Saberes
Análisis y propuestas para una transformación democrática
16
Ene
2017
11:36
Centros sociales y sindicalismo: la potencia colectiva
Por Fundación de los Comunes
http://www.lavillana.org/

Beatriz García, La Villana de Vallekas/Fundación de los Comunes

Resumen de “La Villana”: un centro social en cuatro hipótesis, escrito para los Laboratorios Villanos de noviembre de 2016. En el link podéis leer una historia de las principales hipótesis que han estado detrás de una parte del movimiento de Centros Sociales en los últimos quince años.
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En La Villana de Vallekas, en Madrid, tenemos la buena costumbre de contar/nos nuestra historia para no olvidar lo aprendido y para que la gente nueva sepa que nuestra lucha viene de lejos, hecha muchas veces por desconocidos. También para comprobar que el capitalismo nos sigue las pisadas y no ponernos tristes cuando ganamos y parece que perdemos, cuando nos cambian las preguntas. Y para saber distinguir las tendencias largas de las cortas, para apreciar lo nuevo que nace y lo fundamental que permanece, e inventar espacios y herramientas que nos permitan fortalecerlo/nos.

Este es un resumen de las hipótesis que tenemos entre manos, pero que se sostienen sobre experiencias y reflexiones que vienen de lejos, de los últimos 15 años y que se han construido en colectivo. Solo se pondrán en práctica nuevas hipótesis si las elaboramos juntos.

Sindicalismo social en el corazón de los Centros Sociales

Mucho se ha hablado en los últimos tiempos de la necesidad de nuevos partidos que entraran en las instituciones para devolverlas a la ciudadanía. Pero poca gente incide en la necesidad de repensar los sindicatos, a pesar de la brutal necesidad que tenemos de estructuras de defensa y ataque colectivas. Los sindicatos de concertación ni siquiera amagan con una transformación interna; los sindicatos alternativos no terminan de saltar fuera de los lugares de empleo. Sin embargo, parece que la crisis no se va a acabar y seguirán aumentando la precariedad y el desempleo; “el fin del empleo” es algo que hasta los capitalistas anuncian.

En los últimos años se han desarrollado iniciativas que pueden servirnos para imaginar los sindicatos del futuro. Son grupos basados en el apoyo mutuo, que enfrentan problemas propios pero se enmarcan en una lucha mayor, que emplean la acción directa y la pelea legal. Son como sindicatos pero en el campo de la vivienda, la salud o los cuidados. Tienen más que ver con los sindicatos de principios de siglo XX que con los actuales: aquellos pusieron en marcha cooperativas de vivienda, economatos, ateneos populares, cajas de resistencia, mutuas de todo tipo. A este tipo de sindicalismo, para diferenciarlo del existente, más centrado en lo laboral y salarial, se le suele llamar “sindicalismo social”. Estas iniciativas, además de pelear y ejercer derechos, son espacios de politización y empoderamiento de sus miembros, que generan vínculos más allá de la cuestión en conflicto y crean comunidades de apoyo e intercambio: la base material y afectiva para seguir luchando.

La Villana de Vallekas, ya puede pensarse, en este sentido, como un sindicato: nos asociamos para pelear y para desprecarizarnos; tenemos una pata de vivienda, otra de sanidad, un economato, una caja de resistencia y actividades lúdicas y de formación; y tenemos una "casa del pueblo” financiada por afiliados. Pero las distintas patas no están integradas ni se muestran como parte de una misma idea. ¿Podríamos estirar la hipótesis de las Oficinas de Derechos Sociales, de la que formamos parte, y llamarnos tal cual, Sindicato LaVillana? ¿Podríamos federarnos con otros para tener más alcance?

Generar un sindicato en red con otros sería una posibilidad. Llamadnos “red de sindicatos de precarios, autónomos y desempleados”, las figuras más comunes en el tiempo por venir, con quienes queremos luchar. O pivotar en torno a otras figuras menos laboral-centristas, como deudores, inquilinos o cuidadores. Habría sindicatos de todo tipo, porque de distinto tipo son las injusticias a las que nos enfrentamos, tanto en el lugar de trabajo como en el banco, en la bolsa como frente a la burocracia. Sus sedes estarían en centros sociales e igual que “stop-desahucios”, habría “stop-despido” y “stop-deportación”. Una red de sindicatos territorializados que luchan a partir de conflictos cotidianos en distintos campos, componiendo comunidades movilizadas más allá de empleo.

Aunque cada sindicato fuera particular, nos unirían demandas universalistas y revolucionarias en el sentido de que no perseguirían mejorar lo existente sino ser la base de transformaciones profundas del sistema. Quedar atrapados en su sector y en las mejoras corporativistas ha resultado mortal para los sindicatos actuales; esto les impide desear el cierre de su empresa o el fin de su sector, aunque sean perjudiciales para el bien general. Las Mareas han sido un ejemplo iluminador en este sentido. Se exige el sostenimiento de un común, no solo los empleos asociados.

