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Libertades
Periodismo de gafas violeta. Blog de June Fernández.

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03 de Feb 2014
June

Leo la noticia de que la hija de Woody Allen acusa a este de haber abusado sexualmente de ella de niña y (si bien me resulta llamativo que Allen apele a las denuncias falsas y al síndrome de alienación parental para defenderse), más que ponerme a valorar este caso, me interesa ver si podría servirnos para hablar de una de las formas de violencia sexual más silenciada en nuestra sociedad. Y digo "en nuestra sociedad", porque si algo me ha sorprendido siempre en Nicaragua es lo mucho que se habla de abusos sexuales en la infancia, los esfuerzos que feministas y ONGs hacen para que deje de ser tabú.

Te puedes encontrar en la calle y escuchar en la radio la campaña 'Yo te creo', impulsada por el Movimiento contra el Abuso Sexual, formado por más de 40 organizaciones sociales. “Esta campaña con su lema YO TE CREO surge a raíz de la problemática de abuso sexual que se vive cotidianamente en hogares nicaragüenses y debido a la falta de credibilidad en la palabra de las niñas, niños y adolescentes”, cuentan. En sus piezas de comunicación dan claves para que las personas adultas sepan identificar y abordar situaciones de abuso sexual en la infancia. Frente a lo extendidas que están tanto las denuncias por abusos sexuales a menores como los embarazos en niñas y adolescentes, recordemos que en Nicaragua el aborto es ilegal en todos los supuestos.

La violencia sexual contra menores es un tema que los principales medios de comunicación incluyen en sus agendas. El Nuevo Diario informaba recientemente de que, de los 5.977 peritajes clínicos por violencia sexual efectuados por el Instituto de Medicina Legal, 3.020 fueron en menores de edad (de 0 a 13 años); 2.481 en niñas y 539. Según las expertas, el 90% de los abusos los cometen personas muy cercanas. Casos mediáticos como las denuncias contra unos policías por violar a una niña con discapacidad intelectual, o incluso el hecho de que la hijastra de Daniel Ortega le acusase en 1998 de haber abusado de ella desde niña, hacen que el tema salga a menudo a debate. También los medios feministas dedican espacio a este asunto; el programa de radio Cuerpos sin-vergüenzas lo trató el pasado noviembre en torno al 25 de noviembre.

Pero más allá de la agenda mediática, en mi entorno nica he escuchado varias historias de mujeres que vivieron abusos en la infancia, y en talleres sobre violencia machista y empoderamiento es habitual que afloren varios testimonios de violencia sexual en la infancia. Eso me ha llevado a querer profundizar en las causas por las que esta forma de violencia se encuentra tan extendida en Centroamérica y si es que en el Estado español no se habla de ello porque la prevalencia es mucho menor, o porque el tabú y el silencio siguen siendo inquebrantables. El otro día mis compañeras de casa me preguntaron sobre cómo se vive este tema en mi país, y les dije eso, que no conocía a ninguna persona que reconociera (o que me haya contado a mí, vaya) haber vivido episodios de abuso sexual en la infancia por parte de familiares, y que veo que se suele incluir en el discurso pero no se llega a hablar de ello como una realidad presente en nuestras vidas.

Cuando escribí el post de Paranoicas y Ander Izagirre el de Son unas histéricas, recibimos un montonazo de comentarios y emails de mujeres que nos relataban sus experiencias de agresiones machistas normalizadas y que agradecían que hubiera espacios en los que hablar de ellas. Cuando publiqué el reportaje 'Yo quería sexo, pero no así', de nuevo, muchas mujeres expresaron que ese texto les había ayudado a identificar que lo que vivieron con sus amantes o parejas fue violencia sexual. Una de ellas fue Lucía Egaña, quien publicó su propia narración de las agresiones vividas desde niña en un texto en Pikara que ha recibido más de 100.000 visitas y que también ha dado pie a que muchas mujeres hablen de sus vivencias.

Así que hoy me he despertado pensando que tal vez fuera posible romper el silencio con el tema de los abusos sexuales en la infancia, pero he comprobado que hay compañeras feministas que ya lo están haciendo. Proyecto Kahlo cerró el 2013 publicando una carta de una lectora contando las secuelas que le ha dejado los abusos que sufrió de niña por parte de su hermano y el dolor de no poder hablarlo con la familia y seguir conviviendo con él.

