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Saberes
Aprendizajes desclasados e inclasificables

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22 de Sep 2014
Fuera de Clase

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Hace un par de décadas los que teníamos a la ciencia como objeto de nuestros estudios históricos o sociales dedicábamos la mayor parte de nuestros esfuerzos a explicar que las relaciones entre ciencia y sociedad eran intensas, cotidianas y bidireccionales. Todavía se gastaba mucho tiempo en distinguir entre argumentos internalistas (p.ej. la actividad científica se explica por su propia dinámica interna) y externalistas (p.ej. la actividad científica se explica por su contexto social). Los segundos, los externalistas, eran propios de intelectuales que, según los internalistas, exageraban la importancia del contexto y cuestionaban la vigencia de esa línea imaginaria que separaba la academia de su afuera. Los más beatos necesitaban creer que esta frontera era estricta y, por ende, la circulación entre ambos espacios estaba severamente vigilada y defendida: de todo ello dependía, argumentaban, la autonomía de la actividad científica, algo necesario para su buen funcionamiento al margen de ideologías e intereses espúreos.

Los más críticos, sin embargo, nunca dejaron de argumentar que era imposible entender lo que ocurría en un laboratorio sin profundizar en las muchas mediaciones necesarias para que hubiera libros en los anaqueles, reactivos en las probetas, instrumentos en la sala, becarios en las bancadas, conceptos en los papers y datos en el servidor. Popper perdía la paciencia con tanta historia sobre la prioridad de los descubrimientos, el fraude en los resultados, los secretos en los contratos, las corruptelas en las atribuciones o los fallos en los arbitrajes. Tanto le irritaba, que llegó a decir que los sociólogos eran gentes que buscaban en el estercolero de la historia los argumentos con los que construir su responso por la ciencia. Fue un desencuentro muy sonado, e innecesario.

Por todo ello, en este texto quisiera profundizar en la ruptura de ese marco que dividía argumentos internalistas y externalistas, abogando por la necesidad de otras formas de estar en la ciencia, recogiendo sucesivamente las líneas o los itinerarios de diferentes prácticas de ciencias comprometida documentadas en nuestra historia reciente: las llevadas a cabo por amateurs, activistas y hackers.

 

El retorno de los amateurs

En el heterogéneo ámbito de los estudios de la ciencia y la tecnología (conocido en inglés por su acrónimo: STS) desde hace tiempo sabemos que para entender la empresa del conocimiento, el científico incluido, no basta con problematizar las nociones de “política científica” (porque la política es algo que va más allá de definir líneas de finaciación y programas marco), “descubrimiento individual” (dado el carácter eminentemente colectivo de toda empresa de conocimiento) o “publicación de resultados” (que no puede consistir sólo en publicar papers en revistas científicas o en difundir los conocimientos generados por los cuatro costados del mundo). No basta con meter en la probeta los valores y los conflictos, además de los reactivos y los conceptos. No basta con hacer mejor sociología de la ciencia. Necesitamos también incluir a los diferentes actores presentes en la escena del conocimiento más acá y más allá de las puertas de la institución: necesitamos desclasificar todo ese conocimiento de actores a veces desclasados, a veces inclasificables.

Los historiadores han construido un relato donde los personajes que cuentan desempeñan una actividad ante todo mental, un práctica entre profesionales y un trabajo formal. Pero quisiera plantear que cada día entendemos mejor cómo dicho cuadro se hace más para satisfacer los prejuicios de quienes lo pintaron que los numerosos hechos documentados.

Quisiera argumentar  que el enorme esfuerzo dedicado a construir esta dualidad que escinde el ámbito del saber entre profesionales y amateurs se acerca a su fecha de caducidad. Dividir el mundo entre “los que saben” y “los que no saben” es una simplificación insostenible. Nadie acepta ya una política de comunicación de la ciencia (del conocimiento, en general) basada en el modelo del déficit (en tener que educar a sujetos inexpertos e incapaces de entender la ciencia). Y, desde luego, ha sido un obstáculo principal para comprender lo que hizo posible la ciencia.

