aprendizajes

Saberes
Aprendizajes desclasados e inclasificables

listadoaprendizajes

1 a 5 de 5
17 de Mar 2015
Fuera de Clase

“Nadie sabe lo que puede un cuerpo”*

 

Imagen con licencia CC BY, tomada de Wikimedia Commons

La mayor parte de las veces no sabemos que tenemos cuerpo hasta que lo sentimos, hasta que nos grita que no puede más, hasta que nos avisa de que como sigamos así se nos romperá, o hasta que se nos salta el corazón del pecho cuando recibimos una buena noticia o cuando vemos algo o a alguien que deseamos con pasión desenfrenada, hasta que no nos señalan con el dedo y nos discriminan por nuestro color de piel, nuestra morfología corporal, nuestra sexualidad o nuestra vestimenta o hasta que no nos damos cuenta de que la ciudad no ha sido hecha para los que son diversos, topando contra el bordillo de una acera que parece un acantilado. Para mucha gente el cuerpo es eso transparente que somos casi sin saberlo, eso que hacemos casi sin notarlo. Nos pasamos el día hablando de cosas que lo suponen, lo teorizan, lo tematizan, lo plantean, lo describen siempre de formas peculiares y, comúnmente, bastante enrevesadas: baste pasar por un bar un domingo por la tarde para que veamos cómo un simple giro de rodilla, una carrera mal pegada o un mal gesto en un campo de fútbol se convierte a ojos de muchas personas en algo sobre lo que dirimir incansablemente durante los días venideros. Pero el mismo oleaje de repercusiones puede desencadenar un do de pecho en un auditorio o una sutil caricia y una mirada entre las sábanas.

A pesar de esta inversión en maneras de contarnos, hay muchas veces que lo consideramos, lo notamos o lo sentimos, pero no encontramos palabras o maneras de hablar de “ello”. Y es en esas situaciones que podemos reivindicar, aún sacándola de contexto, esa conocida frase del filósofo sefardí Baruch de Spinoza que, como un rayo contundente del pensamiento; que como un haiku, describe, ilustra y abre a la intuición de lo que tantas veces nos ocurre, pero de forma sucinta, contundente y cotidiana: “Nadie sabe lo que puede un cuerpo”. Porque la mayor parte de veces no sabemos a ciencia cierta lo que es, o lo que puede llegar a ser “eso” que somos, en soledad o en colectivo, sin saber serlo hasta que prácticamente desempaquetamos hasta dónde puede llegar, con qué se puede conectar y cómo puede crecer o menguar en su capacidad de acción.

Hay diferentes formas de “hacer cuerpo”

Imagen con licencia CC BY, tomada de Wikimedia Commons

El caso es que “el cuerpo” ha venido siendo uno de los grandes asuntos del pensamiento para no pocas tradiciones y culturas. Nuestras contemporáneas instituciones educativas e investigadoras están ancladas culturalmente en una particular herencia semítica que, aun en su versión moderna, nos ha venido obsesionando acerca de los dimes y diretes de la homología o la unicidad de cuerpo y alma. Y ese fenómeno que aquí y ahora llamamos cuerpo, se nos aparece casi siempre en singular; eso que permite describir y mostrar lo que somos en tanto que seres únicos e individuales: el chasis o el basamento de lo que somos como personas. Disciplinas como la filosofía desde el siglo XVI o más recientemente desde el siglo XIX la biología o la psicología no han cejado de intentar analizarlo, diseccionarlo, estudiarlo, delimitarlo y medirlo de cien maneras, ponerlo en palabras e imágenes (como esas fabulosas láminas y transparencias de anatomía superpuestas que nos sugieren  su compleja composición, digna de un orfebre); e incluso convertirlo en un asunto de interés público, como en los estallidos de una pandemia, o el desarrollo histórico de las prácticas de higiene… (para una historia cultural del cuerpo, consultar los volúmenes de Corbin et al., 2005; Feher et al., 1999)

Pero la contundente frase de Spinoza resuena y percute una y otra vez volviendo sobre nosotros, como la marea sobre la playa, desfigurando esa imagen individual y nítida. Y el caso es que, aunque se han construido edificios increíbles de conocimiento sobre lo que se dice son nuestros organismos –la composición irisada de nuestra piel, los tejidos de nuestros órganos, el funcionamiento de la percepción o la circuitería bioelétrica de lo que llamamos sistema nervioso–; y aunque dediquemos innumerables horas a aprender a moverlo con la gracia y salero de una bailaora o con la precisión fina de un carpintero, cuando menos nos lo esperamos “eso” nos sale por peteneras, se nos aparece siempre mezclado y otras fragmentario y distribuido; y nos muestra algo que antes no habíamos notado o visto y se nos abre por un sitio que no hay quien lo entienda, objetive o ponga en palabras, al menos de primeras.

En estas situaciones esa experiencia con aristas y bordes pronunciados se nos aparece como lo que necesitamos paladear o discernir, invirtiendo dinero y esfuerzos considerables para encontrar el instrumental, los dispositivos de registro, con el objeto de entender e intervenir eso que nos pasa, en otras palabras, para “hacer cuerpos” (Mol & Law, 2012): para conjugar eso que se aparece y que se manifiesta en no pocas ocasiones con una pluralidad que no acaba de poder componer una imagen unitaria, sistémica y bien ordenada de lo que somos y podremos ser. Porque, a pesar de lo que creamos, la tozudez extraña de eso que somos no se nos revela a primera vista y requiere de nosotras nuestra mejor inventiva para crear buenas preguntas que nos permitan mostrar la pluralidad y las muy diferentes maneras de hacer cuerpo (Mauss, 1996), para hacerlas relevantes.

Aprender a afectarnos

Imagen con licencia CC BY, tomada de Wikimedia Commons

Sin embargo, una de las principales cuestiones a plantear para poder comenzar a hacerse buenas preguntas es quién tiene la competencia del  “hacer cuerpo”. No en vano  el cuerpo ha venido siendo desde hace algunos siglos uno de los principales lugares donde se ejerce el control social y en torno al cual se han venido erigiendo innumerables saberes monopolio de expertos que quieren “decir verdad” sobre lo que nos pasa, o lo que es más: que dicen saber lo que nos pasa. Un cuerpo que “tenemos”, pero que en realidad “es tenido” por otros. Un cuerpo que quizá tengamos que redistribuir, lo que es tanto como aceptar que tendremos que pensar entre todos, en común, lo que nos pasa.

 

                                                                                                  

METABODY. FUENTE: "LA AVENTURA DEL SABER"

Tener el cuerpo, recuperarlo, sin embargo, requiere de nosotras un pequeño esfuerzo, porque en el fondo significa “[…] aprender a afectarse, esto es a ‘efectuarse’, a ser movido, puesto en movimiento por otras entidades, humanas o no humanas” (Latour, 2004: 205). Y para ello necesitamos aprender, hacernos sensibles a nuestra propia experiencia, a eso que somos y a toda la gran cantidad de cosas que, en realidad, ya sabemos; a lo que nos da la vida y, sobre todo, a lo que nos mata. Por eso, necesitamos encontrar maneras de reunirnos en torno a nuestra experiencia para explicar en palabras, para crear cacharros y buscar diferentes andamiajes articulatorios que nos permitan discutir y compartir nuestras experiencias, nuestras dolencias y gozos (Despret, 2008).

Hay ocasiones en que esto se nos hace muy fácil, porque la experiencia compartida, aunque difícil siempre de articular, se nos revela de forma brutal y preclara. El increíble historial de tecnologías y saberes bélicos, así como la violencia y masacres que han permitido a lo largo del siglo XX han sido, paradójicamente, uno de los mayores vectores de explicitación de los límites y nuevos escenarios para hacer cuerpo. Pensemos, por ejemplo, en el uso de gas en la Primera Guerra Mundial donde se experimentó a placer con innumerables compuestos químicos para aniquilar masivamente, donde los diferentes bandos en contienda intentaron controlar o diseñar las nubes de aire mortal, no sin muchas veces acabar muriendo víctima del propio “terror desde el aire” ante un cambio de viento, aprendiendo de forma macabra a entender sus efectos en las propias carnes (para un desgarrador relato de la utilización masiva de gases de cloro el 22 de abril de 1915 en Ieper, Bélgica, por parte de los alemanes, véase el relato de Sloterdijk, 2006: pp. 76-78).

