Saberes
Destituir Occidente, Construir Comunismo
10
Mar
2016
10:40
Nación, Raza y Ciudadanía: ¿Son el estado y la nación lo mismo en París que en Jerusalén?

En el otoño de 1961, cientos de franceses de origen argelino fueron masacrados por la policía francesa en París. Decenas de miles lo estaban siendo en la propia Argelia, considerada parte integral del territorio nacional francés. Arrestados en base a su apariencia mediterránea, fueron detenidos, torturados y desaparecidos cientos de seres –algunos incluso emergerían del Sena. No hubo declaraciones, la izquierda habló bajo y la derecha desdeñó el tema como absolutamente secundario.

En 1994, decenas de miles de indígenas tomaron diversas cabeceras de Chiapas. Procedentes de la selva –las mismas selvas mayas que les sirvieron de refugio por siglos– y armadas de manera precaria, estas personas se reivindicaron por encima de sus identidades como zapatistas. Denunciaron la situación de marginación, de genocidio cultural, de despojo de tierras, el intento de exterminio que venían sufriendo mediante abortos forzados, la implantación de dispositivos, cuando no hambre. Denunciaban la arbitraria actuación de las fuerzas del estado en su trato a los indígenas, reivindicaron sus quinientos años de resistencia, primero contra los españoles, luego contra el liberalismo, más tarde contra el capitalismo y el estado explotador –para ellos la conquista continuaba bajo bandera mexicana. Lo hicieron cuando entraban en vigor los más violentos tratados comerciales conducentes a la globalización jamás antes suscritos en México.

En 1895, Valeriano Weyler, militar encargado de la sofocación independentista en Cuba redujo a miles de campesinos a campos de concentración. Encerrados, sin derechos, sometidos a ley marcial, sin acceso a medicinas, ni alimentos, ni apoyo exterior, fueron despojados de todas las libertades inherentes a los españoles y buena parte de la población cubana. Los juicios sumarios, los fusilamientos cotidianos, el maltrato, el robo, la violación, la creación de un clima de miedo que rompiese el apoyo de los pueblos a los rebeldes desnudaron las palabras que referían a Cuba como una parte integra y natural del territorio nacional, compuesta por «ciudadanos de tan alta calidad como los de la metrópoli misma».

Durante las primeras sesiones de la asamblea nacional francesa, pocos meses después de haberse realizado el alzamiento que acabaría con la monarquía, el grueso de las discusiones giraba en torno a la situación explosiva de Haití. En la Francia de las Luces, los representantes coloniales –todos blancos y poseedores– reclamaban un número de delegados en función del número de cuerpos de la colonia, independientemente de su condición esclava. Pretendían ser representantes democráticos de aquellos sometidos al terror, de aquellos que no eran más que sus posesiones.

Durante los años 40 del siglo XX, miembros de pleno derecho del cuerpo nacional, del cuerpo político, personas propietarias, empleadas, empleadoras, votantes pasivas y activas de dos grandes democracias fueron despojadas de todo derecho. En los campos de concentración de California fueron encerradas decenas de miles de estadounidenses de origen japonés. Considerados como un enemigo interno, y tratados como tal. En la Alemania nazi, los judíos fueron concentrados, y fueron metódica y burocráticamente despojados de nacionalidad, paso previo e indispensable para su ejecución.

La nación y su pertenencia, el estado y su significado no son categorías absolutas como pretenden las nociones universalistas occidentales. Son términos volubles, cambiantes que dependen de un contexto político basado en el conflicto, en el dominio y en la conquista, ya que esas mismas categorías –las de nación y la de estado– y los mecanismos para definir su pertenencia tienen su origen en un momento histórico caracterizado por el hecho colonial de la toma de América.

Nación y Estado no significaron ni significan lo mismo para los sujetos colonizados y subalternizados que han sido constituidos como enemigos. Los argelinos franceses, los haitianos y los cubanos resistentes, los judíos alemanes, los indígenas mesoamericanos, todos constituyen muestras de cómo es la volubilidad de la nacionalidad y su relación con el estado moderno y colonial, muestras con infinitas inconsistencias, algunas de las cuales pueden conducir al exterminio físico de millones de seres.

