14
Oct
2014
12:14
Ganemos Málaga
Por Fundación de los Comunes

Foto de Álvaro de Luna

 

No hay mejor manera para describir la capital de la Costa del Sol que un día sin sol, incluso más: un día nublado o, ya puestos, un día lluvioso, como fueron los primeros de este otoño. Después de largos meses de pertinaces cielos despejados, de pantanos exhaustos, del temor a nuevas restricciones en el uso del agua –que, como siempre, no afectarían al riego de los campos de golf: desde hace años el reclamo turístico de las instituciones ha cambiado lo de Costa del Sol por Costa del Golf– por fin las nubes superaron la barrera de Las Pedrizas y descargaron sobre Málaga.

El cogollito peatonalizado del Centro Histórico agradeció el agua. Bajo el obelisco, Torrijos y todos sus héroes se solazaron satisfechos; a unos metros de distancia es de suponer que el espíritu de Picasso, metido en su casa natal, también se regodeaba. Además, las funciones teatrales que la Junta de Andalucía había programado en el Teatro Romano de Málaga terminaron una semana antes, así que la lluvia no las iba a arruinar. Tal vez lo lamentaran los guiris en la cola del Museo Picasso, aunque al entrar en su interior y descubrir el batiburrillo de obras menores quizás salieran rápido de nuevo a mojarse y optaran por un paseo hacia el Thyssen, creyendo que iban a ver una exposición sobre la España negra de Regoyos. Lo cierto es que sus mejores cuadros de esa época se han quedado en otros museos, pero por lo menos esos candorosos visitantes no habrían de encontrar goteras.

Y es que justo ahí radica el problema de Málaga: basta salir del centro para encontrarse las goteras de un modelo de gestión que en los primeros días de otoño, como cada año cuando llegan las lluvias, se evidencia nuevamente. Barrios enlodados, alcantarillas que no logran contener esas tormentas, aceras inundadas, lagos en lugar de plazas. Las goteras del modelo de gestión malagueño tienen forma de desempleo –un tercio de la población, alrededor de un cincuenta por cierto entre los jóvenes– y de inversiones faraónicas en museos que multiplican su presupuesto antes de nacer, como el Pompidou, o que, en el mejor de los casos, languidecen sin apenas recibir visitantes, como ocurre con el Museo Automovilístico, sito en el antiguo edificio de la Tabacalera. En este mismo emplazamiento, de hecho, iba a ubicarse el Museo de las Gemas, que nunca abrió sus puertas, si bien por allí desaguaron en torrente los caudales públicos.

Con el estallido de la burbuja inmobiliaria, el modelo basado en el ladrillo se ha desmoronado y ha dejado al descubierto los solares de una ciudad que, más allá de su centro histórico, ofrece estampas galdosianas, casi propias de esa España negra que no veremos en el Thyssen: colas de hombres y mujeres que, al atardecer, esperan junto al cauce seco del Guadalmedina la sopa boba de las instituciones de caridad; cartones y sacos de dormir en los parques de Huelin y el oeste de Málaga, donde cada vez son más quienes pasan las noches al raso; desperdicios y comida putrefacta acumulándose en las puertas de los ruinosos mercados que abastecen a los barrios.

Con todo, quizás no es eso lo peor, no es ni siquiera una realidad que no veamos en otras ciudades andaluzas. Lo peor es la falta de imaginación de los gestores públicos, la ausencia de expectativas y la absoluta incapacidad para cambiar un modelo de gestión totalmente agotado, hoy en manos de un alcalde populista, rodeado de una cohorte de adulones nada eficaz, y que comenzó ya a ocupar cargos públicos en tiempos de dictadura. Se acabó el ladrillo y no hay nada que se atisbe en el horizonte, solo deuda y más deuda. Málaga ha intentado ser moderna, pero impulsada por un equipo rancio que, en una operación de estafa y oscuro compadreo entre amigotes, le cambia el nombre a un barrio a base de grafitis importados, lo llama “Soho” y nos vende que así se acaba el paro.

Es hora de que arreglemos las goteras, porque vamos camino de una verdadera inundación.
Esas goteras, esos barrios de equipamiento escaso, ese modelo de gestión de corte neoliberal basado únicamente en el crecimiento urbanístico y en la especulación, son la mejor prueba de una verdad que conviene no olvidar: hemos estado perdiendo Málaga durante demasiados años. Es hora de ganar. Ganemos Málaga, por tanto.