Pero en la mayor parte de otras situaciones necesitaremos encontrar la manera. Y requerirá de nosotros un esfuerzo para intentar, como nos proponen ZEMOS98, “representar las realidades no comúnmente representadas en los medios”, con el objetivo de que más allá de una brecha entre saberes expertos y profanos, podamos explorar los contornos de una educación expandida sobre lo que es nuestro cuerpo, sobre lo que nos pasa. En contextos como el que nos explican en este vídeo buscaban “representar visualmente el trabajo en grupo y su inteligencia colectiva”, generando talleres y montando pequeños experimentos para “escuchar iniciativas de otros lugares y poder conectarlo con lo que está pasando en tu vida”. Experimentos, situaciones, cacharros y formas de sentarse a compartir la experiencia del tipo de las que aquí nos relatan (sobre cómo mostrar a los migrantes; juegos con diseños metodológicos para construir representaciones en común, como el montaje de la portada de un periódico ficticio de economía feminista) son cruciales para hacer accesibles y apropiables por parte del común los procesos de conocimiento del “hacer cuerpo”.

                                                                               

ZEMOS 98 Re-Mapping Europe. FUENTE: "LA AVENTURA DEL SABER"

 

“[…] Es a partir de la construcción de una comunidad de experiencia que cada cosa que experimentamos puede convertirse en mundo común” (Despret & Galetic, 2007: 61). En esta línea, pensar en el “hacer cuerpo” pudiera abrir una línea de indagación modesta sobre los cuerpos y los saberes comunes de diferentes colectivos y grupos –despectivamente denominados legos, bastardos o desclasados–; experiencias enormemente inspiradoras que nos ayudarían a hacernos buenas preguntas sobre el hacer cuerpo para así poder recuperar y redistribuir la competencia del aprender a afectarnos. En ello nos van muchas cosas. La primera y más importante quizá sea la posibilidad de extender la democracia a territorios encarnados dominados por el saber experto y tecnocrático

Referencias

Corbin, A., Courtine, J.J. & Vigarello, G. (Eds.) (2005). Historia del cuerpo (3 vols). Madrid: Taurus.
Despret, D. (2008). El cuerpo de nuestros desvelos. Figuras de la antropo-zoo-génesis. En T. Sánchez Criado (Ed.), Tecnogénesis. La construcción técnica de las ecologías humanas (Vol. 1, pp. 229–261). Madrid: Antropólogos Iberoamericanos en Red.
Despret, D. & Galetic, S. (2007). Faire de James un “lecteur anachronique” de Von Uexküll: esquisse d’un perpectivisme radical. En D. Debaise (Ed.), Vie et Expérimentation: Peirce, James, Dewey (pp. 45–76). Paris: Vrin.
Feher, M., Naddaff, R. & Tazi, N. (Eds.) (1989). Fragmentos para una historia del cuerpo humano (3 vols.). Madrid: Taurus.
Latour, B. (2004). How to talk about the body? The normative dimension of Science Studies. Body & Society, 10(2-3), 205–229.
Mauss, M. (1996). Las técnicas del cuerpo [1934]. En J. Crary & S. Kwinter (Eds.), Incorporaciones (pp. 385–408). Madrid: Cátedra.
Mol, A. & Law, J. (2012). Acción encarnada, cuerpos actuados. El ejemplo de la hipoglucemia. En R. Ibáñez Martin & E. Pérez Sedeño (Eds.), Cuerpos y diferencias (pp. 153–177). Madrid: Plaza y Valdés.
Sloterdijk, P. (2006). Esferas III: Espumas. Madrid: Siruela.

Tomás Sánchez Criado
@tscriado
 

[* Una primera versión de este texto apareció en el blog "Aprendizajes comunes"]

05 de Mayo 2014
Fuera de Clase

Transitamos por ella y la recorremos. Memorizamos sus nombres y localizamos sus lugares. La fotografiamos, la narramos y ocasionalmente la exploramos. Propia o ajena, la ciudad nos convoca cotidianamente a desplegar mil y una prácticas en nuestra relación con ella. ¿Podemos incluir el aprendizaje? ¿Cómo sería aprender la ciudad? Más aún, ¿cómo sería tornar la ciudad en espacio de aprendizaje? Ciudad Escuela pretende responder a esa pregunta a través de una propuesta de pedagogía urbana abierta. Un ejercicio colectivo que participa de esas nuevas sensibilidades urbanas que han emergido en los últimos años en la ciudad de Madrid. Ciudad Escuela despliega una trama de itinerarios de aprendizajes, propuestas conceptuales y ejercicios prácticos de intervención material que se localizan en sitios donde creemos que se están alumbrando nuevas forma de imaginar y practicar lo urbano, una ciudad distinta. Queremos pensar en Ciudad Escuela como una infraestructura pedagógica que hace de la ciudad un objeto de aprendizaje y, simultáneamente, el lugar donde se emplaza una forma de pedagogía abierta.
 
La ciudad está plagada desde el siglo XIX de figuras que sintetizan formas particulares de relacionarnos con lo urbano: el flâneur, el turista, el vecino… Cada uno hace de la ciudad un recorrido que pasea, una geografía para el disfrute o un espacio de cotidianidad. ¿Podríamos pensar nuestra relación con la ciudad a través del aprendizaje? La pregunta es quizás trivial porque la ciudad nos desafía en un ejercicio de aprendizaje constante, no importa si simplemente deambulamos, disfrutamos o habitamos en ella, la ciudad nos obliga a aprenderla constantemente. Pero en esos aprendizajes individuales la ciudad se mantiene a distancia, nos transforma pero no se deja transformar. ¿Cómo sería una relación de aprendizaje simétrica con la ciudad, una relación en la cual ella no sea la única que deje su rastro sobre nosotros sino donde dejemos la marca visible de nuestro aprendizaje urbano? Una relación donde aprender cómo es una ciudad justa, equitativa y hospitalaria hace que la ciudad sea un poco más justa, más equitativa y más hospitalaria.
 
Sabemos que nuestras ciudades se han convertido en lugares para el tránsito pasajero que nos obliga a un movimiento perpetuo. Ciudad Escuela abandona la ciudad del movimiento por la ciudad ‘mobilizada’. Con ‘b’ de mueble. Mobilizamos la ciudad cuando la movilizamos mobiliarmente, equipándola con muebles que reformulan nuestra vida en común. Ya lo vimos en la #AcampadaSol que amuebló con dispensario, biblioteca, comedor y dormitorio el centro de Madrid. Un ejercicio experimental que reequipó material y conceptualmente la ciudad y que nos conmina a tomarnos en serio el mobiliario. Tecnologías mundanas y humildes que parecen desprovistas de potencia política, sentido estético y condición social, pero que nos han mostrado la capacidad para un nuevo género de especulación, no inmobiliaria sino mobiliar: aquella a través de la cual especulamos con otras formas de lo urbano. Amueblar la ciudad es entonces hacer del espacio público hogar, diluir la distinción entre interiores y exteriores. Amueblar la ciudad es hacer de la calle una cocina experimental, cuadrar la plaza en sala de estar, convertir la acera en pasillo doméstico y tornar el jardín en huerto vecinal. En ese ejercicio el mueble se torna en habitante urbano de derecho pleno, cargado de sentido político y condición social. Así que mientras aprendemos a reequipar materialmente la ciudad reamueblamos el derecho que tenemos a habitarla e intervenir en ella. Amueblar la ciudad es liberar las capacidades de una pedagogía experimental urbana.
 

 

No es difícil reconocer en tal propuesta las filiaciones con emergencias recientes y culturas urbanas tradicionales. En los últimos tres años hemos aprendido del 15M otras maneras de habitar y ocupar el espacio público, un ejercicio de generación de nuevas atmósferas para el aprendizaje político, para la vida en común. Hemos aprendido de la PAH el trabajo terapéutico del lenguaje y las nuevas formas de narrar la ciudad a través de las series sincopadas de tweets que dan cuenta de asambleas o los streamings que relatan la más miserable práctica institucional de los desahucios. Proyectos como el Campo de Cebada y Esta es una plaza en Madrid nos han enseñado que amueblar el espacio público es equipar la ciudad con nueva capacidades y dotarnos a nosotros, ciudadanos, de nuevas habilidades. Y la Red de Huertos Urbanos de Madrid (ReHd mad!) nos ha mostrado cómo abrir un surco en la tierra es tirar una línea en el rediseño de la ciudad. Porque la ReHd no sólo hace crecer tomates, también labra un nuevo futuro urbano. Reconocemos esos lugares donde la ciudad se reformula y aprende y queremos tomar parte en ese esfuerzo por un aprendizaje expandido.
 
