En febrero de 2014, Diagonal publicaba en la portada de su edición impresa un reportaje sobre los posibles impactos de la Asociación Transatlántica de Comercio e Inversión entre Estados Unidos y la Unión Europea, conocido como TTIP por sus siglas en inglés. Desde finales de 2013, el conocimiento por parte de la población europea de los detalles y del sentido general del tratado ha aumentado, aunque no hay datos de todos los países implicados. En la UE, el apoyo inicial ha dado paso al creciente rechazo hacia el acuerdo: el ‘no’ aumentó en 2015 un 3% respecto al año anterior.
En los tres años que han pasado ha habido una conquista clara: el TTIP no es ya un acuerdo secreto. La filtración por parte de Greenpeace de los llamados “TTIPleaks” el pasado 2 de mayo volvió a sacar a la luz pública lo que Susan George, la histórica dirigente de ATTAC, definió como “un vampiro”, un acuerdo que también ha sido calificado como una “piñata”, lleno de regalos para los intereses corporativos que lo negocian.
Conceptos como los de cooperación reguladora, principio de precaución o tribunal de arbitraje de diferencias inversor-Estado han dejado de ser una marcianada, o material sólo para los ojos de los lobbistas de Bruselas, para pasar a formar parte de los recursos de movimientos y organizaciones de la sociedad civil en las discusiones sobre las características de los tratados de libre comercio. Junto con el TiSA, el acuerdo de comercio de servicios, cuyas negociaciones están más avanzadas, y el acuerdo firmado con Canadá (CETA), que puede ser aprobado definitivamente en otoño, el TTIP supondrá una escalada definitiva en la expansión del poder de las empresas transnacionales y del sector financiero en la Unión Europea.
De ahí que las resistencias de los pueblos europeos hayan conseguido superar el desconcierto inicial, que permitió que el CETA saliese adelante sin apenas deliberación en los parlamentos nacionales y sin apenas información a la ciudadanía. 2016 será un año clave para enterrar en el océano Atlántico el CETA y herir de muerte al TTIP. El fin del segundo mandato de Barack Obama en EE UU puede ser el comienzo del final de un acuerdo que sus posibles sucesores han cuestionado con argumentos proteccionistas.
Las reacciones de ONG y movimientos sociales a los documentos filtrados en mayo también han sido recogidos por los políticos europeos: François Hollande, presidente de Francia, ya advirtió que su país no votará el acuerdo tal y como está. En Alemania, el escepticismo contra el tratado se extiende a los votantes de la CDU, a pesar de que la canciller Angela Merkel es la principal valedora del TTIP en la UE. En el Estado español, Podemos e IU han anunciado que incrementarán en la próxima campaña electoral sus argumentos contra el acuerdo, posiblemente para acorralar a un PSOE cuyas bases municipales se han mostrado divididas pero cuya cúpula se mantiene a favor del TTIP.
Sin embargo, como demostró la lucha contra el Acuerdo Multilateral de Inversiones (MAI) en todo el mundo y el ALCA en Latinoamérica en la primera década del siglo, es la movilización de los movimientos y de las organizaciones sociales la que puede poner en primer plano las razones del rechazo a estos acuerdos.
Hace tres años comenzamos a conocer y dar a conocer los aspectos de estos tratados. Hoy, el trabajo se multiplica, pero parece posible librar esta batalla para ganarla.