Este fin de semana se presenta en Madrid el Plan B Europa, recientemente lo hizo en Berlín la iniciativa Diem25. Para aportar algunas reflexiones sobre los movimientos europeos que se están conformando, Nuria Alabao, Rubén Martínez, Isidro López y Emmanuel Rodríguez responden a dos preguntas sobre austeridad y la posibilidad de democratizar la UE.
Desde la Fundación de los Comunes lanzamos una serie de artículos para preguntarnos colectivamente por las líneas que definen el momento presente. Pensar desde los movimientos, sin cortapisas, desde dentro de los procesos es para nosotros, la base imprescindible de toda política.
Desde la EU nos recuerdan que el nuevo ejecutivo deberá hacer frente a miles de millones de euros de recortes ¿qué consecuencias políticas tendrá eso en nuestro país y en el propio espacio de la UE?
Isidro López
La cantidad no está clara, podría ser bastante más si se suma lo que se ha aplazado de otros ejercicios para no ahogar al gobierno de Rajoy. Tampoco están claros los ritmos de aplicación de los nuevos recortes. Desde luego, podemos tener pocas dudas de que si hay un gobierno con la más mínima intención de cuestionar la austeridad, esas medidas se van intentar imponer por las buenas o por las malas. Tengamos en mente, por ejemplo, que en Portugal el presupuesto ha sido rechazado dos veces por Bruselas simplemente por motivos ideológicos. Bruselas/Merkel no podía tolerar que el presupuesto se presentase como un intento de superación de las políticas de austeridad.
Si estas medidas de recorte y privatización salen adelante, desaparecerá cualquier atisbo de terreno intermedio entre la austeridad y la no austeridad y volverá la cuestión europea al primer plano de nuestra política, después de un periodo en que ha quedado enterrada por la acción calmante de las políticas del Banco Central Europeo y nuestro propio ciclo electoral largo. Esto significa que ciertas posiciones políticas de contención de corte keynesiano pueden quedar arrinconadas y aparecer de nuevo las cuestiones que tienen que ver con la deuda. Si tenemos en cuenta que nos encontramos en ciernes de un nuevo desplome de las bolsas, con su ascenso correlativo de las primas de riesgo, este escenario de desaparición de las posiciones intermedias es más que probable.
Otra cuestión que conviene adelantar es que si se aprueba el plan de recortes y privatizaciones con un gobierno en funciones o débil políticamente, van a pasar directamente a las CCAA y las corporaciones locales. La UE va a presentar dos sectores prioritarios para el recorte: pensiones y servicios públicos. En la medida en que la carga del ajuste se sitúe en las Comunidades Autónomas, la segunda opción será la que salga adelante con toda probabilidad.
Nuria Alabao
Depende un poco de cómo se resuelva la formación de gobierno. Podemos está presionando para al menos, replantearse el cumplimiento de los compromisos del déficit. Esto puede parecer insuficiente, pero si miramos unos años atrás, es una buena noticia. Al menos en el plano de generar una mínima resistencia política con vocación de escalar en un futuro a medida que mejore la correlación de fuerzas por la democratización de la UE. Por tanto, es una buena noticia la presión desde la organización social y desde los partidos que recogen estas demandas de la calle para que en el sur de Europa se empiece a resistir los dictados autericidas de Bruselas. Por ahora el PSOE ha dicho, aunque ciertamente con escasa concreción, que no van a cumplir con los recortes exigidos o incluso que van a sentarse a renegociar los objetivos del déficit. Sánchez también se ha comprometido a echar para atrás la reforma del artículo 135 de la Constitución aprobada con el PP en el 2011 y que ata totalmente la política económica española a los designios de Bruselas y al mandato alemán. Sin embargo, aunque estas propuestas están sobre la mesa, poco de lo acumulado en el currículum del PSOE nos hace pensar que sean capaces de resistir la más mínima presión de la Troika.
Las propuestas de Podemos recogen una propuesta interesante por cómo intersecta con la política de los mercados: un impuesto que se impondría a los bancos para que paguen su propio rescate financiero, por ahora salido de las arcas públicas. Hasta cuarenta mil millones de euros, se recaudarían de esta manera según los cálculos de Podemos, que sumados a lo acumulado mediante una reforma del IRPF –que aumenta su progresividad–, serviría en parte para evitar los recortes demandados.
Las consecuencias políticas por el lado europeo comportarían sin duda algún tipo medidas violentas dados los precedentes griego y portugués. Por el lado de la movilización, dependen de la brutalidad de los recortes y su impacto en nuestras vidas, pero es bastante probable que despertasen algún tipo de repunte en las protestas sociales.
