22
Jun
2016
09:58
Organizando movimiento municipalista: sujeto, estructura, escala
Por Fundación de los Comunes

Marisa Pérez Colina (@alfanhuisa), Fundación de los Comunes
¿El movimiento municipalista tiene sujeto?

Desde mi perspectiva, sí. Su sujeto debería ser la multitud, pero una multitud organizada en torno a una estrategia de transformación compartida. Hablar de multitud significa que no se trata de sumar, por ejemplo, estructuras partidarias o sindicales, sino de construir una estructura cuyos componentes no sean portavoces o defensores de intereses ajenos, sino edificadores de un propósito propio, común. En teoría, que las personas pertenezcan o no a otras estructuras no debería ser obstáculo a su inserción en la organización del movimiento. En la práctica, no todas las estructuras son iguales y las de partido, por su naturaleza de máquina jerárquica, pueden dificultar en gran medida la confluencia real imprescindible a un proyecto verdaderamente colectivo. Un espacio mestizo, al menos tendencialmente, debe buscar los mecanismos de proteger esa priorización de lo colectivo.

Lo mestizo, además, no se ajusta, como forma de agregación y de cruce, a los términos medios. No intenta buscar ningún centro ni responder a una mayoría social imaginaria. El envite consiste más bien en componerse como la mayoría social real y en definir nuestros intereses. La mayoría social real, cada vez más precarizada y empobrecida, somos potencialmente todos y todas. El centro imaginario del consenso, del café para todos, es falso y reproduce, desde su mentira, los mecanismos de precarización y generación de desigualdad ya existentes. La mayoría social real está compuesta, eso sí, de culturas vitales, políticas y sociales aparentemente incompatibles. Clase media desclasada, clases populares cada vez más más desprotegidas y excluidas por las políticas de la acumulación, migrantes etc. Cabría llamarla “precariado” si este nombre hubiera tenido algún éxito compositivo. Como, a mi juicio, no ha sido así, pensemos mejor, antes que en un nuevo sujeto (una nueva clase obrera), en un movimiento compuesto de alianzas flexibles y un cuerpo mutante y poroso en su capacidad de incorporar y generar alianzas.

En busca de una estructura organizativa flexible, porosa, sólida y combinante

Una estructura organizada no equivale necesariamente a un partido como los que conocemos con órganos funcional y jerárquicamente diferenciados para separar, en especial, los espacios de pensamiento y decisiones estratégicas, de acceso restringido, de los espacios más ejecutivos. Nuestra tarea sería generar estructuras no jerárquicas. Espacios formales, abiertos y estables de toma de decisiones, para empezar. Estos órganos habrían de conjugar la capacidad de agregación con la de consolidación de un proyecto común compartido. La capacidad de acumular fuerza y consistencia a lo largo del tiempo con la de combinación puntual, con otros movimientos, peleas concretas e iniciativas otras cuyos fines se compartan. En este sentido, es preciso adoptar métodos que atiendan a la porosidad del espacio (convocatorias abiertas, metodologías para que las personas recién incorporadas se apropien lo antes posible del espacio común, etc.) y, al mismo tiempo, normas garantizadoras de una línea común. Medidas sencillas como proteger las asambleas abiertas de ataques organizados de partidos o de oportunistas transitoriamente interesados en alguna cuestión en particular, restringiendo, por ejemplo, el derecho a participar de las decisiones a las personas que formen parte de un espacio de trabajo concreto, que hayan participado durante un determinado tiempo de las asambleas y/o que aporten las cuotas de mantenimiento de la organización.

