08
Feb
2016
11:21
¿El miedo ha cambiado de bando?
Por Fundación de los Comunes


Foto de Adolfo Luján

Marisa Pérez Colina @Alfanhuisa
Participante en Ganemos Madrid y Ahora Madrid

 

El bipartidismo tiene muchos motivos para sentirse amenazado. El poder que ostentan desde el 78 y que han usado para poner sus estructuras partidarias al servicio de los intereses de las oligarquías y las políticas neoliberales en un pacto que hoy es, sobre todo, transnacional —Unión Europea— se halla gravemente tocado. La corrupción generalizada de sus aparatos, la falta de democracia hacia dentro y hacia afuera, la carencia, también, de imaginación para proponer un nuevo pacto social que sustituya al, hoy, evidentemente roto de un Estado del bienestar cuyas instituciones están siendo progresivamente desmontadas por las políticas de austeridad, les está dejando fuera de juego.

La secuencia de lo sucedido el pasado viernes 5 en Madrid con el affaire de los titiriteros es un buen ejemplo tanto para tomar la medida del pánico de la bestia herida (y comprobar la carga letal de las poderosas armas aún en sus manos) como, y sobre todo, para aprender a defender un proyecto de cambio desde el único lugar posible: el coraje, sustentado por una apuesta política colectiva.

Ya todo el mundo conoce la sucesión de acontecimientos en esta nueva y terrible obra de factura neocon. Primer acto: Viernes 5 de febrero en Tetuán. Apertura de los Carnavales en Madrid. Un espectáculo de títeres denuncia la criminalización de la crítica social de forma supuestamente inapropiada para la audiencia infantil para la que estaba programado. Segundo acto: paralización de la obra tras la denuncia de unos padres, denuncia posterior del Ayuntamiento de Madrid y, finalmente, dos titiriteros detenidos y acusados de enaltecimiento del terrorismo.

Contexto del primer acto: durante los días precedentes a la apertura de las fiestas de Carnaval en Madrid, la corrupción retorna a la primera plana de los periódicos con el tricentésimo caso de lo que Luz Sanchís denomina —muy acertadamente, a mi juicio— dopaje electoral: la operación Taula. Su protagonista: el PP. Este partido al que tras la colección de tramas de corrupción por las que ha sido —y sigue siendo— investigado —Gürtel, Barcenas, tarjetas Black, Púnica, Noos, Caso Fabra, Palma Arena, Pokemon o Brugal, por citar solo un puñado—, se le amontonan los imputados y condenados por cohecho, prevaricación, malversación de fondos públicos, tráfico de influencias, falsedad documental —merece la pena consultar la extensión de la lista—, se atreve, sin embargo, a erigirse, desde todos los altavoces mediáticos neoconservadores, en guardián de la moral “nacional”. Solo un ejemplo: Jorge Fernández Díaz, Ministro de interior en funciones, dice al respecto del espectáculo de títeres: “No se puede jugar con la apología y el enaltecimiento del terrorismo en ninguna circunstancia ni lugar, no se puede humillar a las víctimas”. Intentemos mantener la cordura: el mismo ministro que, hace justo un año —6 de febrero del 2015— ante la muerte de 15 personas que trataban de alcanzar a nado la costa española y fueron recibidas a golpe de pelotas de goma por la guardia civil, declaraba, como responsable máximo de lo sucedido —insistamos, 15 muertes—, “No hay relación entre las pelotas de goma y los muertos de Ceuta” .

Cuando todo el país está, por lo tanto, mirando hacia Valencia, los responsables de un partido que aún no se atreve a pronunciar el nombre de Bárcenas en voz alta, tratan de tapar, una vez más, sus múltiples vergüenzas, con el todo es ETA. ¿Quién, por cierto, en este Estado de auténtica chirigota, no ha sido acusado o señalado públicamente como sospechoso de colaboración con ETA, entre quienes han apostado por cambiar el rumbo de las cosas o han decidido criticar la falta de derechos o de democracia, o el abuso de poder? No es el caso de Pablo Iglesias, ni tampoco el de Ada Colau, a la que la entonces Delegada de gobierno en Madrid, Cristina Cifuentes, tachó de filoetarra, dentro de (interpretaba en su caso la fiscalía) un ejercicio de legítima libertad de expresión.