La nacionalidad y la estatalidad, pese a lo proclamado en el derecho internacional, quedan lejos de ser tanto un derecho como una imposición, en algunos casos, aberrante, aprisionadora. El eurocentrismo imperante hasta ahora nos hablaba de la nación y del estado como conceptos inherentes a la propia noción de civilización, de civilidad. No pertenecer al estado, no conformarse en nación, en los términos eurocéntricos, han sido por siglos argumentos suficientes para legitimar el robo de tierras, el despojo y el asesinato. Las sentencias del juez Marshall, la campañas del desierto de Sarmiento, las campañas contra los purépechas, pero también las campañas contra los monjes tibetanos, contra los Tuaregs, los habitantes de los pantanos irakíes, demuestran cómo la estatalidad, la nacionalidad, la pertenencia a una comunidad son cuestiones de poder, de actos, de hechos violentos consumados más que de libre voluntad y determinación de los propios pueblos. De hecho la potestad para determinar qué es pueblo, qué es nación, qué es estado, hasta dónde se extienden y en qué medida lo hacen estos elementos, suele ser patrimonio del sector que controla los mecanismos y dispositivos de poder en un territorio, sin importar con qué legitimidad los ostente, ni en base a qué los obtiene, ni siquiera de qué manera los pone en práctica. Millones de seres viven atrapados entre las fronteras artificiales creadas por la modernidad, por pactos como el de Berlín, pero también por las propias derivas poscoloniales de los países nominalmente independizados.

La nación, el estado y su pertenencia a la misma; la nacionalidad, lejos de ser una construcción emancipadora –como proclamaron con vehemencia los burgueses atlánticos del siglo XIX– ha supuesto una cárcel, un campo de concentración para muchas personas. Cuando uno se abroga en la potestad de definir quién pertenece a la nación, quién pertenece al cuerpo político, puede igualmente excluir, puede también incluir excluyendo, o excluir incluyendo. Es en cualquier caso no una herramienta de liberación, sino una tecnología eficaz de poder que, como veremos, tiene para la mayor parte de la población mundial, una carta de nacimiento colonial, que es lo mismo que capitalista, racista y patriarcal.

—América

Cuando estado y nación irrumpen en el imaginario americano, no lo hacen como parte de un proceso histórico dialéctico, de negociación, dominación y resistencia que les es inherente. Se trata de una irrupción colonial, cuyo punto de partida es un acto de violencia. El primer estado americano es el estado de ocupación; el segundo, el estado de excepción.

Estado y nación comienzan sus pasos americanos reproduciendo el modelo jerarquizante de la metrópoli. Para ello, en el caso español se suplantarán las estructuras tradicionales, se parodiarán sus propios mecanismos de gobierno y sus creencias. La religión sufrió una conversión forzada para ajustarla al modelo de dominación cristiano. Pero, sin duda, el elemento de configuración funcional configurado por el aparato de dominio colonial fue el de la raza.

La raza ha sido sin lugar a dudas el elemento característico que ha definido las relaciones sociales en los territorios colonizados. Mediante la noción de raza, los sujetos coloniales blancos jerarquizaron y ordenaron a las poblaciones americanas que sometieron y a las poblaciones afro que importaron como mano de obra esclava. Estos pueblos fueron marcados “racialmente” para que ocupasen un lugar subalterno en el modelo productivo. En algunos casos la clasificación se construyó de un modo relativamente sencillo, en las colonias anglosajones solo existían tres categorías legales, blancos, negros y americanos nativos, los dos últimos no serían considerados ciudadanos con derechos equiparables a los blancos hasta mediados de la década de los 50 del siglo XX. En los territorios sometidos a dominio colonial latino (Portugués, Español y Francés) la variedad de categorías fue más grande, producto de diferentes dinámicas demográficas de colonización, existiendo numerosas categorías intermedias entre los sujetos sometidos (afros e indígenas) y los dominantes (blancos, aunque como veremos también otros sujetos blanqueados).