     

Por ello, incluir a otros actores, como  los amateurs en la escena del conocimiento, como también a las mujeres o a los criollos, no debiera ser sólo  una cuestión de rigor historiográfico, sino también un deber de justicia social. Hoy decimos que la inclusión de sus respectivas miradas sobre el entorno, social o natural, impuso verdaderos procesos de modernización epistémica. Hay mucha literatura (véase un resumen aquí) desde la que argumentar que una parte significativa de la ciencia moderna sólo fue posible por su habilidad para atraer nuevos públicos que actuaron como cómplices antes que como espectadores. Pero hay más: Cada mirada nueva que se incorpora supone un ensanchamiento del espacio púbico y una oportunidad para hacerlo más inclusivo y hospitalario. Esto significa que la ciencia moderna es incomprensible si no la miramos como un proyecto público, urbano y popular antes que como una empresa exclusiva, palaciega y elitista.

Para hablar de la ciencia es imprescindible hablar de sus públicos y, desde luego, de sus amantes. Los amateurs de la ciencia forman parte del largo séquito de los perdedores de la modernidad. Tanto que de estar por todas partes en los siglos XVII y XVIII, pasaron a ser tratados de diletantes, intrusos o criminales. Hoy, sin embargo, estamos asistiendo a un renacimiento de las culturas de amateurs. No es sólo que reconozcamos la naturaleza informal de la mayor parte de lo que sabemos, sino que los necesitamos para remontar las crisis de la representación, la que encarnan los políticos (los electos) y la que encarnan los expertos (los selectos). Abundan los textos que glosan las excelencias del crowdsourcing y que nos animan a pensar que, sin incorporar la inteligencia de las masas (el saber profano), nuestro mundo no encontrará soluciones sostenibles para los problemas que enfrenta.

 

La vecindad con el activismo científico

Nada explica mejor el éxito de la ciencia que su ubicuidad. Hoy se habla de pesticidas en los mercados, de cambio climático en las playas, de dopaje en los cafés, de alergias en la peluquería y de espionaje electrónico en los aeropuertos. Nuestra vida ordinaria está atravesada por un sinfín de sustancias, radiaciones, códigos y dispositivos que cada vez nos cuesta más ignorar. No sólo nos modulan, sino que a veces nos determinan. Todos conocemos ya a gentes con alergias severas, con padecimientos crónicos y con movilidades reducidas. De hecho, ya no sabemos lo que significa “ser normal”. Ser “normal” es cada vez más raro. O dicho de otra manera: cada vez más, lo normal es ser más raro.

Los objetos de laboratorio son asuntos de la incumbencia de los científicos hasta que desbordan sus paredes y andan sueltos por las plazas, los juzgados, los platós y los parlamentos. No son pocos, ni banales. Que si la lluvia ácida o las vacas locas, que si los disruptores endocrinos o el anisakis, que si el maíz terminator, el agua fluorada, la gripe aviar, la salud de las abejas, el humo de tabaco, los tornados de Oklahoma y las tormentas solares. Todo lo esperamos de la ciencia, pero no siempre nos llega como maná: a veces, toma la forma de una pesadilla. Lo saben los herederos de Sócrates, Franskestein y Oppenheimer.

 

     

La cuestión es que la ciencia anda en boca de todos. Y no hay contradicción en que la tengamos como panacea para todos los males y que, simultáneamente, la percibamos a veces como una amenaza. Hay abundante documentación sobre los muchos abusos de que es y ha sido objeto. Un ejemplo típico son algunos de esos  científicos que trabajan para grandes corporaciones y privilegian los intereses particulares a los generales. También sobran ejemplos de gentes, bien o mal intencionadas, que anteponen sus convicciones personales (ideológicas, morales o religiosas) mientras aparentan un compromiso con la ciencia. Los partidarios del diseño inteligente o los defensores de la Deep Ecology, por sólo citar un par de ejemplos, dejaron de escuchar a los trabajadores de la prueba, como felizmente llamó Bachelard a la inmensa mayoría de los científicos que nunca ganarán un Nobel ni darán su nombre a un teorema.

