Saberes
Destituir Occidente, Construir Comunismo
11
Oct
2015
20:22
Es preciso descolonizar Europa

Vivimos una Europa asfixiante donde la muerte ha pasado de ser un hecho, a convertirse en contexto constante, en situación perenne. Tanto  en sus bordes/fronteras asesinas como en su lento suicidio demográfico se hace perceptible que la existencia se ha hecho imposible mas allá del presente continuo del instante determinado y conformado por el poder. La historia como memoria, el porvenir como utopía realizable, han quedado sometidos al tiempo eterno del mercado, de la vida virtual, de la amistad por likes y del amor por Tinder. El inmediatismo condena a  los procesos políticos a la búsqueda de efectividad inmediata, aunque ello signifique desalojar el alma para suplirla con “significantes vacíos”.  El tiempo inmediato que se ha vuelto eterno en este capitalismo de la guerra permanente moviliza nuestras conciencias, nuestros actos,  nuestros gestos, y como se ha demostrado recientemente, nuestros votos. Nuestras vidas rotas ya ni siquiera son nuestras, expuestas a la  supervivencia. Deben sin embargo sentirse afortunadas de gozar del privilegio de que su exposición lo sea al capitalismo pleno y no a una  ráfaga de balas.

 

¿Y qué tiene que ver esto entonces con descolonizar?

 

Colonizar, descolonizar, palabras que en el norte global se han puesto de moda, incluso desde el MACBA Beatriz Preciado llama a  "descolonizar el museo”, por no mencionar las docenas de publicaciones, seminarios, eventos, encuentros, cursos y otros... En el sur global  existen ministerios y subsecretarias de países extractivistas dedicados en pleno a la descolonización, mientras se continua con el mismo esquema de economía colonial basado en la minería, se financian cursos que invitan a pensarla como desarrollo propio.  Vayamos incluso antes

 

Las luchas anticoloniales precedentes de las decoloniales, tuvieron su rostro racista, terrible, desarrollista. En un terriblemente bien realizado trabajo Gerald Horne expone con claridad como en lo fundamental, el movimiento de independencia estadounidense lo fue de esclavistas, temerosos del abolicionismo inglés. ¿Hemos de recordar que prácticamente todos los países latinoamericanos que se independizaron continuaron con la práctica de la esclavitud, y que aquellos que no lo hicieron (Chile y Argentina) se dedicaron alegremente a uno de los genocidios mas espléndidamente planificados? El fin del viejo régimen en Europa se regó en la Francia de termidor con sangre negra. Para quien no lo sepa, el estado burgués que surge tras exterminar el “régimen de terror” de los jacobinos, decidió en nombre de la libertad mandar un ejercito contra la insurgente Haití, la mayor colonia de esclavos del momento.
 

Tanto los jacobinos negros (Louvertoure, Dessalines) como los blancos (Saint Just, Robespierre) perdieron su cabeza (literalmente) por luchar  cada uno a su modo contra el verdadero absolutismo emergente: el del mercado. Los burgueses de Francia bien podían hacer una revolución contra el monarca, pero no contra la esclavitud que tantos réditos les daba. A aquellos que presentan a Robespierre como un monstruo, mas les  valía leer su solidaridad sin fisuras con los esclavos alzados. Esa historia de la Francia de las luces tan perversamente esclavista no gusta de ser contada. No hay estado emancipado en el siglo XIX o XX que no haya continuado por otros medios la guerra colonial contra sus propios pueblos. Háblese de  campañas de desarrollo, civilizatorias, humanitarias, desde México a Colombia, desde Marruecos a Argelia, Vietnam, Birmania, China, Camboya, en todos los lugares el espíritu del colonialismo no solo permanece si no que crece sin medida, sin límite. No se tratan de conceptos, hablamos de dispositivos intrauterinos instalados en las mujeres indígenas para exterminarlas. El epistemicidio contra los cristeros en los Altos de Jalisco. Hablamos del internamiento en toda norteamérica de las niñas y niños indígenas en instituciones cristianas. Hablamos de la perpetuación del racismo en todos los niveles, a todas las esferas, profesionales, mercantiles, estéticas, políticas y sociales. A ese espíritu se le ha llamado colonialidad, por que permanece en los cuerpos colonizados tornándolos en herramientas coloniales.  
 

