Por muchas eras por venir, el viejo Adán será tan fuerte en nosotros que todos tendremos necesidad de algún tipo trabajo si queremos que esté contento. Haremos más cosas por nosotros de las que es habitual que hagan por ellos los ricos de hoy, felices de no tener nada más que pequeñas obligaciones, tareas y rutinas. Pero más allá de estas, nos esforzaremos por esparcir fina la mantequilla sobre el pan —distribuir lo más ampliamente que sea posible el trabajo que aún quede por hacer. Turnos diarios de tres horas o una jornada laboral de quince horas a la semana, solucionarán las cosas por un buen tiempo. ¡Tres horas al día es más que suficiente para satisfacer al viejo Adán en la mayoría de nosotros!
J.M. Keynes, Economic Possibilities for our Grandchildren (1930)
Falta un arte socialista de gobernar. Si hay una gubernamentalidad efectivamente socialista, no está oculta en el interior del socialismo y sus textos. No se la puede deducir de ellos. Hay que inventarla.
M. Foucault, Nacimiento de la biopolítica (1979)
Ante las constantes críticas a Podemos exigiendo solvencia en sus propuestas programáticas, el partido ha tenido que replegarse. Ejemplo paradigmático de esto ha sido lo concerniente a la Renta Básica (RB). Sin todavía un sustento técnico detrás ni planes proactivos cruzados con esta medida, la RB se convirtió en un objeto fácil para la crítica. Es comprensible también, máxime dado lo corto de los tiempos políticos, que para buscar solvencia se recurra a soluciones que ya hayan sido elaboradas de manera sostenida durante las últimas décadas. El neokeynesianismo se hace fuerte así ante la presión y la urgencia mediática.
No obstante, por más que pueda ser un mal menor, siendo una "salida al paso" en un proceso que por su naturaleza es apresurado, y por más que muchas de las medidas propuestas tengan alcances interesantes, el mantenimiento de una postura keynesiana en el tiempo parece inoportuno. Participar del "sentido común" keynesiano, legado por el siglo XX, es arriesgarse a ser atacados por un flanco débil. Con 5,5 millones de parados la moral de la "ética del trabajo" no pasa por sus mejores momentos, pero en el siglo XXI no es complicado explotar las miserias del modelo de los "beneficiarios". Más grave aún parece la inconsistencia de un formato estado-céntrico, como éste, con respecto a las demandas de una sociedad movilizada que insiste en la centralidad de la red, lo reticular y la emergencia deliberativo-productiva, tanto en lo político como en lo económico. Este desajuste no solo provocará desencuentros. Lo peor es que deja pasar las potencialidades alternativas de economías irreductibles a los modelos de antaño.
La flaqueza del pensamiento puede desembocar en una merma de la potencia política. La promesa de un retorno del keynesianismo puede atraer a muchos simpatizantes, reclutándolos especialmente entre aquellos que por su edad recuerdan las “tres décadas doradas” del capitalismo, iniciadas en el ecuador del siglo XX. Pero no basta. Un acierto de Podemos ha sido la elaboración de toda una gramática de la esperanza, una lectura de las posibilidades de un vuelco político en términos positivos, cuando no optimistas, más allá de cualquier ánimo por limitarse a restaurar una normalidad que se ha ausentado. La campaña del “No” en el Chile, que en el 1988 derrocó a Pinochet en las urnas, nos ayuda a intuir la importancia de seguir caminando en esta dirección, elaborando estrategias comunicacionales capaces de combatir la campaña del miedo que ya está en marcha.
Qué aprender de América Latina.
Si hay algo más que podemos aprender de América Latina es que esta visión esperanzadora debe traducirse en un programa, compuesto tanto de grandes lineamientos como de unos cuantos proyectos emblemáticos, grandes y pequeños, locales y nacionales, que sean capaces de construir una narrativa sustraída tanto de la realidad presente a combatir, como de un pasado que en absoluto amerita la nostalgia. Valga de ejemplo la llamada “Revolución Ciudadana” ecuatoriana. Se encuentra en una fase declinante, causada por las modificaciones geopolíticas de los últimos y por las deficiencias de su gestión interna. Pero durante sus primeros años, apoyándose en un contexto regional por entonces propicio —el mismo que ahora debe articularse alineando los intereses del Sur europeo—, no solo logró salir de la crisis dando una respuesta efectiva al problema de la deuda, sino que fue capaz de elaborar esta narrativa de forma programática. La idea era colocar Ecuador en el mundo, situándolo a la vanguardia en varios frentes, cultivando así la autoestima y la confianza entre sus ciudadanos.