En nuestro itinerario por la Ciudad Escuela abrimos la pedagogía de tres maneras. Primero sacamos el aprendizaje a la calle y lo emplazamos en el espacio público urbano. Este no es para nosotros el lugar para el tránsito efímero de la vida cotidiana, ni el espacio de la sociabilidad pasajera, ni la localización de la política antagónica. Meses atrás presenciamos un gesto radical de algunas universidades madrileñas cuando sacaron sus clases a la calle. Ubicarse en ella era una manera de desbordar los muros confortables de la institución para dejar entrar nuevas maneras de aprender. La calle y la plaza se tornan en lugares para el aprendizaje de Ciudad Escuela, y en ese gesto nos abrimos a nuevos conocimientos y problematizamos las jerarquías epistémicas recibidas, porque la calle requiere de otros saberes para habitarla.
 
El segundo ejercicio de apertura es un eco de los aprendizajes que desde hace años tienen lugar en Madrid y en muchas otras ciudades. Abrimos la pedagogía reconociendo saberes y aprendizajes que pasan desapercibidos, son invisibilizados y quedan marginados. Saberes y aprendizajes que construyen una ciudad distinta en lugares donde proliferan los huertos que problematizan el cuerpo, nuestra relación con la comida o la economía política de la ciudad; lugares donde el recorrido masivo de ciclistas diseña una ciudad distinta al mismo tiempo que hacen visible nuestras sofisticadas ecologías urbanas; lugares donde el reequipamiento material de la ciudad con tecnologías mundanas desestabiliza la experticia del urbanismo tecnocrático. Ciudad Escuela es un eco de esos saberes y se abre a ellos: cualquier iniciativa y proyecto urbano puede incorporarse y proponer sus propias unidades e itinerarios de aprendizaje. Ciudad Escuela es en este sentido una infraestructura pedagógica abierta.
 

 

 
Creemos necesario comenzar a reconocer esos otros saberes: la experticia que les acompaña, el valor que aportan y la complejidad que les caracteriza. Y lo hacemos en un tercer gesto de apertura utilizando una singular infraestructura basada e inspirada en el software libre, la que la Fundación Mozilla ha desarrollado en los últimos años para la construcción de lo que denomina Open Badges. Un sistema de acreditación a través del cual es posible dar cuenta de la realización de aprendizajes. Abrimos la pedagogía infraestructuralmente para reconocer un hecho acuciante, la evidencia de que el conocimiento sólido y fundado no se elabora únicamente dentro de los muros de la universidad y los centros de investigación, sino más allá de ellos, por aficionados, apasionados y públicos autónomos. Los Open Badges son un intento por dar crédito y acreditar esos otros saberes.
 
Para lograrlo Ciudad Escuela propone una trama de itinerarios urbanos, recorridos espaciales por la ciudad que despliegan tránsitos conceptuales, un trasiego de los lugares a los conceptos que es de ida y vuelta. Cada uno de los cinco itinerarios del proyecto señala un dominio fundamental para pensar algunos de los fenómenos más singulares que acontecen actualmente en Madrid: la ciudad en beta que hace de lo urbano el lugar para la experimentación; los des-plazamientos que emplazan y desplazan nuevos lugares para intervenir en lo urbano; la emergencia de los nuevos lenguajes que narran la ciudad; las nuevas interfaces a través de las cuales damos cuenta de nuestro habitar en ella; y las infraestructuras abiertas a través de las cuales reamueblamos el derecho a una ciudad distinta. Cada itinerario se organiza a través de módulos de aprendizaje (badges que acreditan) y cada uno de ellos señala un concepto fundamental para pensar las emergencias de lo urbano: las infraestructuras abiertas, la autoconstrucción, el archivo urbano, las formas de visualización o la gestión de la sostenibilidad.
 
Ciudad Escuela abre sus puertas con la intención de seguir abriendo la ciudad a nuevos aprendizajes. Ciudad Escuela se abre a cualquiera que quiera aprender, a quienquiera que nos quiera enseñar cómo podemos hacer otra ciudad distinta.
 
– Adolfo Estalella

28 de Abr 2014
Fuera de Clase

Incubadora infantil con detección y control sin contacto

Con esta tercera y última entrega de “Ese conocimiento que la razón tecnocrática ignora” quisiera clausurar esta trilogía que se me estaba haciendo ya un poco larga. Y quisiera que este cierre tuviera que ver con poner sobre la mesa un debate, con proponer una reflexión sobre qué ignora en realidad la razón tecnocrática y qué efectos tiene esto sobre esas experiencias epistémicas “fuera de clase”.
 
Permitidme, pues, antes de nada una recapitulación de la narrativa fragmentaria desplegada hasta ahora desde el pasado verano:
 
(1) La primera entrega, “¿Del doctor como el mejor gobernador?”, se hizo bajo la forma de un aviso, intentando reconocer un timbre de bajo fondo que recorre la transformación de saberes, técnicas y prácticas políticas contemporáneas. Quería situar el debate en las formas menores en que se expresa eso que he venido en llamar “la razón tecnocrática”, intentando enunciar algunos modos concretos en que busca capturar o asediar la experimentación del cualquiera. No pudiendo en un único post más que advertir vagamente la tenebrosa mezcolanza que esta práctica epistémica y política muestra en la actualidad –esa tenue línea que une “meritocracia”, “talento” y “titulitis” con “atribución de capacidad política”, algo así como una agencia de rating de la participación y la voz en lo que nos concierne– y teniendo de bajo fondo de mi argumento un clamor a favor de la humildad epistémica: no olvidar la necesidad de pensar que para que exista democracia esta debe ser un asunto del y desde el cualquiera y, así, evitar que reproduzcamos las escalas de valores, jerarquías de saberes y funciones políticas que han tejido este espacio institucionalmente tenebroso que es el Estado español. Recordemos, si no, el lóbrego papel de los psiquiatras durante el Franquismo, o el papel que en ese orden institucional han venido ocupando ciertas posiciones profesionales, que siguen siendo relevantes para pensar la “Cultura de la Transición (CT)”, como el médico, el arquitecto, el ingeniero, el economista, el abogado, etc. (Nada más lejos de mi intención que vilipendiar saberes cruciales para nuestro sustento cotidiano, así como para abrir nuevos espacios de experimentación epistémica, sino rehusar ese gesto de desdén que algunas personas ponen en acto cuando practican de un modo tecnocrático su posición profesional o cuando reclaman pasivamente el advenimiento de la tecnocracia como solución a nuestros males).
 
(2) La segunda entrega, “¿El estallido de comunidades epistémicas experimentales?”, se planteó en la clave de la esperanza, intentando transmitir la sorpresa y gozo que debiéramos sentir ante la apertura o el corrimiento de tierras experimentales que se ha venido produciendo en nuestras prácticas epistémicas recientes. Hablaba del estallido reciente de lo que llamé “comunidades epistémicas experimentales”, que han venido dislocando o desplazando la práctica epistémica y política de los lugares e instituciones del saber y la gobernanza hasta ahora instituidos, generando nuevos dispositivos para pensar colectivamente, compartir herramientas y probar o ensayar formas de lo político; pero también intentaba poner el énfasis en la importancia de que estas experimentaciones han venido resquebrajando aún más la brecha entre expertos distanciados y sus cobayas (con o sin consentimiento informado). Me detenía, por tanto, en la hibridación de la cultura libre y el activismo encarnado que los estallidos post-15M han venido poniendo encima de la mesa con fuerza, por nombrar ámbitos de creación epistémica y política reciente que considero abren un lugar específico para “lo fuera de clase”.
 
Hablaba, sin embargo, de experimentación no sólo porque me guste ser juguetón con las palabras o simplemente por incorporar un vocablo cool del ámbito del arte, sino por la cercanía o vecindad de estos modos de producción de conocimiento con la práctica real de los laboratorios científicos (y no su visión mítica): porque en estos espacios se nos hace necesario explorar constantemente los afueras de nuestros modos convencionales de pensar y actuar; haciéndonos cargo de la materialidad cambiante y vibrante que nos constituye, en mundos complejos como los contemporáneos, donde nos des/componemos a través de nuestras relaciones con microbios y afecciones somáticas muy diversas, infraestructuras de comunicación, catástrofes climáticas, sistemas de vivienda, formatos de propiedad intelectual, etc. que posibilitan articular sociomaterialmente nuestra agencia; esto es, que permiten o interfieren en nuestras posibilidades de actuación particulares para hacernos cargo de lo que nos afecta. Y me regodeaba en el hecho de que el resultado que su unión ha producido una situación novedosa, que ha permitido a las antiguas cobayas de la razón tecnocrática explorar y experimentar con otras alternativas vitales y existenciales, buscando maneras para devenir algo así como “cobayas auto-gestionadas”, haciendo “la revolución de los cuerpos, desde los cuerpos, para los cuerpos, en los cuerpos…”, esto es, desde su diversidad radical.
 
