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Libertades
Periodismo de gafas violeta. Blog de June Fernández.

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20 de Mayo 2014
June

Nota: Escribo una columna mensual en la revista vasca Argia, en euskera. No suelo traducir mis artículos a castellano, pero sí que me apetece hacer una excepción con este. Si entiendes euskera, te recomiendo que leas el original. Los corchetes son añadidos que me han salido al traducir. La ilustración la hizo mi amiga Inge Rodríguez Madariaga hace unos años, inspirada por un post que escribí sobre los dramas del amor romántico. Luego me la regaló enmarcada y la tengo en mi casa de Bilbao. Cuando me angustio por amor, me gusta mirarla para no perder el norte.

Terremoto

Hoy, 10 de abril, he vivido por primera vez un terremoto en Managua. Mientras escribo estas líneas, sigo sintiendo las réplicas. Son las once de la noche y el terremoto empezó a las cinco de la tarde. Mi hermano pequeño y su madre llegaron ayer a visitarme. Cada temblor abrupto me da un vuelco al corazón y me contrae el cuello, pero sobre todo me angustia que mi hermano se despierte asustado.

En estos momento extraño a mi última amante. Si esto hubiera ocurrido hace unos meses, ahora me relajaría entre sus brazos. Si no pudiera venir a mi barrio, al menos me reconfortaría hablar por teléfono con ella.

Cuando ocurre una catástrofe, echamos de menos a nuestro pilar afectivo, a la persona que mejor nos transmite seguridad y paz. Para mucha gente, esa persona será su madre, su padre, su abuela o su abuelo. Para otras tal vez su mejor amiga o amigo. La madre de mi hermano (expareja de mi padre) acaba de hablar por teléfono con su hermana, y al colgar ha dicho lo siguiente: " Ahora ya estoy tranquila. Cuando hablo con ella siempre siento que todo va a ir bien". En mi caso, suelen ser las personas con las que tengo una relación sexoafectiva las que me proporcionan mayor sosiego. Esto me preocupa, porque me hace dependiente, siempre siento la necesidad de tener pareja.

Las feministas llevamos mucho tiempo reflexionando sobre el modelo de amor romántico, basado en la dependencia y en la ansiedad, en el mito de la media naranja, en expresiones como "sin ti no soy nada". Mujeres y hombres, heterosexuales, gais y lesbianas, hemos interiorizado ese modelo desde la infancia, a través de las películas, las canciones y los mensajes de nuestro entorno.

Brigitte Vasallo utiliza el concepto "amores Disney" para definir ese modelo. Condiciona en mayor medida a las mujeres, porque desde pequeñas nos programan para buscar al príncipe azul y nos transmiten que el amor y la maternidad han de ser los ejes de nuestra vida. Hoy en día se nos anima a estudiar y a buscar un buen trabajo, pero seguimos teniendo muy metida la creencia de que formar una familia nuclear es la principal fuente de felicidad.

La antropóloga feminista Mari Luz Esteban le dijo a la periodista de Berria Maite Asensio: "Lo peligroso es que el amor sea nuestro único recurso (...) No voy a decir que haya que suprimir el amor de nuestra vida, sino que hay que introducir otras cosas para equilibrar". La mayoría de las mujeres, y me incluyo, invertimos demasiada energía en los dramas románticos. Reconozco que tengo un excesivo enganche hacia la pasión. Es mi droga preferida. Dice Esteban: "No se debe decir 'no te enamores', sino 'hazte con los arneses necesarios'. De la misma forma que nos protegemos con un casco y unas cuerdas cuando vamos al monte, también necesitamos protección en el amor, para ser capaces de pasarlo bien y salir bien paradas". ¿Pero es posible amar con el arnés puesto? [Repriman la tentación de hacer la bromita sobre los strap-on] ¿Es posible enamorarse sin sentir vértigo, sin sentir que estamos a punto de saltar a un precipicio? ¿O será que me sigo tragando esa concepción tóxica del enamoramiento como pérdida de control, entrega, órdago en la que una está dispuesta a darlo todo?

