Panorama
El presente de Europa
07
May
2016
14:46
Inyecciones monetarias: esta vez para la gente
Por Europa constituyente

Fotografía: Study of Moneyflows in the United States, Morris A. Copeland, 1952.

Publicado en Effimera

Marco Bertorello y Christian Marazzi

Nos guste o no, las políticas monetarias han sido en los últimos años
el único antídoto verdadero que se ha utilizado para frenar la
crisis. Un vacío de la política económica a escala internacional
ha sido colmado por el activismo de los gobernadores de los bancos
centrales, ¡hasta tal punto que la derecha alemana critica hoy la
excesiva independencia del BCE! La edición del Economist del
pasado 20 de febrero ya se preguntaba sin embargo si ahora a sus bazucas
se les había acabado la munición. La economía mundial ha
disfrutado primero de bajas tasas de interés, y luego de la
flexibilización cuantitativa iniciada por la Reserva federal y, a partir de
abril, siguiendo los pasos del Banco Central de Japón, el BCE ha
aumentado la dosis aumentando las compras mensuales de valores
públicos y privados y reduciendo posteriormente sus tipos negativos
sobre los depósitos bancarios.

La opción de la Reserva Federal en diciembre de reducir su protagonismo "expansivo"
empezando a subir los tipos parece ya archivada debido a la
perduración de la crisis económica mundial. El intento de Estados
Unidos de sustraerse a este mecanismo, gracias a un crecimiento
nacional que no deja de ser modesto, ha fortalecido inmediatamente
el dólar, haciendo aparecer nuevas señales de sufrimiento para la
economía de Estados Unidos, empezando por su sector industrial. No
es casualidad que ante cualquier resultado por debajo de las
expectativas en la economía real, Wall Street subiera y el dólar se
debilitase, mientras se alejaba el final del dinero fácil. Al
decidir no lleva a cabo nuevos aumentos de los tipos de interés, al
menos a corto plazo, la Reserva federal ha bloqueado cualquier desalineación en
las políticas monetarias, desencadenado de hecho una competición en
absoluto tranquilizadora entre devaluaciones monetarias.

Se puede sostener que lo que se consideraban medidas no convencionales
se han convertido en más que convencionales. Nos dirigimos incluso
hacia un periodo de tipos negativos generalizados, que creará con
certeza problemas inéditos. Vienen a complicar notablemente la
situación la significativa desaceleración de la economía china,
causada por el exceso de deuda y de capacidad productiva y la caída
de los precios del petróleo. En este marco de inestabilidad aumentan
su peso específico las debilidades propias de Europa, desde las
dificultades bancarias a la deuda soberana. Además, las deudas,
tanto públicas como privadas, en una dinámica de deflación tendencial,
se vuelven cada vez más agobiantes, multiplicando las dificultades.

Falta de ideas frente a la crisis

Frente a un agravamiento de la crisis, las clases dominantes parecen carecer
de ideas sobre cómo salir de ella. De nuevo The Economistse pregunta si no
se necesitan  enfoques "radicales" para 
evitar una repetición de la recesión.
Es decir, se admiten los 
límites de expansión monetaria, pero, al mismo tiempo
se permanece 
anclado a la misma lógica, ampliándola. Retorna el debate sobre el
famoso “dinero arrojado desde un helicóptero” propuesto en 1969 por
Milton Friedman, que consiste en la inyección de dinero directamente a las personas 
para reanimar el consumo y la inversión, con lo cual se reactivaría el crecimiento. 
Martin Wolf sostuvo esta hipótesis en las columnas de Financial Times, afirmando
que no hay soluciones 
simples a los desequilibrios globales, sino sólo paliativos
(The helicopter drops might not be far away” (Los lanzamientos desde helicópteros
podrían no estar muy lejos), FT, 24 de febrero de 2016).

El dinero desde el helicóptero sería uno de estos paliativos. Se piensa en la
creación de bonos específicos para invertir en obras públicas y,
sobre todo, se piensa en efectuar abonos de liquidez a los ciudadanos
europeos. Aumentar la moneda en circulación de forma aún más decidida
para relanzar la inflación y poder aligerar la carga de las deudas.
Alternativamente, se plantea un mecanismo tributario para aumentar el
dinero circulante. En el último G20 ambas opciones se disputaban
el escenario.

