Tras la nueva aceleración de los acontecimientos, a nadie podrá sorprender que Rajoy acabe el verano engrosando la parca fila de los expresidentes del régimen. Su salida abre de nuevo la situación que solo con la mirada estrecha de quien juega a corto podría parecer sellada. En los tiempos inmediatos se apunta de nuevo la incertidumbre: una vuelta de tuerca en la destitución del régimen, una nueva oportunidad para impulsar su superación desde abajo, un paralelo impulso a la reinvención de las élites y su vuelta al orden.
De momento al menos, y aun cuando Rajoy supiese agazaparse con genio gallego esperando «a ver si escampa», el caso Barcenas va más allá de la fórmula cierta e incontestable de que «el sistema no está corrupto, es corrupto». Nos enseña el actual mood de la clase dirigente, sencillamente «que cada palo aguante su vela». Basta mirar al cielo para observar las líneas erráticas de la desbandada: el imputado arrastrando a la dirección de su partido, los duros de la misma banda contentos con la caída de sus capos, IU y UpyD –electoralistas de pacotilla– frotándose la manos por posibles convocatorias anticipadas, Rubalcaba y PRISA –siempre trágicos, siempre cómicos– tratando de conservar la calma responsable de quien se sabe condenado al desastre. CiU, según costumbre, transando apoyos a cambio de apoyos. El Mundo en su práctica del «periodismo a la contra». Europa desconcertada ante lo que en última instancia ha provocado... Ni una idea, ni un cerebro, ni una línea maestra capaz de pensar según la lógica de conjuntos. Sobra decirlo, sin esta descomposición jamás hubiéramos sabido de tan altos casos de corrupción.
La cuestión no deja, sin embargo, de ser la misma ¿y ahora qué? Sin lugar a ninguna duda, las élites tratarán de recuperar la alienación aunque en la misma tengan que sacrificar algunos pájaros. El fin del bipartidismo no es el fin del régimen. La Italia de mediados de los noventa nos enseña que la crisis de los actores tradicionales (la democracia cristiana, los socialistas) puede ser solo la antesala de algo mucho peor. Algo llamado Berlusconi. Del mismo modo nos debería prevenir respecto de los resultados de lo que puede suceder cuando la erosión (y por ende la solución) del régimen se deja a sus propias fuerzas: a una Magistratura –recuérdese que aquí hablamos de la misma justicia de siempre– que ejerce como poder de la justicia popular, a unas alternativas de recambio ya conocidas, a una regeneración del régimen que solo puede repetirse en sus mismos vicios.
Por eso, la situación se decanta hoy según lógicas de autor. O el gobierno cae por su propia corrupción y el régimen se salva por obra de sus partes sanas: algunos jueces, algunos políticos, algunos partidos no probados. O el gobierno cae por presión ciudadana como una pieza más de un régimen que sabemos irreformable, esto es, por la exigencia y la práctica de la democracia. La tarea es obvia y empieza por la interpretación y comunicación del momento: la caída de Rajoy es nuestro objetivo logrado; es y ha sido nuestra obra, de la acción larga del 15M. Supone la subida de un nuevo peldaño en la destitución del régimen y en el desanudamiento de sus contradicciones. Aún más: Rajoy es ya el tercer presidente depuesto por presión democrática: antes lo fue Aznar, tras el espectáculo del 11-13M, y luego Zapatero, tras el carpetazo del 15M.
Cuando se grita esta consigna alto y claro, «la caída del gobierno es una conquista del movimiento, no el producto de la degeneración interna al régimen», naturalmente todos se echan a temblar. Considérese el miedo y la suspicacia que levantan las movilizaciones sociales entre las filas de izquierdistas, upeydistas, pesoístas y electoraleros de toda laya. Considérese el pavor que provoca el espectro de un nuevo Sol cuando este amenaza con abrasar la plaza que dio comienzo al 15M. El origen del miedo está en un movimiento que lleva ya un tiempo mutando en la exigencia de un proceso constituyente y democrático. Un movimiento que acabará por arrinconar a los partidos, los grandes sindicatos y los medios de comunicación, relegando las viejas formas de representación a un papel meramente delegado, controlado, mandatado por una sociedad capaz de crear sus propias instituciones de gobierno directo.
Por eso hoy podemos compartir la alegría de Mao: «Todo es caos bajo el cielo, la situación es excelente». solo tenemos que sabernos dueños de tal caos; sujeto de sus futuras evoluciones.
Emmanuel Rodríguez
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