Y para que las estructuras no solo se mantengan, sino que crezcan y se multipliquen, se ha de hacer hincapié en los recursos materiales. No hacen falta sedes, pero sí espacios físicos, compartidos con otras iniciativas, donde desarrollar actividades fundamentales para el desarrollo de iniciativas de contrapoder. Espacios híbridos donde organizar programas de autoformación, donde generar nuevas realidades productivas (cooperativas de consumo y de producción). Espacios de producción cultural, de organización política y de socialización. Espacios de cooperación que mantengan su autonomía en relación a la institución, pero protegidos por la misma mediante reconocimiento de su contribución social. Las personas del movimiento temporalmente designadas para defender los fines del mismo en el plano institucional, han de aportar una parte de sus ingresos a la constitución material de estas estructuras. Y para que todo esto se defienda de la tendencia a la dispersión, al acercamiento más consumista o turístico a lo colectivo (o como se prefiera llamar a esa suerte de maldición generacional que huye de la lealtad y del compromiso como si fueran de derechas, cuando hoy no hay nada más funcional al sistema capitalista que el usar y tirar, el cambio constante de proyectos y la movilidad oportunista), crear las condiciones materiales de una estabilidad irreductible en su compromiso con un proyecto emancipador. Retribuir, por lo tanto, determinadas tareas: como la secretaría técnica, los trabajos de comunicación, la organización de cursos, la elaboración de informes y de discurso, etc... Funciones siempre condicionadas a la obligación de rendir cuentas en los espacios de decisión colectivos, sujetos a normas que regulen formas de rotación sensatas así como nuevas incorporaciones, sobre todo, en los espacios de delegación institucionales. La rotación aquí debería ser algo prioritario si de verdad queremos romper con la acumulación de poder y la tendencia a la autonomización de lo político-institucional.

Pero la organización no trabaja, evidentemente, para sí misma, sino que sus estructuras y recursos (cursos, locales, personas militantes) han de ponerse al servicio de cualquier iniciativa que aumente la potencia de actuar del contrapoder. El objetivo es desarrollar dinámicas de autogobierno y todo lo que densifique el tejido social, articule conflicto y alimente procesos de empoderamiento, formación y politización, son su tarea. Ahora bien, la vocación del movimiento municipalista no es la de convertirse en paraguas de todas las luchas luchas, no se trata de un movimiento de movimientos. Es tan solo de un actor que está atento y da aliento a lo que ya respira con fuerza en tal o cual demanda, o contribuye a que surjan nuevas iniciativas.

Cuestión de escalas: el municipalismo será continental o la revolución no será

Otra cuestión fundamental para una organización que sostenga un movimiento municipalista es el trenzado de una red que tienda a desbordar lo local. Este plano es, como sabemos, en el que más fácilmente nos ha sido posible imaginar y comenzar a desarrollar prácticas de autogobierno, por razones ya mil veces enunciadas: los problemas de cercanía facilitan la implicación, lo próximo hace posible procesos de politización que convocan lo afectivo y la creación de comunidad. En definitiva, lo local tiene una dimensión de complejidad abordable.

Esto es así, obvio, pero también es cierto que en un mundo donde el capital se organiza de forma global, una transformación realmente revolucionaria debería aspirar a pelear en la misma escala. Las constricciones de lo local a nivel institucional son muchas. La mayor parte de los cambios legislativos que permitirían dar un vuelco profundo al sistema de distribución de la riqueza (políticas fiscales, acceso a recursos, nuevas legislaciones que prioricen el valor de uso sobre el de cambio de bienes y servicios básicos, en un proceso de desmercantilización de la economía), se sitúan en otras escalas institucionales. Así, pues, la profundización en un sentido democratizador de nuestras sociedades debería trabajar en una construcción de movimiento que supere, por un lado, las fronteras municipales y autonómicas y, a la vez, se piense y organice en una dimensión continental.

Democratizar Europa es, aunque suene paradójico y grandilocuente, la finalidad del movimiento municipalista.

A modo de conclusión

La prueba del algodón de un movimiento municipalista es que sea cada vez más radical y no lo contrario. La radicalidad, ese concepto a arrebatar de las mistificaciones interesadas de los medios de comunicación que lo equiparan o aproximan semánticamente todo lo que pueden a ilegalidad, terrorismo o irracionalidad, es, simplemente, la ética política de acudir a la raíz de los problemas como única forma, si no de solucionarlos, sí, al menos, de intentarlo honestamente. Cada vez más rojos y menos socialdemócratas. Cada vez más autogobernados y menos representados. Cada vez menos nacionalistas y más internacionalistas. Cada vez más feministas y menos patriarcocapitalistas.

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