Montserrat Galcerán, en la foto de candidatura Madrid en Movimiento
 

Amigas y familiares me preguntan qué hay de nuevo en estas elecciones y qué aporta la candidatura Madrid en movimiento para que merezca la pena apoyarnos, por qué esta vez tiene que ser de verdad.

La respuesta es que mi generación o, al menos, aquellos y aquellas de mi generación que nunca hemos pisado los espacios institucionales del poder, tenemos una cierta responsabilidad con las generaciones siguientes, porque no supimos o no pudimos hacer una transición que no fuera una estafa. O éramos demasiado jóvenes o demasiado ingenuas, o tal vez nos fiamos demasiado de nuestros mayores y tuvimos demasiado miedo de sus miedos: el fantasma de una involución, de una nueva guerra civil, empañó toda la transición y nos desmovilizaba ante el temor de volver, por cuarenta años más, a la situación de la que veníamos.

Nos contentamos con muy poco y no supimos cómo seguir en el momento en que tocaron a diana para la desmovilización general. Durante todos los noventa se repetía la pregunta: ¿qué salió mal?, ¿cuándo se torció el proceso?, ¿por qué se pactaron medidas que nadie había acordado?, ¿por qué no se inició un auténtico proceso de debate democrático que permitiera cambiar realmente las instituciones?

Hagamos balance: ganamos una democracia representativa de muy baja calidad, y perdimos la posibilidad de transformaciones sociales y políticas más profundas; nos equiparamos con otras democracias europeas de nuestro entorno pero nos faltaba el tejido social que en aquellas era herencia de la lucha contra el nazismo. Entre los adeptos del PSOE se decía: es el franquismo sociológico el que no deja avanzar. Mientras tanto, la derecha de toda la vida inició el recambio y en los noventa volvió a gobernar como si nada hubiera pasado. Entre unos y otros nos han traído hasta aquí: quiebras, corrupción, pobreza e indignación.

Por eso en Madrid en movimiento decimos: esta vez sí, esta vez va en serio. No porque volvamos a los viejos eslóganes, sino porque hemos aprendido que sin una democratización real de las instituciones, estas no se convierten en palancas de cambio, sino que generan la más profunda de las impotencias. Ahora no venimos de la dictadura franquista, venimos de la democracia de las corporaciones, de las mafias corruptas y de los mercados financieros. Tan destructivos como aquella, tan profundamente arraigados en nuestros temores como lo estuvo el dominio de la fuerza bruta.

Como entonces, la campaña contra nosotros es la del miedo: miedo no a que vuelva un enfrentamiento civil, sino miedo al caos, al conflicto social, a una pobreza todavía mayor. “No tenemos miedo”, se gritaba en el 15M. No tenemos miedo porque apelamos al saber hacer de la población, apelamos a un sentido democrático difundido que nos permite individualizar los conflictos y tratar de resolverlos cara a cara y uno por uno, sin ocultarlos. Hemos aprendido a pensar colectivamente cuáles son las mejores soluciones para problemas compartidos. Sabemos que nadie tiene la solución única en el bolsillo y desconfiamos de los salvapatrias, pero también sabemos que colectivamente podemos encontrarlas.

Por tanto se trata de atreverse, de poner sobre la mesa nuestras demandas, de exigir de los cargos electos que estén al servicio de la población y de controlarlos sin descanso. De invertir la dirección del poder: de abajo a arriba y lo más horizontalmente posible, y no de arriba abajo y sin dar cuentas más que de cuatro años en cuatro años.

La ola del 15M nos está llevando a las instituciones con toda la fiesta y las ganas de vivir de las plazas: ¡con ese ánimo entraremos en ellas, abriremos sus cajones y echaremos de ellos a las telarañas refugiadas en sus esquinas desde hace demasiados años!

Como canta Patti Smith: “el pueblo tiene el poder, no lo olvides, tú tienes el futuro”

Montserrat Galcerán Huguet

Profesora de Filosofía UCM.
Fundación de los Comunes y Universidad Nómada.