Culturas
Cuestionando el pensamiento oficial y sus monólogos afines
19
Dic
2015
16:19
El hilo
Por Anfigorey

Begoña Arostegui (hilo y grafito sobre papel, 2014)

 

Nada puede esperar a condición de que cualquier cosa pueda ser interrumpida. La urgencia no solo nos impide hacer una lectura comprensiva del mundo, sino también relacionarnos con nosotros mismos. Estamos cada vez más solos gestionando nuestros perfiles públicos, a merced de la constante actualización que nos reclaman las redes sociales. Cada vez más dispersos. En la sociedad-red el vínculo social se ha transformado. La vieja lógica de la pertenencia (que nos ponía en relación siempre con un grupo más grande: clase, pueblo, comunidad) ha sido sustituida por la lógica de la conexión (lógica binaria que admite únicamente dos posiciones: conectado/desconectado)1. La amenaza de la muerte virtual ronda los perfiles que no se actualizan. La tiranía de la actividad de las redes sociales es el precio que debemos pagar por tener una existencia virtual. Al igual que sucedía en el país de la Reina Roja, tenemos que correr todo cuanto podamos para permanecer en el mismo sitio.

Una de las críticas más severas que se hacen a las redes sociales apunta a sus resortes de autorreferencialidad y autoconfirmación. En un sentido muy literal podemos confeccionar un mundo virtual a nuestro gusto y conveniencia. En esto la televisión y la Red apenas se diferencian. La variada oferta de canales temáticos y la posibilidad de confeccionarlos a la carta que ofrecen algunas plataformas de televisión privadas encuentran su correlato en el mundo virtual en la configuración de las redes basadas principalmente en la afinidad y preferencias personales. De todos modos, el deseo de autoconfirmación no es exclusivo de la Red, en realidad subyace a cierta concepción de la libertad entendida como elección entre opciones. Tampoco la autorreferencialidad y el ensimismamiento es mayor dentro de la Red que fuera de ella. En el mundo analógico a diario la libertad de información y su independencia son cuestionadas por el hecho de que diferentes medios de comunicación pertenecen a los mismos grupos empresariales. Y la mayoría de los lectores o espectadores de esos medios se mueven por algo quizás no tan diferente a un deseo de autoconfirmación. De un tiempo a esta parte lo que nos sorprende es la rapidez con la que las empresas tecnológicas trasladan los mecanismos de simplificación y reducción propios de los monopolios analógicos al mundo virtual, poniendo en peligro la capacidad liberadora que durante un tiempo se ha atribuido a Internet, su importancia en la tarea de “educar en la cooperación con desconocidos y diferentes”2; dicho de otro modo, su resistencia a la lógica privatizadora del conocimiento y la existencia.

Los marcadores de visibilidad se están afianzando como criterio de validación de lo que hacemos. El desplazamiento de las viejas instancias de validación –la crítica a través de medios y ámbitos especializados–, no es más que el movimiento de superficie de un cambio mucho más profundo. La Red ha conseguido mercantilizar no solo las opiniones y las relaciones, más aún la intimidad. Las empresas privadas a las que pertenecen los canales que alojan nuestros perfiles virtuales traducen nuestra actividad a marcadores visibles (impresiones, interacciones, megustas, porcentajes) de una cifra oculta y variable –pero siempre una unidad económica, dinero- a la cual nunca tenemos acceso, a pesar de que somos cada uno, con nuestra actividad virtual diaria, quienes la generamos. La monetarización de nuestra intimidad en el espacio virtual coincide de este modo con nuestra desposesión de ella. Como consecuencia, la potencia política que podrían llegar a tener ciertos gestos –para los que necesitaríamos tener otra relación con nuestra intimidad– queda neutralizada. Comprendemos aquella afirmación de Jean-Luc Godard: «La experiencia interior está prohibida, por la sociedad en general y por el espectáculo.»

La tecnología no es neutral. Hace algunos meses el artículo The Quiet Racism of Instagram Filters llamaba la atención sobre la falsa neutralidad de los filtros de Instagram, pues al clarear el tono de la piel están eliminando –censurando– aquellos rasgos que se separan del modelo racial de referencia. Recientemente la actriz Inma Cuesta denunciaba la transformación a la que había sido sometida una de sus fotografías (que incluía el alargamiento del cuello y el recorte de un brazo) con una de las herramientas habituales de edición de fotografía digital. Lo que entonces fue asumido  como “excesivo retoque” por parte de la revista que había editado la imagen es, en realidad, un nuevo rostro de la violencia que hace de la realidad un objeto susceptible de manipulación y edición sin limitaciones. Son tan solo dos ejemplos. ¿Hasta cuándo seguiremos aceptando acríticamente la tecnología? La crítica en la era de la imagen debe adoptar nuevas estrategias y herramientas. Para hacer frente a las nuevas formas de control se requieren argumentos y prácticas políticas distintas.

Si quisiéramos llegar a otra parte tendríamos que correr por lo menos dos veces más rápido, decía la Reina Roja a Alicia. Es una sensación ya conocida. Obligados a empezar constantemente algo nuevo no conseguimos acabar nunca nada. Necesitamos pensar y solo podemos hacerlo entre la aceleración de un mundo en plena caída libre, en el que cada vez es más difícil estar juntos. ¿Con qué hilo conseguiremos tejer un nuevo vínculo social?

 


1Para un análisis más detallado sobre esta cuestión puede consultarse, entre otros, el artículo de Marina Garcés (2010): ¿Qué hacer? Intimidades de la crítica.

2Margarita Padilla, en una entrevista para el espacio Interferencias. El libro de Margarita Padilla El kit de la lucha en Internet (Traficantes de sueños, 2012) puede ser un buen comienzo para conocer la potencia política transformadora que tiene Internet.

 

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Anfigorey

Una vez escuché a alguien decir que si todos sacásemos nuestro monstruo se haría innecesario seguir hablando de monstruos. Pues bien, me siento cerca de este huésped al que nadie ha invitado. Una fría tarde de invierno ve una luz encendida y decide entrar. Sin más.
En un momento en el que no se espera de nosotros otra cosa que obediencia y miedo, intentar pensar al margen de los discursos oficiales es para muchas un modo de resistencia. Por supuesto, no esperamos una invitación.

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