No puede sorprendernos que regrese con fuerza el activismo científico (distinto en algunos puntos del activismo de los científicos para defender su empresa). Falsadas o falseadas, hay muchas amenazas que mueven a los ciudadanos a convertirse en activistas. Numerosos científicos se quejan también de que sus criterios contrastados nunca llegan a las leyes y de que siempre son troquelados en los momentos decisivos: ahora tienen la oportunidad de abrir un blog o de encontrar en las redes sociales a otros colegas que quieran militar por su causa. Tenemos ejemplos de activismo para todos los gustos. Baste un botón de muestra: sabemos que se manipularon los datos sobre los efectos del humo de tabaco para proteger a las grandes tabaqueras, como también que fueron adulterados por alguna ONG para provocar un vuelco de la población a favor de la causa antitabaquista. Algunos escándalos en los debates sobre el cambio climático, el llamado ClimateGate y el no menos bochornoso FakeGate también pertenecen a este capítulo lamentable de las controversias tecnopolíticas o cientocráticas. El activismo no es contrario a la objetividad, pero muchas formas de militancia han sido más leales a los fines que a los medios. La consecuencia es que los científicos que han tomado esta deriva, además de arruinar su reputación, han empantanado también la propia ciencia, una empresa demasiado vulnerable frente los acosos de los grandes lobbies, empresariales, políticos o religiosos.

No hagamos más concesiones. Hay muchos ejemplos que dignifican el papel de los activistas. Con independencia de la radicalidad de sus manifestaciones públicas, todos marcharían bajo la bandera del “nada sobre nosotros sin nosotros”, popularizado por el Movimiento por la Vida Independiente, que incluiría desde los pacientes crónicos a todos los que viven sus desplazamiento como una carrera de obstáculos. A mi los ejemplos que más me gustan, lo admito, se nombran rápido: la movilización de los enfermos del SIDA, el empoderamiento de los electrosensibles, las luchas contra el cáncer de mama, las acciones globales en defensa de las ballenas y la rebelión de los enfermos mentales. Aunque muy distintos entre sí, todos tienen en común que quieren lograr o han logrado disputarle a los expertos el monopolio sobre el discurso científico que define el ámbito que les compete o les afecta.

 

La llegada de los hackers

Quienes lucharon por la democratización de la experticia (peritaje, evaluación) nunca imaginaron que llegaría nada comparable al movimiento hacker. Originariamente eran unos cuantos programadores que se negaron a permitir que una empresa pudiera patentar el código, algo que para ellos era tan absurdo como privatizar las leyes de Newton, los teoremas matemáticos o el genoma humano. No se pueden reclamar derechos sobre los descubrimientos, incluidos los anónimos, como es el caso de la lengua, el folklore o las semillas. Todos son bienes heredados que debemos legar intactos a nuestros hijos. Inicialmente la resistencia era para defender el conocimiento de su apropiación corporativa. Pero no tardaron en mostrarse ecos en muchos ámbitos del saber. Wikipedia, sin duda, es un hermoso ejemplo de cómo preservar el conocimiento para todos y, lo mejor, entre todos.

La cultura hacker pronto resonó con la cultura punk. Ambas daban forma a los anhelos anticonsumistas, antimonopolistas y antielitistas. Ambas representaban una apuesta por la cultura del DIY, las formas cooperativas, las prácticas de garaje y la innovación maker. Hace ya cinco décadas que su presencia no deja de contagiar el mundo de los negocios, la política y la ciencia. Las nociones de software libre, open access y creative commons son tan conocidas como el navegador Firefox y el milagro de Wikipedia. Y es que las culturas hacker adoptan muchas formas, desde las que se concentran en la tarea de hacer accesible el conocimiento a las que luchan por liberarlo y, entre medias, todos las actitudes que se resisten a creer que las cosas son lo que son y nada más. Ningún hacker termina su perorata afirmando eso tan común en nuestros días del “es lo que hay”.

 

     

Pero la categoría es mucho más amplia: Son hackers quienes desmontan un coche para tunearlo o quienes hacer una remezcla de sonidos que busca otras armonías y diferentes maneras de compartirlas; también pertenecen a esta plural tribu quienes comparten el coche para ir a trabajo, luchan a favor de la agricultura de proximidad, niegan el derecho a la propiedad intelectual sobre tests genéticos diferenciales y no le hacen ascos a la cultura del remiendo, el reuso, la reparación y el reciclado. En sus formas más blandas los hackers disfrutan haciendo las cosas con sus propias manos, mientras que su rostro más duro se manifiesta cuando hacen públicos documentos que prueban que necesitamos otras formas de gobernanza menos cínicas y mayor transparencia en la vida pública y empresarial.