Los posts de Adolfo Estalella y Luís Moreno Caballud, que interpelaron lo que aquí escribía, especificaron y mejoraron la propuesta para dar cuenta de ámbitos con los que dialogaba, pero no desarrollaba: hablaban de la importancia para el estallido de esta experimentación epistémica de un amplio tejido de prácticas culturales, que ha venido constituyendo un campo fértil de reflexiones sobre la creatividad y sus agujeros negros. Ambos textos colocaban el foco en las relaciones complicadas entre las nuevas prácticas epistémicas experimentales –que han saltado del ámbito de las profesiones creativas y se han diseminado con la aparición de fenómenos de hibridación epistémica, mencionando las mareas como un buen ejemplo de ello– con las innumerables formas de gestión del emprendizaje cultural. Unas formas de gestión a las que podríamos oponerles una reflexión sobre el “derecho a la experimentación”, así como sobre la vulnerabilidad relativa al carácter encarnado de la práctica cultural.

 Nurses and babies at the Infant Incubator Institute or “Infantorium” (1905)
 
Experimentar (con/desde) la vulnerabilidad

“Pensar la vulnerabilidad surge como una necesidad frente al omnipotente relato de autosuficiencia en el capitalismo contemporáneo. Aquel que afirma que la vida es un camino individual, no compartido. Pero también frente a la mercantilización de nuestra fragilidad. La búsqueda legítima del bienestar deviene suculento negocio acorde con la idea de que empeñándonos podemos lograr la plenitud” (Silvia L Gil)

 
Pero ¿qué fue aquellas caras frescas de hace tres años, que creían poder cambiar el mundo de cabo a rabo, experimentando en la calle, juntándose con gente que no conocía de nada, poniendo en marcha mil y un proyectos e iniciativas de todo tipo, sometiéndose a los rigores de otra nueva propuesta de micro-financiación colaborativa y transparente para poder seguir haciendo? El caso es que no paramos, y cada día nos faltan menos razones para seguir no-parando, pero mientras tanto el escenario de darwinismo social se extiende y, por el camino, nuestras vidas se nos muestran cada vez más fragilizadas. Tanto que, seguramente, “llevamos el cansancio en nuestra mirada”. El coste, como en todo buen darwinismo social que se precie, lo estamos pagando de diferentes maneras todos, pero quienes más sufren son quienes ya no pueden ni cuidarse o no pueden hacer otra cosa más que malcuidar y malcuidarse… Nuestra existencia es ontológicamente frágil, pero lo es más aún si no se cuida nuestra fragilidad para que ésta pueda ser una potencia. Y, por muchas razones, esa fuente de esperanza de las comunidades epistémicas experimentales no ha conseguido hasta ahora convertirse en una ecología de prácticas estable, sino en un tenue oasis acechado y cercado por todos los sitios (¿con la intención de que devenga, quizá, espejismo?).
 
De alguna manera, esa amalgama extraña que he venido llamando “razón tecnocrática” no sólo no ha ignorado toda la experimentación que hemos venido practicando, sino que la quiere convertir, más bien, al nuevo orden basado en la “innovación”, nuevo modo específico de “hacer vivir, dejar morir” (por utilizar los términos de Foucault) de nuestras contemporáneas élites extractivas. Observemos, si no, las recientes noticias sobre los tejemanejes de Telefónica en torno al Medialab-Prado y la lucha abierta por la iniciativa SaveTheLab para contrarrestarlos –intentando visibilizar lo mucho que ha hecho este espacio para abrir un lugar para la experimentación epistémica del cualquiera, para dar cabida y soportar el procomún, “eso que es de todos (y no es de nadie)”–. La razón tecnocrática se quiere plantear liderando la revolución del talento, situando en la lucha por la cúspide a todos aquellos que quieran competir con su creatividad, creando y generando nuevos formatos de mini-empleo competitivo y articulando formatos de evaluación donde se especula sobre el valor relativo de procesos de “emprendizaje” o “emprendeduría”, siempre cada vez menos institucionalizados o permanentes. Por citar alguna de las cuestiones que comentaba Luís Moreno Caballud en este espacio hace unos meses: “El capitalismo neoliberal ha aprendido a poner a trabajar a el ocio y las capacidades creativas de la gente, a usar en su beneficio todo el caudal inmenso de producción cultural que los nuevos públicos activos educados en la cultura de masas y ahora en la cultura digital canalizan cotidianamente”.
 
Frente a ese escenario de darwinismo social, creo tiene sentido intentar balbucear, enunciar, poner nombre a “eso” que la razón tecnocrática ha ignorado y que no es estrictamente el conocimiento (troceado y distribuido hasta el infinito como información) ni la creatividad (desfigurada y precarizada hasta la náusea por las políticas de innovación y emprendizaje), sino la experimentalidad de nuevas prácticas epistémicas y, más aún, la vulnerabilidad que sufren (porque toda práctica es vulnerable, en tanto requiere de un contexto específico para tener lugar, existir o mantenerse en el tiempo), pero que pudiera ser también lo que las alimenta y dota de potencia. Hablo de que las alimenta o dota de potencia porque la experimentación con la vulnerabilidad ha venido convirtiéndose recientemente en algo que blandimos para construir conocimiento juntas, desde lo que nos atañe, poniendo en valor nuestra singularidad, siempre de forma situada y, por ello, atendiendo a “la novedad”: porque es a partir de esa vulnerabilidad reconocida de nuestras prácticas y lo que las afecta que podemos comenzar una exploración de lo que la razón tecnocrática ignora, pudiendo llegar a “hacer ciencia con los desechos” (como bien expresa Antonio Lafuente al referirse a las rebeliones de enfermos, de colectivos de afectados que han venido vindicando, tramitando y construyendo conocimiento con aquellas evidencias o restos epistémicos que diferentes disciplinas habían dejado fuera del foco –su sufrimiento, los efectos secundarios de los fármacos, las enfermedades raras que nadie estudia, las posibilidades organizacionales y sanitarias más acogedoras con la diferencia, etc.–, empoderándose para construir otras relaciones con lo que les afecta, desde su fragilidad). Por tanto, si en el anterior post celebraba la importancia de la experimentalidad, creo que ahora necesitamos un desplazamiento de esa esperanza en la experimentación a una defensa del cuidado de la misma, como la mejor propuesta política que pudiéramos desarrollar para mantener con vida los espacios y conocimientos “fuera de clase”.
 
Sugiero llamar “mimo” a ese cuidado y atención cotidiana que requiere la experimentación con pasión; a ese buen hacer o a ese querer producir cosas o entornos para vivir mejor atendiendo a la vulnerabilidad de nuestras prácticas epistémicas experimentales. Lo que quisiera plantear aquí es el peligro atroz ante el que la razón tecnocrática nos sitúa; puesto que corremos el riesgo no ya solo de perecer o morir de hambre, sino de perder la capacidad de continuar experimentando ante esa gestión innovadora de la creatividad y el talento que nos matan de hambre… Es este olvido de la vulnerabilidad el que lleva a no considerar la propia vulnerabilidad inherente de nuestras “comunidades epistémicas experimentales”, la fragilidad constitutiva de sus prácticas: corporal, infraestructural, afectiva, epistémica. Y aunque nunca sepamos a ciencia cierta “cuánto puede un cuerpo colectivo” (razón por la que necesitamos seguir haciendo para experimentar en qué consiste prácticamente nuestra vulnerabilidad y nuestra potencia), este texto de cierre busca proponer el mimo como un imperativo, una tecnología política no necesariamente “estadocéntrica” que permita hacernos sensibles a los modos y elementos necesarios para seguir experimentando sin hacernos más vulnerables por el camino, para construir espacios y procesos más igualitarios. Esto es, más allá de los horizontes institucionales del paternalismo estatalista, la tecnocracia rampante y la precariedad absoluta.
 