Hoy mismo, removida por la polémica con Woody Allen, Erika Irusta ha publicado su historia en El Camino Rubí. Ella sí que se decidió a hablar con sus padres de los abusos por parte de su tío; le apoyaron y emprendieron un tortuoso proceso legal del que la niña Erika salió revictimizada y su agresor impune: “Abusar significa romper un mundo, quebrar un cuerpo, sembrar el dolor por los siglos de los siglos en una persona en desarrollo. Yo he crecido macerada en el veneno de la vergüenza y la culpa. (…) Este sembrador de horrores vive tranquilo y feliz. Yo, en cambio, sigo maltrecha, germinada entre un nido de larvas, pensando en las otras niñas, aquellas que como yo, brotan torcidas, quebradas”.

Pero contarlo en espacios seguros como los colectivos, blogs y medios feministas no revictimiza, sino que empodera. Juntas transmitimos a los agresores y abusadores que pronto dejarán de sentirse impunes. Los delitos sexuales se cometen bajo el prejuicio de que la víctima callará, porque sentirá vergüenza, culpa y miedo a que no la crean o la cuestionen. Que tú lo cuentes y yo te crea y todas nos apoyemos es el primer paso para romper con el silencio y la impunidad.

PD: Insisto: no me interesa nada debatir sobre el caso concreto de Woody Allen.

10 de Dic 2013
June

 

 

"No vayas sola, te puede pasar algo". Y si te pasa algo, si te violan, es tu responsabilidad por ir sola, por meterte por barrios peligrosos, por llevar minifalda... El feminismo y, en concreto, la autodefensa feminista, lleva años cuestionando este discurso del terror sexual, señalando que limita la autonomía y la libertad de las mujeres, y mostrando que la cuestión no es dejar de hacer cosas, sino conocer los riesgos y dotarnos de recursos para prevenirlos y enfrentar agresiones.

Cuando se trata de hablar a la juventud sobre el uso de las redes sociales, se está reproduciendo ese mensaje tradicional basado en el miedo, que carga las tintas sobre todo en advertir a las chicas de los riesgos de hacer lo que les dé la gana en internet. Campañas como las de Pantallas Amigas (en la que se enmarcan los vídeos que os he puesto arriba y que me hicieron reflexionar sobre este tema) advierten sobre los riesgos de chatear con desconocidos o mandar fotos eróticas a amantes. Me parece bien hablar de riesgos reales como el llamado 'sexting', y hacerlo con perspectiva de género, ya que las chicas sufren más acoso (de todo tipo, y sexual en especial) que los chicos a través de las redes y la doble moral sexual carga las tintas cuando son ellas las que aparecen en contenidos sexuales. Pero me preocupa el riesgo de centrar los discursos en emplazar a las víctimas potenciales a que limiten su libertad para no exponerse a riesgos. Una vez más, el control social recae sobre ellas. Y esto no sólo te lo dice la familia o el profesorado: ahora la Policía Nacional se planta en muchos colegios para atemorizar a la chavalería sobre los peligros que les acechan en internet.

Creo que urge desarrollar la autodefensa feminista online: conocer los riesgos, tener recursos para enfrentarlos, pero también reafirmarnos, sentirnos con derecho a navegar con libertad, a que no nos culpen si sufrimos agresiones, y a utilizar este espacio para nuestra organización y empoderamiento.

Además, como ocurre con el “no vayas sola”, los mensajes habituales que las y los adultos dirigen a la juventud sobre el uso de las redes sociales tienen mucho de moralina y de proyección de valores que tal vez han cambiado de significado para las nuevas generaciones.
Moralina en todo lo ligado a la sexualidad. Si es peligroso producir fotos y vídeos sexuales, si es peligroso chatear con desconocidos, ¿qué nos queda? ¿Acaso se nos está indicando una forma segura de explorar la sexualidad en internet? No. Nos dicen qué no debemos hacer, pero no nos proponen formas seguras y estimulantes de disfrutar del erotismo en internet. El paternalismo sirve como pretexto para amputar nuestro deseo también en la relación con las nuevas tecnologías.

