Culturas
Cuestionando el pensamiento oficial y sus monólogos afines
11
Jul
2013
18:14
Azar y memoria
Por Anfigorey

 

Azar

Aún no lo sabes. Te pasará algo cuando abras ese libro. Lo abrirás al azar con una mezcla de despreocupación y aburrimiento, eso te parece al menos, a pesar de que nunca ha sido el aburrimiento lo que te hace regresar a los mismos libros desde hace años. La hoja doblada en dos dentro del libro es el tobogán que te hará descender, ocho años atrás, a la arena de la página 121. La hoja doblada es una hoja cuadriculada, apenas escrita hasta la mitad, llena de tachones. Hay un dibujo rápido y feo de un ojo. Por la otra cara hay números, 50%, 14.98, +IVA, 42.90 y un mes: diciembre. Los reconoces. Eran los precios con y sin IVA, antes y después de la promoción de descuento, durante el año de compromiso de permanencia, de las tarifas de Internet de la compañía. El tiempo es esa hoja --piensas ahora--, lo que sucedía por una y otra cara: la hidra de la página 13 del libro asomando una de sus cabezas y escupiendo tinta azul sobre las frases del papel cuadriculado; frases que intentarías reescribir durante días; a pequeños intervalos; solapadas con el IVA; en algún plano de la conciencia mientras repetías mecánicamente las ventajas de una tarifa a una señora de Oviedo o Almería; a hurtadillas en los momentos de sosiego; buscándolas con la mirada perdida sobre los tejados de los edificios colindantes a primera hora de la mañana. Te preguntas por qué nunca huele a bollos recién hechos cuando te acuerdas del pasado. Aquí no huele a magdalenas, huele a plástico y precariedad laboral; también a polen de plátanos en las calles, estornudos y pañuelos de papel. Sabes que el título del capítulo del libro impreso no significa absolutamente nada pero hoy lo significa absolutamente todo: Maneras de estar preso. Eso es lo que intentabas entonces, suturar los huecos del tiempo con la escritura, intentar apresarlo.

Memoria

«La memoria no es un instrumento para conocer el pasado, sino sólo su medio», escribe Walter Benjamin en 1932, en Excavar y recordar. La memoria es el medio de lo vivido. Quien recuerda se comporta como un excavador --dice el autor--, revolviendo y esparciendo la tierra, sin miedo a volver sobre el mismo punto una y otra vez; obteniendo no sólo recuerdos, sino los materiales de las capas previas que es necesario atravesar para llegar a ellos. La imagen es la del quehacer del arqueólogo, quien primeramente busca; no necesariamente de quien encuentra, sino de quien busca. Ahora bien, ésta no es la tarea de un arqueólogo profesional. Si el recuerdo y el olvido son los materiales de los que se teje la vida humana, la memoria es memoria de cualquiera.

Según el autor, es a través de imágenes como el pasado se hace cognoscible. Los objetos que hacen aflorar el pasado --por ejemplo, la magdalena mojada en una taza de té de En busca del tiempo perdido--, no son únicamente portadores del tiempo --el recuerdo de los domingos de la infancia--, sino también del lugar en el que el recuerdo fue adquirido --Combray, pueblo de la infancia en esta obra proustiana. Sin embargo, el tratamiento de la memoria en Benjamin no se restringe a la parcela literaria --que aborda en varios escritos breves--; la memoria tiene una dimensión política más amplia. Aquí aparecen las peculiaridades de la concepción de la historia benjaminiana. En contra de racionalidad en la Historia comprendida como progreso de la civilización, el autor ve en la estela de la Historia la destrucción, muerte y acumulación de ruinas (Walter Benjamin vivió la I Guerra Mundial y el ascenso del nazismo en Alemania, en cuyo intento de huida en 1940 acabó su vida en Portbou, Girona). La ideología del progreso de la civilización era el disfraz --piensa el autor-- que servía al desarrollo del fascismo que había ya comenzado a azotar Europa en los años 30.

La memoria aparece siempre donde el pasado ha sido olvidado. Las imágenes del pasado a las que hace referencia Walter Benjamin funcionan al modo de espacios o escenarios donde la experiencia del mundo y del tiempo cotidiano se desplaza o suspende, permitiendo dar el salto al tiempo olvidado. Recordar, desde esta perspectiva, consiste en sustraer las cosas de su curso natural, del tiempo homogéneo de muerte e indiferencia. La memoria es memoria de lo relegado, lo proscrito y su historia, historia hecha con los desechos de la historia.

Según el autor, no es sólo la suerte del pasado la que se pone en juego en la memoria, sino la propia experiencia del presente, la posibilidad de que éste se abra como tiempo-ahora. La capacidad crítica de la memoria radica en conseguir suspender la mirada que reproduce el orden establecido del capitalismo, bloquear la producción de la realidad. Esta memoria es memoria política y el acto de recordar, un acto revolucionario. Podemos decir que la experiencia del tiempo a la que apunta Benjamin es la experiencia del tiempo revolucionario.

¿A través de qué experiencias sentimos que el tiempo deja de ser el tiempo que marcan nuestros relojes? ¿Acaso en las múltiples experiencias de okupación de los últimos años? ¿Sigue siendo el arte, la creación? ¿Acaso el amor? ¿Y cuáles son las anclas que consiguen hacer regresar el tiempo a nuestros relojes? ¿Cómo lograremos levar esas anclas? ¿Qué fuerza nos falta?

comentarios

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Anfigorey

Una vez escuché a alguien decir que si todos sacásemos nuestro monstruo se haría innecesario seguir hablando de monstruos. Pues bien, me siento cerca de este huésped al que nadie ha invitado. Una fría tarde de invierno ve una luz encendida y decide entrar. Sin más.
En un momento en el que no se espera de nosotros otra cosa que obediencia y miedo, intentar pensar al margen de los discursos oficiales es para muchas un modo de resistencia. Por supuesto, no esperamos una invitación.

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