Euromaidan, Kiev
Queridos miembros de la lista net-time:
Perdonad por volver a escribir. Lo hago porque apenas unas horas antes de redactar mi anterior post casi cincuenta personas han sido quemadas en Odesa en el asedio al edificio de los Sindicatos perpetrado por hooligans nacionalistas ucranianos y mafiosos de extrema derecha, ansiosos por vengarse de los disidentes pro rusos –parece que minoritarios aquí, a diferencia del este del país. El simbolismo –incendiar un edificio de los sindicatos– y la atroz determinación de quemar en la hoguera a los oponentes políticos me han afectado profundamente.
Este acontecimiento supone un estremecedor desarrollo de lo que podría ser un punto de no retorno en la guerra civil ucraniana. Guerra donde Estados Unidos y la Unión Europea –de forma más reticente– están armando y financiando al gobierno ucraniano que ha tomado el poder después de las protestas de Euromaidan, mientras Rusia intensifica su desestabilización del país enviando fuerzas especiales de seguridad con el objetivo de reforzar la secesión de facto del este del país tras la anexión de Crimea.
Sorprende el extenso apoyo a Putin y sus acciones recientes no solo de la izquierda italiana, sino de la izquierda europea en general –aunque pocos llegarían tan lejos como Schroeder o Berlusconi en su amor incondicional hacia el líder ruso, del que hacen alarde desde el año 2000. A partir de la guerra en Georgia –a la que se puede añadir la ciberguerra con Estonia–, no cabe ninguna duda sobre el carácter revanchista del régimen de Putin. Además, como simpatizante de las Pussy Riot –y de Femen–, siempre he creído imprescindible oponerse a la homofobia y al nacionalismo autoritario de Putin y su camarilla de chequistas –provenientes de las policías secretas soviéticas–.
Lo cierto es que muchos izquierdistas de Europa occidental –los estadounidenses se manifiestan menos sobre el tema y no sé qué pensaran los latinoamericanos– sienten cierta nostalgia de la Unión Soviética y a priori una cierta desconfianza respecto a EE.UU vs el poder imperialista. Putin parece reivindicar la derrota del comunismo real del siglo XX, cuando la bandera roja cubría la mitad de Europa, la mayor parte de Asia y varios países africanos, antes de que la Unión Soviética fuese derrotada en gasto militar por los EE.UU en los años ochenta. Demasiada gente ve a la Rusia de Putin como un baluarte contra el imperialismo occidental, el expansionismo de la OTAN, etc. Fue increíble leer cómo muchos aprobaron el Anschluss [anexión] crimeo justo después de los Juegos Olímpicos de Sochi. (Putin no es Hitler, pero el líder nazi esperó dos años después de los Juegos Olímpicos de Berlín para anexionarse Austria, ¡no dos semanas!). De manera incongruente, argumentan que Crimea ha sido siempre rusa –a pesar de los Otomanos– y a sabiendas de que fue un secretario del partido comunista, Kruschev, quien la cedió a Ucrania tras la muerte de Stalin. Ahora que llegan las elecciones europeas, la izquierda italiana se moviliza bajo el eslogan: Para otra Europa, vota Tsipras –un izquierdista lo tergiversó en twitter: Para otra Europa, vota Putin.
Después de Crimea, Putin ha tomado varias ciudades del este, provocando una imprudente reacción militar del gobierno de Kiev, que ha expuesto cuán débil es fuera de la capital. Este es el contexto en el que el imperdonable linchamiento de masas de Odesa ha tenido lugar. La que antaño fuera ciudad judía es el mayor puerto del mar Negro para todo tipo de tráfico, legal e ilegal. Después de la pérdida de Sebastopol a manos de Rusia, perder Odesa significaría para Ucrania convertirse en un patio trasero sin ninguna posibilidad económica. Los terribles acontecimientos del viernes 2 de mayo y sus consecuencias han evidenciado que el frente real es Odesa y no Slavyansk o Donetsk.
La situación me recuerda los prolegómenos de la guerra de Yugoslavia. La exacerbación de las rivalidades étnicas y el secesionismo en las áreas en contienda provoca una polarización política que beneficia a la extrema derecha en cada facción. Aunque los paralelismos son siempre imperfectos y tendentes a la manipulación, Putin es, en mi opinión, el equivalente de Milošević, cuyas acciones en Krajna y Vukovar sirvieron para volver a despertar los fantasmas de la Ustasha y subir al poder a Tudjman en Croacia, que luchará hasta el final contra el nacionalismo rival. Odesa se parece un poco a Sarajevo: cosmopolita, odiaría ser arrastrada a la guerra, pero es el foco de la guerra civil precisamente por eso –porque hay que elegir de qué lado se está: con el ejército yugoslavo y Mladic (con sus francotiradores y sus artillería apostados en las colinas), o con la gente de Sarajevo, que –al igual que los judíos asimilados– creían no tener religión hasta que empezaron a matarlos porque eran “musulmanes”. De manera similar, los manifestantes del Euromaidan –en su mayor parte de clase media y pro UE, como la OTPOR serbia– han sido marginados por organizaciones ultranacionalistas y neonazis (descendientes de quienes no solamente fueron colaboradores genocidas nazis, sino que también participaron en las limpiezas étnicas de polacos en Vohlinya y Galitzia). En una guerra civil, aquellos mejor preparados militarmente y más dispuestos a luchar, se imponen inevitablemente sobre los elementos más moderados que buscan el acuerdo político.
Entonces, ¿cómo debería reaccionar la izquierda ante la intensificación del conflicto en Europa Oriental? Sabemos que Putin no es comunista. Su proyecto es el expansionismo ruso, nacionalista y euroasiático –como el de Pedro y Catalina, los Grandes–, no un antimperialismo internacional. A diferencia de Stalin, que nunca cuestionó el status quo posterior a la II Guerra Mundial, Putin es geopolíticamente agresivo. Diría que la única postura aceptable desde el punto de vista de la democracia radical es oponerse a todos los gobiernos autoritarios, particularmente a aquellos propensos a las agresiones externas. (Bush es el ejemplo más claro, pero fue expulsado del poder, lo que en mi opinión prueba que Estados Unidos no es una dictadura). Me atrevería incluso a sostener que dejando hacer a Rusia en Siria, Obama transmitió a Putin la idea de que podía invadir tanto como quisiera. Transnistria ya es suya. Bielorrusia podría llegar a serlo fácilmente. Las minorías rusas son fuertes en Letonia y Kazajistán y Putin les ha concedido la ciudadanía rusa, una excusa para intervenir si algo les sucede. Nadie intervendrá en favor de la Crimea tártara –la verdadera heredera histórica de la península–, que ha visto empeorar su suerte considerablemente bajo la nueva gestión rusa.
¿Qué ocurrirá ahora? Ya está claro que las elecciones del 25 de mayo en Ucrania no serán decisivas en ningún aspecto significativo: el voto será un referéndum étnico, no un verdadero voto democrático. El Oeste votará a favor de Kiev y el Este a favor de Moscú. Odesa quedará dividida en dos. La postura del gobierno alemán será, en buena medida, determinante. Estados Unidos no está por la labor de meterse en el conflicto. Ya ha dicho que se limitarán a imponer sanciones. ¿Estamos a punto de presenciar una guerra entre la OTAN y Rusia en suelo ucraniano? El ominoso crimen perpetrado en Ucrania el 2 de Mayo convierte esta opción en algo mucho más real.
Autor: Alex Foti, @alexfoti y @milanoics
Traducción: Fundación de los comunes
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