Emmanuel Rodríguez:
Justamente es en Europa, en tanto forma territorial inmediata de la globalización financiera, donde se juega la única partida política digna de este nombre. Y es aquí justamente, donde la idea de una “autonomía de lo político”, que se resuelve en los juegos-pactos de distintos actores-partidos-élites dentro del Estado-español, se reconoce en sus límites. En última instancia, la discusión está entre dictadura financiera y democracia radical, ambos polos solo tienen una arena de batalla: Europa. Lo que suceda en los territorios antes llamados Estados-nación o proto Estados-nación tiene más la función de contención en límites estrechos (jurídicos e ideológicos principalmente) de un conflicto que sólo puede producirse en su desborde territorial. En términos más concretos, la democracia será europea (impulsada en varios países y con ondas expansivas Sur-Norte) o no será. En esto consiste la lección griega.
Se han lanzado varias iniciativas políticas de alcance europeo que piden más democracia en la EU, algunas se cuestionan la posible salida del euro para tener más herramientas de lucha contra la crisis. ¿A qué responden estas iniciativas? ¿Hay que replantearse la salida del euro?
Rubén Martínez
Manolo Monereo, se preguntaba recientemente en una entrevista qué tipo de artefacto es hoy la Union Europea. Su respuesta era cristalina: “la UE es un sistema de dominio, en el sentido político y weberiano del término. La UE hoy es una decantación del proyecto europeo, un meta-Estado, una deriva estructural de los países del sur convertidos hoy en países dependientes del norte europeo”. La Unión Europea es, en definitiva, el proyecto más acabado del neoliberalismo. En ese sentido, ni España ni Grecia ni Portugal ni Italia son países independientes son Estados-nación sometidos a un modelo de acumulación capitalista donde son tratados como sujetos subalternos.
El poder es la dictadura financiera. El contrapoder se juega dentro de esa unidad geopolítica y geoeconómica conocida como Europa. Desde su primer minuto fundacional, el neoliberalismo europeo empujó medidas que hacían operativo un contrapoder que no tardó en mostrar su escalabilidad. Por un lado, potenció el monetarismo, con la consecuente fractura social debido a los altos niveles de endeudamiento de las clases populares. Por otro lado, concentró en pocas manos las prácticas de mayor rendimiento de la actividad capitalista, intensificando el dominio de las finanzas sobre el resto de las facetas de la economía. Este paulatino proceso de financiarización de la economía, que empezó a fraguarse en los acuerdos de Bretton Woods de 1944, sigue a día de hoy expandiendo los territorios por esquilmar y practicando el gobierno mediante la deuda donde sea que haya una potencia viva que busca su sustento.
Estos procesos acompañan una nueva división internacional del trabajo y su despliegue concretos en regímenes de dominación territorial, como la división continental del trabajo a escala europea. Todo esta maquinaria intervencionista, arrastró las crecientes desigualdades entre Norte / Sur, que no son tanto la consecuencia, como la base estructural (territorio dominador/ territorio dominado) que asientan en el plano territorial, el proyecto neoliberal.
En definitiva: seguro que con algunos comentarios arrogantes, Hayek estaría contento con esta Europa.
Las iniciativas europeas que han surgido en estos días emanan de esa realidad política. Lo que se busca es una alternativa político-económica a la UE del neoliberalismo. El euro es uno de los dispositivos para producir un estado supranacional que reste soberanía a los Estados miembros. Sin una federación suficiente de Estados miembro europeos antagonistas con esa unidad monetaria sin control democrático, la salida del euro no garantiza mayor soberanía, más bien una subordinación a esa arquitectura institucional y a ese territorio capitalista existente.
Emmanuel Rodríguez
Desencadena en 2007, la crisis ha demostrado, de la forma más cruel, que la escala territorial fundamental en estas latitudes es Europa. El Banco Central Europeo ha sido el depositario último y principal del gobierno de la crisis, al tiempo que los gobiernos soberanos se limitaban a cumplir con el diktat de la Troika, salvo en el caso griego, sin rechistar. Pero se trata de un problema que va más allá de quién es el que sostiene la “decisión última”, o si se prefiere, de quién tiene el poder en una situación de excepción, como sin duda es esta. La cuestión es que durante los últimos treinta años, la globalización en este continente se llama Unión Europea (antes Comunidad Europea). En esta escala se ha producido una notable división del trabajo e integración de la cadena de valor que no puede deshacerse, al menos sin un cataclismo mayor, por medio de la vuelta a la ficción de la soberanía económica “nacional”. De igual modo, a esta escala es donde se produce la concentración de la decisión financiera y, por tanto también, de la riqueza financiera.
Esta centralidad de Europa ha sido reconocida por todos los actores políticos y sociales que luchan contra las políticas de austeridad en esta fase agónica del neoliberalismo. De ahí la pluralidad de iniciativas, como esta del PlanB que se presenta este fin de semana. Ahora bien, ¿cuál es nuestro horizonte político? Desde mi punto de vista, se trata menos de volver a la época de una supuesta soberanía económica nacional (que siempre fue ficticia salvo en los países centrales), cuanto de democratizar el aparato político de la Unión Europea. De hecho se trata de “politizar” (en tanto zona prioritaria de conflicto) el gobierno europeo, hasta ahora reducido a unos cuantas reglas económicas de control de gasto y de la inflación, y a la labor pretendidamente “neutral” del BCE. Por eso el debate no consiste tanto en salir o no del BCE, cuanto de ver como la moneda se convierte en una moneda que permite el control democrático, y aún más la distribución de la riqueza financiera en la Unión Europea.