En los estudios se incluye el porno entre los peligros. ¿Es el porno peligroso para una o un adolescente? Lo peligroso, en todo caso, será la pedagogía sexual del porno hegemónico, basada en la genitalidad, la dominación masculina, los cuerpos artificiales, etc. ¿Pero por qué nadie habla de internet como espacio en el que se puede acceder a representaciones no normativas de la sexualidad? Si no fuera porque lo que subyace es el juicio moral de que ver sexo es malo para la gente joven, se animaría a buscar contenidos de porno alternativo a las propuestas coitocéntricas, siliconadas y que denigran a las mujeres.

Si no fuera porque lo que subyace es que incomoda pensar que a nuestras cándidas niñas les puede poner grabarse masturbándose y mandárselo al novio, no les diríamos: "No te grabes" sino "Que no se te vea la cara".

Y con lo de la proyección de valores, me refiero a los discursos sobre la pérdida de la intimidad. Una preocupación recurrente es que las chicas se exponen demasiado hablando de sus sentimientos en Twitter o compartiendo fotos privadas en Instagram. Como bloguera que lleva practicando el striptease cibernético desde los veinti-poco años, me incomoda ese juicio. Yo tengo mi propio concepto de la intimidad. Que cuente historias personales no implica que comprometa mi intimidad. Lo he hablado alguna vez con otro amigo bloguero: a él le daría pudor hablar de su sexualidad; para mí es más íntimo hablar de mi familia.

En una generación que ha crecido viendo reality shows, (y me incluyo; tenía unos 13 años cuando se estrenó Gran Hermano 1), el significado de la palabra intimidad ha cambiado. Probablemente seamos una generación bastante exhibicionista y voyeur. ¿Pero qué tiene eso exactamente de malo? Creo que, en vez de hablar en términos absolutos de la necesidad de promover entre la juventud que cuiden su intimidad, convendría concretar los riesgos que implica confesar sentimientos o compartir fotos personales en público y propiciar que cada quien valore con consciencia qué contenidos comparte. Me parece clave trabajar la autoestima y el empoderamiento de las chicas para que, si les mola colgar autorretratos, lo hagan movidas por una actitud de reafirmación y no por la necesidad de aprobación externa. El problema no es que te mole sacarte fotos, el problema es que te hunda que algún gilipollas te llame fea.

Y además, la gente joven aprende y se autorregula. Por ejemplo, han sustituido Tuenti por un espacio semi-privado (el whatsapp) y los públicos (Twitter, Instagram) para así tener más controlado qué contenidos quieren mostrar al mundo y cuáles no.

Por último, los discursos sobre los riesgos de internet para la juventud son profundamente heterocéntricos. Nunca he escuchado a nadie ni en los medios de comunicación ni en el ámbito educativo contar que para una chica joven de un pueblo pequeño, internet puede ser el único espacio en el que puede vivir su lesbianismo. Que aplicaciones como el Brenda (el Grinder en el caso de los chicos) le pueden mostrar que no es la única lesbiana del pueblo, que no está sola. Que no todas las chicas tienen un novio que las chantajee con fotos sexuales. Que muchas tienen novias con quienes disfrutan de una sexualidad basada en el placer mutuo y la complicidad. O que internet es de los pocos espacios en los que pueden enterarse de cómo follan las lesbianas. Que es en internet donde más accesibles están los contenidos pornográficos protagonizados por lesbianas 'de verdad' (que se desean, que disfrutan, que tienen cuerpos reales y que no están haciendo un numerito impostado para poner cachondos a los espectadores hetero) o por personas trans. Que para muchas, el primer paso para salir de la heteronorma fueron los chats y los foros LGTB o sorprenderse fantaseando con Shane después de ver The L Word. Que esa y otras series que se consumen y difunden sobre todo por internet (ahora la imprescindible 'Orange is the new black') son superimportantes ante la escasez de referentes bolleros en lo audiovisual.

No soy la única que está harta del ciberterror sexual que se alimenta en las jóvenes. Ianire Estébanez, psicóloga y autora del blog 'Mi novio me controla lo normal', está de acuerdo. Por ello hemos pasado a la acción y hemos organizado una jornada titulada 'Redes sociales y juventud: Temor vs. Empoderamiento' con la que queremos mostrar a personas que trabajan en el ámbito educativo, en áreas de igualdad o de juventud, o interesadas en el feminismo, que internet no es sinónimo de peligro, sino que también ofrece muchas posibilidades para reafirmarnos, expresarnos, organizarnos, etc. Y lo contaremos nosotras, las jóvenes que 'vivimos' en Internet.