El colonialismo y la colonialidad son técnicas para la conquista de la tierra y de la vida. Son estrategias de dominio biopolítico cuya única finalidad es la obtención de beneficio económico. La triste realidad de la historia moderna universal desde el siglo XVI es que el devenir de la mayor parte de los seres se ha sometido a un criterio lamentable y limitado de acumulación de capitales. Las vidas rotas de occidente, aquellas que no están tan empobrecidas como para poder ser situadas como no seres, perciben este vaciamiento del sentido colectivo, haciendo perceptible de tal modo que la presencia real en occidente no existe, movilizado todo como está, por el mercado. Todo es mercado.  O al menos eso es lo que pretende este modelo civilizatorio, apropiarse de tal modo de todo lo vivo que cualquier gesto disruptor desde la propia vida, es subsumido de nuevo en el modelo. La postmodernidad asumió este contexto como mantra eterno, lo proyectó al pasado y lo trasladó al futuro, haciendo del presente un tiempo mesiánico eterno, esto es la religión neoliberal. Los popes de la nueva izquierda nos dicen que debemos volver a creer en dios: el partido.

 

Zizek, Agamben, Badiou, entre otros muchos reverencian a San Pablo, el cristiano, cada uno a su modo, cada uno en su libro. El libertador universalista que trató de dar un mensaje de emancipación a los desposeidos, un tiempo fuera del tiempo, donde al final estaríamos todos reunidos en un cuerpo místico, de nuevo la vuelta al sacerdote, a la eclessia, al estado, al UNO.  Ambas medidas, ambos contextos, el del  problema del mercado como todo, y el del cuerpo orgánico infinito que a todos acoge, son sin embargo el mismo mensaje. El mensaje que dice que no hay huida ni escapatoria, que la realidad es una con el capitalismo, que el tiempo está detenido. La existencia, resistencia continuada de tantos pueblos dignos nos dice lo contrario. Sus cuerpos en lucha por la vida, por el afán de mundo, combaten con su respirar, con sus latidos, la negación postmoderna. Gracias a ellos sabemos que no es que no exista un afuera del capitalismo, es que el capitalismo colonial es en sí mismo un afuera sin centro ni contenido, es un vacío que nos sujeta gravitatoriamente mediante la única fuerza de su inercia, que no es si no la fe que le tienen al modelo los ciudadanos del norte global, fe que en ultima instancia legitima la violencia global en que vivimos.

 

Es preciso descolonizar Europa para comprenderlo.

 

Descolonizar Europa actúa en dos dimensiones, la primera y mas obvia es aquella que nos obliga a conocer el papel de los europeos en la forja del mundo  colonial en que vivimos. Analizar la dimensión del europeo como colonizador nos obliga a cuestionarnos la naturaleza de las estructuras económicas actuales fundamentales: racismo y patriarcado. Comprender ambas herramientas coloniales en su naturaleza económica es indispensable para asumirlas  como lo que son, instrumentos para la jerarquización de las poblaciones y su ordenación en roles funcionales para los gestores del modelo productivo. El europeo como colonizador, como dominador, es una carcasa vacía que se ha ido colmando mediante el despojo a mujeres y otras subjetividades     subalternizables, tornándolos en privilegios a sí mismo. Es el europeo por lo tanto un producto colonial tanto como lo es el indígena o la mujer como sujetos  sometidos. La materialidad del género, la materialidad de la raza, es la relación de dominio económico que entraña. Que no se entienda economía como una mera extracción monetaria, si no economía como el conjunto de relaciones que regulan las necesidades biológicas.
 

Descolonizar en este sentido es comprender el dispositivo que une a los dominados (la mujer sometida desde los siglos XIII, el indígena del siglo XVI obligado   trabajar en minas, el irlandés del siglo XVII despojado de su hogar y enviado a Virginia, el esclavo negro del XVIII en la plantación, las y los trabajadores/as  fabriles del XIX) y el dispositivo que une a los dominantes (los hombres blancos, occidentales, heterosexuales, cristianos y sus nuevas categorías como pueden ser la mujer-hombre, el blanco honorario, el gay-heterosexual) forman parte del mismo artefacto colonial.
 

Existen ahora mismo un buen número de colectivos decoloniales, no solo académicos, trabajando en la lucha contra la memoria colonial, la memoria colonizada y sus consecuencias actuales. Colectivos compuestos en su mayoría por cuerpos provenientes de la periferia colonizada, como los Indígenas de la República, o los movimientos negros decoloniales de Alemania u Holanda, o aquí en la península con el Espacio del Inmigrante del Raval y en cierta medida el grupo de estudios campesinos Juan Díaz del Moral, que expone esa otra colonialidad interna que somete el campo a la ciudad. Existen desde luego muchos mas, es imprescindible trabajar en la descolonización de nuestra memoria colonial, que es tanto como cuestionar las estructuras de dominio de hoy día.  Atacar el 12 de octubre, en su dimensión colonial, en su dimensión de fascismo, en su dimensión de aglutinante identitario colonial, ya sea de lo hispánico o de la raza cósmica. Atacar esa simbología, ese aparato ideológico, atacarlo asumiendo que algo de ese ente colonial nos compone.
 