Ahora bien, contra esta moral corrupta y de letal doble rasero no solo se ha manifestado, mediante su voto, la mayoría del Estado español —a decir de los resultados del 20D—, sino también 3.652.897 de los propios votantes del PP, si comparamos con sus resultados del 2011. Y esto es algo que la derecha más conservadora no puede perdonar.

Respecto al número de títeres prefiero no extenderme porque, más allá de lo más o menos apropiado del mismo en el horario infantil —ojo, que no digo que no sea importante mejorar la programación de las actividades— lo que a mí me dolería realmente sería tener que explicar a unos críos las imágenes que vemos a diario en la televisión —el muro en Palestina, las muertes de los refugiados, medio mundo muriéndose de hambre— y en su propia calle —gente durmiendo bajo cartones, vecinas desahuciadas, viejecitos rebuscando en las basuras y contenedores—. Sea como sea, los titiriteros contratados para la ocasión continúan —hoy domingo 7— en prisión, acusados de “enaltecimiento del terrorismo”. La libertad de expresión no les ampara. No a unos titiriteros. No por criticar los abusos de poder. Pero si el espíritu que criminaliza la crítica y la respuesta social, esto es, el espíritu de la Ley Mordaza, sigue extendiéndose, ¿qué vamos a hacer con las fallas, las chirigotas y con la cultura crítica en general? ¿Recuperar los rombos? ¿Cubrir, que no indultar, a los ninots políticamente incorrectos? ¿Tapar los oídos de nuestros peques por si alguna chirigota se pasara de la raya?

A propósito del segundo acto sí conviene detenerse un poco más. El proyecto de transformación democrática que ha de llevar adelante Ahora Madrid no es el asunto de unos concejales y concejalas determinados, sino el de todas las personas que hemos elegido esta herramienta como instrumento de profundización democrática. Es asunto, en último término, de toda la ciudad. En este sentido, lo que importa no es tanto las personas concretas que ocupan los cargos transitoriamente, sino el mandato al que estas deben atender y hacerlo sin miedo. Sin miedo a defender la libertad de expresión, porque ahí tendrán todo nuestro apoyo. Sin miedo a defender la ciudad de los pelotazos urbanísticos, porque ahí tendrán todo nuestro apoyo. Sin miedo a defender la ciudad del chantaje de la deuda, porque ahí tendrán todo nuestro apoyo. Hemos elaborado juntos y juntas otro proyecto de ciudad. Una ciudad donde primen los intereses colectivos frente a los particulares, donde a la gente no le falte alimento, ni casa, ni salud, ni educación, ni cultura. Una ciudad cuyos recursos sean accesibles para todos y todas; donde se pueda respirar más sano. Esto no se hace de un día para otro y no, desde luego, sin recibir los ataques más duros de la bestia herida. La contrarrevolución de toda la vida.

La continuidad de este proyecto nos va, por lo tanto, en sacar todo el pecho posible (pecho, reitero, colectivo) por las cosas por las que luchamos. Reconociendo los errores, por supuesto, pero desde la convicción, la legitimidad y la fuerza de estar sosteniendo un proyecto común.

Aunque en este momento el error por reconocer es la denuncia presentada desde el Ayuntamiento a los titiriteros. Toca contribuir, de todas las formas posibles, a su liberación. A día de hoy, para para defender el programa emancipador, nos toca ser titiriteros. Nos jugamos la libertad de dos personas, la libertad de expresión de todas las personas, el desarrollo de un proceso de transformación.

El miedo había cambiado de bando, ¿recordáis? Esta fue una de las voces compartidas, racional y visceralmente, primero en las plazas del 2011, después en la apuesta institucional llevada a cabo por las fuerzas del cambio. En un primer momento, dijimos: “No tenemos miedo”. Después “el miedo ha cambiado de bando”.

Nuestra tarea ahora es pelear porque esto siga siendo así.

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