Nuria Alabao
Los acontecimientos de los últimos años, y sobre todo el pulso de Syriza con Bruselas, ha evidenciado la escasa democracia existente en la Unión. También se ha puesto de manifiesto el corsé que el euro supone para las economías deficitarias –casi todas– frente a las que tienen superávit –básicamente Alemania–. Esto ha provocado la mayor tensión política entre los Estados-nación europeos desde el fin de la IIª Guerra Mundial. Si en el origen se pensaba que el euro iba a ser capaz de generar por sí solo una identidad europea, hoy podemos decir que ha provocado casi lo opuesto.
Una moneda siempre es producto de una determinada organización del poder, y en este caso ha supuesto la imposición de la forma neoliberal en las economías nacionales, lo que ha generado instituciones a escala europea a medida de este orden. Un orden que cada vez es impugnado con mayor fuerza por los derrotados de este reparto del poder, fundamentalmente los países del sur. Los movimientos que están surgiendo responden a esa lectura. La pregunta sigue siendo si la política es capaz de imponerse a los mercados, y por tanto de regularlos a favor de una política de redistribución de la riqueza. Si la respuestas es que sí –como pensó la socialdemocracia– los equilibrios de poder la UE serían, de alguna manera, reformables. Esta es la apuesta de los impulsores de Diem25. Aunque el propio Varoufakis matiza que en la evaluación de la pertinencia de esta apuesta política incluye los altos costes sociales que tendrían que pagar las poblaciones del continente derivados de la salida del euro. Así como los costes políticos, en el sentido de una vuelta al enconamiento del conflicto entre los intereses nacionales de los distintos países.
Para otros –la postura sostenida por Costas Lapavitsas y economistas afines– no hay reforma posible de la UE ni del sistema monetario. Lo único que queda por hacer es planear algún tipo de salida escalonada o incluso coordinada entre los países del sur. Pero ¿podría existir una EU sin euro? ¿Qué forma y qué función política podría tener en el orden geopolítico global?
Por ahora estas dos posturas –salida, permanencia– están representadas en el PlanB, la iniciativa que se presenta en Madrid este fin de semana. Los objetivos comunes: la lucha contra la austeridad y por la democratización de la UE. La utilidad política de componer estas distintas posturas en un espacio como el PlanB quizás dificulte la unidad de acción. Sin embargo, la amenaza de la salida del euro: el darle cuerpo a esa posibilidad puede funcionar como una palanca necesaria para cambiar las relaciones de fuerza en el interior de la UE.
En cualquier caso, que existan estas iniciativas a escala supranacional es una buena de armarse para una pelea que se prevé larga.
Isidro López
La lección de la situación griega nos dice que la amenaza de forzar a un gobierno nacional a emitir moneda propia por cierre del flujo de liquidez del BCE al sistema bancario nacional puede ser muy real. Cabe dudar de si una medida así, como todas las que, por otra parte, se han utilizado contra Grecia, se podría utilizar contra un actor económico mayor como es España, pero, desde luego, es amenaza no es para tomársela a la ligera. En este sentido, siempre hay que tener bien reflexionado qué podría significar una vuelta forzada a la emisión de moneda nacional de una u otra forma.
Dicho esto, creo que el debate sobre la salida del Euro ha tomado entre las posiciones críticas un papel demasiado central que ha impedido, en gran medida, un análisis sobre las relaciones económicas y políticas que recubre la moneda común. Normalmente, se suele pasar por alto que las relaciones de dependencia entre las distintas economías nacionales de la UE están determinadas por una división europea del trabajo, en la cada territorio ocupa una función complementaria, y en el caso español, subordinada, a la de los países del centro. La moneda común y las posiciones con respecto a la deuda responden, en último término, de estas relaciones productivas entre países miembros.
En este sentido, la cuestión no es tanto replantearse la posición en torno a la salida del euro, sino tener un debate político en el que se asuma que la salida del euro poco tiene que ver con la recuperación automática de la soberanía económica. Y que para empezar a hablar de recuperación de la soberanía en este terreno hay que pelear en la escala europea, ya sea dentro o fuera del euro. Y, de manera derivada, debemos pensar si estar dentro o fuera del euro facilita esa lucha por la capacidad de redistribución en un modelo de acumulación que es europeo y global. En mi opinión, la renuncia a derechos políticos de decisión en la Eurozona no la facilita, justo al contrario nos hará mas dependientes aún de las decisiones del centro al que estamos vinculados por elementos que no coinciden enteramente con el euro.
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