Me limitaré a mencionar dos ejemplos. En el ámbito del derecho internacional, con respecto a la preservación de la Amazonia, la república se convertía en el máximo exponente de un nuevo derecho reivindicado en tantos otros contextos del Sur global, vinculando ahora lo ecológico con lo económico: derecho a recibir renta desde los países más desarrollados por dejar a la fábrica amazónica producir salud planetaria, oxígeno y materias para nuevos medicamentos, en lugar de terminar con la vegetación para explotar el crudo que reposa bajo su suelo. La estrategia fue análoga en el ámbito del cambio de la matriz productiva: intentar colocarse a la vanguardia de las propuestas innovadoras que buscan dar el paso a una sociedad del conocimiento en abierto, con innumerables posibilidades de implementación de políticas públicas peer-to-peer minimizadoras de los costes, maximizadoras de la productividad y profundamente democráticas (incluso un sector del gobierno propuso hacer del país el “paraíso fiscal” de la creciente industria del software libre).
La política, ya sea el arte de lo posible o de lo imposible, es siempre una ciencia sin garantías. Todo parece indicar que en aquel país no serán capaces de realizar lo programado (la Amazonia empieza a ser talada; la sociedad del conocimiento libre, lejos de avanzar, retrocede). Está claro que no basta con ganar las elecciones y que todo programa ha de contar con los medios para llevarse a cabo. Ecuador, por supuesto, no es España: ni sus capacidades son las mismas, ni tampoco sus problemas. La solvencia técnica es tan importante como la imaginación política y ninguno de los dos aspectos puede ser descuidado. Aun con todo, hay que aplaudir la vía por la que optaron los ecuatorianos: combatir la situación crítica rechazando cualquier discurso de vuelta a los buenos tiempos —en Ecuador, inmemoriales— a través de un programa que estratégicamente se proyectaba hacia el futuro inaugurado por la victoria electoral.
El reto: crear una nueva razón gubernamental.
El documento presentado a Podemos es, en cambio, conservador. Pero también débil en términos de estrategia política. De ahí que urja dar un salto fuera del keynesianismo. Una forma de comenzar es plantearse la siguiente pregunta: ¿qué puede haber más allá del beneficiario (de la rueda consumista de Keynes) y del empresario-de-sí (neoliberal)? A esta cuestión cabe darle distintas respuestas: 1) buscando un término medio entre el beneficiario y el empresario-de-sí; 2) a la manera de la dialéctica, elaborando una síntesis de ambos, lo cual ya sería un paso adelante; 3) de manera más creativa, forjando un sujeto del gobierno económico más allá de la fusión y la superación de los contrarios. Cualquiera que sea la opción elegida, ha de tenerse en cuenta que no se trata de un problema menor.
Las reflexiones aquí recogidas van encabezadas por una cita de Michel Foucault, quien distinguía nítidamente entre “soberanía” y “gobierno”. El poder soberano se ejerce sobre las cosas: el territorio, sus fronteras, sus infraestructuras, etc. El gobierno tiene por objeto sujetos racionales. Gobernar, dirá Foucault, es conducir las conductas, elaborar políticas encaminadas a favorecer unas sobre otras y, por tanto, cierto tipo de sujeto político y no otro. El lema del neoliberalismo fue “activar la sociedad”, creando para ello la figura del empresario-de-sí, es decir, aquel que, dadas las reglas del juego dispuestas por los gobernantes, conduce su vida como si fuese una empresa, invirtiendo en la maximización de su capital humano (y, para ello, endeudándose). La victoria sobre el keynesanismo de los “años dorados” tuvo mucho que ver con el triunfo de esta subjetividad. Para destronarlo es necesario dar respuesta al reto que planteó, diseñando formas nuevas de gobierno y, por ende, maneras de acondicionar el medio en el que actúan los sujetos, a través de las políticas públicas.
A continuación se resalta una serie de puntos del documento "Un proyecto económico para la gente", elaborado por los profesores Vicenç Navarro y Juan Torres a pedido de Podemos, desde posturas neo-keynesianas. Se enfatizan las discrepancias sobre las convergencias, con el fin de avanzar en el sentido de lo señalado hasta aquí.
Diez puntos críticos en el Documento.
1. Se mantiene la auditoría de la deuda (pp. 10 y 42), fundamental, aunque no se ha encontrado espacio en el texto para avanzar en esta cuestión.