Los hackers disfrutan maliciosamente cuando argumentan que la ciencia moderna siempre fue hacker: libre, abierta, pública, accesible, autogestionaria, desinteresada, horizontal y cosmopolita. No es necesario estar de acuerdo al cien por cien con estos calificativos para reconocer que hay algo de paradigmático, virtuoso y urgente en la cultura hacker. Su presencia en los grandes debates de nuestro mundo estaría más que justificada por recordarnos que las cosas podrían ser de otro modo. Pero hay más. Lo mejor, sin embargo, es que los hackers no son el último rostro del buenismo, sino que son excelentes ingenieros, campesinos esforzados, gestores transparentes, críticos honestos, investigadores militantes, mecánicos divertidos y artesanos honrados. La cultura hacker no es un asunto de artilugios, asaltos y penumbras, sino una deriva que reclama lo humano, lo colaborativo y lo abierto.

 

Antonio Lafuente

@alafuente

Blog “Aprendizajes Comunes

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[*] El texto es una nueva versión editada para Fuera de Clase del texto aparecido en el blog “Aprendizajes comunes”.

02 de Sep 2013
Fuera de Clase

http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/0/0e/Ambrogio_lorenzetti%2C_affetti_del_cattivo_governo_3%2C_siena%2C_palazzo_pubblico%2C_1337-1340.jpg

Fragmento de la 'Alegoría del Mal Gobierno y consecuencias en la ciudad' de los hermanos Lorenzetti (Fuente: Wikipedia)

La otra noche vagaba mentalmente leyendo la edición digital de El País. Buscaba algo de seudo-pornografía parlamentaria que llevarme a la boca para conciliar el sueño y, aplatanado por el calor, me crucé con el artículo El 'blues del establishment'. Intrigado –el título era el mismo que el de la canción del recientemente recuperado Rodríguez–, pinché y entré… Y lo que vi no me ayudó a dormir porque, para que os hagáis una idea, ha acabado desembocando en la necesidad imperiosa de escribir estas líneas…

A modo de resumen: El artículo trazaba un paralelismo entre la bajeza moral y formativa de nuestra clase política y los desastres de nuestra situación actual. Dos temas muy en boga, que han llegado a su apogeo en los últimos años. Y entre sus propuestas para salir de esta diatriba… no, no hablaba de algo como el 15M o las innumerables propuestas que se han venido planteando en los últimos años de una política participativa, horizontal e inclusiva. Nuestro tecnocrático articulista abogaba más bien por que nuestra clase política debiera ser reformada por completo, incluyendo “a los mejores” (the best and brightest) en los puestos de dirección y decisión de nuestras instituciones públicas. Y para muestra un botón:
 

“[…] un Consejo de Ministros con seis doctores estaría mejor preparado y sería más independiente que el que tenemos para decidir sobre las complejas reformas financieras, tributarias o constitucionales que necesita el país.
[…] España se enfrenta a un enorme reto histórico de reforma que requiere recuperar la confianza de los ciudadanos en la política y a los mejores políticos al frente para llevar adelante las reformas”

 
Tuve que releerlo un par de veces, tomando aire. Una serie de preguntas tontas me rondaba la cabeza, sin cesar: ¿Por qué clase de arte de birlibirloque a una persona que ha cumplido todas las etapas de su ciclo formativo tal y como éste es definido por las instituciones certificadoras que rigen nuestra educación, por qué a alguien que ha obtenido el “más alto” título posible en una institución como la universidad, se le asume dotada de competencias que pudieran trasladarse sin mediar palabra a la vida pública? ¿Qué clase de cualidades harían de ella la más competente autoridad política, la que puede legislar y regir nuestros designios? ¿Qué hace de un doctor un buen gobernador?

De esta afirmación y lo que la sustentaba, no pude evitarlo, me sorprendió la simpleza de sus análisis. En primer lugar, ese conocimiento técnico de nuestras complejas sociedades modernas no suele residir en los políticos, como si fueran solitarios monarcas de la Alta Edad Media. Como representantes electos del pueblo (que pudieran y debieran venir de cualquier lugar y estrato social) sus decisiones se suelen tomar con la asistencia de un cuerpo de técnicos, asesores y funcionarios del estado (elegidos por concursos públicos de méritos), a los que se les consulta y pide su criterio en toda esta serie de materias, ya sea en la redacción de un texto legal como de una medida gubernamental. Pero incluso esta es una imagen bastante simplona. Sin entrar en complejos temas que nos asolan, como los cálculos del sistema de representación parlamentaria, las listas cerradas o una partitocracia anquilosados en lo que algunos llaman la Cultura de la Transición, siempre nos olvidamos que nuestros estados contemporáneos son animales extraños: entramados de instituciones pobladas por expertos que ocupan diferentes cargos, con sus distintos criterios de valoración; complejas maquinarias hechas para durar, pensadas para que las cosas funcionen incluso sin la existencia de representantes electos, como ocurre en momentos de crisis o estado de excepción.