Pero este trabajo descolonizador no puede ser un ejercicio penitencial, la puesta en práctica de una pena para enmendar la culpa y la conciencia de occidente. Debemos ser conscientes de que existe una dimensión de Europa como objeto colonizado, que comienza precisamente con el cristianismo. Este cristianismo, instigador principal del dispositivo culpa ha hecho de la conciencia una herramienta revisionista que ha conducido a la búsqueda de la redención mediante políticas que consigan “enmendar el sistema”. Las políticas afirmativas, las regulaciones humanitarias, las ong's, la ideología del desarrollo, de la integración, de la convivencia multicultural, son solo muestras de este mensaje cristiano, que tiene como finalidad reconciliar al mercado, con sus siervos. Al sujeto colonial, con el colonizado. Pensemos por ejemplo en la creación de inmigrantes modelo (el asiático, autoempleado, el Hindú Techie, el presidente “negro”) y otros que no lo son. Pensemos en la estrategia femocrática blanca de integración de la mujer en el mercado laboral, las cuotas de mujeres en grandes empresas, el discurso islamófobo constante de las feministas occidentales...
 

El ejercicio descolonizador de Europa que piensa sus sujetos como objetos colonizados parte, en lo peninsular, de algo que era obvio para nuestras abuelas. No somos europeos, nunca lo fuimos. No somos blancos, nunca lo fuimos, no lo seremos. Parece difícil asumir, esto, pero es imprescindible. La construcción de lo cristiano, luego lo europeo, luego lo blanco, no fue un proceso pacífico, aclamado por la gente que vive en lo que hoy se llama Europa (¿qué es Europa, hasta donde llega?). Pensemos primero en la cristianización. Un proceso doloroso en América llevado acabo por un aparato enormemente perfeccionado en conflictos europeos. Los europeos no eran cristianos, fueron cristianizados. Hicieron falta numerosas cruzadas internas (en la iberia musulmana, contra los paganos países bálticos, contra los herejes pirenaicos). Por no hablar de la constante labor contra la propia religiosidad pagana europea que resistió por   siglos en los cuerpos de las mujeres. Esta cristianización no se completaría hasta el siglo XIX cuando la base material comunitaria fue finalmente demolida por el estado y el capital. No olvidemos que hasta hace bien poco, la mayor parte de nuestros campos eran territorios comunales, colmados de prácticas rituales, romerías de origen prerromano, saturados de toponímias paganas. El código civil, el título de propiedad, la mercantilización, el control de las   sexualidades diversas, encuentra en la ideología universalista cristiana, primero y después en la de desarrollo su hábitat. Los pueblos de Europa no tuvieron la fuerza para conseguir resistir el envite de 20 siglos de colonialismo. Quedan desde luego restos dispersos de emancipaciones, procesos históricos nunca del todo enterrados. Hay desde luego movimientos actuales esperanzadores, pero tenemos mucho que aprender.
 

Descolonizar Europa requiere mirar con atención los procesos descolonizadores de los pueblos colonizados por los europeos y mas tarde por sus regímenes poscoloniales, pues ellos si supieron y consiguieron transitar la larga noche del dominio. Prestarles atención es escucharles, es admitir que Europa no es el centro del pensamiento histórico universal, es asumir que el universalismo es una tragedia. Debemos caminar a su lado, construir luchas emancipatorias que permitan destruir el régimen de privilegio en todo el norte global, ese norte que existe tanto en París como en Sao Paulo. Pero si bien debemos caminar con los sujetos colonizados de otros territorios, no puede, ni debe, caerse en el viejo error de trasladar discursos, transplantar prácticas, reproducir errores.
 

No podemos descolonizar Europa sin los europeos, aunque esta etiqueta sea falsa, es hoy una realidad. Al igual que el cristianismo ofreció por siglos un marco adecuado para auténticas revoluciones anticoloniales, piénsese en los albinguenses, anabaptistas, levellers, diggers, irlandeses…. Uno de los grandes errores de la izquierda blanca fue considerar que tenían el mensaje adecuado, exportable para toda la humanidad. Un mensaje absoluto, válido para todo  sujeto y todo tiempo. Ese mensaje aplanaba la diversidad, sometía al criterio único, homogeneizaba, era incapaz de reconocer la diversidad, los matices. Fue inútil en América. Movimientos como el zapatista nos muestran que es preciso bucear en nuestros adentros, en la relación con la tierra, con la producción, en los mecanismos que establecemos para resistir, para poder tratar -no ya de conseguir- la emancipación. Asumir la complejidad de las cofradías cristianas de esclavos luchando contra los evangelizadores, comprender las reapropiaciones indígenas de la virgen, aceptar que la teología de la liberación ha sido un hecho emancipador, puede ayudarnos a salir del nihilismo europeo, de su negación a dimensiones que trascienden lo espiritual. La revolución no es pura ni inmaculada, está manchada con el barro de la historia.
 