Las sacudidas de un terremoto pueden provocar una catástrofe, pero al mismo tiempo nos recuerdan que la tierra está viva. Hemos aprendido que el amor romántico, ese que implica el riesgo de exponerse a un desastre emocional, es el único camino para sentirnos vivas. A través del feminismo, sé que es posible vivir amores libres y sanos en las que conservo mi autonomía y mi bienestar [otra cosa es que lo consiga]. Quiero seguir enamorándome, pero manteniéndome a mí misma en el centro de mi vida. En vez de esperar a princesas azules, quiero cultivar relaciones diversas que me aporten tanto intensidad como apoyo y cuidados mutuos. Quiero disfrutar del amor como un camino posible que aporta felicidad, y no como tabla de salvación a la que aferrarme en caso de catástrofe.

11 de Mayo 2014
June

Nota:  Este post está pensado para debatir entre feministas. Lo escribe una comunicadora, no una académica.

Taller de autodefensa feminista en San José de Costa Rica. Una de las facilitadoras, Alejandra, abre el espacio de reflexión inicial preguntando a las participantes qué es para nosotras ser mujer. Todas estamos de acuerdo en hablar más de construcciones sociales que de esencialismos, pero salen cuestiones como las siguientes (estas son las que recuerdo, y no las cito literalmente porque no tomé notas):

- Tenemos una intuición especial, una sabiduría, un poder como mujeres.
- Tenemos más desarrolladas las actitudes relacionadas con los cuidados.
- Somos diversas, no hay una forma única de ser mujer.
- “Menstruar y sentir que tengo una potente energía sexual femenina (fuerza creadora, transformadora) me conecta y me reconcilia con mi cuerpo y mi identidad de género”.
- Tenemos en común que enfrentamos situaciones de opresión, que resistimos a los mandatos sexistas y a la violencia patriarcal.

Si bien disfruté escuchando los sentires de las compañeras y me parecieron muy empoderantes, cuando llegó mi turno confesé que esa pregunta me había sumido en una crisis. Que no encontraba un mínimo común denominador que me incluyera, aparte del punto de enfrentar la dominación patriarcal. Que no creo que me caracterice por mi intuición, que no sé cuál es esa sabiduría o poder que emana de la feminidad, que no soy la persona más cuidadora del mundo, que creo que hay muchas mujeres que no menstrúan y no mujeres que menstrúan, que siento en mí una potente energía sexual femenina pero (cada vez más) también una potente energía sexual que definiría como masculina. Que creo que lo que me da fuerza para rebelarme contra el patriarcado es ser feminista, no ser mujer. Que llevo años en el proceso de desprenderme de los elementos de la feminidad que siento como impuestos y que en ese proceso no veo la forma de sentirme más mujer. Que creo que la categoría “mujer” se ha construido como alteridad de la categoría “hombre”, que se piensa como la universal (Adán y su costilla). Que si decimos que “las mujeres tenemos una intuición especial”, creo que estamos cayendo en ese pensamiento androcéntrico. Que no tengo ni puta idea de qué es ser mujer más allá del modelo hegemónico de ser mujer que se nos ha impuesto a los cuerpos diagnosticados como tales. Que creo que el ser mujer viene tan determinado por la mirada patriarcal (como dice Pierre Bordieu en 'La dominación masculina', confinadas al estatus de objetos simbólicos que siempre serán mirados y percibidos por el otro), que ahora que me siento razonablemente liberada del poder de esa mirada masculina, mi identidad de género se siente más difusa.

Ha sido mi segunda crisis de identidad de género. Siempre me he sentido primero “muy niña” y luego “muy mujer”. Eso fue cambiando sin darme cuenta una vez que dejé de relacionarme sexoafectivamente con hombres. La primera crisis fue hace unos meses, cuando leí 'Cómo ser mujer', el bestseller de Catlin Moran, y me di cuenta de que no me sentía identificada. No ya con su discurso o con su relato, sino con la categoría “mujer”. Ahí sentí qué significa “Las lesbianas no son mujeres”, la contundente cita de Monique Wittig. En realidad, yo no había leído su obra 'El pensamiento heterosexual', pero sí que conocía su tesis, entre otras cosas por una charla de Elvira Burgos sobre Wittig y Judith Butler a la que había asistido un año antes. En esa charla, comprendí el discurso pero no me sentía identificada. En pleno proceso de “salirme de la heteronorma”, aún no me sentía fuera de la categoría 'mujer' ni del todo asentada en la identidad 'lesbiana'.