Primero se presentará la investigación 'La desigualdad de género y el sexismo en las redes sociales', que puede llevar a la tentación de recrearnos en el diagnóstico (que, en efecto, muestra que las chicas están más expuestas a acoso, etc.), pero a continuación cuatro ciberfeministas contaremos nuestras propuestas y experiencias. Ianire aportará estrategias educativas en clave positiva y yo ilustraré que las redes sociales son espacios en los que las jóvenes se expresan, se organizan, entran en contacto con propuestas feministas y con referentes no sexistas.  La compa de Diagonal Marta G. Franco hablará de las potencialidades de la cultura hackeractivista para el empoderamiento de las chicas, y la pikara Andrea Momoitio de las redes sociales y las aplicaciones móviles como espacios de socialización para las jóvenes lesbianas. Por cierto, Andrea publicó en Pikara el reportaje 'Misoginia por whatsapp' que, con las aportaciones de Ianire y Miguel Vagalume (La mosca cojonera) conseguía hablar de violencia machista a través de las redes sociales sin caer en el alarmismo.

El 16 de diciembre en Bilbao o vía streaming (seguid a @noalciberterror para enteraros). Os esperamos. 

Cartel chulísimo diseñado por la también pikara Señora Milton

 

27 de Nov 2013
June

Las feministas tenemos conocimientos teóricos y apoyo social para identificar agresiones machistas. Esto debería facilitar enfrentarlas. Y probablemente lo facilite. Pero no es tan fácil. Cuando nos ocurren cosas, no siempre logramos responder.

Y claro que nos ocurren cosas. Muchas feministas hemos tenido (voy a hablar todo el rato en primera persona del plural, independientemente de si a mí me han pasado o no) compañeros sentimentales que nos han maltratado psicológicamente, que nos han presionado para tener sexo de forma habitual o que incluso nos han intimidado y agredido físicamente; excompañeros o examantes que no han atendido nuestro deseo de romper todo contacto con ellos y han seguido acosándonos; a casi todas (si no a todas) las feministas nos ha pasado que un desconocido nos diga una obscenidad, nos toque el culo, nos saque la polla o nos siga de noche por la calle y no hayamos podido responder; a muchas el jefe u otros hombres con poder de nuestro entorno profesional nos han tratado con lascivia y nos han hecho insinuaciones sexuales... Y esas son sólo algunas de las caras de la violencia machista que enfrentamos las mujeres, también las feministas.

Cuando una está sensibilizada, tiene la información y la red de apoyo, y aún así no sabe responder, se siente especialmente culpable. Es más, se siente avergonzada. ¿Cómo me ha podido pasar esto a mí?¿Cómo he podido permitirlo? ¿Cómo es que no he sabido pararlo? Si no denuncia, una se siente cobarde, muy cobarde. Un fracaso de feminista. Es rarísimo cuando te das cuenta de que, pese a ser experta en detectar expresiones de machismo y de dominación masculina en otras personas, te sientes incapaz de discernir si lo que a ti te ha pasado se puede calificar de agresión, de acoso, de abuso, de intimidación, de violación. Hablas con tus amigas feministas y lo ven claro. Hablas con tus amistades no feministas, que a veces te han reprochado que lo atribuyes todo al patriarcado, y también lo ven claro. Pides asesoramiento profesional y el análisis también es claro. Todo el mundo tiene meridianamente claro que eso que te ha pasado es una agresión, un abuso, acoso, intimidación, violación, menos tú.

En la cabeza se aturullan dilemas y discusiones internas (entre tu yo 'mujer socializada como tal en una sociedad machista' y tu yo feminista). Como por ejemplo:

- Insisto, no saber medir. Cada cinco minutos pasas de verlo tan claro como todo el mundo, a cuestionarte a ti misma: ¿En serio esto es tan grave como para llamarle agresión? ¿No es una palabra así como muy gorda?