2. Se defiende la "Tasa Tobin" sobre las transacciones especulativas de capital financiero (pp. 11 y 44) y la reconstrucción de una banca pública, transformando la función del ICO de forma que canalice los préstamos europeos a las familias y PYMES (pp.11 y 43). Esta y la anterior propuesta van encaminadas a sanear las cuentas públicas y a establecer mecanismos que reduzcan el riesgo de burbujas especulativas futuras.
3. En línea con lo anterior, se propone terminar con el paradigma neoclásico de los bancos centrales “independientes”, especialmente para el caso del BCE (pp. 11 y 44), y se toma en cuenta el vicio estructural de la UE (criticando el sesgo alemán, pero sin teorizar el tema decisivo, leitmotiv de la clausura de la Asamblea Ciudadana de Podemos, de la Europa del Sur). Sería oportuno acompañar este punto con una reflexión sobre las agencias de calificación de riesgos y el conflicto global que empieza a darse ante el malestar del monopolio ejercido por Wall Street (China ha creado la suya; con el ataque de los mercados financieros a Europa del Sur en el 2008, se abrió el debate sobre la necesidad de dar forma a una agencia europea de evaluación).
4. La referencia al neoliberalismo. Se menciona 12 veces a lo largo del texto, pero sin definición. Cuando los autores se arriesgan a señalar una característica, generalizan y lo vulgarizan: "Los neoliberales defienden que se favorezca continuamente a los ricos porque aseguran que así se producirá un 'derrame' que terminará favoreciendo a los de abajo" (p. 37). La microeconomía es tan importante como la macroeconomía para la razón neoliberal, e incluso lo es más si pensamos en las escuelas austríaca y de Chicago. Como ya ha sido señalado, una de las grandes máquinas de conquista y destrucción del welfare keynesiano consistió en la implementación de una gubernamentalidad microeconómica novedosa, que permitió rediseñar las políticas públicas a partir de la redefinición del "emprendedor" schumpeteriano a través, por ejemplo, de la conceptualización a lo Becker del "capital humano". Exactamente lo contrario a un mero favorecer a los ricos esperando el efecto trickle down o de goteo hacia las clases populares, pues es desde abajo, a partir de la movilización de los individuos, como se ha buscado producir la riqueza. Insistimos, una política que vuelva al modelo keynesiano de los “beneficiarios”, será objeto fácil de la crítica neoliberal. Peor aún, una política que no presente alternativas en este mismo nivel -gobierno microeconómico- no podrá constituirse en una alternativa seria. Más aún: es en el ámbito de las políticas públicas pensadas desde la microeconomía donde resulta oportuno vincular el partido-movimiento con la sociedad movilizada, respondiendo a las demandas participativas de esta última, más allá del neoliberalismo y del keynesianismo.
5. El documento recomienda la derogación de la Reforma Laboral sin proponer en su lugar, todavía, una nueva juridicidad del trabajo. Tan solo se apuntan tres elementos: la reducción de la edad de jubilación, la reducción también de la jornada a las 35 horas semanales (pp. 13 y 47) y la apuesta por la cogestión de los trabajadores, que parece apuntar hacia el “modelo alemán” (p. 54). Sin duda no se encamina hacia las “participatory economics” a lo Michael Albert o similares. La intención es reforzar los viejos sindicatos, instituciones hoy anquilosadas, cuando no obsoletas, que han sido y son parte del problema y, en consecuencia, difícilmente parte de la solución (urge una reinvención de la forma sindical, tanto como una reinvención del gobierno). Además, parece intuirse aquí que la flexibilidad es un problema, cuando en verdad, extraída de su lógica neoliberal, ensamblada con la renta básica, con las instituciones económicas del común y los programas de estímulo individual y colectivo, bien podría ser parte de la solución (en esto los postoperaistas y teóricos de la economía peer-to-peer aportan reflexiones interesantes). Si es correcta la hipótesis de la centralidad de los procesos reticulares en red, para lo deliberativo y lo productivo, carece de sentido demonizar la flexibilidad, pues forma parte de la antropología contemporánea del trabajo y de la sociabilidad.
6. Se insiste en el mantra keynesiano del pleno empleo, entendido como un objetivo prioritario. Esto equivale a obviar todo el debate sobre la teoría del trabajo más allá del empleo, y sus posibles modelos alternativos. Lo que está en juego aquí se trasluce en el siguiente punto.
