Culturas
Cuestionando el pensamiento oficial y sus monólogos afines
14
Oct
2013
17:30
A salvo
Por Anfigorey

Más de una vez me he acordado de la versión cinematográfica de ese cuento de Hans Christian Andersen, Las zapatillas rojas, dirigida por Michael Powell en 1948. En ella Moira Shearer interpreta a una joven bailarina que siente auténtica pasión por el baile, que ama verdaderamente bailar. El título del cuento y la película es a la vez el nombre de la pieza central de un ballet cuyo papel protagonista interpreta la joven bailarina. En la pieza, la bailarina ve en un escaparate unas zapatillas rojas y... oh, parecen tan hermosas allí dentro, tan perfectas las imagina en sus pies que no puede evitar entrar en la tienda y salir con ellas puestas. La joven comienza a moverse, con las zapatillas rojas en sus pies, al son de una música que empieza a sonar para ella y su calzado nuevo. El baile la lleva y la lleva y la lleva. Tanto es así que pasa el tiempo, y anochece y Moira Shearer se cansa, pero las zapatillas no. Las zapatillas quieren seguir bailando, no se detienen, y arrastran a la muchacha, extenuada, por el decorado de una ciudad, una ciudad que parece no terminar nunca como el baile sin fin, que resulta imposible dejar de bailar. Lo que había comenzado siendo fantástico y emocionante acaba convirtiéndose en algo realmente terrorífico. El cuerpo de la joven bailarina, a punto de quebrar, sigue girando cada vez más cansado, con las zapatillas raídas.

Más de una vez me he acordado de Moira Shearer subida a unos pies que parecían no pertenecerle. Y pienso que el tiempo pocas veces nos pertenece y es excesiva la velocidad con la que a diario hace girar las manecillas de los relojes en todas las pulseras del mundo. Es extraño que no nos mareemos o sintamos vértigo. Es verdaderamente extraño. Nos acostamos tarde y nos levantamos cada vez más temprano, tratando de exprimir mejor así los días, cada gotita será mía queremos, al hacer zumo, al bebernos de un trago el café. La rueda de molino nos aguarda en el ascensor, en el transporte, en la aguja del depósito que marca reserva y aún en sueños, anticipando el examen que tendremos en unos meses, el resultado de una prueba futura cualquiera, siempre un noséqué que sucederá o no, después. Las rutinas de nuestros días son tan monstruosas e indómitas como lo eran las zapatillas rojas de Moira Shearer. A estas horas me digo: «Ya está bien. Necesitas descansar.» Y mientras me descalzo, me doy cuenta ahora de que mis zapatillas son azules y tienen una simpática forma que imita las de baile. Y es absurdo, pero me siento a salvo cuando me descalzo.

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Anfigorey

Una vez escuché a alguien decir que si todos sacásemos nuestro monstruo se haría innecesario seguir hablando de monstruos. Pues bien, me siento cerca de este huésped al que nadie ha invitado. Una fría tarde de invierno ve una luz encendida y decide entrar. Sin más.
En un momento en el que no se espera de nosotros otra cosa que obediencia y miedo, intentar pensar al margen de los discursos oficiales es para muchas un modo de resistencia. Por supuesto, no esperamos una invitación.

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