- Sentir la tentación de no hacer nada, como si no hubiera ocurrido. A ratos prefieres confiar en que no va a volver a pasar. Te parece que si denuncias o respondes es echar más leña al fuego y no podrás cerrar lo vivido. Pero al mismo tiempo sabes que precisamente hasta que no sientas que hay reparación no vas a olvidar lo vivido.

- El dilema sobre si hacerlo público o no, si señalarle o no. Tu yo feminista piensa que es bueno desenmascarar a agresores. Tu yo “mujer socializada en el miedo” siente que no puede. No sabes exactamente poner palabras al miedo que te está paralizando. “¿Qué me va a pasar si le desenmascaro?” Y hay muchas respuestas: Que va a aumentar la intensidad de la agresión. Que no tengo pruebas o mi “caso” no es lo suficientemente “sólido” como para enfrentar un proceso penal o de otro tipo. Que me voy a sentir expuesta, juzgada, cuestionada. Que me siento pequeñita, y si el proceso me desgasta, me voy a sentir más pequeñita aún.

-  Te preguntas si te estás victimizando. Al fin y al cabo, lo tuyo no ha sido una violencia cruda. ¿O sí? ¿La estás sobredimensionando? Una vez más, no sabes. ¿Te estás recreando demasiado? Escuchas una vocecita que dice: "Supéralo de una vez" (a veces esa vocecita es la de tu agresor cuando se ha sentido señalado). Pero, como leí recientemente en un reportaje sobre violencia sexual en Colombia, hasta que no hay reconocimiento y reparación, una sigue enquistada en la identidad de víctima.

- Confundes tu necesidad de reparación, de sentir que la agresión no ha quedado impune, con la sed de venganza. O piensas que una respuesta como la denuncia es desproporcionada. Que te estás pasando. Que no ha sido para tanto. Que si das un paso estás declarando la guerra. Que si declaras la guerra, no sabes con qué armas aparecerá el agresor.

Algo que me tiene muy inquieta (y no soy la única), es que son pocas las violencias denunciables por la vía penal, en una sociedad que sigue basando su respuesta a la violencia machista en el consabido "Mujer, no te calles, denuncia". ¿Dónde encuentras apoyo, reconocimiento y justicia si se trata de un delito no denunciable, porque no es una agresión física o una violación brutal sino una serie de actitudes que te han hecho polvo? Y la vía penal en sí misma es un martirio. Como decía antes, lo vivido te ha hecho sentirte pequeñita, pero el proceso te va a dejar diminuta. El pasado lunes ETB2 emitió un debate sobre violencia machista en la que una fiscal dijo algo que me pareció muy acertado: el gran error del sistema judicial español es que el proceso se inicia con la denuncia y ahí empieza todo; cuando la denuncia tendría que ser el último paso. Lo primero, sostenía, tiene que ser el empoderamiento. ¿Cómo vas a pedir a una mujer que acaba de sufrir violencia que salga entera (no te digo ya triunfante) de un proceso judicial extenuante, en el que le van a recriminar que su relato es confuso, que no recuerda algunas partes (porque fueron traumáticas y has intentado olvidarlas), o le van a acusar de denunciar en falso o a la ligera?

Una lectora de Pikara que me escribió a cuenta del reportaje 'Yo quería sexo pero no así', contándome que su ex la violó y que fue absuelto, me dijo: “Prefiero sufrir otra agresión que volver a tener un juicio”. Lucía Martínez Odriozola fue a su ciudad a entrevistarla. Pronto lo publicaremos en Pikara. Buf.

Hace unas semanas conocí a una chica que también sufrió una agresión sexual por parte de su ex, además durante unos encuentros de un movimiento social. La chica lo contó. Tuvo que escuchar cuestionamientos como: “No se te ve muy traumatizada” o “¿Y para qué te pusiste a dormir en bragas al lado de él?”. Es decir, los miedos que arriba comentaba no son irracionales. Sí, hablar va a iniciar un proceso que nos va a desgastar. Sí, nos vamos a sentir juzgadas, cuestionadas. Sí, esto ocurre a toda mujer que sufre violencia. Sí, también a las feministas. Pero la buena noticia es que sí que conocemos recursos, sí que podemos rebatir nuestros propios miedos y nuestras dudas, y sí que tenemos un entorno que nos va a apoyar, proteger y reafirmar.