Casualmente (o no), en mi último día en San José, me pasaron 'El pensamiento heterosexual' en pdf y me lo leí del tirón durante mi regreso a Managua. Fue sorprendente encontrar respuestas tan directas a mi crisis existencial de género vivida en el taller de autodefensa. Por ejemplo:

Es la opresión la que crea el sexo, y no al revés. Lo contrario vendría a decir que es el sexo lo que crea la opresión, o decir que la causa (el origen) de la opresión debe encontrarse en el sexo mismo, en una división natural de los sexos que preexistiría a (o que existiría fuera de) la sociedad”.

Sabemos que las categorías “homosexual” y “heterosexual” no se inventaron hasta el siglo XIX, con la intención de patologizar la primera. Por tanto, la opresión creo la clasificación de las orientaciones sexuales, y no al revés. También sabemos que las razas no existen y que su clasificación fue una forma de justificar la dominación racista y, en concreto, la esclavitud. Es decir, que la opresión creo el concepto de “raza”, y no al revés. Por tanto, si tenemos claro que las categorías de orientación sexual y raza fueron inventadas para legitimar la opresión, no parece descabellado pensar que las categorías “hombre” y “mujer” son producto (y no origen) de la dominación patriarcal.

Por cierto, precisamente la semana pasada, también en San José, asistí a una charla sobre feminismo comunitario de la guatemalteca Lorena Cabnal, en la que afirmó que fue el desarrollo de un patriarcado originario el que llevó a implementar la complementariedad y la dualidad heterosexual como valor esencial de la cosmogonía indígena. Es decir, según Cabnal, el binarismo de género fue consecuencia del desarrollo de la dominación patriarcal en los pueblos originarios de América Latina y se traduce en una imposición de la norma heterosexual.

Sigo con Wittig:

“[Ser lesbiana en tiempos anteriores al movimiento de liberación de las mujeres] Era una constricción política y aquellas que resistían eran acusadas de no ser “verdaderas” mujeres. Pero (…) en la acusación había (…) el reconocimiento del opresor de que mujer no es un concepto tan simple, porque para ser una, era necesario ser una “verdadera”.”

A continuación, critica la tentación de un sector del feminismo (y del lesbofeminismo) de abrazar el discurso “ser mujer es maravilloso”. Y recurre a Simone de Beauvoir:

“Subrayó precisamente la falsa conciencia que consiste en seleccionar de entre las características del mito (que las mujeres son diferentes de los hombres) aquellas que parecen agradables, y utilizarlas para definir a las mujeres”. “Supone no cuestionar radicalmente las categorías “hombre” y “mujer”, que son categorías políticas (y no datos naturales). Esto nos emplaza a luchar dentro de la clase “mujeres”, no como hacen las otras clases [a lo largo del libro expone el paralelismo con el discurso marxista], por la desaparición de nuestra clase, sino por la defensa de la “mujer” y su fortalecimiento”.

“Nuestra primera tarea, me parece, es siempre tratar de distinguir cuidadosamente entre las 'mujeres' (la clase dentro de la cual luchamos) y 'la-mujer', el mito. Porque 'la mujer' no existe para nosotras: es solo una formación imaginaria, mientras que las 'mujeres' son el producto de una relación social. (…) La 'mujer' no es cada una de nosotras, sino una construcción política e ideológica que niega a 'las mujeres' (el producto de una relación de explotación). 'La-mujer' existe para confundirnos, para ocultar la realidad de 'las mujeres'. Para llegar a tener conciencia de clase, tenemos primero que matar el mito de “la-mujer”, incluyendo sus rasgos más seductores”.

