15
Sep
2015
11:51
Espectadores
Por Anfigorey

Hay palabras que duelen como articulaciones en la noche de un sueño interrumpido. Hay otras, nos advirtió Hofmannstal, «que te tragas cual anzuelo y sigues nadando sin saberlo»1. Hay quien piensa que las cosas desaparecen cuando ya no hacen falta y que, por lo tanto, nadie se da cuenta. Pero no siempre es así. Hace tiempo que las palabras han cedido terreno a las imágenes. Nuestra capacidad para producir imágenes supera con creces la capacidad para asimilarlas. No se puede decir que hayan dejado de ser necesarias las palabras. Nos faltan. No sabemos dónde buscarlas ni dónde conseguiremos encontrarlas.

En 1969 Harun Farocki dirigió El fuego inextinguible, una profunda crítica a la guerra de Vietnam que, sin embargo, no muestra imágenes directas de esa guerra. El fuego al que se refiere es el napalm, combustible presente en las bombas que el ejército estadounidense utilizó en los ataques sobre la población civil durante la guerra. Cuando el fuego se extingue es casi siempre demasiado tarde. Precisamente una de las claves de El fuego inextinguible es este "demasiado tarde". Farocki nos conoce bien. Sabe que no puede mostrarnos los efectos del napalm –no lo haría– pero nos obliga a admitir que no lo soportaríamos: «Si les mostramos fotos de daños causados por el napalm cerrarán los ojos. Primero cerrarán los ojos a las fotos; luego cerrarán los ojos a la memoria; luego cerrarán los ojos a los hechos; luego cerrarán los ojos a las relaciones que hay entre ellos. Si les mostramos una persona con quemaduras de napalm, heriremos sus sentimientos. Si herimos sus sentimientos, se sentirán como si hubiésemos probado el napalm sobre ustedes, a su costa. Solo podemos darles una débil demostración de cómo funciona el napalm»2. Esa débil demostración, las huellas que se rastrean en los minutos que dura el cortometraje, nos lleva al proceso de producción del napalm. «Se debe combatir el fuego del napalm donde se produce: en las fábricas». El fuego inextinguible muestra la división del trabajo en la producción, división de trabajo que no solo mantiene a salvo la fórmula final del napalm (como sucede con muchos otros productos) o su verdadero uso, sino que hace posible que se diluyan las responsabilidades. «Gracias a la división de trabajo muchos científicos no reconocen su contribución a la producción de armas de exterminio. En relación a los crímenes en Vietnam se sienten como espectadores». ¿Espectadores como nosotros?

Una de las operaciones que el capitalismo global ha perfeccionado es la de dividir y separar. Solemos pensar que es la velocidad la que nos impide hacer una lectura comprensiva del mundo. Pero la dificultad de esa lectura se inscribe en el marco de la división del conocimiento y la acumulación de datos. La división del trabajo encuentra su perfeccionamiento hoy como especialización del conocimiento. No se trata ya de diferenciar para luego juntar, sino de descomponer, dividir en unidades cada vez menores. El resultado del despiece de la especialización son trozos y no fragmentos. Por otro lado, la teoría nos dice que un dato por sí mismo no constituye información y es su procesamiento el que nos la proporciona. El papel que la actual sociedad del conocimiento nos reclama es el de espectadores/consumidores de información, pero no productores de conocimiento.

El fuego inextinguible nos habla en un lenguaje en desuso, pero que todavía podemos comprender. Nos recuerda que las pérdidas de los oprimidos son las ganancias de los opresores. La condición del mantenimiento de la vida del primer mundo es la existencia de una explotación a escala planetaria. Cada una de nuestras prendas de ropa lleva su marca y es difícil encontrar un solo producto de uso diario que no tenga trazas de esta explotación. Harun Farocki nos muestra un procedimiento: abre un espacio para la crítica acompañado de un tiempo para la reflexión. (La inmediatez es enemiga del pensamiento.) En El fuego inextinguible el cineasta plantea algunas preguntas también en desuso: «Quién se beneficia. Quién es perjudicado», introduciendo con ellas una dimensión incómoda, que por naturaleza siempre nos excede. Pero si tomamos en consideración esta dimensión en nuestras acciones inmediatamente desocupamos el lugar asignado de espectadores y tomamos una posición, nos comprometemos. En el capitalismo global una crítica a nivel local acaba poniendo en cuestión las reglas que rigen el sistema en su totalidad y cada acción individual de resistencia es una medida de ese cuestionamiento. El procedimiento de El fuego inextinguible es el de la crítica política de la realidad.
 


1. «Algunas palabras hay que golpean como mazas. Pero hay otras/ Que te tragas cual anzuelo y sigues nadando sin saberlo.», poema Palabras, en Hugo von Hofmannsthal: Poesía lírica, seguida de Carta de Lord Chandos, Igitur, Montblanc, 2002, trad. de Olivier Giménez López, p.133
2. Harun Farocki: Desconfiar de las imágenes, Caja Negra, Buenos Aires, 2013, trad. de Julia Giser, pp. 18-19

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Anfigorey

Una vez escuché a alguien decir que si todos sacásemos nuestro monstruo se haría innecesario seguir hablando de monstruos. Pues bien, me siento cerca de este huésped al que nadie ha invitado. Una fría tarde de invierno ve una luz encendida y decide entrar. Sin más.
En un momento en el que no se espera de nosotros otra cosa que obediencia y miedo, intentar pensar al margen de los discursos oficiales es para muchas un modo de resistencia. Por supuesto, no esperamos una invitación.

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