiento LGTB reprocha no tanto la carnavalización cuanto la reproducción del estereotipo, la mercantilización y la despolitización del evento de junio.

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Gonzalo Abril

Gonzalo Abril es el seudónimo literario de Paulino el Estilita, un anacoreta que se mandó mudar a lo alto de una columna después de ver cierta película de Buñuel, de estudiar el Libro de Job y de caer en la cuenta de que llevaba ya mucho tiempo habitando en medio de un desierto, el desierto de lo real. No vive aislado ni atrapado en red social alguna. Se mantiene en contacto con otros hermanos estilitas, como Wenceslas el Severo, su único lector conocido, que frecuentemente discrepa de sus opiniones. Se mantiene también, en el sentido alimenticio, de pura lechuga. Sobra decir que aborrece el mundo del que, por ello mismo, se considera contemporáneo.

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