7. La referencia a la Renta Básica (RB) desaparece, trocada por una "renta mínima garantizada" (p. 17) no teorizada, mencionada fugazmente y sin afrontar sus retos, problemas y sus necesarias medidas económicas proactivas complementarias. La RB no es una medida originariamente keynesiana. Tiene dos fuentes principales: Milton Friedman y la Escuela de Chicago, que la comprenden como un mínimo de subsistencia para quienes fracasan en el juego competitivo de los emprendedores endeudados; y la izquierda, con distintos planteamientos. Hasta ahora el discurso de Podemos ha intentado reconducirla hacia las posturas keynesianas. La RB queda definida como derecho social y como medida de salida de la crisis reforzando el lado de la demanda: aumentar el poder adquisitivo de la ciudadanía para aumentar el consumo y alentar los negocios que lo sacien, reactivando así el ciclo económico. Sin embargo, existe otra posibilidad: comprender la RB no solo como derecho y reformulación de las recetas anti-crisis, sino también como el plano de consistencia a partir del cual propiciar la emergencia gubernamental donde se modulen los sujetos alternativos al empresario-de-sí neoliberal y al beneficiario welfarista. Para que esto pueda ser real, la RB ha de ser atravesada por políticas proactivas que favorezcan ciertos usos de la renta obtenida frente a otros. Para que dicha propuesta no caiga en los vicios neoliberales, es preciso replantearse las políticas de la deuda y de los incentivos (a continuación, puntos 8 y 9).
8. El documento presentado insiste varias veces en la necesidad de prolongar la centralidad de la deuda bajo la modalidad del “derecho al crédito”, repitiendo lo que ha sido una constante durante las últimas décadas, tanto desde el bando neoliberal como socialdemócrata, obviamente con distintas intenciones, tanto para los países avanzados como para los países empobrecidos (en este caso, a través de los llamados "microcréditos"). La fórmula recogida es tal que así: "Reconocimiento en nuestra Constitución de un principio que consagre el crédito y la financiación de la economía como un servicio público esencial" (pp. 11 y 42). Thomas Paine, Common Sense: "Ninguna nación debe ser sin deuda. La deuda nacional es un vínculo nacional". Ahora bien, la deuda no es la única forma posible con la que definir las obligaciones y reciprocidades que tejen las relaciones sociales. Minimizar la omnipresencia de la deuda en la vida cotidiana debería formar parte del programa. La RB básica puede ayudar a reducir su peso, pero ha de ser acompañada por políticas de inversión pública en los gobernados no regidas por el interés, por muy bajo que se establezca su tasa de usura. Las últimas tres décadas de “cultura auditorial” ofrecen numerosos mecanismos que, adaptados, pueden ser implementados para diseñar modelos de rendición de cuentas, seguimiento de la inversión y responsabilización de las partes, ajenos a las dinámicas del endeudamiento.
9. Todo el programa de recuperación gira en torno a la salida de la crisis por la vía keynesiana del aumento de la "demanda": incremento del gasto público y elevación de los salarios para reactivar la economía mediante el consumo. Solo se toca el tema de la "oferta" de manera superficial y sin casi especificaciones ("creación de empleo por parte del Estado", p. 12). Señala una dirección, aunque sin programas o proyectos concretos, con solo dos salvedades: “creación de nuevas redes de comercialización vinculadas a la producción autóctona y local" y “creación de centrales de compras participadas por el sector público y organizaciones del tercer sector" (p. 14). Este tipo de instituciones, correctamente orientadas, podrían ser capaces de potenciar el tejido asociativo y los movimientos sociales democráticos y, por ende, de avanzar en la creación de instituciones capaces de implementar las medidas proactivas necesarias para cruzar con la Renta Básica. Pero esta cuestión está notablemente subdesarrollada. Se trata de una de las grandes debilidades del programa.
10. Por fin, el programa se presenta como un "gran pacto" (pp. 15, 17, 19, 59 y 65). Un nuevo New Deal, aprobado, en este caso, por referéndum. Lo cual es un acierto, especialmente en términos comunicacionales. Consideramos, sin embargo, que falla a la hora de entender entre quienes se da ese nuevo “gran pacto”. Las condiciones antropológicas y la actualidad de la sociedad movilizada exigen pensar más allá de los términos keynesianos.
Antón Fernández de Rota
@AntonFdzdeRota
Posdata.
Un análisis coyuntural y de estrategia política merecedor de ser escuchado. Entrevista a Isidro López, coautor con Emmanuel Rodríguez del libro Fin de ciclo. Financiarización, territorio y sociedad de propietarios en la oda larga del capitalismo hispano.
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