Cocteau se daba cuenta. «Cuando una historia no engancha la mente, esta tiene tendencia a leer demasiado deprisa y a untar la cuesta con jabón.» ¿Quién no ha hecho eso alguna vez? Ahora bien, la lectura en soporte digital parece estar cambiando el guion. Antes de llegar a la primera palabra del cuerpo de un texto la pendiente puede hacernos resbalar.
Deleuze decía que si la filosofía moría no sería de muerte natural sino que sería asesinada. En los últimos tiempos se han oído voces en defensa de la materia Historia de la Filosofía, de segundo curso de Bachillerato, que la Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa (LOMCE) ha relegado a la condición de optativa, y no para todas las modalidades (los alumnos que planean estudiar medicina o biología, por poner un ejemplo, no pueden cursar esta asignatura1). Entre las razones que dan quienes defienden la filosofía se encuentran principios y características que sin la presencia de la materia corren el riesgo de desaparecer, a saber: “tener criterio”, “pensar” o “ser crítico”. Sin embargo, en sentido estricto, ninguna de ellas pertenece única ni exclusivamente a la filosofía sino que son compartidas con otras disciplinas.
Si el conocimiento es poder, ¿por qué este sentimiento de impotencia?
Unas frases sueltas pueden bastar para que algo comience; pueden ser suficientes para desbaratar los planes de una tarde, los de una vida. Haremos bien al no subestimar la fuerza de las palabras, ahora que, según se dice, no valen nada.
La manera en la que un estudiante y un trabajador se ponen delante de la televisión, si no la misma, es muy parecida. Después de un duro día de trabajo o de estudio ambos reclaman un entretenimiento que no requiera más esfuerzo del que son capaces, un entretenimiento a la medida de sus necesidades. No olvidemos que no todos los trabajos nos agotan del mismo modo. Por eso, la función de la programación televisiva es ofrecer suficientes opciones de entretenimiento para captar los restos de atención que hayan sobrevivido al cansancio de la jornada de cada espectador.
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Una vez escuché a alguien decir que si todos sacásemos nuestro monstruo se haría innecesario seguir hablando de monstruos. Pues bien, me siento cerca de este huésped al que nadie ha invitado. Una fría tarde de invierno ve una luz encendida y decide entrar. Sin más.
En un momento en el que no se espera de nosotros otra cosa que obediencia y miedo, intentar pensar al margen de los discursos oficiales es para muchas un modo de resistencia. Por supuesto, no esperamos una invitación.
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