Manifestación contra la Ley de Extranjería, noviembre 2009. Foto de Álvaro Herraíz San Martín. 
Tres breves historias que tienen que ver con el Ébola, los medios, los gobernantes y la convivencia entre todas las personas, migrantes o no. Tres historias acerca de las cosas que nos cuentan y hacen posible que se pisotee la dignidad de las gentes... y de lo que podemos contar y hacer para recuperarla.
El pasado 5 de noviembre arribaron a la playa de Maspalomas de San Bartolomé de Tirajana, Gran Canaria, veintitrés personas que habían hecho el viaje en patera hasta esas costas. Se les obligó a permanecer en la playa más de cinco horas ya que el operativo de la Cruz Roja y policía que intervino a su llegada decidió que, porque algunas de las personas tenían fiebre alta, podían portar el virus del Ébola. Bastó que alguien, varias horas al sol después, les preguntara de dónde venían para “desactivar la alarma”. Finalmente, fueron trasladadas a la ciudad en un camión de basura. Lo ocurrido ha sido objeto de críticas desde diferentes lugares y las autoridades (Cruz Roja, Delegación de Gobierno de Canarias, Gobierno de Canarias, Ministerio del Interior, el alcalde de San Bartolomé de Tirajana) se han dedicado a pedirse explicaciones unas a otras. Finalmente, al menos de momento, concluyen que la situación se desbordó por sí sola. Así lo expresa el alcalde: “los protocolos no se ajustan a las necesidades existentes, no se aproximan a la realidad”. Esto ocurrió en una región, las Islas Canarias, donde según los datos de la organización sin ánimo de lucro UNITED han desaparecido o muerto 2.442 migrantes tratando de arribar a sus costas desde 1993 a 2012.
El 16 de octubre, el diario El Faro de Melilla publicaba una portada con una foto de personas en la valla de Melilla acompañada del titular: “Orines y escupitajos ‘con ébola’, fuego y piedras desde lo alto de la valla”. En la carta a la ciudadanía que la Asociación Sin Papeles de Madrid (ASPM) ha hecho pública en una campaña contra esa portada, leemos: “Sobra decir que somos personas como todo el mundo y merecemos el mismo trato y que no se pisotee nuestra dignidad.”
El 1 de octubre, los policías de Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE) de Aluche (una cárcel para gente sin papeles cuyo único delito es no tenerlos) tuvieron a las personas allí encerradas aisladas en sus celdas durante más de dieciocho horas sin comida y sin informarles de que la razón de su aislamiento era la “sospecha” de que alguna persona pudiera portar el virus del Ébola. Activaron, dijeron, “el protocolo”. El auto del juez en respuesta a una denuncia presentada por SOS Racismo y Ferrocarril Clandestino dice: “bajo ningún concepto por un protocolo policial se pueden violar los Derechos Fundamentales de los internos y mucho menos atacar la dignidad de las personas internas” y acusó a la policía de “no entender el significado de la Dignidad del ser humano, su relevancia, alcance y necesidad de preservarla”.
La imagen de veintitrés personas en un camión de basura a nosotras nos parece insoportable. Al igual que esa reclusión infame en el CIE. Pero sabemos que para algunas personas puede resultar hasta justificable. Los compañeros de la ASPM cuentan: “nos han insultado por la calle, por ejemplo llamándonos ‘gente de ébola’; o levantamos las sospechas de quienes están cerca de nosotros en el transporte público; y muy a menudo tenemos que responder a preguntas incómodas, en el trabajo, entre nuestras amistades.”
¿Cómo es esto posible? En parte, porque hay cosas que no sabemos y, sin embargo, sí se nos cuentan otras. En algunos medios de comunicación de masas prima el marco de la emergencia, lo securitario y el espectáculo, siendo quizá esa portada de El Faro de Melilla el extremo de un continuum en el que también está esa información de baja intensidad que consumimos casi sin pararnos a pensar en ella: interrumpen la música para anunciar que “ha llegado una patera con veinte personas a la playa de Maspalomas. La Guardia Civil ha activado el protocolo por Ébola porque algunos tienen fiebre” (Kiss FM, Las Palmas de Gran Canaria, 5 de noviembre). A esto se suma que es en ese marco de la emergencia continua en el que nuestros gobernantes colocan la migración. Ahí está el Ministro del Interior afirmando que en los saltos de la valla de Melilla se cuelan “terroristas”.
Nos hace falta saber eso que no nos cuentan. Por ejemplo, que además de que el Ministro habla sin aportar dato ninguno, es del todo ilógico que nadie que no sea pobre y tenga un deseo inmenso de mejorar su vida vaya a aguantar lo que soportan las personas que intentan entrar por la valla: esperando en los montes de Marruecos sometidos a redadas continuas, intentando saltar no una ni dos, sino varias veces, y siendo devueltos ilegal y violentamente a Marruecos por la Guardia Civil.
Tenemos que conocer que esas personas que vemos en la calle, muchos vendiendo en la manta para poder sobrevivir, hace varios años que están entre nosotros y no han podido viajar a sus países (la mayoría del África subsahariana) a visitar a sus familias porque la aplicación de la ley de extranjería les impide conseguir sus papeles.
Y hace falta acercarse al Ébola desde otro lugar diferente a ese que construye la enfermedad como algo que viene “de África”, exótica, incontrolable y, solo una vez llegada a Europa, de dimensiones épicas y catastróficas. Científicos de diferentes disciplinas, incluida la salubrista y la de medicina tropical, hacen enormes esfuerzos para explicar que la diferencia entre que existan unos pocos casos aislados de Ébola en un lugar o que, por el contrario, se dé un auténtico brote epidémico, tiene que ver con la situación sociopolítica y económica. Pero también con las pobres infraestructuras de salud pública; con los conflictos civiles que obligan a las personas a vivir como refugiados; y con condicionantes ecológicos como el cambio de la estación húmeda a la estación seca, todo lo cual se ha dado en tres países de toda África: Guinea, Sierra Leona y Liberia.
Pero todo esto no es lo que nos cuentan. Nos cuentan que los protocolos no han funcionado. Y que ante el “desborde”, se puede pisotear la dignidad de las personas.
Tenemos que recordar, finalmente, que esta cultura de la indignidad también nos alcanza a los autóctonos. “Para aprender a quitar o ponerse un traje, no hace falta hacer un máster", dijo el Consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid de la enfermera infectada por Ébola, Teresa Romero, a la que acusó de mentir y culpabilizó de su propia infección. Una cultura de la indignidad que culpabiliza, que separa; que presupone la solidaridad como un ideal utópico cuyo lugar ha sido tomado por “protocolos” para contener la “realidad”, que es el miedo. Y que lo hace, además, en el plano del espectáculo, de la defensa-ataque, el de dirigirse a unos supuestos votantes a los que no se respeta, ni se les cuenta lo que pasa.
La cultura que silencia que en nuestro propio territorio hay gente que está enferma y no puede curarse, no porque lo que sufre sea incurable, sino porque les han quitado la tarjeta sanitaria.
Marta Pérez @marta_perezp
Asociación Sin Papeles de Madrid/Lavapiés Acompaña
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