Descolonizar Europa, requiere por lo tanto aprender de nuevo a amar lo que nos rodea. Revisar nuestra relación el medio, asumir que con toda probabilidad el primer golpe colonial, vino desde la ciudad contra el campo. La desacralización del campo, de los bosques, en ese proceso iniciado ya por los romanos, proclamado con la desamortización, y continuado hace bien poco con la Reforma de la Ley de Montes del PP, fue un golpe contra el espíritu como  comunitario, como contra la base material de su subsistencia. Recuperar el espíritu del común, es hoy día luchar por su materialidad, por los remanentes concejiles que tenemos. Recuperar el comunal que nos arrebató la iglesia, la burguesía, la nobleza. Recuperarlo no para hacerlo público, del estado, si no del pueblo, del común. 
 

Descolonizar Europa es revisar nuestra propia memoria insurrecta, no hace falta irse a los antecedentes paganos resistiendo contra la romanización, o  medievales de los alzamientos campesinos, cristianos y sufíes contra los jerarcas musulmanes y cristianos. Baste mirar en la historia reciente de nuestra anarquía, de nuestra insurrección rebelde. En el siglo XIX Anarquistas españoles conspiraron con cubanos y filipinos para atacar el brutal régimen colonial. Daniela Ortiz nos recuerda siempre que puede como los anarquistas catalanes de principios de siglo dinamitaron las estatuas de esclavistas como Antonio  López, rehabilitadas después por el franquismo. Anarquistas conscientes de que no bastaba luchar aquí o allá si no en todos los frentes, en la historia y en el presente. Voces orgullosas que reclamaban la tarea productiva como parte del beneficio común y no solo de la existencia plácida en un medio espectáculo.
 

El movimiento decolonial europeo, aquel que cuestiona la propia existencia de Europa, no puede limitarse a repetir lo que dicen los sujetos colonizados por  Europa. Debe elaborar su propio programa emancipatorio, que le permita liberarse de esa maquinaria que lo sujeta como colonialista y como colonizado. Si quiere lograr su cometido no puede limitarse a la crítica de todo lo que hoy significa Europa, debe reconocerse como pueblo que es, contemplarse en sus mayores, perder el miedo a la palabra tradición. Debe recuperar su historia, su capacidad productiva autogestiva, su vida plena. Debe elaborar un discurso y una  práctica adecuada no para el museo Reina Sofía o el MACBA, si no para Cerceda, Tordesillas, A Touza, Lesaka, La Cabrera, Tomelloso.

Descolonizar Europa es una tarea de todos lo que la pueblan, es nuestra responsabilidad reenunciarla, descomponerla, alterarla, emanciparla. 
 

Caminar junto a los pueblos, no para envangelizarles y criminalizarles si no para cortarle las venas a esta forma de vida capitalista. Esa forma que retiene el flujo de los acontecimientos. Aprender de pueblos que como Lakabe, Aineto o Marinaleda llevan mas de veinte años construyendo, decolonizando, viviendo. Recuperar el control biológico de nuestra existencia, comenzando con devolver a las mujeres y sus comunidades el control de la gestación y del parto. Hacer de la maternidad un espacio no colonizado, no patriarcalizado. Continuar con toda la cadena de la alimentación, no se trata de comer alimentos biológicos nutriendo el capitalismo verde, si no recuperar la producción, la distribución, extraerla del mercado, devolvérsela al pueblo. Recuperar la producción     material comunitaria, esto es la constitución de una economía no sometida al flujo de mercancías y capitales. Destruir los flujos del capitalismo es destruir esa economía de la muerte que despoja continentes, que obliga al desplazamiento masivo de millones, que jerarquiza racialmente para mayor alegría de los empresarios.
 

Es preciso descolonizar Europa para recuperar nuestras vidas, no las vidas propias, si no la propia noción de nostreidad

 

A esos que llaman europeos del sur les espera una tarea ardua, compleja, cainita. Deben asumir su doble naturaleza de sujetos coloniales y colonizados,  como dice Linera, habrán de aprender a cabalgar la contradicción. Deben combatir la estructura de privilegios que les beneficia y la jerarquía que les somete.

Acabar con la vieja dualidad. Ni dominantes, ni dominadas. Eso es descolonizar.
 

 

 

 

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