"Pero constituirse en clase no significa que debamos suprimirnos como individuos. Y ya que ningún individuo puede ser reducido a su opresión, nos vemos también confrontadas con la necesidad histórica de constituirnos como sujetos individuales de nuestra historia. Creo que ésta es la razón por la que están proliferando ahora todas estas tentativas de dar “nuevas” definiciones a la mujer. (…) No hay lucha posible para alguien privado de identidad; carece de una motivación interna para luchar, porque, aunque yo sólo puedo luchar con otros, primero lucho para mí misma” (y a continuación argumenta que uno de los fallos del marxismo fue desentenderse del sujeto).

De acuerdo, entonces me sumo a huir del mito “la mujer” a la vez que pensamos en “las mujeres” como clase históricamente oprimida, pero que al mismo tiempo es comprensible que los sujetos de la lucha contra esa opresión necesitemos definir nuestra identidad. Si no nos sentimos mujeres, ¿cómo vamos a luchar contra la opresión que enfrentamos? Bueno, sería algo así como que yo puedo sentirme más o menos “mujer” (a ratos, la verdad) pero sí sé que pertenezco a la clase “mujeres” como categoría política. Wittig termina el capítulo, tras exponer que el contrato heterosexual es el base y principal fundamento de la sociedad patriarcal, afirmando que las lesbianas no tienen el problema de entrar en pánico intentando definir qué es la mujer, “porque 'la-mujer' no tiene sentido más que en los sistemas heterosexuales de pensamiento y en los sistemas económicos heterosexuales. Las lesbianas no son mujeres”.

¿Qué somos entonces? “Desertoras, esclavas fugitivas” del contrato heterosexual. No somos las únicas desertoras, cita también a las “esposas desertoras”. Y, pese a que admita que puede sonar a utopía, emplaza a las desertoras del sistema patriarcal a crear un nuevo orden social.

Pues sí, a mí me convence. Y creo que, en efecto, lo que me da fuerza, lo que me activa como personita libre y rebelde frente a la dominación masculina, no es “ser mujer”, sino tener “conciencia de clase”, y celebrar que, en tanto que feminista y lesbiana, soy una feliz desertora del sistema heterosexual patriarcal. Creo que esto explica también la euforia que compartimos muchas "lesbianas conversas", frente a las que sienten que su lesbianismo no fue elegido y recelan ante el concepto de lesbianismo político (recomiendo este post de Andrea Momoitio). No es que yo diga un buen día "voy a ser lesbiana política", sino que el deseo lésbico me sirve como motor para desertar conscientemente del sistema heterosexual, entendido este no como las prácticas sexuales entre personas identificadas con géneros diferentes, sino como sistema de dominación patriarcal. Y da gustito. Por eso, por más que sepa que muchas lesbianas reproducen dinámicas patriarcales en sus relaciones, yo siento el lesbofeminismo como una fuente de emancipación y empoderamiento. No digo que no haya otras fuentes, no digo que no sea posible desertar del sistema de dominación patriarcal/heterosexual relacionándose sexoafectivamente con hombres. Pero ese ha sido mi proceso, ese es el que conozco, el que me ha funcionado y, por tanto, del que puedo hablar.

*
Me quedo con ganas de citar otras dos ideas que me ha aportado leer 'El pensamiento heterosexual':

1. En otro capítulo, dedicado a la literatura, señala que hablar de “literatura femenina” supone perpetuar la concepción androcéntrica en la que lo masculino es lo universal y lo femenino la alteridad. Esa idea la repite constantemente en sus alusiones al feminismo de la diferencia.

2. En algún momento, cita a Marx cuando afirma que los individuos de la clase dominante también están alienados, "aun siendo ellos mismos los productores directos de las ideas que alienan a las clases oprimidas por ellos. Pero, como sacan obvias ventajas de su propia alienación, pueden soportarla sin mucho sufrimiento”. Me parece interesante como alternativa al consabido “el machismo también oprime a los hombres” que nos pone de los nervios a muchas feministas. Me parece un punto de consenso decir que los hombres, pese a pertenecer a una clase dominante (aunque no de forma homogénea, ya que también cabe hablar de desertores conscientes e inconscientes de la masculinidad hegemónica), se encuentran también alienados por el sistema patriarcal. Hablar de alienación me chirría menos que hablar de opresión.