En segundo lugar, la afirmación del articulista iguala nivel de formación a calidad y conocimiento como indicadores de lo que será un buen gobernante, cuestión que podríamos discutir ampliamente. Para empezar, sobre la calidad y el conocimiento: no le vendría mal considerar los enrevesados debates contemporáneos que existen sobre el significado de la calidad de nuestra formación científica y lo que quiere decir la excelencia en los espacios académicos (cuestión enormemente peliaguda y compleja que mejor dejamos para un futuro post y a la que podéis echar un vistazo en profundidad en este reciente debate en la revista Papers). Y, para continuar, se posiciona a favor de igualar nivel educativo a altura de cargo gubernamental sin cuestionar la curiosa asunción meritocrática que esto contiene…

Me pregunto: ¿Qué hace de la institución universitaria el último bastión, el guardián y baluarte de la creencia en la meritocracia? Cuesta entenderlo si no se ve como una enrevesada maniobra de devolver el lustre a tan denostada institución. Por otro lado, la meritocracia, como idea, no por estar muy extendida es menos cuestionable. Esa noción puebla nuestra vida social de imágenes de mundos justos, escalafones basados en el esfuerzo, permitiendo distinguir la posición que una persona ocupa en la vida de la de otras personas por sus virtudes morales, de conocimiento o de trabajo; esta idea permite justificar la creencia de que siempre en lo más alto de una sociedad estarán y debieran estar esos trabajadores honrados y esas estudiosas hormigas que merecen cobrar más y vivir mejor que esas perezosas y desarrapadas cigarras veraniegas. Un “fantástico” ideal de justicia social por el cual las mujeres con hijos, los parados, los desahuciados por las burbujas inmobiliarias o los colectivos con diversidad funcional merecen y deben vivir en la miseria…

No les negaré que algo de razón tiene al pedir que necesitamos una vida política un poco más digna, con un nivel de debate un poco más alto. No nos irían mal en ocasiones personalidades políticas de renombre que en lugar de espetarnos que eso no lo ha dicho "ni pixie ni dixie" pudieran recitar “de pe a pa” los recientes cambios evolutivos que han permitido escudriñar nuevas similitudes y diferencias entre el Homo Sapiens y los Nenderthales tras las recientes excavaciones en Atapuerca, por no hablar de los pros y contras y la potencia explicativa de un nuevo algoritmo de cómputo aplicado a la estimación de impago de un crédito por riesgo de desempleo, o de las últimas interpretaciones queer de ciertos personajes de la obra de Garcilaso de la Vega… Aunque suene a ironía, esto es de lo que muchas personas con título de doctor son expertas, siendo estos temas de investigación de lo más digno. Y sin duda creo que esa especificidad, rareza y pluralidad debiera ser defendida para que nuestras universidades sean esos lugares del saber erudito que a veces tanto nos hace falta.

Sin embargo, creo que la dignidad de nuestra vida política debe pasar por pensar en otros ideales de gobierno que no sólo sean los planteamientos tecnocráticos de ser gobernados por los más sabios y formados. A pesar de que ciertamente este sea un ideal republicano (en tanto que muestra una preocupación por el gobierno de la cosa pública sobre la base de razones y no de la fuerza), y que este ideal haya tenido no poco seguimiento, si lo siguiéramos más que ante una república de ciudadanos con igualdad de oportunidades estaríamos ante el gobierno de los herederos contemporáneos de la milenaria república de Platón. Esto debiera hacérsele relevante al articulista cuando, para apuntalar su falsa utopía del gobierno de los best and brightest pone el ejemplo de países como Chile, con profundas desigualdades sociales marcadas por el acceso a la educación, pero también en los que el acceso a la educación superior dista mucho de situarse en condiciones de igualdad de oportunidades. Aunque no hace falta irse al otro lado del charco para ver esto: el acceso educativo de los más desfavorecidos ha estado comúnmente mediado por estigmas de clase, género, raza y etnia o capacidad –baste una lectura somera de Los herederos de Pierre Bourdieu y Jean Claude Passeron para ver esto, pero recomiendo también escudriñar el informe de 2008 del Ministerio Español de Educación, Política Social y Deporte "Sociedad desigual, ¿educación desigual?" o bichear entre cualquiera de las más de 2000 referencias que podemos encontrar en Google Académico que tratan sobre la "desigualdad educativa" Asimismo, hablemos claro, es más que probable que las condiciones de acceso universal a la educación que apuntalarían su argumento como argumento democrático estén en peligro creciente por las recientes medidas neoliberales emprendidas en los últimos años.