—Construcciones teóricas

El racismo funcionó como verdadera tecnología de gobierno durante todo el periodo colonial. Su relación con el derecho es clara y determinante. No existe legislación colonial que no contemple fórmulas para mantener el régimen de privilegios de una minoría blanca, europea o euroamericana sobre el resto de las poblaciones. Podría decirse que el núcleo que define las relaciones legales coloniales viene marcado por la raza. A través de la raza, se organiza el modo de producción de encomiendas, de mitas, de minería. La raza será el argumento fundamental que legitime el régimen de plantación esclavista que condicionará la economía atlántica durante todo el periodo «ilustrado». Desde la legislación esclavista exclusiva, y pasando por la penal, civil y religiosa, todos los ordenamientos vienen atravesados por esta noción. A través del instrumento legalmente validado de raza, o de nación o de república, y, según el momento histórico, se construye el ideal de un cuerpo social cualificado, diferente de la masa, del conjunto

Los funcionarios del esquema colonial se dedicarán con empeño a la construcción científica del aparato de jerarquización, intelectuales que más tarde serán reconocidos como los teóricos más importantes de las modernidades legales, políticas, jurídicas y económicas. Puffendorf, Groscio, Hobbes, Locke, Suarez. Todos ellos estuvieron al servicio directo o indirecto de estructuras económicas y de gestión política colonial. Algunos de ellos tuvieron inversiones directas en la trata negrera y en el comercio atlántico. Algunas de sus más importantes obras –El Derecho de las Naciones, El Leviatán, o El segundo Tratado del Gobierno Civil– tienen explicitas referencias a la dominación colonial, a la toma de tierras, al gobierno de los pueblos, a la esclavitud. En todas ellas se muestra como la racionalidad emergente de la más temprana ilustración se constituye en torno al despertar colonial de Occidente.

Junto a ellas caminarán las más importantes disciplinas. La antropología nace jesuita, con la finalidad de acumular información útil para el gobierno de los indígenas, para facilitar su cristianización. La economía financiera surge para afrontar la complejidad del negocio negrero. La implicación bancaria en el mismo, las compañías de seguros y el aparato contractual capitalista de la city se desarrollan enquistados en la carne de los esclavos.

—Cambios

Pero quizás lo más terrible del aparato colonial racial sea precisamente lo que aparece como más desapercibido, aquello que latirá de manera permanente, que aún sigue conduciendo el flujo de la existencia política de los pueblos de medio mundo bajo el signo de la dominación.

El aparato político articulado por las potencias coloniales y que luego se formalizará constitucionalmente con las independencias cuenta con una continuidad raramente estudiada. Algunos incluso sugieren que independencias como la estadounidense fueron llevadas a cabo por quienes estaban más interesados en mantener el régimen de privilegio racial y de esclavitud que ya mostraba síntomas de cansancio a finales del siglo XIX.

En el aparato cristiano tridentino se presenta un cuerpo social principal, el cuerpo cristiano místico compuesto indiferentemente por españoles (europeos) criollos –asociados a los primeros– mestizos, indios y negros libres. Por fuera del mismo, y en situación de guerra con el cuerpo místico estaban los indios no sometidos, los nómadas de las Californias y las Texas, los patagones. Por debajo del cuerpo místico, e igualmente fuera, estarían los esclavos de las plantaciones. Las relaciones dentro del cuerpo místico no eran limpias ni claras. En el esquema ideológico orgánico, el cuerpo muestra elementos de privilegio, aquello que biológicamente existe para dar órdenes, para ostentar el mando, el gobierno, el poder. Los españoles y los criollos pertenecían a esta clase del cuerpo. Las partes del cuerpo sometidas, las que proveían del alimento a la cabeza, la que laboraban, eran las de los indígenas sometidos, los indios mansos, los mestizos, los negros, los mulatos, es decir las castas.

El esquema protestante está absolutamente más simplificado. Al centro el cuerpo político de los elegidos, están los blancos, los protestantes. Abajo, por fuera, sometidos, los negros. Afuera, sujetos a exterminar, los indios. En este esquema, la nación blanca, es la nación donde puede vivir la democracia, es la nación de las ideas, de la filosofía, de las artes, de la política, es el futuro. Las otras razas, tal y como señala Tocqueville, son parodias de la historia, insultos a la evolución social e incluso racial en el caso de los negros. La nación blanca debe prevalecer.

En ambos casos vemos cómo se incluye excluyendo, cómo el cuerpo social y su periferia vinculan, atan, jerarquizan y ordenan a las poblaciones siempre en beneficio del modelo de la nación de privilegiados.