03 de Feb 2014
June

Leo la noticia de que la hija de Woody Allen acusa a este de haber abusado sexualmente de ella de niña y (si bien me resulta llamativo que Allen apele a las denuncias falsas y al síndrome de alienación parental para defenderse), más que ponerme a valorar este caso, me interesa ver si podría servirnos para hablar de una de las formas de violencia sexual más silenciada en nuestra sociedad. Y digo "en nuestra sociedad", porque si algo me ha sorprendido siempre en Nicaragua es lo mucho que se habla de abusos sexuales en la infancia, los esfuerzos que feministas y ONGs hacen para que deje de ser tabú.

Te puedes encontrar en la calle y escuchar en la radio la campaña 'Yo te creo', impulsada por el Movimiento contra el Abuso Sexual, formado por más de 40 organizaciones sociales. “Esta campaña con su lema YO TE CREO surge a raíz de la problemática de abuso sexual que se vive cotidianamente en hogares nicaragüenses y debido a la falta de credibilidad en la palabra de las niñas, niños y adolescentes”, cuentan. En sus piezas de comunicación dan claves para que las personas adultas sepan identificar y abordar situaciones de abuso sexual en la infancia. Frente a lo extendidas que están tanto las denuncias por abusos sexuales a menores como los embarazos en niñas y adolescentes, recordemos que en Nicaragua el aborto es ilegal en todos los supuestos.

La violencia sexual contra menores es un tema que los principales medios de comunicación incluyen en sus agendas. El Nuevo Diario informaba recientemente de que, de los 5.977 peritajes clínicos por violencia sexual efectuados por el Instituto de Medicina Legal, 3.020 fueron en menores de edad (de 0 a 13 años); 2.481 en niñas y 539. Según las expertas, el 90% de los abusos los cometen personas muy cercanas. Casos mediáticos como las denuncias contra unos policías por violar a una niña con discapacidad intelectual, o incluso el hecho de que la hijastra de Daniel Ortega le acusase en 1998 de haber abusado de ella desde niña, hacen que el tema salga a menudo a debate. También los medios feministas dedican espacio a este asunto; el programa de radio Cuerpos sin-vergüenzas lo trató el pasado noviembre en torno al 25 de noviembre.

Pero más allá de la agenda mediática, en mi entorno nica he escuchado varias historias de mujeres que vivieron abusos en la infancia, y en talleres sobre violencia machista y empoderamiento es habitual que afloren varios testimonios de violencia sexual en la infancia. Eso me ha llevado a querer profundizar en las causas por las que esta forma de violencia se encuentra tan extendida en Centroamérica y si es que en el Estado español no se habla de ello porque la prevalencia es mucho menor, o porque el tabú y el silencio siguen siendo inquebrantables. El otro día mis compañeras de casa me preguntaron sobre cómo se vive este tema en mi país, y les dije eso, que no conocía a ninguna persona que reconociera (o que me haya contado a mí, vaya) haber vivido episodios de abuso sexual en la infancia por parte de familiares, y que veo que se suele incluir en el discurso pero no se llega a hablar de ello como una realidad presente en nuestras vidas.

Cuando escribí el post de Paranoicas y Ander Izagirre el de Son unas histéricas, recibimos un montonazo de comentarios y emails de mujeres que nos relataban sus experiencias de agresiones machistas normalizadas y que agradecían que hubiera espacios en los que hablar de ellas. Cuando publiqué el reportaje 'Yo quería sexo, pero no así', de nuevo, muchas mujeres expresaron que ese texto les había ayudado a identificar que lo que vivieron con sus amantes o parejas fue violencia sexual. Una de ellas fue Lucía Egaña, quien publicó su propia narración de las agresiones vividas desde niña en un texto en Pikara que ha recibido más de 100.000 visitas y que también ha dado pie a que muchas mujeres hablen de sus vivencias.

Así que hoy me he despertado pensando que tal vez fuera posible romper el silencio con el tema de los abusos sexuales en la infancia, pero he comprobado que hay compañeras feministas que ya lo están haciendo. Proyecto Kahlo cerró el 2013 publicando una carta de una lectora contando las secuelas que le ha dejado los abusos que sufrió de niña por parte de su hermano y el dolor de no poder hablarlo con la familia y seguir conviviendo con él.