En realidad, hasta ahora se ha tratado de salvar a las finanzas por medio
de las finanzas, con sus propias reglas y su potencialidades, sin
preocuparse por las crecientes desigualdades e incluso la eficacia
real de ciertas medidas. El riesgo ahora es que la posición correcta, 
consistente en aumentar el consumo y la inversión, acabe liquidada
por la trituradora de carne económico-financiera. Esto es, que se
recorte aún más la presión impositiva en proporción inversa a la riqueza
que se posee o se realicen gastos en infraestructuras faraónicas que
son fines en sí mismas, y cuyo único valor se limita solo a la
etapa final de realización. En resumen, el riesgo es que el dinero
desde eñ helicóptero, en consonancia con su inventor, termine siendo
acorde con las políticas neoliberales de las últimas décadas. En
cualquier caso no funcionará, porque, como temía Isabella
Buffacchi en 
Il Sole 24 ore, cuando tenga lugar no encontrará un mercado
subyacente sano y floreciente, sino solo desierto; será una nueva medida
en beneficio de los principales actores de la economía contemporánea y la
pagarán en cualquier caso los sectores populares y subalternos.

Resulta curioso, sin embargo, que en Italia no se dé este debate fuera de las
noticias económicas. Ni siquiera en la izquierda parece que se le
dedique especial consideración. Sin embargo, a nivel internacional,
especialmente en el mundo anglosajón, va cobrando fuerza la idea de
una flexibilización cuantitativa para la gente (Quantitative
easing for the people)
, en oposición a lo que oficialmente está en marcha.
Esta propuesta fue presentada en marzo de 2015 por un grupo de economistas en
una carta publicada en el Financial Times. Posteriormente, el líder laborista Jeremy
Corbyn habló de flexibilización cuantitativa para las personas. Nos gustaría
intentar recuperar esta propuesta para profundizar en ella, entrando
en el fondo del razonamiento en que se basa, para que deje de ser
un eslogan, sino que pueda representar un desafío creíble en el
debate económico y financiero de nuestro tiempo.
 

Los límites del Quantitative Easing tradicional
 

Los objetivos explícitos de la flexibilización cuantitativa
(Quantitative easingQE) oficial son dos: por un lado, el aumento de
la liquidez en circulación para evitar la contracción del crédito
y aumentar la tasa de inflación; por otro, el estímulo a la
concesión de crédito, y por lo tanto al crecimiento del PIB, a
través de la compra de bonos de deuda públicos y privados y la
reducción de riesgos en una amplia gama de activos no sólo
financieros. Los objetivos implícitos, sin embargo, se refieren a la
devaluación de las monedas para facilitar la exportación (Europa y
Japón) y para reducir la prima de riesgo de las letras del Tesoro,
facilitando de esta manera la sostenibilidad de la deuda pública de
los países periféricos (Europa). En este sentido, países como
Italia y España, donde los bancos son grandes tenedores de bonos
soberanos, han sido capaces en los últimos meses de mejorar su
fuerza acreedora mediante la venta de esos valores al BCE, liberando 
así sus balances.

La contribución del QE al crecimiento económico
es, sin embargo, mínimo 
según la mayoría de los analistas.

En los EE.UU., según un estudio reciente de la
Reserva Federal
,  es de alrededor de 0,26 puntos porcentuales. 

Esto se debe al propio mecanismo del QE, en particular a
la intermediación bancaria que impide que la liquidez creada se
inyecta en la circulación, que "gotee" en la economía
real. Esto es especialmente cierto en un momento en que los tipos de
interés ya son muy bajos, así como las expectativas de crecimiento
global (estancamiento secular en los países desarrollados, reforzado
por la disminución de la tasa de crecimiento de los países
emergentes). La consecuencia de esto es que el aumento de la liquidez
en circulación alimenta las inversiones financieras sin estimular la
demanda interna, alimentando el círculo vicioso de
estancamiento-con-financiarización. El efecto riqueza ha existido,
pero de hecho, se concentra en el 10% más rico. En particular, el QE
no favoreció el aumento de la inversión socialmente útil en
infraestructura (vivienda y transporte, así como sanidad e
investigación).

El efecto neto del QE es aumentar la riqueza de los ricos sin ninguna
contribución al aumento general de las rentas. Se dice que "los
bancos dan dinero a los que ya tienen", a aquellos que ofrecen
garantías, sobre todo si son de tipo político-clientelar,
penalizando así la pequeña y mediana empresa. El crédito está
pues racionado, a pesar del aumento de la liquidez, debido al aumento
de los préstamos impagados causado por la crisis, como ocurrió en
Italia en 2011. Es más, es común el uso del aumento de liquidez
para cubrir los agujeros de la balances de los bancos, sustituyendo
los créditos frágiles por nuevos créditos en mejores condiciones.
"Las intervenciones del BCE, favorecen, dirigen o facilitan el
crédito, pero no pueden obligar a conceder créditos, si
resulta que para los bancos es y sigue siendo más conveniente hacer
otra cosa, esto es invertir de otra manera la liquidez que reciben:
actualmente en los balances de las entidades de crédito italianas
hay 400.000 millones en títulos públicos, es decir, cuatro veces
más de lo que había en 2008, antes de la crisis. Y las maniobras de
frenado del Banco Central puede estimular estos usos alternativos,
porque cada vez que se reduce el costo del dinero, todo el patrimonio
existente, que materializa las condiciones anteriores, se revaloriza.
"(Andrea Boda, Roberta Carlini, "Dateci i soldi", Pagina99we,
19-25 de marzo de 2016).