Tenemos una alegría que, desde mayo de 2011, se ha expresado, como en el resto de nuestra geografía, en plazas, mareas, plataformas, centros sociales, multitudes de colectivos y experiencias vecinales que nos revelan una verdad: el cambio vendrá de nosotras y nosotros. Somos el 99%. Somos la gente que vivimos en Málaga, la gente de un municipio que sabe que hoy, más que nunca, debe invertir la viciada relación entre los representantes y la ciudadanía. Eso pasa por inventar una nueva forma de entender la institución. Entenderla, de hecho, como nuestra. Ganemos, como en tantas otras ciudades, es el nombre de ese nuevo entendimiento.

Hace algunos años se escuchó un mantra venenoso, que los grandes medios repitieron con vocación anestesiante: si la ciudadanía quería plantear demandas serias, debía largarse de las plazas y jugar al juego de la representación institucional. “Democracia”, lo llamaron, un juego que habían pervertido hasta volverlo irreconocible. ¿De verdad creían que nos bastaba con cambiar las fichas, con sustituir a unos representantes por otros? Ganemos Málaga es la reinvención de ese juego, un nuevo tablero, nuevas reglas: protagonismo ciudadano donde antes había llamada al voto cada cuatro años; confluencia donde antes se perseguía la mera unión de siglas; elaboración de programa mediante debates colectivos, foros específicos, trabajo en equipo, consultivo e inclusivo donde había expertos que nadie se encontraba en una calle de su barrio; primarias abiertas donde antes había simulacro de elección o dedo poderoso.

Y es que en nuestro juego no gana quien entra en la institución, quien cruza el dintel de despachos y secretarías para comprobar cómo de mullidas son las poltronas municipales. En nuestro juego se gana de una sola manera: devolviendo la institución a la gente, distribuyendo, dispersando, repartiendo la gestión de lo público entre todas y todos. La institución está ahí fuera, y tiene tu cara, la mía, la de esa vecina.
La ciudadanía malagueña lleva años yendo mucho más lejos que las instituciones y los partidos: poniendo su cuerpo y sus afectos para parar desahucios, manifestándose contra los recortes en educación y sanidad, exigiendo una Renta Básica que garantice una vida digna, oponiéndose al expolio y privatización de las empresas públicas municipales, pensando alternativas sostenibles a los desmanes urbanísticos que pretenden imponernos. Ganemos Málaga quiere ser una herramienta para ahondar en ese proceso de empoderamiento ciudadano y superar así los límites que la acción colectiva encuentra en el marco institucional.

Buscamos crear, en definitiva, un movimiento fuerte que, por encima de las identidades rígidas, el fetiche de la militancia y la centralidad de las elecciones, consiga democratizar Málaga y convertirla en una ciudad digna para vivir. Esa es nuestra apuesta municipalista; más futuro y menos repetición; pasar de la plaza a la ciudad entera; de la representación al gobierno de todas y todos.

Nada de esto es posible sin participación y generosidad, claro. El pasado verano la iniciativa fue lanzada y acogida de manera muy favorable. Desde entonces, son muchos los grupos que ya trabajan en diferentes foros programáticos y que esperan ir sumando más y más gente. Y sí, esa generosidad se expresa de distintas maneras. Encontramos personas sin experiencia previa, que aportan su tiempo, saberes y recursos a un proyecto que saben de protagonismo ciudadano. Encontramos también miembros de movimientos sociales y militantes de organizaciones políticas, como Equo, Partido X, Partido Humanista, Podemos, con experiencia en el trabajo colectivo y comunicativo, e incluso, como en el caso de Izquierda Unida, avezadas en el campo de la gestión pública.

Sabemos que la generosidad de estas organizaciones pasa por abandonar sus viejas rencillas, por poner sus conocimientos, sus herramientas, sus años en la institución, al servicio de esta confluencia, sin apropiaciones indebidas. Conocer las entrañas del monstruo institucional es una sabiduría valiosa que debe ser devuelta a la ciudadanía, que debe ser puesta a disposición de esta máquina que es Ganemos Málaga. Son muchos sus engranajes, pero entre todas y todos vamos a lograr engrasarlos. Ya no hay excusas para la complacencia.
Es otoño, las lluvias no van a parar. O nos inundan o ganamos Málaga.
 

Santi Fernández Patón @Santiferpa
Curro Machuca @curromp
La Casa Invisible / Movimiento por la Democracia/ FdlC

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