Por mi parte, creo que necesitamos pensar de otra manera la relación entre formación, educación y práctica política a la tecnocrática propuesta del artículo que aquí me ha servido como excusa. Aunque, más allá de asegurar la igualdad de oportunidades educativa y la justicia y la transparencia de la meritocracia gubernamental, creo que eso pasa necesariamente por una cierta transformación del saber experto. Necesitamos transformar el lugar de privilegio que ciertas posiciones de enunciación tienen porque su criterio afecta a la vida de muchas personas, que no pueden sentarse en la mesa de negociaciones con esos expertos aunque se les vaya la vida con lo que esas personas decidan o designen. ¿Acaso es una triste y tonta utopía que el gobierno y nuestras instituciones estatales, que nuestra democracia, en fin, pueda pensarse horizontalmente y que en ella participen las propias personas que la sufren, de todo pelaje y condición, contando quizá con consejo experto, pero sin quedar atrapados en una tecnocracia más falsamente transparente, en la que ya no sólo no podríamos participar porque no somos los gobernantes electos sino porque “no sabemos”?

Este es una de los caballos de batalla del pequeño ámbito de trabajo de los estudios sociales de la ciencia y la tecnología, en los que se ha venido planteando con fuerza el dilema de cómo construir democracias "más dialógicas". Y no quisiera dejar pasar la oportunidad de compartir alguna de las interesantes ideas para ello que nos propondrían investigadoras como Sheila Jassanoff, que ya hace años argumentaba que no sólo necesitamos promover una mayor participación ciudadana para evitar los juegos tecnocráticos, sino que para que esa participación sea interesante o útil necesitaríamos desarrollar lo que ella denomina unas “tecnologías de la humildad”:
 

“Hay una creciente necesidad […] de lo que pudiéramos llamar ‘tecnologías de la humildad’. Éstas son métodos, o mejor, hábitos de pensamiento institucionalizados que intentan hacerse cargo de los precarios límites del entendimiento humano –lo desconocido, lo incierto, lo ambiguo, lo incontrolable-. Al reconocer los límites de la predicción y el control, las tecnologías de la humildad confrontan ‘frontalmente’ las implicaciones normativas de nuestra falta de predicción perfecta. Requieren de habilidades expertas y de formatos de relación entre los expertos, los que toman las decisiones y la opinión pública, diferentes de los que se consideraban necesarios en las estructuras de gobierno de la alta modernidad. Implican no sólo la necesidad de mecanismos de participación, sino también de una atmósfera intelectual en la que los ciudadanos sean alentados a poner en funcionamiento sus conocimientos y habilidades para la resolución de los problemas comunes” (Jassanoff, 2003: p.227; traducción propia)[1].

A esta mayor participación y creciente articulación de algo parecido a esas tecnologías de la humildad creo que apuntan la ingente cantidad de colectivos productores de conocimiento y las acciones experimentales que han venido emergiendo a borbotones en los últimos años, en cuyo desarrollo el estallido colectivo cultural del 15M ha tenido un gran impacto. Comunidades epistémicas construidas desde lo que vivimos cada cual, contando con el conocimiento de un cualquiera y lo que le afecta. Redes abiertas, “fuera de clase”, en las que experimentamos sobre nuestros límites morales y de conocimiento, sobre lo que podemos y queremos, pero no de cualquier manera… ¿Por qué no prestar más atención a esos formatos de conocimiento que la razón tecnocrática ignora?