Una compa feminista me contó el machaque psicológico que sufrió por parte de su excompañero sentimental. Comentamos que parece que todos hacen el mismo máster, porque se repiten mucho las estrategias de minar nuestra autoestima. Por ejemplo, acusarnos de no saber cuidar. Utilizar un gesto concreto (haberte dejado los cacharros sin limpiar, por ejemplo) para montar una escena en la que eres caricaturizada como un ser incapaz de cuidar. Si el macho tradicional decía que la cena está fría o que cocinas peor que tu madre, el nuevo macho te dice de formas más sentimentaloides que no se siente cuidado. El machaque es el mismo. Por muy feminista que seas, te sientes una mala esposa, un fracaso como mujer.

Pero además esos machaques disfrazados no son denunciables. Porque el agresor ha sido hábil y ha hecho las cosas de forma que desde fuera nadie vería nada extraño, pero tú has sentido claramente que las acciones estaban pensadas para hacerte daño, para minar tu autoestima, para meterte miedo, para hacerte dudar de ti misma. Hay formas de maltrato que no se pueden explicar en un juicio ni se pueden describir en un comunicado. Quien ha tenido una relación sentimental sabe cómo hacer daño sin dejar marcas. A veces hasta deseas que hubiera una bofetada, un insulto o una amenaza explícita para poder agarrarte a ella, para que nadie dudase que eso que has vivido es maltrato. Aunque lo perverso sería que esa bofetada, insulto o amenaza aislada contaría más que la acumulación de daños cotidianos irreparables.

Unos agresores especialmente hábiles y legitimados por su entorno son los que participan en movimientos sociales. No cabe en la cabeza que ese militante ejemplar, que se declara profeminista y que habla en femenino plural, pueda ser un maltratador, acosador o violador. No cuadra por ningún lado. Así que o se etiqueta como un conflicto privado que no hay por qué abordar como colectivo o se cuestiona a la víctima. Hasta ahora percibía que se hablaba poco de esto. Que las feministas comentábamos lo que nos pasaba entre pasillos. Que cuando se daba una agresión “grave” y la activista agredida denunciaba, el proceso transcurría de forma interna. Que no hay un debate serio sobre este tema. En el último año han pasado algunas cosas, que considero buenas noticias para ir desgastando la impunidad de los machos de izquierda:

- Compañeras como Alicia Murillo o Brigitte Vasallo han publicado posts sobre los llamados machirulos infiltrados. Es curioso que el vídeo de Alicia ha enfadado a algunos que, al verse retratados, han clamado que se trataba de una venganza personal. Ojalá tuviéramos a uno solo en la cabeza y no los contásemos por decenas.

- Mujeres que han vivido agresiones en contextos asociativos, lo han contado, como el caso en el Veganqueer.

- Una compañera vasca ha iniciado una tesis doctoral sobre cómo se gestionan las situaciones de violencia machista dentro de los movimientos sociales. Aún es pronto para contar más (si alguna mujer de Bizkaia que haya vivido o asistido a un caso de violencia machista dentro de un movimiento social quiere compartirlo con ella, que se ponga en contacto conmigo), pero ella me ha recomendado otra tesis doctoral relacionada, la de Bárbara Biglia.

Este año el lema de la manifestación del 25 de noviembre en Bilbao ha sido: "No quiero sentirme valiente, quiero sentirme libre". Me ha gustado porque no es manido y hace pensar. Hay que darle un par de vueltas, pero lo entiendes, te atraviesa el cuerpo. Las mujeres seguimos cargando el peso de saber enfrentar las agresiones machistas. Se nos pide que no callemos, que denunciemos, que digamos 'no' alto y claro, que perdonemos, que pasemos página... Por muy hostil que sea el contexto, por muy vulnerables que nos sintamos, tengamos o no recursos y apoyo. Así que no, no quiero ser valiente, quiero ser libre. Vivir libre de agresiones machistas para no culparme por no saberlas enfrentar siempre.

*

A partir de ahora escribiré aquí, porque Diagonal es una casita virtual en la que creo que me voy a sentir muy a gusto. Si quieres saber de dónde he salido, puedes pasarte por mi anterior blog, en Gente Digital.