25
Jun
2014
20:15
El Movimiento por la Democracia, en la nueva coyuntura
Por Fundación de los Comunes

                           

La coyuntura que abren los resultados electorales del pasado 25 de mayo no puede dejar indiferente a nadie que quiera una transformación democrática del modelo político en que vivimos.

La irrupción de Podemos, recogiendo mas de un millón doscientos mil votos, con un programa escueto pero eficaz, se ha apoyado en gran medida en la explicitación de una oposición diametral de los intereses de la clase política ―el ya archifamoso meme "la casta"― a los del "pueblo". Y también, de forma más concreta y como especificación de lo anterior, la oposición a las políticas de recortes sociales y privatizaciones de activos públicos. De hecho, ha sido el rechazo frontal de las mayorías sociales a estas políticas lo que ha determinado el desplome de PP y el PSOE, que por primera vez en los últimos veinte años no llegan juntos ni al 50% de los votos. Recordemos que lo que hemos venido conociendo como "bipartidismo", la forma en que se ha articulado institucionalmente la discusión política legítima, ha funcionado fundamentalmente, con sus distintas articulaciones territoriales, de manera que un partido recogía semiautomáticamente el voto negativo, el descontento y el desgaste que generaba el otro partido. A partir del 25 de mayo ese mecanismo semiautomático ha dejado de ser efectivo. Se ha abierto, por fin de forma absolutamente evidente, una crisis política del régimen que hasta ahora era un secreto a voces, algo que todo el mundo reconocía pero aún no había tenido una expresión institucional.

En las claves de la exitosa, aunque todavía incompleta, apuesta de Podemos, encontramos bastantes elementos analíticos que, desde hace ya dos años, venían definiendo la hipótesis política del Movimiento por la Democracia. Esencialmente procedente del ciclo largo que abrió el 15M, y de su posterior especificación en las mareas ciudadanas, la coyuntura anterior a las elecciones se definía por la existencia de una gran mayoría social, gran parte de la cual había participado en el 15M desde posiciones no activistas. Esta seguía estando movida por un profundo deseo de transformación política y económica, y una exasperación igualmente profunda respecto de las instituciones del régimen del 78, pero había experimentado, tanto con el 15M como con las mareas, los límites que impone una forma de Estado radicalmente no democrática sometida férreamente al diktat de los mercados. A esta lectura que en el Movimiento por la Democracia denominamos bloqueo institucional siguió otra de largo impasse. Desde este punto de vista, parecía que hacía falta un vehículo de expresión política capaz de recoger el malestar masivo y lanzarlo hacia una nueva fase constituyente y de ruptura democrática. Con este propósito se escribió la Carta por la Democracia, un documento participado y pensado para lanzar un Movimiento que a medio plazo se articulara en algún tipo de expresión electoral, desbloqueara la situación de impasse, abriera la crisis de régimen y apuntara hacia ese horizonte de redefinición colectiva de las reglas de juego al que llamamos proceso constituyente.

En gran medida desde un diagnóstico parecido, en Podemos se ha optado, con innegable audacia, por un desarrollo táctico diferente: apostar directamente a la opción electoral. Una forma organizativa extraordinariamente cuestionada durante los días del 15M por ser el vehículo de una representación política en gran medida rechazada. Desde Podemos se ha argumentado, siguiendo la tradición de los procesos latinoamericanos y apoyándose en una fuerte estrategia mediática, que esta forma de partido es simplemente una herramienta para el desbloqueo de la situación política y no una apuesta por la vieja y esclerotizada forma organizativa de partido. Desde este punto de vista, el partido sería algo así como una forma de generar movimiento que no requiere de una realidad política preexistente, ni de un crecimiento gradual de la movilización, sino que, al contrario, crea realidad, movimiento y, en última instancia, hegemonía. En este marco de redefinición del tablero de juego político antes que de encaje en él, las alianzas con las viejas fuerzas de izquierdas, especialmente, aunque no solo, Izquierda Unida,  no son solo innecesarias, sino también posiblemente contraproducentes.