(Continuará)
 
*Tomás Sánchez Criado


[1] Jasanoff, S. (2003). Technologies of humility: citizen participation in governing science. Minerva, 41(3), 223–244.
01 de Jul 2013
Fuera de Clase

Esto que tenemos entre manos y que hemos llamado FUERA DE CLASE es un proyecto cuyo fin es pensar sobre los procesos de aprendizaje(s), en plural. Aprendizajes desclasados e inclasificables: a menudo sin aula, notablemente desplazados del sistema socioeconómico normativo, lejos de estar recogidos en disciplinas concretas. Y es por eso que, en lugar de hacer de este post una presentación, queremos desplegar una serie de apuntes que hemos ido tomando mientras imaginábamos este proyecto que, más que iluminar, apuesta por producir cortocircuitos, pequeños fuegos y quizás fugas.

Creemos que construir este espacio supone tres -o al menos tres- cosas:

  • Desbordar las concepciones productivistas y sin duda limitantes que ligan la educación únicamente a la escuela, la universidad, la formación profesional, al aprendizaje formal, a la socialización primaria  o a tantas otras confusiones que solemos arrastrar con las nociones de educación, enseñanza y aprendizaje.
  • Pensar los procesos de aprendizaje como procesos abiertos, desde la potencia que les aporta el marco de una cultura libre (una cultura que facilita, genera y cuida de los aprendizajes liberados, liberadores o liberables).
  • Continuar/difundir la práctica de la “educación expandida”: término que alude a aquellas experiencias, ideas o metodologías educativas que se producen fuera de lugar y que ocurren a destiempo (a la ZEMOS98).  

Proponemos, pues, un blog que se caracterice por ser una zona de experimentación; es decir, que opere como un espacio de problematización y de ensayo/error. Porque, creemos, debería ser un lugar de aprendizajes tanto para quienes interactúan con él (leyéndolo, escribiéndolo, comentándolo, copiándolo y por supuesto, incendiándolo) como para quienes lo construimos. Lo entendemos como una superficie de ensamblaje que funcionaría como espacio mediador entre distintos agentes, textos, discursos y experiencias. Esto es: que permita un flujo (tendente a) horizontal de los conocimientos y saberes sobre lo educativo. Que active encuentros y también -por supuesto- desencuentros entre ellos. Sería algo así como una tecnología “aprendiente”. Se trataría de ser capaces de explorar de modo amplio -entre lo global y local, arriba y abajo, fuera y dentro, al norte y al sur- los procesos educativos y las situaciones de aprendizaje más allá de lo entendido como “la educación".

También hemos decidido que FUERA DE CLASE se dividirá en varias categorías temáticas que son los que más nos interesan:

1. Genealogías educativas más acá y más allá de la escuela
Una posibilidad para pensar y discutir, desde una perspectiva contra-histórica,  diferentes propuestas y experiencias más allá y más acá de la escuela. Un lugar para ir reflexionando sobre las posiciones ideológicas, las trayectorias y los lugares desde los que son y fueron enunciadas y puestas en práctica. Un espacio desde, y en el que, plantear diferentes concepciones de la educación con el fin de interpelarlas y ponerlas en marcha. Una grieta desde la que mostrar el pasado plural y a veces contradictorio que revelan las huellas de la influencia que ha tenido el poder sobre los discursos y prácticas en torno a la educación.

2. Política, prácticas públicas/colectivas/comunes: estilos de gobierno/modos de gobernanza en educación
Las políticas públicas, privadas o colectivas, como actividad orientada a alcanzar objetivos sociales, se formulan en un proceso sociocultural inmerso en tramas y estructuras de poder y de construcciones ideológicas, aunque en muchas ocasiones se presentan como un mero saber experto. Analizar y problematizar las políticas y prácticas en espacios educativos es imprescindible en un contexto de cambio de modelo sociopolítico como el que vivimos y por tanto de cambio de modelo educativo. Queremos dar cuenta de cómo son vividas y experimentadas por las personas afectadas por ellas y cómo construyen un proyecto social al servicio de uno económico. Queremos poner en evidencia los mecanismos de construcción de la desigualdad, de selección, de reproducción, de desmovilización, y también de las experiencias que construyen otras formas de contrapoder, concientización, resistencia y de transformación.