—Nuevas construcciones

Las naciones que emergen en América en el siglo XIX, pese a la retórica de algunos líderes, son naciones de blancos, de criollos, de europeos. En el mejor de los casos, son paternalistas, pero también genocidas. Los padres fundadores de todas estas naciones, los presidentes de los Estados Unidos hasta bien entrado el siglo XX, todos confiaron en regímenes de segregación racial, de fomento de la inmigración Europea y prohibición de las foráneas. En todos los países desde Tierra de Fuego a Alaska, se desplegaron guerras contra los indios, ya sea por movilización militar, o por los intentos eugenésicos de llevarlos al fin de su existencia.

A nivel legal y económico, se asentaron las estructuras que facilitarían la progresiva desaparición de razas indeseables en Costa Rica, Cuba, Puerto Rico y Estados Unidos, donde también se elaboraron leyes que impedían la migración desde países africanos a sus tierras, a la par que otorgaban con rápida generosidad la naturalización a los inmigrantes europeos. La racialización se entendió de manera clara y definida como el otorgamiento de la nacionalidad. En Estados Unidos, la legislación que asociaba naturalización con perfil racial duró hasta mediados del siglo XX. La patria surgida de la independencia y de la lucha por la libertad y por la igualdad de los individuos, permitía, hasta principios del siglo XX, desposeer de su nacionalidad a la mujer blanca estadounidense que contrajese matrimonio con un hombre no blanco.

Del mismo modo que los indios y los negros eran excluidos del cuerpo social en las dos partes del continente, se fue extendiendo el régimen de privilegio racial hacia sectores más amplios del núcleo legalmente validado. Derecho a voto, a educación, a trabajo, a servicios, a sanidad. Espacios de diferenciación legalmente construidos. Una nación blanca, una nación de color sometida, esta es la imagen de la segregación V1.0. Una nación que tolera por debajo a las naciones sometidas, que las excluye mediante su inclusión en el cuerpo, siempre con el rol subalterno prefigurado.

Este modelo se derrumbó con el régimen nazi, una versión europea intolerable con lo que sucedía en América, precisamente por que aplicó a sujetos racializados como blancos los mismos métodos de exterminio, de una manera más concentrada, aplicadas contra los sujetos de color.

De las cenizas del III Reich, surge el modelo de segregación 2.0. En este modelo, la nacionalidad y la pertenencia al modelo de privilegio no se construyen con un armazonaje biologicista, sino con uno teológico civilizatorio, lo que en la lógica del modelo de sistema mundo colonial es lo mismo que decir económico. En el nuevo modelo, los países erigidos como núcleo de privilegio eliminan las barreras formales para las naciones no blancas internas, manteniendo las materiales opacas, como la clase, el estatus. El estado de excepción se mantiene en todo caso para las poblaciones negras, como en Brasil o Estados Unidos. En el plano de acceso a la nacionalidad, se erigen caminos que perpetúan la segregación, pero ocultándolos bajo la teleología capitalista. El trámite para un ciudadano koreano, para un chino, para un francés, para un canadiense o un estadounidense en caso de que quiera acceder a la nacionalidad europea no es el mismo que el de un africano, que el de un boliviano, que el de un miembro de la Europa del este. El dinero internacional y el estatus del país de aquél que es demandante de nacionalidad perfilan las posibilidades de pertenecer a una nueva comunidad de privilegio.

En el caso de España y de Malta la situación llega a un extremo de rotunda obviedad, de violencia económica. Como es sabido, la inversión inmobiliaria por encima de cantidades millonarias permite el acceso a la nacionalidad exprés de ciudadanos rusos, chinos o de los países petrolíferos.

En la segregación 2.0 se permite la existencia de millones de seres sin derecho a voto residiendo en territorios de libertad y democracia. Algo más de 20 millones de personas latinas no cuentan con derecho a voto en Estados Unidos pese a que son contados en las estadísticas de numerosos estados, ya que su presencia hace que los estados se conviertan en acreedores con más representantes y recursos.

Nación, Estado y pertenencia no han significado ni significarán lo mismo para los sujetos que gozan de privilegio racial, de clase, de género y de religión que para aquellos subalternizados. Se trata de conceptos surgidos de los aspectos más violentos y jerarquizantes de la política. Es quizás por este hecho que con toda naturalidad el derecho a la nacionalidad se contemple como algo inalienable, algo que pertenece a una esfera compositiva del ser. Al fin y al cabo el lenguaje de los derechos humanos fue creado por parte de aquellos que durante siglos colonizaron y construyeron mecanismos de inclusión excluyente, de exclusión incluyente.

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