Además, cuanto más se prolonga el QE en el tiempo, menos eficaz resulta y,
sobre todo, más difícil es salir de él. Los propios Estados
Unidos, después de tres años de QE y de bajos tipos de interés, se
enfrentan de nuevo con el problema de evitar un aumento destructivo
de los tipos de interés, inducido por la desinversión de su deuda
pública por los países emergentes, en particular China (y también
Rusia, Brasil, etc.). No es imposible, según algunos analistas, una
reedición norteamericana del QE para contrarrestar los efectos de la
crisis de los países emergentes sobre los países desarrollados. En
este sentido, el QE está demostrando ser una política monetaria
convencional destinada a durar en el tiempo, una política que está
cambiando en al menos dos aspectos importantes las condiciones
generales para su continuación.

Para evitar los obstáculos de la intermediación bancaria, a saber, el
hecho de que la liquidez no está goteando en la economía real, con
su última operación el propio BCE ofrece la posibilidad, mediante
subastas a tipo cero o negativo de comprar directamente bonos emitidos
por empresas. Ni que decir tiene que esta oportunidad beneficiará
sobre todo las grandes empresas de los países económicamente más
poderosos. Sin embargo, esto es un síntoma de la necesidad de
aplicar estrategias de desintermediación bancaria para hacer
efectivas las medidas de creación casi ilimitada de dinero.
 

La politica de tipos negativos de los bancos centrales
 

La otra medida, que ahora afecta a una cuarta parte de la economía
mundial, tiene que ver con los tipos negativos que cobran los bancos
centrales para penalizar a los bancos que depositan sus excesos de
liquidez y obligarlos así a conceder préstamos. No parece, al menos
por el momento, que los tipos negativos del BCE fueran capaces de
inhibir los depósitos bancarios que se efectúan en sus cuentas,
pues el 80% de la liquidez inyectada en el sistema bancario vuelve al
BCE en forma de depósitos. Si acaso, como ocurrió en Suiza, que
abrió en marzo de 2015 esta práctica de tipos negativos, los bancos
intentarán recuperar estos tipos negativos aumentando los tipos de
algunos préstamos, tales como los préstamos hipotecarios. Y no hay duda
de que los tipos negativos están suscitando un debate político, así
como económico, sobre su eficacia. “Salvad a los ahorradores”,
dicen los acreedores, es decir, bancos, fondos de cobertura y los
países del norte de Europa, mientras que los mismos tipos negativos
permiten a los prestatarios aligerar el servicio de la deuda. El
hecho es que los tipos negativos son síntoma de un problema más
profundo que afecta a la economía mundial, es decir, el exceso del
ahorro sobre la demanda, la de bienes de capital en particular. Los
tipos negativos reflejan este exceso de ahorro en relación con la
demanda, por ejemplo, refleja el hecho de que con un superávit
comercial equivalente al 9% del PIB, Alemania contribuye en gran
medida a la creación de las condiciones para esta espectacular caída
de los tipos de interés, una disminución que, a pesar de las
afirmaciones de sus detractores alemanes, sería mucho peor si
Alemania se viera obligada a reciclar sus ahorros exclusivamente
dentro de sus propias fronteras.

No hay duda, que aun siendo síntoma de un desequilibrio estructural (el
famoso estancamiento secular), la política de tipos negativos puede
escaparse de las manos, sobre todo si los tipos de interés
disminuyeran hasta el punto de desencadenar una carrera de los
depositantes hacia formas de dinero líquido. Por esta razón, una
política monetaria que quiera ser eficaz necesita desesperadamente
una política fiscal que corresponda a la gravedad del desequilibrio
estructural. Reactivar la demanda global a través de la combinación
de la política monetaria y la fiscal, especialmente en una fase en
la que la obsesión de limitar la deuda pública a costo cero es
completamente incomprensible, sigue siendo la única opción viable.
En ausencia de un relanzamiento de la demanda desde abajo es muy
probable que las medidas monetarias contribuyan paradójicamente a
agravar el desequilibrio estructural, generando otras burbujas y,
sobre todo, una recesión aún más dramática. Por consiguiente, es
legítimo plantear el problema de otro QE, radicalmente no
convencional.
 