3. Ese es efe (la ciencia es ficción)
Viena. Mitad del XX. Un grupo de señores blancos, europeos y canosos se reúnen y deciden que el conocimiento científico es un atributo esencial de un sujeto universal, imparcial y ahistórico, cuyo hábitat principal son las universidades y los centros académicos. Dictaminaron que la ciencia se sostiene sobre la pretensión de la existencia de una identificación entre la así llamada verdad y el método. Sin embargo, no nos dijeron que para dominar la geopolítica del conocimiento, eliminarían la situación de descubrimiento de sus consideraciones epistemológicas y políticas. Por ello, en este espacio queremos poner la ciencia bajo sospecha indagando, a través de diferentes aproximaciones (fantasiosas, antropológicas, epistémicas, ficticias, etc.), cuáles son esas situaciones de descubrimiento y qué esconden.

4. Cuidados, crianzas y prácticas de socialización
Por último, quisiéramos tener un espacio desde el que pensar sobre los procesos de socialización, los cuidados y la crianza. Por una parte, nos proponemos reflexionar sobre la socialización y la crianza en un contexto en el que las dinámicas familiares se encuentran marcadas por cambios sociales, económicos y políticos (globalización, migraciones, crisis…) que afectan directamente la organización en torno a la educación en los espacios familiares. Por otra parte y en relación a lo anterior, nos interesa abordar el aprendizaje de los cuidados. Creemos que es importante pensar cómo hemos aprendido e incorporado la regla tácita de que hay quienes deben cuidar “porque sí” y quienes “no lo hacen nunca”. En tercer lugar, nos interesa reflexionar sobre otras formas de cuidado que hasta ahora quizá no han sido tomadas en cuenta, esto es, otras prácticas de colectivización de y socialización en lo que han venido siendo las actividades tradicionales de cuidado, pero también una extensión del cuidado para pensar cómo aprender a cuidar de otras formas y en otros contextos (por ejemplo, el aprendizaje de cómo cuidar material y corporalmente para que podamos continuar en nuestros quehaceres colectivos). Por ello, quisiéramos tener un espacio para pensar sobre cómo desclasificar el aprendizaje del cuidado y su socialización en el hacer común. ¿Cómo resistiría la idea de cuidado a esta condición inclasificable, cómo pensar un cuidado “fuera de clase”?

Y, last but not least, dos ideas para terminar. No querríamos presentarnos sin compartir con vosotrxs la sensación de que este proyecto se genera bajo el signo de numerosas perplejidades, tensiones y contradicciones que preferimos no dejar en la sombra. No queremos generar conocimientos expertos aunque algunos seamos profesorxs en la universidad, comisarixs, activistas, amigxs y amantes de otras expertxs, investigadorxs independientes o asociadxs a espacios académicos. Somos un grupo heterogéneo con distintos grados de expertaje (experienciales, situados, amateurs, legos, etc.), y habitamos distintas posiciones ahora dentro, ahora fuera de clase - en un sentido amplio.

Dicho esto, en FUERA DE CLASE nos proponemos incorporar de modo horizontal el punto de vista de las otras como un acto político, una práctica pedagógica y una apuesta metodológica. Aquí caben casi todas las voces (se quedan fuera cosas tales como el sexismo, la homofobia, el racismo, el clasismo, el capacitismo, el etnocentrismo,…) y varios formatos: vídeos, entrevistas, fotografías, artículos, net objects, etc. De modo que cerramos este post, abriendo: quedáis invitadxs, aquí y allí, a participar. Como podáis y queráis.

Fuera de clase

Somos un grupo heterogéneo de personas que habita tanto los dentros como los fueras de clase. Nuestra intención es acercarnos de modo crítico y transformador a los procesos de aprendizaje en un sentido amplio. No nos interesa desarrollar un conocimiento experto y sí facilitar la formación de una comunidad de aprendizajes no unidireccionales en la que las prácticas, las ideas y las metodologías sean situadas, abiertas, liberadoras y resistentes. El blog que ensayamos tiene vocación de ser un laboratorio común en el que se ponen en juego diferentes lenguajes y conexiones entre lo local y lo global, lo de dentro y lo de fuera, lo viejo y lo joven, lo de arriba y lo de abajo, el norte y el sur. Nos gusta soñar con una educación desplegada, crítica, inclusiva y anticapitalista.
Pilar Cucalón, José Carlos Loredo, María Fernanda (Mafe) Moscoso, Marta Morgade, Jara Rocha y Tomás Sánchez Criado.