Hoy mismo, removida por la polémica con Woody Allen, Erika Irusta ha publicado su historia en El Camino Rubí. Ella sí que se decidió a hablar con sus padres de los abusos por parte de su tío; le apoyaron y emprendieron un tortuoso proceso legal del que la niña Erika salió revictimizada y su agresor impune: “Abusar significa romper un mundo, quebrar un cuerpo, sembrar el dolor por los siglos de los siglos en una persona en desarrollo. Yo he crecido macerada en el veneno de la vergüenza y la culpa. (…) Este sembrador de horrores vive tranquilo y feliz. Yo, en cambio, sigo maltrecha, germinada entre un nido de larvas, pensando en las otras niñas, aquellas que como yo, brotan torcidas, quebradas”.

Pero contarlo en espacios seguros como los colectivos, blogs y medios feministas no revictimiza, sino que empodera. Juntas transmitimos a los agresores y abusadores que pronto dejarán de sentirse impunes. Los delitos sexuales se cometen bajo el prejuicio de que la víctima callará, porque sentirá vergüenza, culpa y miedo a que no la crean o la cuestionen. Que tú lo cuentes y yo te crea y todas nos apoyemos es el primer paso para romper con el silencio y la impunidad.

PD: Insisto: no me interesa nada debatir sobre el caso concreto de Woody Allen.

27 de Nov 2013
June

Las feministas tenemos conocimientos teóricos y apoyo social para identificar agresiones machistas. Esto debería facilitar enfrentarlas. Y probablemente lo facilite. Pero no es tan fácil. Cuando nos ocurren cosas, no siempre logramos responder.

Y claro que nos ocurren cosas. Muchas feministas hemos tenido (voy a hablar todo el rato en primera persona del plural, independientemente de si a mí me han pasado o no) compañeros sentimentales que nos han maltratado psicológicamente, que nos han presionado para tener sexo de forma habitual o que incluso nos han intimidado y agredido físicamente; excompañeros o examantes que no han atendido nuestro deseo de romper todo contacto con ellos y han seguido acosándonos; a casi todas (si no a todas) las feministas nos ha pasado que un desconocido nos diga una obscenidad, nos toque el culo, nos saque la polla o nos siga de noche por la calle y no hayamos podido responder; a muchas el jefe u otros hombres con poder de nuestro entorno profesional nos han tratado con lascivia y nos han hecho insinuaciones sexuales... Y esas son sólo algunas de las caras de la violencia machista que enfrentamos las mujeres, también las feministas.

Cuando una está sensibilizada, tiene la información y la red de apoyo, y aún así no sabe responder, se siente especialmente culpable. Es más, se siente avergonzada. ¿Cómo me ha podido pasar esto a mí?¿Cómo he podido permitirlo? ¿Cómo es que no he sabido pararlo? Si no denuncia, una se siente cobarde, muy cobarde. Un fracaso de feminista. Es rarísimo cuando te das cuenta de que, pese a ser experta en detectar expresiones de machismo y de dominación masculina en otras personas, te sientes incapaz de discernir si lo que a ti te ha pasado se puede calificar de agresión, de acoso, de abuso, de intimidación, de violación. Hablas con tus amigas feministas y lo ven claro. Hablas con tus amistades no feministas, que a veces te han reprochado que lo atribuyes todo al patriarcado, y también lo ven claro. Pides asesoramiento profesional y el análisis también es claro. Todo el mundo tiene meridianamente claro que eso que te ha pasado es una agresión, un abuso, acoso, intimidación, violación, menos tú.

En la cabeza se aturullan dilemas y discusiones internas (entre tu yo 'mujer socializada como tal en una sociedad machista' y tu yo feminista). Como por ejemplo:

- Insisto, no saber medir. Cada cinco minutos pasas de verlo tan claro como todo el mundo, a cuestionarte a ti misma: ¿En serio esto es tan grave como para llamarle agresión? ¿No es una palabra así como muy gorda?

- Sentir la tentación de no hacer nada, como si no hubiera ocurrido. A ratos prefieres confiar en que no va a volver a pasar. Te parece que si denuncias o respondes es echar más leña al fuego y no podrás cerrar lo vivido. Pero al mismo tiempo sabes que precisamente hasta que no sientas que hay reparación no vas a olvidar lo vivido.