Inyecciones monetarias para la gente
 

Es cierto que expandir la base monetaria a través del banco central no
permite deshacerse del riesgo existente en el sistema. Hay quien
incluso compara los bancos centrales que participan en el QE con el
banco malo, es decir, con estructuras especialmente diseñadas para
aliviar los sistemas bancarios de la carga de los préstamos de mala
calidad y no productivos. En ambos casos, la compra de bonos con
dinero nuevo o la creación de estructuras especiales para canalizar
préstamos difícilmente cobrables, se espera apartar los peligros,
pero a través de la garantía fundamental de las autoridades
públicas. A la lógica puramente monetaria y financiera sigue
siempre un aterrizaje en la realidad económica. En ambos casos, por
lo tanto, la garantía pública termina por constituir un potencial
regreso a la esfera fiscal, por mucho que se aplace en el tiempo. El
papel de garante en último instancia de la esfera pública refleja
fielmente la imposibilidad de un proyecto de financiación privada
estructuralmente autosuficiente. Aquí se abre una brecha para
plantear una salida diferente para la flexibilización cuantitativa,
dado que existe el riesgo de que la intervención de un banco central
se transforma entonces en una exacción tributaria sobre la
comunidad.

¿Por qué no plantear la hipótesis de que el Banco Central
proporcione dinero directamente a los ciudadanos, así como la
creación de infraestructuras socialmente necesarias? 
Aprovechar
la oportunidad de crear dinero con el fin de redistribuir la riqueza
destinada a crear demanda y una inversión adicional seleccionada
según criterios sociales.

El QE oficial tiene un límite de tiempo en cuanto a la
adquisición de valores, pero no hay un calendario rígido para la
neutralización del programa de adquisiciones. El programa puede
interrumpirse, pero ello no supone un retorno a la cantidad de dinero
anteriormente en circulación. Muchos incluso lo descartan. Algunos
incluso hablan de "perpetuación" de las distintas medidas
destinadas a aumentar la oferta de dinero. Un QE social podría dar
lugar a una amplia gama de ofertas de dinero. Desde el préstamo de
primera vivienda sin interés a los préstamos a tipo cero, que
podría llegar a que se facilitara directamente una suma no
reembolsable para las personas socialmente más desfavorecidas. Esta
operación, dado el contexto actual, sin duda, no dará lugar a
fenómenos de inflación descontrolada. También un QE social podría
proporcionar recursos para un programa de obras para la seguridad de
los territorios y de las infraestructuras, un programa que podría
ser recuperada mediante gravámenes sobre el sector financiero, que
es el principal beneficiario del QE convencional.

Este proyecto de QE no tiene pretensiones de resolver la crisis actual.
Podría incluso requerir una moratoria parcial sobre la deuda
soberana de los países periféricos si se tratara de que sustituyese
a los QE actuales que, de hecho, están reduciendo de modo apreciable
el servicio de sus deudas de nueva emisión.

Sin embargo, el QE para la gente que tenemos en mente responde a la
necesidad de redistribuir la riqueza en nuestras sociedades; se trata
de un QE que no debe de ninguna manera sustituir el actual Estado del
bienestar, pero que puede crear ingresos adicionales de forma
permanente. Esta medida, aunque puede constituir una profundización
de las políticas monetarias que ya son convencionales, por otra
parte podría ser una opción socialmente comprensible para
intervenir en el ámbito financiero de manera inusual o poco
ortodoxa. Serviría en parte para desvelar, o aclarar al menos, el
misterioso arcano que permite a los bancos centrales "imprimir
dinero". Una opción muy utilizada en los últimos años y de la
cual ni siquiera se entienden fácilmente las implicaciones. El
rigor, de hecho, se practica para hacer recortes en el ámbito de los
gastos sociales, pero no para rescatar a los sujetos financieros
habituales. ¿Por qué no correr el riesgo de crear dinero para
estimular consumos socialmente seleccionados y no los sistemas
bancarios? Por una vez, podría intentarse desviar el cauce
aparentemente intocable por el que discurren los sistemas
financieros, revelando su carácter altamente político. Superando su
supuesta naturalización, para que sean objeto de disputa.

Son muchas las contradicciones en juego, pero al menos la propuesta de un QE
para la gente tiene la ambición de tratar de desplazar el centro de gravedad
del discurso económico y político y, al mismo tiempo, proporcionar
recursos, esto es poderes, a las clases menos acomodadas, en una
lógica de confrontación que ciertamente no puede ser domesticada.
Se trata de incidir fuertemente en este debate con una campaña de signo
opuesto, creando las condiciones para un QE para la gente con otras
prioridades y una naturaleza distinta.

 

Traducción del italiano de Juan Domingo Sánchez Estop.

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