Haciendo este giro quisiera resaltar la importancia de colocar en el centro del debate la vulnerabilidad de esos espacios y nuevas prácticas epistémicas experimentales. De las experiencias de vulnerabilidad y desamparo compartidas en los últimos años, quisiera haber aprendido que la esperanza, ese ejercicio constante de generación de posibles, es un trabajo crucial e ímprobo de abrir futuros. Un trabajo necesario, pero al que en no pocas veces nos sometemos colocando en la trastienda, olvidando nuestra vulnerabilidad constitutiva, eso que nos haría caer los brazos si siguiéramos haciendo en ciertas condiciones de precariedad. Si queremos abrir posibles no podemos olvidarnos de tratar “eso que nos permite experimentar”.
“De la Couveuse pour Infants” de Auvard (1883)

Responder al imperativo del mimo, sostener la experimentación del cualquiera
 

“Qué tipo de valor producen los encuentros, los cuerpos y los afectos, qué producimos en el ser-juntas de nuestros colectivos, cómo damos cuenta y hacemos cuentas de ese valor. Cómo se pone en común y cómo se generan cercamientos a esos saberes, valores y territorios de vida producidos colectivamente. ¿Cómo saltar de la productividad a la producción de territorios comunes de vida?” (esquizobarcelona)

 
Enunciar algo así como un “imperativo del mimo” aplicado a las prácticas de nuestras comunidades epistémicas experimentales nos invitaría a pensar en clave de cómo sostener la experimentación del cualquiera, yendo más allá de las declaraciones de intenciones sobre los parabienes de la cultura libre o el igualitarismo: hay que trabajar para permitir que los prototipos puedan mantenerse en ese estado permanentemente ß, pero sin olvidarnos de la continuidad necesaria para la implementación de estas ideas; evitando dejar de lado que las cosas nunca se hacen de una vez y para siempre, que el trabajo de traer algo a la existencia puede tirarse por la ventana si no se practica continuamente el mimo al que esa creación nos convoca; que por experiencia las cosas no duran, pero que no duran nunca de la misma manera y que tenemos que poder experimentar con lo que quiere decir la durabilidad en cada experimentación; que para que se mantengan las cosas en pie hay mucha gente e infraestructuras técnicas y afectivas implicadas, por lo que mejor no olvidarse nunca de la desigual distribución del trabajo que esto implica y la necesidad de un cierto mimo a la hora de pensar en evitar que nos dejemos a alguien fuera y que busquemos las mejores condiciones para el cualquiera siempre desde su diversidad; porque no sólo construimos con las ficciones, ideas y declaraciones de intenciones (cruciales para abrir lo posible), sino mimando nuestros terriblemente complejos arreglos sociomateriales, aprendiendo a “comprometernos” –en el sentido que le dota Marina Garcés a este término–, a explicitar que “el compromiso empieza en el hecho de reconocer que ya vivimos implicados, que ya vivimos en esas relaciones de interdependencia que nos vinculan los unos a los otros” y que comprometerse es ponerse en un compromiso, explorar las formas cambiantes de nuestra vulnerabilidad, compartiendo los problemas con los otros para poder ser más autónomos.
 
¿Cómo aprender, por tanto, a comprometernos, a sostener o, mejor, a institucionalizar este mimo, este cuidado de la experimentación que no puede sino ser experimental? Esa es la tarea colectiva que tenemos ante nosotras –y a la que quizá podamos ir contribuyendo desde este blog–, porque sostener y defender la experimentación del cualquiera, requiere pensar en instituciones que puedan mantener no sólo a las personas que experimentan o sus efectos, sino también las infraestructuras a partir de las que cualquiera pueda devenir experimentador, para que pueda seguir existiendo el conocimiento libre para que quien quiera pueda ponerse a experimentar con unas mínimas garantías. De hecho, algo parecido a esta reivindicación del mimo creo que se integra en recientes debates entre lo público y lo común (entre los formatos de gestión estatalizada o comunalizada, sus pros y sus contras).
 

Cómo hacer una incubadora casera (1944)

Experimentar con el mimo de la vulnerabilidad experimental para no vulnerabilizar la experimentación
 

“Internet permite que aquellos saberes que se consideraban informales, saberes comunes y corrientes pertenecientes a la vida cotidiana, competencias y pericias para desenvolverse en la realidad más mundana se transmitan, formalicen y compartan y, de esa manera, se revaloricen y cobren una relevancia que, de otra manera, quizás, hubiera pasado desapercibida […]. De lo que se trata, en el fondo, es de rescatar del olvido saberes valiosos para quien los necesite, de conceder cierta forma de reconocimiento comunitario a quien los comparte, de reivindicar la importancia de esos conocimientos supuestamente disminuidos frente a los conocimientos que la ciencia da por prevalentes” (A. Lafuente, A. Alonso & J. Rodríguez, ¡Todos sabios! Ciencia ciudadana y conocimiento expandido. Madrid, Cátedra, 2013: p. 53).

 
Dado que necesitamos aprender a mimar y encontrar modos y maneras de sostener nuestras comunidades epistémicas experimentales para que estas no sólo no se marchiten, sino que nos permitan seguir haciendo futuros mejores, quisiera sólo, proponer algunas vías de indagación a partir de las que pudiéramos dotar de contenido a esas instituciones que acogieran ese imperativo, así como  reconocer y mejorar como tales a esas instituciones que nos han venido ayudando a  sostener y dar sentido a nuestra experimentación desde el reconocimiento de su vulnerabilidad:
 
(a) ¿Qué modos de experimentación epistémica seremos capaces de producir con diferentes formatos incipientes o más desarrollados de institucionalidad?
(b) ¿Cómo articularemos, daremos voz y sitio en ellos a las vulnerabilidades (que no conocemos más que en la práctica o montando dispositivos para reconocerlas) de todo ejercicio experimental? ¿Cómo se podrá elaborar la conciencia de las mismas y de los modos de acometerlas, tomarlas en consideración?
(c) ¿Qué ejercicios de mimo se han venido ya planteando para sostenerlas o sortearlas, ya sea a partir de prácticas ad hoc o de ejercicios de construcción de un entorno sociomaterial (organizativo, técnico, económico, legal, etc.) acogedor para las mismas?
(d) ¿Cómo debieran ser, en suma, las instituciones que pudieran acoger ese mimo que permita la experimentación del cualquiera?
 
Quizá no sea suficiente la atención a la conservación de la diversidad epistémica mediante repositorios u otros formatos diagramáticos de documentación de nuestras prácticas de creación y experimentación archivando el conocimiento, haciendo la clasificación visible, permitiendo “su descarga para que no muera y siga vivo” (como no ha venido bastando en áreas como la biodiversidad o la diversidad cultural).
 
Quizá tampoco sirvan únicamente espacios proliferatorios o dinamizadores y potenciadores de las comunidades epistémicas experimentales, ayudando a hacer propuestas de mundos posibles, germen de millares de nuevas sociedades, formatos de relaciones y dispositivos de pensamiento…
 
Quizá debemos refundar o luchar por nuevos formatos de institucionalidad para nuestras prácticas epistémicas experimentales, pensados para que el cualquiera pueda venir a poblarlos, atentos a todas las voces que quedan fuera; y eso no lo podremos hacer sin cuidar de la experimentación epistémica: porque siempre necesitaremos de otros arreglos o de arreglos cada vez más específicos, sin los cuales nuestra vida no sólo sería menos interesante, sino en ocasiones inviable. La experimentación será crucial para pensar espacios pensados desde la vulnerabilidad y la necesidad de un cuidado emancipador e igualitario, desde la promoción la igualdad de oportunidades, el desarrollo colectivo de las singularidades y la diferencia.
 
Quizá necesitemos, por tanto, montar o refundar mimatorios, donde estas prácticas experimentales tengan cobijo, pero no como las fallidas incubadoras neoliberales (esos viveros de iniciativas de negocio), que no nos dan más que un cascarón vacío en el que sólo quedan los restos de la experimentación con olor a huevo podrido. Pienso más bien en espacios auto-gestionados por construir donde poder llevar a cabo nuestros quehaceres experimentales, donde poder controlar nuestro sostén, manteniendo vivos nuestros saberes de la experimentación y su relación particular con materiales, prácticas, ideas, herramientas, etc. Pero también espacios donde se mimen estas prácticas para que redunden en un buen hacer, donde se prueben y se experimenten formatos para dotarlas de condiciones mínimas de subsistencia y remuneración.
 