Desde luego, y a pesar de su extraordinario éxito en términos electorales pero también en cuanto a la desbordante creación de Círculos Podemos por todo el territorio, hay que insistir en que esta no es, ni mucho menos, una táctica libre de riesgos. El principal de ellos es que el partido-proceso vaya sedimentando en unas estructuras osificadas, que se repliegue sobre los mecanismos de representación y que un nuevo aparato limite su crecimiento como forma capaz de recoger el sentido democrático pleno de movimientos ciudadanos. Este es el reto al que se enfrenta Podemos, en la medida en que se encuentra en pleno proceso de conformación de un modelo organizativo, pero que, en el marco de este análisis de coyuntura, dista mucho de ser un problema interno para ser algo que afecta de pleno a las perspectivas de transformación social. Por eso es indispensable seguir trabajando para construir y profundizar elementos de movimiento que sirvan como catalizadores de la apertura democrática de la coyuntura.
Una coyuntura desbloqueada, post-impasse, nos permite profundizar en los ejes estratégicos de intervención que el Movimiento por la Democracia ha puesto en el centro de su hoja de ruta.

Por un lado, las elecciones municipales de 2015 tienen que ser, y pueden ser, un momento de incremento del poder de las mayorías sociales mediante el asalto democrático a las instituciones locales. En este desafío electoral estamos ante la posibilidad de componer cientos de candidaturas ciudadanas abiertas y democráticas desde las que empezar a construir democracia desde las escalas más cercanas del poder. Estas candidaturas habrán de plantear programas de desobediencia al régimen de gobierno de la deuda municipal y de federación de municipios en rebeldía frente a los recortes y las privatizaciones. Se trata aquí de una suerte de materialización del proceso constituyente desde un asalto y una posterior redefinición de las instituciones locales y autonómicas. Instituciones que, recordemos, controlan buena parte de las partidas de servicios públicos amenazadas por la disciplina financiera de la deuda. En este panorama Podemos será sin duda una fuerza política decisiva. El reto es que sirva de catalizador, y no capitalizador, de estas candidaturas municipalistas. Sobre estos criterios generales, ya están en marcha en Barcelona la opción Guanyem y en Madrid, de una forma más modesta, el espacio Municipalia

Pero, además, por otro lado, quizá el mayor riesgo que afrontamos en esta coyuntura es que la opción que ha sabido aglutinar, en términos electorales, buena parte del malestar y también de la ilusión post-15M se detenga en su avance, se convierta en un partido político al uso, una suerte de nueva Izquierda Unida, que sirva como ala izquierda de una operación de regeneración democrática "desde arriba" que, aunque sea temporalmente, cierre la actual coyuntura. Para eso es indispensable, y varias voces dentro de Podemos ya lo han dicho así, ir hacia un proceso constituyente en el que el potencial de ruptura de la actual situación se despliegue al máximo. La necesidad de este tipo de proceso, enunciado de diferentes maneras, ha dejado de ser una especie de contraseña de una minoría políticamente organizada para pasar, en muy poco tiempo, a ser un clamor cada vez más sonoro. Tan sonoro, que las élites también están moviéndose para cortar esas energías de cambio tratando de transformarlas en una regeneración que garantice la continuidad de fondo. Para eso también, por motivos más estratégicos que ideológicos, es indispensable evitar cualquier contraposición entre las exigencias de eficacia, que en última instancia profundizarían los mecanismos de la representación, y las demandas de democracia. Porque es en el balance correcto entre ambas donde nos jugamos ganar, entendiendo por ello algo mucho más profundo que la obtención de buenos resultados electorales, esto es, la posibilidad de una redefinición de nuestras formas de vivir en común y de la reapropiación de los elementos materiales que las hacen posibles.

Este ha sido, desde el principio de nuestra andadura, el objetivo central del Movimiento por la Democracia, y en la medida en que Podemos, u otras fuerzas políticas y sociales vayan en esa dirección nos encontremos en ese camino. Sin ir mucho más lejos, mediante una consulta constituyente el próximo mes de noviembre en la que se pregunte acerca de la necesidad de unas nuevas reglas del juego democrático.

Movimiento por la Democracia, Madrid

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