Saberes
Análisis y propuestas para una transformación democrática
13
Sep
2016
10:42
La manta: ni sueño de los manteros, ni problema de los madrileños
Por Fundación de los Comunes
Protesta contra Inditex. Foto de rizlinha

Marisa Pérez Colina @alfanhuisa
Miembro de la Fundación de los Comunes
Participante en Ganemos y Ahora Madrid
 

Ni la manta es el sueño de los inmigrantes de origen subsahariano residentes en Madrid, ni la precariedad absoluta, el de los miles de españoles y españolas —muchos de ellos madrileños— que viven en Londres. Los verdaderos sueños de una vida mejor brotaron con las promesas de paraísos imaginados desde el no future del país origen, y se secaron, poco después, en el desierto de posibilidades reales de los países de llegada. Con la abismal, insalvable diferencia, de que los españoles no están condenados a jugarse la vida en dicho viaje, ni tampoco a ser perseguidos como delincuentes por su situación administrativa… o no, al menos, mientras no se materialice la salida del Reino Unido de la UE.

Del mismo modo, la manta es tan poco problema para los madrileños como el acento español de los camareros y camareras de la cadena Caffè Nero para los consumidores británicos. Pese a ello, la manta se reconvirtió en delito en el nuevo código penal —tras su breve despenalización parcial en 2010— y Gran Bretaña terminó decantándose por el Brexit en junio de 2016: ambas son, a nuestro modo de ver, más que perversas consecuencias de confundir realidades con problemas.

Porque ¿qué determina la deriva de una realidad compleja en un auténtico problema? Desde nuestro punto de vista, el perjuicio objetivo causado, esto es, la cantidad de personas, físicas o jurídicas, negativamente afectadas por esa realidad, así como la gravedad de la afectación. Tomemos pues ambos indicadores como herramientas de medición capaces de dimensionar en términos mínimamente sensatos el alcance afectivo de la realidad mantera, con el propósito de determinar el alcance objetivo del supuesto problema.

Teniendo en cuenta que las principales quejas al respecto del tema en cuestión parecen provenir del gremio de los comerciantes, cabría pensar que nos hallamos ante un problema de naturaleza económica. Ahora bien, el número de manteros madrileños no supera, en total, la cifra de 300, de los cuales solo alrededor de 200 se autoorganizan para vender en el céntrico barrio de Sol. Parece difícil creer, por lo tanto, que en una zona donde en calles como Carretas, Preciados o Montera se suceden, en una procesión ininterrumpida de escaparates, algunas de las corporaciones con más beneficios del país e, incluso, del mundo, esta insignificante cifra de venta ambulante pudiera ocasionar pérdidas significativas a ninguna de estas grandes empresas. El pasado miércoles desayunábamos, no obstante, con una elocuente coincidencia informativa: el mismo día en que el Ayuntamiento de Madrid se pronunciaba públicamente a favor de la continuidad del nuevo plan contra la venta ambulante —pese a la paralización del mismo anunciada tan solo un día antes—, el empresario Amancio Ortega lograba superar a Bill Gates para convertirse en el hombre más rico del mundo, según la lista Forbes. Recordemos que Ortega es el propietario de Inditex, grupo que engloba marcas como Zara, Bershka, Stradivarius, Pull and Bear, etc. Otra empresa potencialmente afectada por la venta mantera podría haber sido el Corte Inglés. Sin embargo, apenas un día antes de que El Mundo filtrara la noticia del nuevo plan de la policía municipal para frenar la venta ambulante, el diario había publicado los últimos resultados de dicha empresa, cuyos beneficios y ventas se han incrementado en un 34% y un 4,3%, respectivamente, durante el ejercicio del 2015.

Parece, por lo tanto, que ni las tiendas hermanas de Massimo Dutti, ni el propio Corte Inglés están perdiendo dinero en una zona supuestamente amenazada por la competencia mantera. Entonces, ¿qué otros comerciantes podrían estar viéndose perjudicados por dicha concurrencia en Sol —principal objetivo, cabe recordar, del aún desconocido, aunque ya famoso, plan de seguridad—: ¿Primark, quizá? Una vez más, el diligente diario El Mundo disipa todas nuestras dudas publicando el incremento de sus ventas en un 16% —es decir, 920 millones de euros— en su último ejercicio.