Estas demandas universalistas se propondrían además al resto de la sociedad y construirían el imaginario de una posible sociedad futura organizada por otros principios; formarían también la base de legitimidad y de generación de empatía hacia la red de sindicatos, por ejemplo: Igual trabajo, igual salario; reparto de la riqueza a través del reparto del empleo y de renta para trabajos sociales (“proyectos remunerados” vinculados a estudios, cuidados y otros servicios sociales, actividades culturales y relativas al medio ambiente o emprendimientos productivos); defensa de los servicios públicos universales ampliados (a la vivienda; al derecho al cuidado, a cuidar y a no cuidar); impuestos a las finanzas y aumento de impuestos a grandes empresas y fortunas; abolición de las deudas odiosas...

Habría que reinventar herramientas de lucha. Tenemos los dispositivos de sindicalismo social, que son herramientas de defensa (apoyo mutuo y acceso a vivienda, alimentación, caja de resistencia, ocio...) y de ataque (señalamientos, okupaciones, encierros...). Para las reivindicaciones universalistas y para el apoyo a las luchas de otros sindicatos de la red, habría que seguir pensando nuestras “huelgas”, las de precarias y endeudados, cuidadores y sin papeles, ¿huelga social? ¿huelga urbana? Si los sindicatos de esta red se movilizaran al mismo tiempo, podríamos ensayar esas nuevas huelgas multisectoriales, multiterritoriales, multiescalares: ocupar sucursales a la vez que centros de salud y supermercados, cortar calles y redes, inventar acciones por un conflicto concreto que sirvan para una pelea estatal. La integración (o destrucción) del sindicato de fábrica hacia centrales mayores en la Transición fue una razón importante de su pérdida de potencia de lucha; las huelgas en cadena de apoyo o en solidaridad con otras fábricas iniciaron las peleas más potentes. No lo olvidamos.

Pequeños sindicatos arraigados (con una base material y comunitaria que les permita sobrevivir) y federados (para el apoyo mutuo y las reivindicaciones universalistas) pueden tener más capacidad de acción que estructuras burocratizadas y centradas en lo laboral-salarial. Porque no peleamos por "más y mejor empleo"; para que la dependencia de un empleo escaso y precario no determine nuestras posibilidades de vida, debemos pelear por la vida buena como un todo.

¿Por donde empezar? La iniciativas que ya existen, que enfrentan de forma sindical distintos conflictos, podrían federarse y nombrarse red de sindicatos. Cada uno a su manera, con composiciones distintas, con vidas de diferente duración. Reconocerse y ponerse metas comunes. Podrían/mos ganar en potencia y visibilidad. Y abrir un nuevo imaginario de lo que es y puede un sindicato a partir de centros sociales y de prácticas de apoyo mutuo. Sigamos discutiendo y poniendo en práctica; solo lo que imaginemos y ensayemos juntas llegará a ser realidad. El Mak2 es un momento imprescindible en este sentido. Esta red no existirá mañana mismo. Pero puede que exista antes de que veamos con nuestros ojos un partido realmente democrático.