- El dilema sobre si hacerlo público o no, si señalarle o no. Tu yo feminista piensa que es bueno desenmascarar a agresores. Tu yo “mujer socializada en el miedo” siente que no puede. No sabes exactamente poner palabras al miedo que te está paralizando. “¿Qué me va a pasar si le desenmascaro?” Y hay muchas respuestas: Que va a aumentar la intensidad de la agresión. Que no tengo pruebas o mi “caso” no es lo suficientemente “sólido” como para enfrentar un proceso penal o de otro tipo. Que me voy a sentir expuesta, juzgada, cuestionada. Que me siento pequeñita, y si el proceso me desgasta, me voy a sentir más pequeñita aún.

-  Te preguntas si te estás victimizando. Al fin y al cabo, lo tuyo no ha sido una violencia cruda. ¿O sí? ¿La estás sobredimensionando? Una vez más, no sabes. ¿Te estás recreando demasiado? Escuchas una vocecita que dice: "Supéralo de una vez" (a veces esa vocecita es la de tu agresor cuando se ha sentido señalado). Pero, como leí recientemente en un reportaje sobre violencia sexual en Colombia, hasta que no hay reconocimiento y reparación, una sigue enquistada en la identidad de víctima.

- Confundes tu necesidad de reparación, de sentir que la agresión no ha quedado impune, con la sed de venganza. O piensas que una respuesta como la denuncia es desproporcionada. Que te estás pasando. Que no ha sido para tanto. Que si das un paso estás declarando la guerra. Que si declaras la guerra, no sabes con qué armas aparecerá el agresor.

Algo que me tiene muy inquieta (y no soy la única), es que son pocas las violencias denunciables por la vía penal, en una sociedad que sigue basando su respuesta a la violencia machista en el consabido "Mujer, no te calles, denuncia". ¿Dónde encuentras apoyo, reconocimiento y justicia si se trata de un delito no denunciable, porque no es una agresión física o una violación brutal sino una serie de actitudes que te han hecho polvo? Y la vía penal en sí misma es un martirio. Como decía antes, lo vivido te ha hecho sentirte pequeñita, pero el proceso te va a dejar diminuta. El pasado lunes ETB2 emitió un debate sobre violencia machista en la que una fiscal dijo algo que me pareció muy acertado: el gran error del sistema judicial español es que el proceso se inicia con la denuncia y ahí empieza todo; cuando la denuncia tendría que ser el último paso. Lo primero, sostenía, tiene que ser el empoderamiento. ¿Cómo vas a pedir a una mujer que acaba de sufrir violencia que salga entera (no te digo ya triunfante) de un proceso judicial extenuante, en el que le van a recriminar que su relato es confuso, que no recuerda algunas partes (porque fueron traumáticas y has intentado olvidarlas), o le van a acusar de denunciar en falso o a la ligera?

Una lectora de Pikara que me escribió a cuenta del reportaje 'Yo quería sexo pero no así', contándome que su ex la violó y que fue absuelto, me dijo: “Prefiero sufrir otra agresión que volver a tener un juicio”. Lucía Martínez Odriozola fue a su ciudad a entrevistarla. Pronto lo publicaremos en Pikara. Buf.

Hace unas semanas conocí a una chica que también sufrió una agresión sexual por parte de su ex, además durante unos encuentros de un movimiento social. La chica lo contó. Tuvo que escuchar cuestionamientos como: “No se te ve muy traumatizada” o “¿Y para qué te pusiste a dormir en bragas al lado de él?”. Es decir, los miedos que arriba comentaba no son irracionales. Sí, hablar va a iniciar un proceso que nos va a desgastar. Sí, nos vamos a sentir juzgadas, cuestionadas. Sí, esto ocurre a toda mujer que sufre violencia. Sí, también a las feministas. Pero la buena noticia es que sí que conocemos recursos, sí que podemos rebatir nuestros propios miedos y nuestras dudas, y sí que tenemos un entorno que nos va a apoyar, proteger y reafirmar.