Recapitulemos: las cifras de ventas y ganancias acumuladas por las superficies comerciales que desembocan en las calles del corazón madrileño, provocando riadas de consumidores (y, por ende, un problema seguro de movilidad) nos llevan a deducir que los manteros no afectan económicamente a los más ricos —a ese 1% contra el que se reveló parte del mundo en el año 2011—. ¿Estamos, entonces, ante una realidad económica que solo afecta significativamente a los pobres? Para algunos de los más pobres, como los inmigrantes de origen subsahariano, la venta ambulante es una forma de buscarse la vida, una de las pocas posibles debido a las infranqueables trabas reguladas por leyes como la de extranjería. A pobres menos pobres, esto es, a quienes nos damos con un canto en los dientes por cobrar menos de 1.221,1 euros brutos mensuales —según la EPA, el 30% del 1,4 millón de asalariados y asalariadas de este país—, o al ya más desahogado 40% que ingresa entre 1.221,1 y 2.173,5 al mes —es decir, al 70% de los trabajadores asalariados—, y sin contar con el 21% de desempleados actuales según el INE, esta precarización de las condiciones de vida nos permiten acceder a productos que, de otro modo, nos estarían vetados: productos como los vaqueros a ocho euros del Primark o las deportivas de marca de la manta. Ahora bien, mientras comprando aquellos vaqueros fomentamos negocios cuyos beneficios proceden de la máxima explotación de trabajadores, desde España a Bangladesh, ¿a quién perjudica realmente que nos ahorremos los pingües beneficios de una marca comprando sus productos falsificados? Como escribe Verónica Gago1 “las falsificaciones masivas —con creciente perfeccionismo— muestran el desfase entre un deseo de consumo globalizado y la gestión política de su escasez-exclusividad”.

Tras el breve recorrido realizado, ¿cabría concluir que nos estamos confrontando con una realidad económica de magnitud problemática? Nuestra opinión es que sí, que nos hallamos efectivamente ante un problema económico muy grave. La cosa es que no se llama manta, sino que tiene un nombre mucho, muchísimo más viejo y conocido: se llama injusticia social.

Nuestro problema, EL PROBLEMA de Madrid, es que en la carrera neoliberal organizada por la UE, hemos ganado la medalla de plata en desigualdad social y la de oro en segregación. También es cierto que España, esa provincia europea de la que formamos parte, puede presumir asimismo, según datos de Eurostat, de un 7,5 en el ratio 80/20, que es una forma de medir la distribución de la renta en una sociedad, estableciendo una relación entre el 20% qué más ingresa y el 20% que menos ingresa. Para hacernos una idea de nuestra situación, la media europea de ese mismo indicador es 5,7 y Alemania cuenta, por ejemplo, con un 4,6. Es decir, no lo tenemos fácil.

¿Pero acaso hemos confiado en, trabajado por y/o votado a, una candidatura municipalista, es decir, un proyecto de transformación social capaz de redistribuir el poder —la capacidad de decidir— y la riqueza, y de hacerlo, además, impulsando un proceso de politización y autogobierno desde abajo, para aceptar UN NO SE PUEDE constante? Ya sabíamos que las armas institucionales del municipio no eran suficientes para una guerra contra el capitalismo neoliberal diseñado a escala europea y ejecutado a escala estatal.

Pero ¿cómo rendirse sin ni siquiera haber plantado batalla? Una batalla que solo puede partir de una premisa, nunca se gobierna para todos, y de una elección: o bien se gobierna para mantener el statu quo de la actual e insoportable desigualdad, o bien se hace política para redistribuir poder y riqueza entre la población.

En un ámbito municipal y poniendo que hablo, por ejemplo, de Madrid, ¿qué mecanismos cabría ir poniendo en marcha, con recursos materiales y normativos, para perseguir el segundo objetivo, esto es, el objetivo de la democratización? Pues así, a bote pronto, y recogiendo las demandas de los movimientos sociales:

1. Descongestionar las arcas públicas de deudas indebidamente contraídas por el sector privado e ilegítimamente trasladadas a la sociedad. En dos palabras, auditoría de la deuda.

2. Devolver las propiedades sociales al sector público como única manera de garantizar la satisfacción de los derechos sociales de la población.

3. Restaurar el valor de uso de la vivienda y defenderlo frente a los insaciables intereses especulativos del sector inmobiliario, para poder cubrir las necesidades de vivienda digna de toda la población.

4. Impulsar un modelo productivo que escape del monocultivo de servicios al turismo que está expulsando aceleradamente a los habitantes del centro de Madrid y precarizando a las y los trabajadores que habitan la ciudad.

5. Romper con el chantaje absoluto de un mercado laboral transformado en una máquina de generar parados y trabajadoras pobres, mediante el reparto de una renta básica municipal.

¿No podríamos trabajar seriamente en pos de la concreción de estas políticas en vez de perder el tiempo resucitando viejos fantasmas que justifican la criminalización de los de siempre? ¿No cabría dejar de hablar de cosas que no existen, como esas famosas mafias esclavizadoras mencionadas por nuestra alcaldesa, y ponernos a trabajar decididamente a favor de la igualdad?

1. Verónica Gago, La razón neoliberal. Economías barrocas y pragmática popular, Madrid, Traficantes de Sueños, 2015, p. 56.

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