Saberes
Nuestro lugar en la sociedad de consumo
07
Abr
2016
15:03
Consumimos presente (V)
Por Consumidos

 
Decía Rem Koolhaas que esta civilización nuestra es la primera que no va a dejar ruinas. Y no es así. Aunque, para ser honesto, él no hablaba tanto de las ruinas en sí sino de la incapacidad de la sociedad de consumo para soportar el envejecimiento, en su caso de las edificaciones. Parece ser, viene a decir, que tenemos la costumbre de derribar cualquier edificio mucho antes aún de que haya comenzado a deteriorarse por el paso del tiempo. Y eso a él le parece insano. Entre otras cosas porque niega la posteridad al arquitecto, que es lo que eran las ruinas. Hasta ahora. Porque no sólo vamos a dejar ruinas sino que, de hecho, las ruinas ya están ahí. Tradicionalmente, las ruina era aquello que quedaba de una civilización, una cultura o un pueblo –o todo junto, porque son difícilmente distinguibles– después de su desaparición. Eran un testimonio hecho de ladrillos y argamasa. Las ruinas eran la prueba, la manifestación del colapso de una civilización. Eran una forma de construir el recuerdo de sí mismas para otras civilizaciones, culturas o pueblos posteriores que, de una forma u otra, iban a topar antes o después con ellas: la huellas de una civilización eran la forma que tenía esa civilización de ser recordada por otra civilización. Primero se daba la civilización y, una vez derrumbada, aparecían sus ruinas: había una secuencia historiográfica. Sin embargo, esta civilización nuestra está cubriendo el mundo de ruinas. Y no sólo el mundo: las ruinas de esta civilización se esparcen por mares, la atmósfera e, incluso, las personas.
 
Esa secuencia civilización-ruina ha sido sustituida por la sincronía entre civilización y ruina. Los llamados “vórtices de basura” o “islas de basura” oceánica, la chatarra espacial geoestacionaria y la huella de carbono y, mucho más jodido, cualquier forma de vida que, de una forma u otra, no contribuya a la creación de esas ruinas. Y es jodido porque esta tercera categoría incluye a varios miles de millones de humanos. Porque, y esto es a lo que voy, ya no puede considerarse que las ruinas sean producto de una arquitectura desgastada por el desuso y el transcurrir del tiempo: eso no va a ser lo que dejemos a otras civilizaciones: los edificios ya no se desusan, se tumban y se levantan de nuevo; la huella de esta civilización va a ser un bonito legado de mierda. Literalmente. Porque mierda es lo que va a quedar de nosotros cuando esta civilización cierre los ojos por última vez. Las ruinas hoy son los desechos de procesos industriales y de consumo. Hasta la arquitectura, ese aparato de rascacielos altísimos y urbanismos gentrificados, ha sucumbido, sepultada también por esas ruinas que son las inmensas acumulaciones de mierda que hemos acopiado desde la 2ª GM: la basura es nuestra ruina. ¿O alguien tiene alguna duda que, si alguna vez esta civilización colapsa, esas montañas de polución van a perdurar?

¿Cómo son nuestras ruinas? Dos apuntes rápidos:

La contaminación son ruinas producidas en tiempo real. Como no podía ser menos en una civilización obsesionada porque todo pase ahora. Esto no exige más comentario.

La contaminación son ruinas invisibles, o se pretenden invisibles. Como no podía ser menos en una civilización obsesionada por lo que se muestra. Basta hacer una búsqueda en Google Images para darse cuenta de has qué grado son invisibles: no hay rastro fotográfico de esas inmensas moles de inmundicia. Las aglomeraciones de plástico del mar están compuestas de partículas de plástico diminutas, la chatarra espacial está muy lejos del alcance de las cámaras y el agujero de ozono solo es detectable a simple vista, pese a ser inmenso. La basura siempre fue poco fotogénica.

Pero hay más detrás de esa rechazo a ser fotografiadas. Las ruinas son invisibles porque no se ven o porque nos negamos a ver. Su mostrarse es negado. Que sí es un efecto novedoso. Heidegger, que de estas cosas entendía, inauguraba un juego curioso al traducir el darse algo, su salir a la luz, por el producir platónico. El mundo se producía en su darse. Y ahí seguimos, con la salvedad de que hoy lo mostrado, lo visible es lo producido, yo ya en términos platónicos sino industriales. El mundo ahora lo producimos nosotros, y su darse es el resultado de un proceso industrial –no hablo aquí, claro está, del darse del mundo como un hecho cultural, que es lo que se entiende desde la crítica marxista de los 70 del siglo pasado, algo más o menos obvio–: me refiero al darse material, a los objetos que se dan en el mundo y por eso lo pueblan: eso que está antes del desarrollo de cualquier concepción del mundo, que era donde antes se mostraba lo dado. En esta civilización, todo lo que se muestra permanece mostrado y todo lo oculto debe permanecer oculto. Se muestran los resultados de los procesos industriales que dan forma y fondo al mundo y se deshecha todo aquello que no conforma ese mundo. Como si el humano, al menos este humano que hoy hay, no pudiera habitar un mundo que se niegue a sí mismo.

Por el mismo motivo que no puede habitar un mundo que envejece.

Habrá quien piense que esa sincronía entre civilización y ruina es síntoma del colapso inminente de esta civilización. Puede ser, yo hay veces que opino así y hay veces que opino lo contrario. Que si esta civilización colapsa va a ser porque también considera ruina a una enorme parte de la humanidad, toda esa a la que niega la existencia por mero de hecho de habitar esa parte del mundo condenada a la no-existencia: los sin papeles, que es como se denomina a los humanos invisibles. Pero de eso ya hablaré en otro momento. En cualquier caso, si esta civilización no está a punto de colapso, esa profusión de ruinas es la forma que tiene esta civilización de dejar un recuerdo de sí misma para sí misma: algo que se puede coligar al hecho de que civilización y ruina pasen de ser procesos secuenciales a sincrónicos. Y, más allá, que en ese dejar su propia huella para sí misma no contemple la posibilidad de que haya ninguna otra civilización después. O, dicho de otra forma, esta civilización se contempla a sí misma como la última. Para esta civilización el recuerdo de sí misma está dedicado a sí misma o a ninguna otra.

Y por eso, porque esta civilización niega el futuro, está condenada a ser el presente. Un presente eterno.

Texto: Luis Montero
Foto: Dotpolka (Flickr)

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El consumo configura nuestro estar en el mundo. Cómo nos relacionamos con nosotros mismos, con los demás y con el planeta. Analizar nuestra relación con marcas y productos nos ayuda a comprender qué lugar ocupamos en la sociedad de consumo.

Felipe Romero. Psicólogo. Investigador de mercados. Luis Montero. Novelista y ensayista. Etnógrafo.

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