Necesitamos espacios donde experimentar con el mimo de la vulnerabilidad experimental para no vulnerabilizar la experimentación, porque en momentos aciagos como éste nos va la vida en ello…
 
- Tomás Sánchez Criado
 

[Dedicado a toda la gente linda con la que he venido aprendiendo a reconocer la vulnerabilidad, así como la necesidad de mimar la experimentación en diferentes espacios experimentales: como los que he venido compartiendo con lxs colegas de En torno a la silla y la OVI de Barcelona, EXPDEM y la Red esCTS, Fuera de Clase y TEO.
Agradezco especialmente a Adolfo Estalella su lectura atenta de este texto y sus sugerencias con alguna de las partes más oscuras del mismo, y también a Blanca Callén, con quien he venido en los últimos meses dando algunas cuantas vueltas a este problema de la vulnerabilidad y la experimentación]

Dado que se trata de escritos largos también podéis descargar cada uno de los post de la trilogía completa en PDF en los siguientes enlaces
(1) ¿Del doctor como el mejor gobernador?
(2) ¿El estallido de comunidades epistémicas experimentales?
(3) Vulnerabilidad y mimo de la experimentación del cualquiera

11 de Nov 2013
Fuera de Clase

“Las preguntas, como cualquier otra cosa, se fabrican. Y si no os dejan fabricar vuestras preguntas, con elementos tomados de aquí y de allí, si os las “plantean”, poco tenéis que decir. El arte de construir un problema es muy importante: antes de encontrar una solución, se inventa un problema, una posición de problema”
– Gilles Deleuze y Claire Parnet, Diálogos (2004 [1977]: p.5).

Desde mi anterior post he estado reflexionando cómo continuar y, sobre todo, cómo conseguir explicar un título tan rimbombante. He pensado probar una cosa, contar una anécdota para ver si sirve. Aquí voy: Un día del pasado mes de julio aparecí de rebote, a media tarde y sin saber lo que iba a encontrar, por el Campo de Cebada. Para mi sorpresa, dando una vuelta alrededor del campo de fútbol, me fijé en esa especie de ágora construida con palés que hay en el medio del asunto y vi que bajo una carpa de sábanas con emblemas de los hospitales madrileños (residuos quizá de alguna marea, reconvertidos en toldo para evitar la tórrida puesta de sol), había gente dando una charla con un micrófono. Iba con un colega, hacía un calor espantoso y cogimos una cerveza. Mientras estábamos en la barra, empezamos a prestar más atención. Parecía una charla académica, pero en un escenario que no acababa de pegar. Al ir adentrándonos en el asunto vimos un cartel. Tate, nos habíamos topado con la I Universidad Popular de Verano: Campus de Cebada  funcionando a pleno rendimiento: en aquel lugar había casi 50 personas yendo y viniendo y escuchando charlas de todo tipo con una pasión desenfrenada por el saber que sólo he visto en algunos espacios restringidos, una libido sciendi que creía en extinción, o limitada a algunos, muy pocos, ámbitos circunscritos. ¡La gente se lo pasaba bien y estaba encantada!
 
Últimamente cada vez que vuelvo por Madrid me pasa un poco igual: no paro de encontrarme con estallidos colectivos de gente discutiendo así, apasionadamente, interesándose por las cosas más peregrinas, por las rayadas más interesantes… y siempre acabo con la piel de gallina. Hedonista como estaba aquella tarde-noche, allí acabé sentado, con sonrisa de idiota… Y fui encontrándome a algunxs amigxs que, quizá como yo se lo habían topado, y también lo estaban pasando en grande. En algún momento tuve una intuición, cogí el móvil y tome una instantánea en mitad de una interesantísima charla sobre el graffiti y la historia de la ciudad. Necesitaba pensar en ello más adelante y necesitaba algún documento que me ayudara a recordar. ¡Aquello  era como un hackeo de un curso de verano de una universidad, con un micrófono que a veces no podía evitar sonar como un megáfono de manifestación! ¡Era como un curso de verano-protesta! Pero lo que más me alucinó, lo que en verdad me puso la piel de gallina (y todavía lo hace) fue darme cuenta de que ¡estaba a petar de gente! Y no dejé de darle vueltas en los días subsiguientes: ¿será porque es gratis, porque es en abierto? El caso es que todo el mundo parecía interesado en aprender y saber de una gran infinidad de cosas y temas, difícilmente abarcables desde una única unidad temática…
 
No pude evitar ponerme nostálgico al verlo terminar porque uno no quería que eso acabase. Si tuviera los recursos literarios apropiados, intentaría algo como la crónica cronopiesca hecha por Cortázar del concierto de Louis Armstrong, pero esto se lo dejo más bien a nuestra experta musical Marta Morgade. El caso es que ¡ojalá hubiera algo así en cada plaza cada fin de semana, tan bien trabajado y preparado, pero tan natural, ameno y divertido que quedaba el sabor de boca de pensar que quizá si quisiéramos podríamos hacerlo siempre que podamos! Y sobre este tipo de cosas quisiera charlar en este post: me gustaría recuperar algo que, a riesgo de sonar nostálgico y de reificar algo que fue totalmente inasible, muchxs de nosotrxs hemos podido experimentar con cierta asiduidad desde que tuviera lugar aquel delirio performativo que, para entendernos, solemos denominar “lo 15M”: Un verdadero estallido de organizaciones y grupos que debaten a pie de calle con un tempo y un ritmo académico, pero sobre un cartón. Quizá, de hecho, en ellos resida la esperanza para-académica de lo que algún día pudo ser la actividad universitaria. Y quizá por eso hayan sido tan potentes los actos de sacar la universidad a la calle
 
Pero igual no sabes de qué te hablo: Si en los últimos tres años no has vivido en una cueva afgana soportando bombardeos salvajes de drones, estimadx conciudadanx, no puedo creer que no hayas topado al menos con alguno de estos innumerables grupos o colectivos que buscan las más innumerables maneras de intentar articular teórica y prácticamente “quiénes somos”, “qué nos está pasando”, de discutir “sobre la que se nos ha venido encima” y “qué podemos hacer con ello”. Experiencias difusas y en nebulosa, a veces temporales y momentáneas de “gente normal que hace cosas”, pero consciente de su precariedad y del esfuerzo que requiere poder mantener estas cosas con vida, porque las vive en sus propias carnes. Grupúsculos o grandes masas que se montan sus propios ambientes para crear conocimiento, que se afanan en crear climas de debate y discusión, con una gran hospitalidad para con lo extraño. Toda una verdadera “ecología de las prácticas colectivas” que requeriría de nuestro mejor talento como naturalistas para intentar dar cuenta de ello, para sacarle todo su jugo. De hecho, quizá el mejor inventario sea el que Bernardo Gutiérrez ha venido desarrollando en su intento por catalogar lo que llama “micro-utopías en red” (acerca de lo que ha publicado estas dos entradas: 1 | 2).
 
Pero pongamos algunos ejemplos: La PAH y las mareas se han configurado en los últimos años como verdaderas plataformas de gestión de conocimientos compartidos, pero no podemos olvidar también el horizonte casi infinito de otros espacios institucionales híbridos como –tirando de los que me vienen a la memoria a bote pronto- Medialab-Prado o Intermediae, colectivos como Zemos98, ColaBoraBora, Nociones comunes, observatorios metropolitanos como los de Madrid y Barcelona o lugares mágicos como el Ateneu Candela, por no hablar de los innumerables colectivos de arquitectura participativa que han brotado como las setas en los últimos años. Y, claro, nadie niega las conexiones y la larga herencia de prácticas de auto-formación, con una dilatada trayectoria en numerosos centros autogestionados, casas ocupadas y grupos activistas (me viene a la memoria, por ejemplo, la Agencia de Asuntos Precarios Todas a Zien; aunque también pudiera detenerme para ejemplificarlo en esta reflexión de Antonio Centeno sobre la experiencia práctica del Foro de Vida Independiente y Divertad como “red de construcción de conocimiento emancipador”, por no hablar de la unión de los dos anteriores colectivos en el precioso experimento “Cojos y precarias haciendo vidas que importan”). Pero el catálogo sería inagotable con sólo pensar en otras tantas experiencias con mucho predicamento en el ámbito del anarquismo (siguiendo quizá la estela de la Escuela Moderna, esa perla inventada en el entorno del controvertido Francesc Ferrer i Guàrdia), pero también en escuelas populares de barrio, asociaciones de vecinos o movimientos de renovación pedagógica… (Gracias a Pilar Cucalón por echar un cable con algunos enlaces en este mar gigantesco).
 