Una compa feminista me contó el machaque psicológico que sufrió por parte de su excompañero sentimental. Comentamos que parece que todos hacen el mismo máster, porque se repiten mucho las estrategias de minar nuestra autoestima. Por ejemplo, acusarnos de no saber cuidar. Utilizar un gesto concreto (haberte dejado los cacharros sin limpiar, por ejemplo) para montar una escena en la que eres caricaturizada como un ser incapaz de cuidar. Si el macho tradicional decía que la cena está fría o que cocinas peor que tu madre, el nuevo macho te dice de formas más sentimentaloides que no se siente cuidado. El machaque es el mismo. Por muy feminista que seas, te sientes una mala esposa, un fracaso como mujer.

Pero además esos machaques disfrazados no son denunciables. Porque el agresor ha sido hábil y ha hecho las cosas de forma que desde fuera nadie vería nada extraño, pero tú has sentido claramente que las acciones estaban pensadas para hacerte daño, para minar tu autoestima, para meterte miedo, para hacerte dudar de ti misma. Hay formas de maltrato que no se pueden explicar en un juicio ni se pueden describir en un comunicado. Quien ha tenido una relación sentimental sabe cómo hacer daño sin dejar marcas. A veces hasta deseas que hubiera una bofetada, un insulto o una amenaza explícita para poder agarrarte a ella, para que nadie dudase que eso que has vivido es maltrato. Aunque lo perverso sería que esa bofetada, insulto o amenaza aislada contaría más que la acumulación de daños cotidianos irreparables.

Unos agresores especialmente hábiles y legitimados por su entorno son los que participan en movimientos sociales. No cabe en la cabeza que ese militante ejemplar, que se declara profeminista y que habla en femenino plural, pueda ser un maltratador, acosador o violador. No cuadra por ningún lado. Así que o se etiqueta como un conflicto privado que no hay por qué abordar como colectivo o se cuestiona a la víctima. Hasta ahora percibía que se hablaba poco de esto. Que las feministas comentábamos lo que nos pasaba entre pasillos. Que cuando se daba una agresión “grave” y la activista agredida denunciaba, el proceso transcurría de forma interna. Que no hay un debate serio sobre este tema. En el último año han pasado algunas cosas, que considero buenas noticias para ir desgastando la impunidad de los machos de izquierda:

- Compañeras como Alicia Murillo o Brigitte Vasallo han publicado posts sobre los llamados machirulos infiltrados. Es curioso que el vídeo de Alicia ha enfadado a algunos que, al verse retratados, han clamado que se trataba de una venganza personal. Ojalá tuviéramos a uno solo en la cabeza y no los contásemos por decenas.

- Mujeres que han vivido agresiones en contextos asociativos, lo han contado, como el caso en el Veganqueer.

- Una compañera vasca ha iniciado una tesis doctoral sobre cómo se gestionan las situaciones de violencia machista dentro de los movimientos sociales. Aún es pronto para contar más (si alguna mujer de Bizkaia que haya vivido o asistido a un caso de violencia machista dentro de un movimiento social quiere compartirlo con ella, que se ponga en contacto conmigo), pero ella me ha recomendado otra tesis doctoral relacionada, la de Bárbara Biglia.

Este año el lema de la manifestación del 25 de noviembre en Bilbao ha sido: "No quiero sentirme valiente, quiero sentirme libre". Me ha gustado porque no es manido y hace pensar. Hay que darle un par de vueltas, pero lo entiendes, te atraviesa el cuerpo. Las mujeres seguimos cargando el peso de saber enfrentar las agresiones machistas. Se nos pide que no callemos, que denunciemos, que digamos 'no' alto y claro, que perdonemos, que pasemos página... Por muy hostil que sea el contexto, por muy vulnerables que nos sintamos, tengamos o no recursos y apoyo. Así que no, no quiero ser valiente, quiero ser libre. Vivir libre de agresiones machistas para no culparme por no saberlas enfrentar siempre.

*

A partir de ahora escribiré aquí, porque Diagonal es una casita virtual en la que creo que me voy a sentir muy a gusto. Si quieres saber de dónde he salido, puedes pasarte por mi anterior blog, en Gente Digital.