comentarios

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    Donatella
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    Jue, 01/26/2017 - 13:13
    Ottimo
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    antonio perez collado
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    Vie, 01/20/2017 - 23:39
    Carta a Beatriz García y otros impulsores del sindicalismo social Estimada amiga: He leído con interés tu trabajo sobre un nuevo proyecto de sindicalismo desde lo social, que se ha publicado en Diagonal recientemente y que, al parecer, forma parte de un debate abierto entre varios colectivos madrileños, agrupados bajo el nombre de Fundación de los Comunes. Posteriormente me ha llegado otro texto de Pablo Carmona (concejal de Ahora Madrid) que también apuesta por ese bautizado sindicalismo social, que parece ser lo novísimo en el mundillo de las ideas y la militancia políticas de izquierdas. A pesar de que la definición más aceptada de sindicato es la que lo define como “Asociación de trabajadores para la defensa y promoción de sus intereses” nada tengo en contra de que se asigne este calificativo para cualquier otro tipo de organización, bien es cierto que abrir el abanico semántico nos ha llevado a dar por bueno el uso del sustantivo “sindicato” referido a agrupaciones de policías, carceleros y otros represores oficios; sin olvidar otras aplicaciones tan poco edificantes como el montaje leguleyo-mafioso “Manos Limpias” o el cinematográfico “sindicato del crimen”, por ejemplo. Por supuesto que respeto tus interesantes opiniones y que considero positivo que desde los barrios, la juventud y los movimientos sociales se anime a reflexionar sobre el mundo del trabajo y la vigencia (o no) del sindicalismo. Me parece necesario que se empiece a dudar de un modelo sindical que, desde los Pactos de la Moncloa, ha venido degenerando hasta convertirse en unas estructuras burocráticas absolutamente reformistas y dependientes de los gobiernos y la patronal, con una implantación menguante y centrada básicamente en las grandes empresas y los sectores laborales clásicos. Lo que no comparto es que la trayectoria y la realidad del sindicalismo alternativo y, fundamentalmente, del anarcosindicalismo se resuma como un intento fracasado de agrupar eficazmente a los sectores laborales nuevos (generalmente precarios) y de integrar en las luchas contra el sistema a otro tipo de conflictos sociales como las de los barrios, feminismo, ecologismo, vivienda, dependencia, precariedad, etcétera, que actualmente son los movimientos más dinámicos y que con más acierto señalan las carencias y contradicciones del desenfrenado sistema capitalista. No negaré que el anarcosindicalismo tiene pendiente una revisión y actualización de su modelo organizativo, que lo convierta también en una herramienta eficaz para otros muchos sectores sociales que no pertenecen al mundo laboral, o si están en él es de forma cada día más precaria y temporal. Y así como la CNT del primer tercio del siglo XX tuvo que adaptarse a los cambios del capitalismo y la producción, creando los sindicatos únicos de ramo y posteriormente las federaciones de industria, y de la misma forma que durante las últimas décadas se ha respondido a nuevos retos formando coordinadoras de sector, sindicatos federales y otras fórmulas para enfrentarse a un sistema productivo y de servicios dominado por empresas multinacionales, subcontratas, sociedades anónimas, deslocalizaciones, falsos autónomos, etc. en estos momentos hay que dar otro paso adelante y pensar en cómo dar cabida a parados, trabajo doméstico, venta ambulante, estudiantes, trabajadores de la economía informal y mil otras realidades de la precariedad a que nos conduce este sistema. Pero lo que a mi juicio falta es un engarce formal en el sindicato, porque en la práctica esta vinculación ya se está dando. Y lo bueno es que este cambio se produce de forma natural y progresiva. Lógicamente la apertura a otros tipos de lucha, que no son estrictamente laborales (aunque si sindicales; al menos para el anarcosindicalismo) se realiza de una forma bastante irregular, dependiendo de las problemáticas dominantes y la disposición militante de cada sitio. Así hay muchos lugares donde gentes de la CGT, por ejemplo, lo son también de la PAH (o incluso se comparten locales). En otros sitios la militancia se ha sumado a asambleas de parados, a grupos ecologistas, feministas, antimilitaristas, a plataformas temporales de cualquier reivindicación, a convocatorias de mareas ciudadanas, etc. En muchas sedes se recoge ayuda para refugiados y se reparte comida con el vecindario sin recursos, se asesora a inmigrantes o se crean escuelas, ateneos y bibliotecas. Todo esto no es una cosa recién inventada; se viene haciendo desde de un siglo atrás, y aunque ahora luchas como las de la vivienda y los alquileres, la salud y la alimentación, la autogestión de espacios culturales, el naturismo y otras iniciativas nos parecen de lo más novedoso, a poco que busquemos vamos a encontrar infinidad de ejemplos sobre el papel transformador que, en todos los ámbitos de la vida, jugaron la CNT y todo el movimiento libertario. Es evidente que el franquismo y su larga y terrible dictadura acabaron con todos estos logros y experiencias, pero no es menos cierto que en cuanto ha sido posible esas ideas y esos proyectos se han recuperado y actualizado. Con todos los fallos, insuficiencias e incomprensiones que se quiera, nadie nos puede negar que nuestro sindicalismo haya intentado salir del centro de trabajo… sin dejar de ser también un sindicalismo de trabajadores. Dicho esto, que puede ser clásico y reiterativo, pero que me parecía necesario para aportar argumentos con alguna base práctica, paso a comentar algunas consideraciones sobre este sindicalismo social que parece ser una nueva apuesta organizativa, sobre la que –como he dicho antes- no tengo nada en contra, como tampoco la he tenido con el resto de intentos de crear un sindicalismo que rompa (después de muchos años de apostar por él o por transformarlo desde dentro) con la deriva imparable del sindicalismo todavía mayoritario hacia su propia aniquilación o integración. La verdad es que resulta admirable el esfuerzo de determinados activistas y pensadores de la izquierda más radical, sin dejar de ser clásica, por encontrar salidas sindicales sin duda arriesgadas –como se ha visto después- en lugar de buscar acercamientos a otros modelos ya en marcha, con historia y con presente. Pareciera que se prefiere inventar lo que ya está inventado en lugar de participar en proyectos, que pese a su tendencia libertaria, han demostrado su capacidad integradora de opiniones diferentes y su compromiso con la lucha por transformar radicalmente este mundo que nada ni a nadie nos gusta. En definitiva: no pretendo disuadir a quienes lanzan estas propuestas, simplemente me conformo con opinar que el sindicalismo (laboral y social ya está inventado) y que los sindicatos no fracasan porque sean grandes, sino porque los sindicados son conducidos a la derrota por unos líderes incuestionables e incuestionados. La CNT (y la propia UGT de sus buenos años) fueron mucho más poderosas que las actuales UGT y CCOO y no por eso dejaron de ser reivindicativas y hasta revolucionarias. La vocación de pastor y profeta se da tanto en grupos pequeños como en los grandes. La clave está en evitar ser rebaño (multitudinario o mediano) y en crear los mecanismos de funcionamiento que propicien lo que ahora se llama horizontalidad y democracia directa. Salud y suerte Antonio Pérez Collado (Socio del Ateneo Libertario Al Margen) (Militante de CGT-Valencia)
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    AS
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    Jue, 01/19/2017 - 17:39
    muy buen articulo
  • Fundación de los Comunes

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