Pero creo que el estallido reciente y creciente de este tipo de prácticas grupales de conocimiento de las que hablo hay algo específico, que no sólo responde a una necesidad de “formarse o educarse en un curriculum que el estado no quiere que uno tenga”, ni a un juicio sobre la “todavía-no o la lamentablemente-ya-no institucionalización de ciertas prácticas educativas” en escuelas e instituciones públicas (bien porque no existen o porque “ya no nos educan en lo relevante para el mundo actual”, haciéndose “necesario” llevar a las criaturas a que hagan kárate mientras se convierten en makers que hablan inglés y chino imprimiendo sus juguetes DIY con una impresora de extrusión de plástico), sino que creo responde a una crisis más fuerte. O, mejor dicho, que no son sino una respuesta a la conciencia clarividente de una crisis de legitimidad de todas estas instituciones que "no sabían" que esto podía pasar, que "no podían" hacer nada para evitarlo, que "no predecían" lo que iba a ocurrir o que "no querían" contarnos que se lucraban (con el boom crediticio, con la privatización de servicios estatales y ahora con el “decrecimiento económico”). Una crisis de legitimidad que pudiera estar levantando el pavimento de muchas de nuestras actuales instituciones del saber, a las que quizá nos cueste seguir dotando de legitimidad como hasta ahora.
 
Una crisis que nos lleva a plantear algo así como un “¿y si no me lo creo?”, habida cuenta de la importancia de todo un conjunto de saberes y prácticas que se nos han impuesto en los últimos años al modo silencioso del “discurso experto”: un discurso supuestamente neutral e imparcial, pero cuya vertiente tecnocrática e interesada no hemos dejado de sufrir desde que hemos venido admirando con cara de idiotas la gestión de eso que se ha llamado “crisis” y que ha justificado olvidar la burbuja inmobiliaria, pero también no cuestionar el delirio de formatos de saberes y prácticas de esa otra revolución (la del “Spanish Neocon”) que ha venido rigiendo nuestro diseño urbano, nuestra economía y la gestión de nuestra salud en los últimos años, por no hablar de la educación. Una crisis que nos lleva a sentir que “necesitamos saber” de otros modos para conocer e implicarnos de mejor manera en un mundo cambiante, de límites borrosos, cuyo destino es ampliamente incierto, para articular, por ejemplo, otros modelos de salud, otros modelos de economía, otros modelos de arquitectura o de componer la ciudad… (no hay más que echar un vistazo a otros blogs que comparten espacio con este, como el de la Fundación de los Comunes).
 
En suma, a mí estas situaciones, estas experiencias recientes de auto-formación, de juntarse a conversar y hacer, me hablan de algo más: algo que resuena con ese “poder de los ignorantes” sobre el que meditaba Rancière. Cosas como las que presencié aquella tarde-noche en el Campo de Cebada pudieran hacernos pensar en otros formatos, otros modos de relacionarnos con el conocimiento, no desde su cerrazón y gesto altivo, sino desde una actitud experimental, consciente de sus vulnerabilidades y del cuidado ingente que requiere poder mantener en marcha este tipo de estallidos, este tipo de prácticas. Nos habla quizá de una distancia con la Razón tecnocrática, pero de una creciente implicación con los saberes, con la construcción de un conocimiento riguroso aunque experimental y frágil; de toda una serie de gestos menores hechos no para refundar las divisiones y las desigualdades, sino para ponerse a prueba de mil y un modos buscando construir espacios más igualitarios. Nos habla quizá de un aprendizaje del cualquiera, pero del que se siente concernido para emprender otro camino, para ponerse a prueba porque existen cosas ante las cuales no puede permanecer impávido, porque necesita pensar y actuar de otro modo, desde otro eje… Y no me refiero sólo a un aprendizaje puramente intelectual, porque este aprendizaje experimental del cualquiera supone asimismo una puesta en práctica, una articulación de modos y maneras, una experimentación con las pequeñas infraestructuras a través de las que vivimos. Nos hablan, en suma, de la necesidad de una suerte de “descolonización interior” de nuestras propias aberraciones institucionales educativas (como ha venido planteando Mafe repetidas veces en en este blog) disfrazadas de conocimiento válido, que en muchas ocasiones nos impiden abrir nuevos espacios, romper con determinados formatos y prácticas…
 
Mi intuición, quizá un poco salvaje, es que esta “nueva Ilustración”, por expresarlo al modo de Antonio Lafuente, no sólo la necesitan algunas prácticas de la universidad que acaban con la vida académica fecunda y apasionante que ella alberga (la hay, y mucha, pero podría haber aún más), sino también numerosas otras prácticas dentro de los movimientos sociales que acaban con la experimentación política y la someten al ejercicio estéril de las consignas, como le ocurre a gran parte de la vieja guardia, tan mal equipada para entender, hacerse relevante, actuar y responder ante lo que se nos ha venido encima como esos saberes expertos que nos miran por encima del hombro mientras nos llevan al abismo. Porque esta necesidad de formarnos y de saber no responde al rollo JASP que vuelve (y quizá nos revuelve) continuamente para hablar de “la generación mejor preparada de la historia”, ni a la horrorosa idea de talento asociada, a pesar de que lo mejor que podemos hacer es formarnos, aprender y prepararnos, por ejemplo, para hablar en público (relaxing cup of café con leche mediante). Porque esto no es ni por asomo una cuestión de querer convertir metonímicamente las glorias individuales en orgullo patrio. Sí, necesitamos valorarnos más y conceder más importancia a nuestras aptitudes, pero no de cualquier manera, ni con el modelo de los deportistas de élite: necesitamos valorarnos para saber que podemos enseñarnos unos a otros, que podemos quizá construir colectivamente otros espacios para el saber, otros formatos de sociedad más justa.
 
Más bien diría que necesitamos entender mejor e insuflar vida a estas experiencias, a estos grupos… A estas, ¿cómo llamarlas? ¿Comunidades de práctica (Lave & Wenger)? ¿Comunidades epistémicas (Akrich)? Aunque creo que quizá pudiéramos darle un nombre que respondiera orgánicamente al timbre, a las propias razones y motivaciones que han llevado a este estallido incontrolado, o tan incontrolable por necesario: ¿por qué no llamarlas, por tanto, comunidades epistémicas experimentales? Experimentales porque la construcción colectiva del conocimiento tiene un carácter “experiencial”, encarnado o basado en lo que nos afecta; pero también experimentales por el afán de experimentación con el qué y cómo podemos pensar, por su estatuto “experimental” y frágil, su carácter en abierto, no constreñido por límites disciplinares o institucionales, prestando atención a esos efectos no previstos que se nos aparecen al montar situaciones que nos interpelan, que crean verdaderos acontecimientos epistémicos colectivos: articulando mecanismos y medios para dotarnos del “poder de hablar de otra manera” (por usar la noción de experimento empleada por la filósofa de la ciencia Isabelle Stengers); experimentales, en fin, porque a través de ellas nos convertimos en “sujetos experimentales” con y sobre los que se prueba, pero no tanto al modo salvaje de ciertas prácticas de laboratorio al estilo Mengele o de las prácticas económicas neoliberales del shock, sino que quizá a través de ellas podamos aspirar a ser una suerte de “cobayas auto-gestionadas” (cuyo caso quizá más claro lo han venido mostrando diferentes trabajos sobre los movimientos de pacientes con SIDA o el activismo trans), ensayando en nuestras carnes las posibilidades y límites de nuevos formatos colectivos y más liberadores de pensar y hacer.
 
Lo que pudiéramos extraer de todo esto y que se me hizo tan vívido aquella tarde-noche en el Campo de Cebada es que necesitamos, ahora más que nunca (en estos tiempos donde todo son choques de expertos alineados y déficits de democracia de origen tecnocrático), seguir construyendo, haciendo proliferar y continuar mimando este tipo de formatos experimentales de conocimiento colectivo “fuera de clase”: esas comunidades epistémicas experimentales que buscan salir de ciertos límites institucionales o morales que nos hemos impuesto, que buscan descolonizar el conocimiento sin perder la potencialidad de construir saberes con rigor para generar mundos mejores. Pero haciendo todo esto sin olvidar la gran cantidad de dificultades que las acechan e intentando, por tanto, articular nuevos formatos de cuidado y mimo para sostener este gran archipiélago de conocimiento que la Razón tecnocrática ignora y que, al hacerlo, lo pone en un grave peligro, revelando nuestra vulnerabilidad…

(Continuará, aunque sólo una vez más…)
 
*Tomás Sánchez Criado

01 de Jul 2013
Fuera de Clase

Esto que tenemos entre manos y que hemos llamado FUERA DE CLASE es un proyecto cuyo fin es pensar sobre los procesos de aprendizaje(s), en plural. Aprendizajes desclasados e inclasificables: a menudo sin aula, notablemente desplazados del sistema socioeconómico normativo, lejos de estar recogidos en disciplinas concretas. Y es por eso que, en lugar de hacer de este post una presentación, queremos desplegar una serie de apuntes que hemos ido tomando mientras imaginábamos este proyecto que, más que iluminar, apuesta por producir cortocircuitos, pequeños fuegos y quizás fugas.

Creemos que construir este espacio supone tres -o al menos tres- cosas:

  • Desbordar las concepciones productivistas y sin duda limitantes que ligan la educación únicamente a la escuela, la universidad, la formación profesional, al aprendizaje formal, a la socialización primaria  o a tantas otras confusiones que solemos arrastrar con las nociones de educación, enseñanza y aprendizaje.
  • Pensar los procesos de aprendizaje como procesos abiertos, desde la potencia que les aporta el marco de una cultura libre (una cultura que facilita, genera y cuida de los aprendizajes liberados, liberadores o liberables).
  • Continuar/difundir la práctica de la “educación expandida”: término que alude a aquellas experiencias, ideas o metodologías educativas que se producen fuera de lugar y que ocurren a destiempo (a la ZEMOS98).  

Proponemos, pues, un blog que se caracterice por ser una zona de experimentación; es decir, que opere como un espacio de problematización y de ensayo/error. Porque, creemos, debería ser un lugar de aprendizajes tanto para quienes interactúan con él (leyéndolo, escribiéndolo, comentándolo, copiándolo y por supuesto, incendiándolo) como para quienes lo construimos. Lo entendemos como una superficie de ensamblaje que funcionaría como espacio mediador entre distintos agentes, textos, discursos y experiencias. Esto es: que permita un flujo (tendente a) horizontal de los conocimientos y saberes sobre lo educativo. Que active encuentros y también -por supuesto- desencuentros entre ellos. Sería algo así como una tecnología “aprendiente”. Se trataría de ser capaces de explorar de modo amplio -entre lo global y local, arriba y abajo, fuera y dentro, al norte y al sur- los procesos educativos y las situaciones de aprendizaje más allá de lo entendido como “la educación".

También hemos decidido que FUERA DE CLASE se dividirá en varias categorías temáticas que son los que más nos interesan:

1. Genealogías educativas más acá y más allá de la escuela
Una posibilidad para pensar y discutir, desde una perspectiva contra-histórica,  diferentes propuestas y experiencias más allá y más acá de la escuela. Un lugar para ir reflexionando sobre las posiciones ideológicas, las trayectorias y los lugares desde los que son y fueron enunciadas y puestas en práctica. Un espacio desde, y en el que, plantear diferentes concepciones de la educación con el fin de interpelarlas y ponerlas en marcha. Una grieta desde la que mostrar el pasado plural y a veces contradictorio que revelan las huellas de la influencia que ha tenido el poder sobre los discursos y prácticas en torno a la educación.

2. Política, prácticas públicas/colectivas/comunes: estilos de gobierno/modos de gobernanza en educación
Las políticas públicas, privadas o colectivas, como actividad orientada a alcanzar objetivos sociales, se formulan en un proceso sociocultural inmerso en tramas y estructuras de poder y de construcciones ideológicas, aunque en muchas ocasiones se presentan como un mero saber experto. Analizar y problematizar las políticas y prácticas en espacios educativos es imprescindible en un contexto de cambio de modelo sociopolítico como el que vivimos y por tanto de cambio de modelo educativo. Queremos dar cuenta de cómo son vividas y experimentadas por las personas afectadas por ellas y cómo construyen un proyecto social al servicio de uno económico. Queremos poner en evidencia los mecanismos de construcción de la desigualdad, de selección, de reproducción, de desmovilización, y también de las experiencias que construyen otras formas de contrapoder, concientización, resistencia y de transformación.

3. Ese es efe (la ciencia es ficción)
Viena. Mitad del XX. Un grupo de señores blancos, europeos y canosos se reúnen y deciden que el conocimiento científico es un atributo esencial de un sujeto universal, imparcial y ahistórico, cuyo hábitat principal son las universidades y los centros académicos. Dictaminaron que la ciencia se sostiene sobre la pretensión de la existencia de una identificación entre la así llamada verdad y el método. Sin embargo, no nos dijeron que para dominar la geopolítica del conocimiento, eliminarían la situación de descubrimiento de sus consideraciones epistemológicas y políticas. Por ello, en este espacio queremos poner la ciencia bajo sospecha indagando, a través de diferentes aproximaciones (fantasiosas, antropológicas, epistémicas, ficticias, etc.), cuáles son esas situaciones de descubrimiento y qué esconden.

4. Cuidados, crianzas y prácticas de socialización
Por último, quisiéramos tener un espacio desde el que pensar sobre los procesos de socialización, los cuidados y la crianza. Por una parte, nos proponemos reflexionar sobre la socialización y la crianza en un contexto en el que las dinámicas familiares se encuentran marcadas por cambios sociales, económicos y políticos (globalización, migraciones, crisis…) que afectan directamente la organización en torno a la educación en los espacios familiares. Por otra parte y en relación a lo anterior, nos interesa abordar el aprendizaje de los cuidados. Creemos que es importante pensar cómo hemos aprendido e incorporado la regla tácita de que hay quienes deben cuidar “porque sí” y quienes “no lo hacen nunca”. En tercer lugar, nos interesa reflexionar sobre otras formas de cuidado que hasta ahora quizá no han sido tomadas en cuenta, esto es, otras prácticas de colectivización de y socialización en lo que han venido siendo las actividades tradicionales de cuidado, pero también una extensión del cuidado para pensar cómo aprender a cuidar de otras formas y en otros contextos (por ejemplo, el aprendizaje de cómo cuidar material y corporalmente para que podamos continuar en nuestros quehaceres colectivos). Por ello, quisiéramos tener un espacio para pensar sobre cómo desclasificar el aprendizaje del cuidado y su socialización en el hacer común. ¿Cómo resistiría la idea de cuidado a esta condición inclasificable, cómo pensar un cuidado “fuera de clase”?

Y, last but not least, dos ideas para terminar. No querríamos presentarnos sin compartir con vosotrxs la sensación de que este proyecto se genera bajo el signo de numerosas perplejidades, tensiones y contradicciones que preferimos no dejar en la sombra. No queremos generar conocimientos expertos aunque algunos seamos profesorxs en la universidad, comisarixs, activistas, amigxs y amantes de otras expertxs, investigadorxs independientes o asociadxs a espacios académicos. Somos un grupo heterogéneo con distintos grados de expertaje (experienciales, situados, amateurs, legos, etc.), y habitamos distintas posiciones ahora dentro, ahora fuera de clase - en un sentido amplio.

Dicho esto, en FUERA DE CLASE nos proponemos incorporar de modo horizontal el punto de vista de las otras como un acto político, una práctica pedagógica y una apuesta metodológica. Aquí caben casi todas las voces (se quedan fuera cosas tales como el sexismo, la homofobia, el racismo, el clasismo, el capacitismo, el etnocentrismo,…) y varios formatos: vídeos, entrevistas, fotografías, artículos, net objects, etc. De modo que cerramos este post, abriendo: quedáis invitadxs, aquí y allí, a participar. Como podáis y queráis.

Fuera de clase

Somos un grupo heterogéneo de personas que habita tanto los dentros como los fueras de clase. Nuestra intención es acercarnos de modo crítico y transformador a los procesos de aprendizaje en un sentido amplio. No nos interesa desarrollar un conocimiento experto y sí facilitar la formación de una comunidad de aprendizajes no unidireccionales en la que las prácticas, las ideas y las metodologías sean situadas, abiertas, liberadoras y resistentes. El blog que ensayamos tiene vocación de ser un laboratorio común en el que se ponen en juego diferentes lenguajes y conexiones entre lo local y lo global, lo de dentro y lo de fuera, lo viejo y lo joven, lo de arriba y lo de abajo, el norte y el sur. Nos gusta soñar con una educación desplegada, crítica, inclusiva y anticapitalista.
Pilar Cucalón, José Carlos Loredo, María Fernanda (Mafe) Moscoso, Marta Morgade, Jara Rocha y Tomás Sánchez Criado.